Hace unos meses salió en Bolsa la nueva empresa "Terra" relacionada con Internet. Esta empresa es el portal de Telefónica para todo el mundo de lengua castellana. En pocas horas las acciones se revalorizaron obteniéndose beneficios inmediatos. Curiosamente Terra hasta ahora es una empresa con pérdidas y no obtendrá beneficios hasta el 2002 según los expertos, por lo cual la subida de las acciones sólo se debe a la especulación bursátil, que como en la ruleta apuestan por los "previsibles" beneficios. Rápidamente estalló el escándalo de las "stock options", que no son más que el "regalo" a los ejecutivos de Telefónica de acciones, en este caso de Terra con opción de compra antes de su salida a Bolsa y en condiciones de negocio seguro. 100 directivos de Telefónica usaron estas acciones logrando en cuestión de horas, millones de beneficios, calculándose en unos 50.000 millones de ptas. los beneficios finales que obtendrán.
Pero está la otra cara de la moneda. Telefónica y todo su conglomerado de empresas obtienen miles de millones de beneficio y a su vez destruyen miles de empleos con ayuda del estado. Han reducido empleos con la ayuda del estado que pagará seguros de paro, prejubilaciones, deducciones etc.. De 75.000 puestos de trabajo en 1992 han pasado a 46.400 en 1999. Este escándalo ha dado a conocer públicamente a los españoles lo que es una característica del capitalismo mundial: el dominio del capital financiero.
En septiembre del año pasado el anuncio simultáneo del grupo francés Michelín de 3500 supresiones de empleo y de beneficios records y un alza del 12% por acción del grupo, en el mismo día, provocó indignación en Francia. Una empresa de talla internacional en la que los beneficios se cifran en miles de millones de francos, que quiere cínicamente echar a millones de trabajadores a la calle, y que en el contexto de paro actual, ni siquiera contrata para reemplazar a los que se van, y todo ello con el fin confesado de aumentar los beneficios ya considerables.
Es verdad que el escándalo de Telefónica o Michelín no es sino el último ejemplo de una serie de escándalos internacionales del mismo tipo. Trátase de grupos como Alcatel, Danone o Renault, de capital francés, británicos como BP-Amoco, Glaxo- Wellcome o Unilever, o la alemana Siemens, la lista de grandes grupos capitalistas, que llenos de beneficios insolentes anuncian planes de supresiones de empleo afectando a miles, decenas de miles de trabajadores, se extiende cada día.
En Michelín como en otros casos se ha invocado las presiones de los mercados bursátiles y los famosos fondos de pensiones americanos. Pero lo que los dirigentes de Michelín han omitido precisar es que los jubilados del otro lado del Atlántico no están mejor tratados que los de aquí, sino que por el contrario la cartera de acciones de la familia Michelín, ¡ha visto aumentar su valor ocho veces por el sólo efecto de anunciarlo!.
Por hipócrita que sea la manera que los grandes patrones de la industria se quejan de un sistema en el cual son más responsables que los trabajadores a quienes ellos despiden, sus explicaciones denotan a la vez un fenómeno real: la sumisión creciente de las grandes empresas a los mercados financieros.
Pero al mismo tiempo, el ejemplo de Telefónica, Michelín y otros muestran claramente, que el capital financiero supera al productivo a su costa, es decir, que las empresas harán repercutir los beneficios suplementarios que se les exigen sobre las espaldas de los trabajadores, por la vía de bajar la masa salarial, de la generalización de la precariedad, reduciendo puestos de trabajo, al realizarse la misma cantidad de trabajo con menos mano de obra, o aprovechándose de la disminución de trabajadores y por la agravación de las condiciones de trabajo. Esta sumisión creciente de las empresas a las exigencias del capital financiero se nutre ante todo de la explotación creciente de la clase obrera, que resulta del mismo retroceso de sus luchas en un contexto donde desde hace años el peso del paro erosiona la combatividad de los trabajadores. Y esto no es un problema de aritmética financiera, como pretenden los economistas, es un problema de la relación de fuerzas sociales.
El accionista rey
En los últimos años, una nueva jerga ha ido enriqueciendo el vocabulario de la prensa económica. Se habla de " nueva gestión de las empresas ", de " gestión por objetivos ", o también, de " creación de valor para el accionista ", fórmula que al menos es algo más explícita.
Detrás de este lenguaje florido, está sencillamente la idea de que las empresas deben contentarse con optimizar no sólo los beneficios (lo que andan haciendo desde siempre, por supuesto) sino también la cotización de sus acciones en Bolsa.
¿ Quiénes son esos accionistas para quienes tendrían las empresas que " crear valor " ? En gran parte (de un 60 a un 80 por ciento según las plazas bursátiles), se trata de fondos de inversión que hacen fructificar capitales por cuenta de terceros - entre los cuales particulares, bancos, empresas no financieras y por fin los famosos fondos de pensiones. A estos fondos de inversión se les exige facilitar a sus clientes un rendimiento mínimo, previamente concertado, de los capitales que se les confió. Sus gestores obtienen beneficios en parte de comisiones, pero sobre todo de los beneficios especulativos que logran obtener además de los que abonan a sus clientes. Su objetivo no es el de constituirse una cartera de acciones en diversos sectores de la economía para obtener de ellas beneficios a largo plazo, sino el de realizar con los fondos de los disponen, los máximos beneficios especulativos en el plazo más corto posible. De modo que, al comprar acciones, no son tanto los dividendos lo que les interesa como la esperanza de ver el valor de esas acciones subir rápidamente, para quitárselas de encima cuanto antes con un beneficio considerable.
Ahora bien, esos fondos de inversión representan un poder considerable. Por no dar más que un ejemplo, el número uno mundial de dichos fondos, el banco suizo UBS, gestiona capitales cuyo importe total supera el del conjunto de las acciones cotizadas en la Bolsa de París. Está claro que en teoría, un fondo como UBS cuenta con los recursos necesarios para ofrecerse el control de cualquier gran empresa, incluso de las mayores multinacionales. Sin llegar a tanto, puede sin dificultad adquirir una participación en una empresa lo suficientemente importante como para poder dictarles a los directivos su política. Lo hará con más gusto aún si dicha empresa ha dejado que se degradara el precio de sus acciones hasta el punto de seducirle con la perspectiva de un buen negocio. Una vez en la plaza, el predador impulsará medidas que inciten a los operadores bursátiles a que esperen un aumento a corto plazo de los beneficios de la empresa, de forma que haga atrayentes sus acciones. ¡ Qué más dan entonces las consecuencias a más largo plazo, para la misma empresa, y aún menos para sus trabajadores !
Detras del frenesi especulativo en bolsa
En el sistema capitalista, los mercados bursátiles tanto como el sistema bancario, desempeñan un papel imprescindible de intermediarios entre las empresas y los poseedores de capital.
Este papel consiste en centralizar el capital-dinero de los capitalistas de producción y de comercio así como, dicho sea - siendo los fondos de pensión un ejemplo entre otros- el ahorro voluntario o forzado de las clases populares para ponerlos a la disposición de la economía capitalista bajo la forma de crédito.
Al anticipar los fondos el tiempo que se reproduzca el capital invertido, el sistema financiero permite acelerar la circulación de capital y es el intermediario imprescindible
para la perecuación de la tasa de provecho. Pero este papel, que sigue vigente, ha pasado al segundo plano desde hace mucho tiempo, desde que el imperialismo ha alzado hasta la cumbre el parasitismo del sistema capitalista y desde entonces, el capital financiero, de mero intermediario que era, se ha vuelto el dueño de la economía.
Son cada vez más frecuentes los periodos en que los mercados bursátiles no se conforman con desempeñar ese papel repartidor y en que también son el marco para otros fenómenos, como la especulación financiera, que en vez de favorecer el funcionamiento de la economía capitalista contribuyen a desestabilizarla.
Es lo que pasa hoy día, con un frenesí especulativo en las plazas bursátiles de los países industrializados que lleva ya, casi de continuo, siete años. Y la sensibilidad exacerbada de las empresas al mercado bursátil es a la vez una consecuencia de este frenesí, y a la vez uno de sus alimentos.
Fue el 5 de diciembre de 1996 cuando el presidente del banco de Reserva Federal Americana, Alan Greenspan, lanzó su primera advertencia en cuanto a los peligros de la " burbuja " especulativa. Habló de la " exuberancia irracional " de los mercados bursátiles y del riesgo de " correcciones imprevistas y prolongadas ". En dicha época, el índice Dow Jones, que mide la evolución de los valores industriales en la Bolsa de Nueva York, estaba en 6448. A los siete meses, el que estallara la crisis financiera en el sudeste asiático provocó un repliegue hacia las grandes plazas financieras. Pero no duró mucho. El 97 finalizó con un alza del 22% del Dow jones. Y apenas se notó, al año siguiente, el impacto del derrumbamiento del rublo y luego el nuevo desplome en el sudeste asiático. El 98 finalizó de nuevo con un incremento, menor es verdad, del 16%. Y en el momento en que estamos escribiendo, el Dow Jones ha subido un 13% en comparación con finales del 98.
En otros términos, desde aquella advertencia de Greenspan, pese a la devastadora crisis financiera que afectó al sudeste asiático, a Rusia, y algo menos a Latinoamérica, sin hablar de las constantes amenazas de quiebras que hicieron temblar a los financieros de Wall Street, la Bolsa de Nueva York ha subido del 60% en tres años, mientras que el producto interior bruto no ha subido más que del 12% y los beneficios empresariales del 32%.
Ese desajuste entre el frenesí bursátil y la realidad económica no es el único, ni tampoco el más aberrante. En el informe anual del Banco de los Reglamentos Internacionales se señaló que el valor de las acciones comparado con el de los dividendos repartidos es tres veces superior en 1998 a la media observada durante los 25 años anteriores.
Además, para el favorito del mercado bursátil americano - lo que llaman los " valores Internet ", es decir las acciones de las sociedades de todo tipo relacionadas de una forma o de otra con el desarrollo de la red Internet y más generalmente de los nuevos medios de comunicación como la telefonía móvil - el desajuste alcanza proporciones tremendas. Así es que la capitalización bursátil de Yahoo!, mayor empresa de ese sector, supera, con 37 mil millones de dólares, la del coloso del petróleo Texaco, mientras que los beneficios de Yahoo ! en 1998 no superaron los 100 millones de dólares. Con ese ritmo, precisarían sus directivos nada menos que 370 años para cubrir el capital que pretende representar la compañía. Pero éste no es el peor de los casos puesto que la capitalización bursátil media de una sociedad Internet representa entre 600 y 1000 veces sus beneficios anuales- para las que generan un beneficio, lo cual no es ni mucho menos el caso de todas, incluso entre las mayores.
Son estos valores Internet la ilustración más caricaturesca de lo que nutre el frenesí especulativo de Wall Street. Si los operadores bursátiles están ahora peleándose por comprar acciones cuyos precios andan por las nubes y que casi no hacen ganar nada, es que están convencidos de que la red Internet acabará generando beneficios extraordinarios... algún día, justificando así el nivel astronómico alcanzado hoy en día por las acciones Internet.
Pero este comportamiento especulativo estriba de algún modo en una realidad tangible : los beneficios realizados hoy en día y su tendencia a aumentar desde hace unos años. Es éste un fenómeno muy real que de hecho no es más que el reflejo de aquel otro fenómeno, realísimo también, que es la explotación creciente de los trabajadores.
Y muy lógicamente, los que se benefician actualmente del incremento de los beneficios andan buscando los sectores en que sus inversiones futuras les permitan ganar tanto como ahora y más, al apostar por sectores nuevos, en plena expansión y en que la competencia todavía no está amenazando los beneficios, aunque estén todavía por venir, al contrario de los sectores de actividad más antiguos, quizás más estables en apariencias, pero que no dan a presagiar una aceleración rápida de la curva de los beneficios.
Es esta anticipación de los beneficios venideros, llevada al extremo en el caso de las acciones Internet, lo que fomenta el frenesí de la especulación bursátil. Los operadores no compran acciones con respecto a lo que hacen las empresas que representan, sino según su propia estimación de la idea que se hacen los demás operadores (" el mercado ", como dicen los comentadores, como si se tratase de una entidad soberana y pesada) de los beneficios venideros. Y es la masa colosal de capital que participa de este movimiento de anticipación lo que dispara los precios de algunas acciones Internet, y lo que transforma las anticipaciones en especulación. La venta y la compra de las acciones empresariales de ese sector resultan vectores mayores del movimiento especulativo.
De la "nueva economia" al espectro de 1929
Cuando se trata de defender los intereses de clase de la burguesía, aunque haya que justificar las peores aberraciones para ello, nunca han faltado voluntarios dentro de los "economistas" de turno. Y hoy en día se ven algunos que pretenden dar una explicación "racional" destinada a legitimar las aberraciones financieras del sistema.
Hoy en día, lo tópico de los comentarios de los "expertos" consiste en decir que la economía americana ha acabado resolviendo el problema de sus crisis sistémicas pasadas y que, gracias a la combinación de las nuevas tecnologías (entre ellas Internet, por supuesto) y de la liberalización de los mercados, ha llegado la era de una "nueva economía", sin crisis, llamada a conocer un crecimiento ilimitado - crecimiento que entonces justificaría a la par la locura de las anticipaciones sobre los beneficios futuros que se dan en todos los mercados bursátiles.
Ahora bien, ¿ qué es esto de "nueva economía" ? "The Economist", periódico de negocios semanal británico, que por otro lado alaba mucho lo que él llama el "modelo americano", ha dedicado en el pasado mes de julio una serie de demoledores artículos a lo que él considera como un "mito peligroso".
Así, señala "The Economist", el crecimiento medio de un 4 % registrado por la economía americana durante las tres últimas décadas disimula caractéristicas que no son las de una economía próspera o en vías de serlo. Durante los años noventa, las inversiones de las empresas es verdad que han aumentado, pero no en todos los sectores por igual : en su mayor parte, este aumento se debe a la fuerte subida de la compra de material informático, que ha representado el 14 % del total de las inversiones, mientras que las demás inversiones en el sector de la producción no han hecho, en el mejor de los casos, más que quedarse estancadas. Así mismo, el crecimiento económico es muy desigual. Entre 1995 y 1998, el sector de la informática (material, programa y servicios) aporta por sí solo un 35 % al crecimiento económico pero sólo un 8 % al producto interior bruto - lo que significa que hay un estancamiento o un retroceso en muchos otros sectores. Ocurre lo mismo también en lo que se refiere al aumento de la productividad en las industrias de producción. Entre 1995 y 1998, sólo el sector de la producción de ordenadores conoce un crecimiento de la productividad más rápido que en los años anteriores, y no representa más que el 1 % de la producción nacional americana. En realidad, la tasa de crecimiento anual de la productividad incluso baja en 1995-1998 en el sector de los bienes de equipamiento, comparado con el período 1972-1994.
Diga lo que se diga sobre la prosperidad americana y el nivel más alto de empleo que se habría alcanzado allí (pero todo el mundo sabe que se trata sobre todo del nivel más alto de precariedad), todos estos elementos indican antes que nada que esta economía está estancada. Seguramente que la informática y las nuevas tecnologías tipo Internet tiran de ella, gracias a la enorme cantidad de capitales que se agitan dentro de la esfera financiera en busca de beneficios a muy corto plazo. Pero todo indica que la economía en sí ni siquiera se estremece por ello.
En cambio, muchos de los comentadores que se preocupan con razón de las aberraciones erráticas de la Bolsa y de las consecuencias en el sector de la producción han relacionado la situación actual con la que precedió a la crisis de 1929. En 1928 también, había debates sin fin para saber si en Wall Street las acciones estaban sobreestimadas o no. En aquella época también, los defensores del sistema pretendían que la era de las crisis había terminado y que las "nuevas tecnologías" (las de los años 1920 - la radio, el teléfono, la aviación, la electricidad, el automóvil) abrían un porvenir radiante de expansion ilimitada al mercado capitalista. Pero esto no ha impedido el crac de 1929.
No sólo hay que establecer tal relación sino que habría que añadir que al menos, en 1929, las "nuevas tecnologías" implicaban la creación de industrias enteras, que iban desde la siderurgia pesada a las obras de construcción de las autopistas y de los aeropuertos. Mientras que las pálidas imitaciones de ellas hoy, a pesar de todas las promesas que conllevan para la mejora de las comunicaciones en el planeta, no implican el desarrollo de ninguna gran industria productora de valor que hubiera podido reemplazar las que han sido destruidas durante cerca de casi tres décadas de crisis capitalista. Si es que, por cierto, las inversiones en el ámbito de los ordenadores, que son el motor de la expansión de este sector, siguen al mismo ritmo una vez pasado el umbral del año 2000 y de la renovación del parque informático que ha supuesto para decenas de miles de empresas en todo el mundo.
Entonces, con más razón, sólo cabe pensar que esta gigantesca "burbuja" bursátil americana, que por cierto se extiende indirectamente al conjunto de la esfera financiera, y a todas las plazas bursátiles del planeta, no puede seguir indefinidamente hinchándose sobre la base del Eden prometido por las "nuevas tecnologías" y demás pamplinas.
El parasitismo insoportable del capital financiero
Por supuesto, nadie puede decir si esta "burbuja" especulativa acabará por estallar o si se desinflará como un globo, ni sobre todo cuando. Como tampoco se puede decir cuáles serán entonces los daños para la economía ni a qué nivel.
Pero, sin esperar a que llegue tal momento, podemos ya ver como esta "burbuja" financiera pesa cada vez más sobre el sector de la producción.
Para volver a los tópicos que están de moda, incluso un determinado partidario de la economía de mercado como la revista mensual "Enjeux - Les Echos" reconoce hoy el papel perverso que tienen los mercados financieros mediante la portada de su número del mes de octubre pasado que llevaba el título : "Creación de valor, la dictadura del corto plazo". Y esta revista explica con todo detalle como la prioridad dada a la valorización de la cotización de las acciones ha llevado a grandes empresas a escoger vías que luego han lamentado - como por ejemplo el abandono de sectores de actividad que hacían bajar la rentabilidad del conjunto de la empresa o la acumulación de un endeudamiento excesivo hacia los bancos para financiar operaciones "valorizadoras" a nivel bursátil.
Por supuesto esta revista de la patronal no tiene en cuenta entre los perjuicios la supresión de decenas de miles de empleos para satisfacer el apetito indicial de los bolsistas, pero no es de extrañar.
Ahora bien, Telefónica no es más que un ejemplo entre otros. El pasado mes de febrero, el coloso anglo-holandés Unilever que ocupa el séptimo lugar en materia de beneficios, anunció 500 000 millones de pesetas de beneficios en 1998, o sea un alza del 26% respecto al año anterior. Al mismo tiempo, los directivos de Unilever publicaban un parte diciendo que pretendían volver a comprar por un total de 1,3 billón de pesetas de acciones porque, declaraban, " no vemos cómo podemos usar mejor nuestra liquidez ". 1,3 billón de pesetas, o sea lo suficiente para crear una decena de fábricas y miles de empleos útiles para la sociedad. ¡Pero los dirigentes de Unilever no han visto cómo " usar mejor " ese dinero ! No obstante, en los siete años anteriores, Unilever había cerrado una cuarta parte de sus capacidades de producción en Europa y despedido a 20 000 asalariados.
Al cinismo de los dirigentes de Unilever se le puede añadir una buena dosis de hipocresía porque si hoy están volviendo a comprar ese importante número de acciones, no es por filantropía, ni siquiera de cara a los accionistas. Lo que pretenden ante todo es reducir la cantidad de acciones Unilever en circulación, lo cual genere el alza de la cotización, y de paso incremente el valor de las " stock options " que sin lugar a dudas se han esmerado en acumular.
Ese tipo de operaciones por las cuales las empresas vuelven a comprar sus propias acciones para subirles el precio es algo muy corriente en los países anglosajones. Para levantar nuevos capitales, las empresas prefieren pedir préstamo a los bancos, lo cual les permite aprovechar las tasas de interés bastante bajas y sobre todo no arriesgar una baja de la cotización de sus acciones. De modo que hoy día, el endeudamiento de las empresas americanas alcanza un nivel récord, equivalente a 3 veces su capital. Bastaría con que se produjera un sobresalto bancario para que posiblemente asistiéramos a una hemorragia de quiebras.
Se anucian cada vez más supresiones de empleos para crear colosos industriales, no con el fin de aumentar la producción o de racionalizarla, sino para fortalecer las posiciones financieras adquiridas, protegerse de los predadores e impulsar un tanto más la cotización de las acciones al alza.
Ese parasitismo del capital financiero repercute cada vez más en la economía, respaldado por gobiernos atentos en no perturbar los mercados financieros de los cuales dependen ellos también por la vía de la deuda pública. Las aberraciones que genera este parasitismo no conllevan sólo un gran peligro para el porvenir de la sociedad en su conjunto sino también consecuencias gravísimas para los trabajadores, y además agravan la catástrofe social que están conociendo los países ricos desde hace más de una década.
Pero no sólo se trata de un problema económico como parecen pensarlo unos cuantos críticos de este parasitismo del capital financiero - por muy acertadas que resulten las críticas. Por ejemplo, aunque de cierto modo sea válido el paralelismo que algunos establecen entre las aberraciones actuales y las de los años 1920, no lo es al nivel político y social.
Que hoy día pueda desempeñarse de esa forma y a tal escala el parasitismo del capital financiero hace patente una relación de fuerzas social que posibilita una agravación de la explotación de la clase obrera. Por eso, el pensar que se podría cambiar la marcha de las cosas al introducir un poco de contribución por aquí y un poco de reglamentación por allá, es sencillamente irrisorio ya que el problema se plantea a escala mundial. Si han de tomar el rumbo opuesto las cosas, y por supuesto que hay que actuar por esa perspectiva, será a raiz mucho más de las reacciones de la clase obrera que de los chismes más o menos novadores cuyo fin es el de regular un sistema que no se puede regular.
29 de octubre de 1999