Afganistán no ha dejado de ser en casi toda su historia un desastre humanitario donde la vida poco vale. Los últimos 20 años de guerra y ocupación estadounidense y de la OTAN no han hecho más que agravar la situación.
El triunfo de los talibanes en esta guerra -pactado con los EEUU, no lo olvidemos- ha mostrado las mentiras e hipocresía del imperialismo que nos vendía el conflicto bélico como la lucha contra el terrorismo, por los derechos humanos y la democracia. Tras décadas en conflicto el país sigue siendo pobre, con una esperanza de vida apenas de 63 años.
De su población, 38 millones de personas, casi la mitad está bajo los umbrales de la pobreza y el 30% sufre hambre. La tasa de desempleo está en torno al 60% de la población activa. El sueldo mensual medio es de 17.600 afganis (unos 185 euros) y son las mujeres las que se llevan la peor parte, con un acceso muy limitado al mercado laboral; la mayoría de ellas son analfabetas, soportan matrimonios pactados y son víctimas de continuas violaciones.
El país produce el 70% del opio mundial y posee más de 1400 minerales distintos, entre ellos litio, muy demandado para la fabricación de baterías. Pero sobre todo es un enclave geográfico fundamental para mantener una presencia militar y controlar estratégicamente la zona, base para los grandes negocios de las grandes multinacionales. Oportunidad que EEUU y las fuerzas de la OTAN, entre ellas España, no han dejado pasar.
Desde 2012, casi 4 millones de personas han tenido que huir del país: los refugiados y demandantes de asilo afganos en otros países ascendían, a 31 de diciembre de 2020, a 2,2 millones aproximadamente, según ACNUR. Sin embargo, la gran mayoría de ellos se encuentra en países vecinos.
La salida del ejército estadounidense ha sido caótica, situación agravada por el atentado yihadista que dejó 90 muertos. Han sido abandonados a su suerte muchos colaboradores: traductores, intérpretes, asistentes… y todo ello aún cuando el final de la ocupación era la crónica de un suceso anunciado y pactado. Este caos, casi retransmitido en vivo y en directo, no es solo responsabilidad de EEUU, sino de todos los países intervinientes, España incluida, que tan sólo ha sido capaz de evacuar a mil y pico de estos colaboradores.
En estos momentos muchos dirigentes políticos norteamericanos y europeos vierten lágrimas por la situación de pobreza de los afganos, por la situación de la mujer, por el hambre, por los derechos humanos vulnerados en el horror que allí se vive, que se reforzará ahora más con los talibanes en el poder. Son lágrimas de cocodrilo pues no hay que olvidar que estos mismos talibanes, los enemigos de hoy, eran amigos de ayer y fueron sostenidos, armados y financiados por EEUU porque en esos momentos interesaba al imperialismo estadounidense contra la URSS.
Todo está en el guion, pues las guerras imperialistas son guerras por el dominio económico y político del mundo y siempre causan los mismos estragos: muertes, desolación, familias separadas, exilio, miseria, hambre… Ahí está el ejemplo de Vietnam en el siglo XX o en la actualidad Yemen, Siria, Iraq, por no hablar de las guerras mundiales.
El imperialismo, nunca aportó una solución, sino todo lo contrario, es el problema. Ya lo dijo el mismo Biden en un ataque de sinceridad: el objetivo del ejército en Afganistán no era impulsar la democracia, sino por interés para los EEUU.
Ahora, tras secarse las lágrimas de cocodrilo comenzará otro vertido de “ayuda humanitaria” hacia Afganistán, que no se hará por esas razones, sino para comenzar los negocios, entre otros, la reconstrucción. De hecho la UE ya ha declarado que va a multiplicar por cuatro la ayuda al desarrollo, destinando unos 200 millones de euros. Las lágrimas serán pronto sustituidas por la voracidad de los buitres disputándose las inversiones y los futuros beneficios. ¡Al fin y al cabo qué importan un puñado de vidas humanas cuándo lo que está en juego son los intereses imperialistas de los negocios capitalistas y sus multinacionales!
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República de Saur: en el país de los ciegos…
A raíz del desastre acontecido en Afganistán, hay un cierto interés entre ciertos medios de “izquierdas” de presentar la República de Saur como una revolución comunista que aconteció en 1978, dirigida por el Partido Democrático Popular de Afganistán.
En realidad, se trató de una sublevación, un golpe, contra el presidente afgano Mohammed Daus Khan. Se loan los logros de la pretendida revolución socialista: hizo la reforma agraria, dio a la mujer su lugar en la sociedad, proclamó la igualdad de derechos, nacionalizó…
Si bien es cierto que esta sublevación quiso modernizar el país y traer consigo mejoras y reformas, no se puede catalogar de revolución del pueblo pues fue realizada por la élite del ejército, intelectuales y profesionales de clase media, con escaso arraigo entre la población. Poco o nada tuvo que ver el pueblo con todo ello y las medidas reformistas en cuanto a la tierra fueron muy limitadas e ineficaces pues los campesinos pobres carecían de los instrumentos y aperos necesarios.
Nada tiene que ver la Repú- blica de Saur ni la intervención rusa en Afganistán, con la política bolchevique en la Revolución Rusa, protagonizada por las y los trabajadores y campesinos pobres, y cuyas acciones siempre estaban enmarcadas dentro del objetivo de aumentar el nivel de conciencia de los trabajadores, como primer paso para ir extendiendo la revolución socialista hasta hacerla mundial.
Las revoluciones socialistas tendrán que ser realizadas por las masas obreras en lucha, lo contrario serían caricaturas disfrazadas por golpes de estado. Tal y como la práctica histórica ha demostrado, el socialismo, el comunismo, es imposible dentro de los límites de un país. El socialismo será mundial o no será.