El 25 de noviembre fue declarado por la ONU día de la no violencia contra la mujer. Millones mujeres y de hombres en todo el mundo se manifiestan este día en apoyo de las mujeres, contra todo tipo de violencia machista y este año muchos lo celebrarán con especial emoción dado la conmoción que para muchos simpatizantes de izquierdas ha supuesto el caso de Iñigo Errejón.
Miles de mujeres sufren en el mundo a diario violaciones, maltrato, vejaciones, por parte de aquellos hombres que tienen interiorizado que son propiedad suya, que pueden hacer de ellas un objeto sexual que satisfaga sus deseos y complejos sexuales. Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas es un hecho que aparece en los medios de forma cotidiana; según el Ministerio de Igualdad “el número de casos de mujeres asesinadas por violencia de género confirmados entre el 1 de enero de 2003 y el 31 de agosto de 2024 ha sido de 1.276”. ¡Tremenda la cifra!
Habría que preguntarse el por qué de estas reacciones, también por qué no hay mujeres que violen a los hombres o los agredan sexualmente, por qué no hay manadas de mujeres, y por qué ante situaciones desesperadas ciertos hombres llegan al asesinato. Hay un largo camino aún a recorrer, los datos hablan por sí solos. No creemos que sea un problema mental, psicológico, individual de los hombres por ser hombres, ni por no tener claro las fronteras entre persona y personaje, como ha argumentado Errejón. No puede ser tampoco algo genético que nos lleva a ser lo que somos por determinación hereditaria. El ser humano nace y se hace socialmente. Decía Federico Engels que la primera opresión fue la de la mujer al esclavizarla para uso y disfrute del poder de los esclavistas en las primeras sociedades de clase.
Desde entonces, desde que existe la sociedad de clases, las mujeres estuvieron sometidas. Esto moldeó las costumbres, la psicología de hombres y mujeres. Con el capitalismo la mujer entró en el mundo del trabajo, en el taller y la fábrica y pudo luchar por sus derechos, por la igualdad. Pero todavía las estructuras sociales del capitalismo guardan el principio de propiedad privada que hace que en el fondo sea la causa de tanta violencia. La de aquellos que creen que los seres humanos son propiedad de quienes pueden comprarlos con dinero o someterlos por la fuerza; parece ser que algunos hombres solo se pueden valorar a sí mismos a través de este poder de sumisión.
Es verdad que la concienciación del problema y de la necesidad de frenar estas agresiones es mucho mayor hoy gracias a las grandes movilizaciones feministas que hemos vivido y que actualmente la mayoría de la población aborrece estos actos y en especial, las mujeres se sublevan ante estos hechos. Y esta puede ser una de las razones por la cual la violencia machista permanece: la reacción de ciertos hombres ante la rebelión de las mujeres a su dominio.
El machismo, como el racismo, son sólo engranajes de un sistema violento e injusto que busca dividir, aplastar y agravar la situación de quienes día a día luchan por mejorar las condiciones de vida. Es posible que muchas crean que se puede solucionar este problema con medidas legales, protección policial y jurídica; y, si es verdad que con medidas legales y sociales se puede aminorar el problema, la realidad es que estos problemas no desaparecerán si no acabamos de raíz con lo que provoca esta violencia.
El machismo no es más que la dominación por la violencia del hombre sobre la mujer, que se hunde en la noche de los tiempos cuando se instituyó la división en clases sociales y la opresión de una parte minoritaria de la sociedad sobre la otra mayoritaria. Siglos de educación machista no remitirán mientras la sociedad no tome en sus manos todos los medios de producción y el objetivo de nuestras vidas sea lo común, lo colectivo y los seres humanos asociados vivamos en igualdad real, no sólo legal. Por ello todas las medidas contra la violencia de género deben de llevar aparejadas la perspectiva de abolición de toda opresión y explotación y por ello la determinación de acabar con el capitalismo.
En esta perspectiva tenemos que trazar un horizonte más amplio y señalar que la violencia machista no terminará si no es acompañada de la construcción de una sociedad más justa en todos los terrenos, una sociedad socialista. Solo luchar por una sociedad donde la ausencia de opresión, de explotación, de toda clase sea una realidad, hará posible que hombres y mujeres iguales tengan una mentalidad y conducta libre, igualitaria, en definitiva, emancipada. Y esta sociedad de iguales, comunista, en todas sus acepciones, solo empezará a ser posible a partir de que empecemos a expropiar la propiedad privada capitalista para convertirla en colectiva e igualitaria.