Según la FAO, 806 millones de personas sufrían hambre en 2016, mientras había 796 millones de obesos. El hambre y el sobrepeso son síntomas de un mismo problema y están relacionados muy estrechamente con el sistema de producción capitalista y al consumo de alimentos procesados. Tanto en países industrializados como en naciones en desarrollo, los más vulnerables son las personas con menos recursos: España, a pesar de ser uno de los países con mejores hábitos alimenticios y más longevos, resulta que hasta el 22,37% de las personas pertenecientes a las capas con rentas más bajas tienen obesidad, frente al 9,29% de las que viven en familias con mayor poder adquisitivo. Los pobres se alimentan peor y no cuidan su salud tanto como los ricos.
Alimentos nutritivos y frescos son más caros que los envasados y procesados, por ello, en los hogares donde escasean los recursos se compran alimentos más baratos que, a menudo, son hipercalóricos y con poco valor nutritivo. Entre la población más pobre, la bollería industrial, la comida basura y las bebidas azucaradas están sustituyendo a la dieta tradicional mediterránea basada en legumbres, frutas, verduras, pescado y aceite de oliva, debido al elevado precio de estos productos, por lo que la población más pobre está expuesta a los graves efectos de la obesidad y enfermedades derivadas de una mala nutrición: aumento del riesgo de diabetes tipo 2, enfermedades del corazón, síndrome de apnea durante el sueño, hipertensión y riesgo de cáncer de muchos tipos.
Un dato importante: el elevado precio de la energía en los hogares hace que disminuya el cocinado de alimentos optando por bocadillos o alimentos procesados. Las grandes cadenas de alimentos procesados mantienen una homogeneidad casi absoluta en el tratamiento y procesado de productos cárnicos o agrícolas, con grandes concentraciones de animales en condiciones insalubres y con graves consecuencias para la salud humana y el medio ambiente. Además, reciben subvenciones millonarias para producir maíz y soja, que sirven de insumos para los alimentos procesados que se ofrecen en los supermercados. Hoy, podemos decir, que la industria alimentaria ha convertido el tracto digestivo de la población en un espacio de rentabilidad, que ocasionará graves consecuencias en los sistemas sanitarios mundiales.
El capitalismo atraviesa lo que se convertirá en la peor crisis de su historia, arrastrando a la barbarie a los más castigados por el sistema, dañando seriamente su salud. Las referencias a una posible recuperación pretenden ignorar la verdad: y es que la supuesta normalidad de antes de la crisis ya era una pesadilla.