A finales de septiembre se aprobó la nueva ley de teletrabajo que comenzará a aplicarse a mediados de octubre. Mucho se ha hablado del teletrabajo en estos meses de pandemia y muchos trabajadores, otros no, acogieron la medida con alivio y alegría.
En esta nueva ley, será considerado teletrabajo cuando el trabajo a distancia ocupe al menos un 30% de la jornada, en un periodo de referencia de tres meses y la empresa debe facilitar las herramientas y medios de trabajo que sean necesarios. Por otra parte, el teletrabajo se debe pactar por escrito, es un pacto voluntario y reversible, y se tiene que indicar las herramientas que van a ser necesarias, los gastos que se producirán, el horario y la duración del acuerdo, entre otras cosas.
Muchos trabajadores, sobre todo en las grandes ciudades, se ahorrarán tiempo de desplazamientos, atascos, aglomeraciones en los transportes, y se muestran contentos con la nueva regulación. Pero ¡ojo! No es oro todo lo que reluce. Entre otras cosas el teletrabajo aísla sobremanera al trabajador, con todo lo que ello implica a nivel laboral, pero también humano y social.
La pandemia no ha hecho más que acelerar un proceso que ya existía: muchas patronales –no solo en España- ansiaba una regulación y una implementación del teletrabajo desde hacía tiempo y este deseo desde luego no es para dar satisfacción a los trabajadores sino porque lo ven bueno para sus negocios. En España, ha habido durante la pandemia 3 millones de trabajadores con teletrabajo y muchos ya han comprendido que el teletrabajo… ¡también es explotación!
Jornadas sin horario final, a la carta, sin descansos, por cumplimiento de tareas que ha llevado a muchos trabajadores a tener que trabajar incluso en días festivos. De esta forma muchas empresas que han organizado según su criterio los tiempos a realizar tal tarea o cumplir tal objetivo y con determinado criterio de calidad, han visto su productividad crecer y sus costes descender. Con esta fórmula no es difícil imaginar que el teletrabajo sea algo prometedor para muchas empresas, que, además, ahorrarán en edificios, mantenimiento, limpieza, transporte, etc.
Indudablemente que se legislen estos aspectos es beneficioso para el trabajador; otra cosa luego es que la ley se haga cumplir. También habrá que estar alerta a la experiencia, quizás más desarrollada a nivel de otros países europeos, dónde se ha encendido ya la alarma del poco camino existente entre el trabajador que teletrabaja y el trabajo autónomo; en un plis plas muchos trabajadores se han visto forzados a aceptar convertirse en autónomos, y en lugar de una vinculación laboral tener un contrato comercial. ¡Y la diferencia entre ambas categorías es enorme!
Prueba de ello es la lucha que los conductores de VTC han mantenido para conseguir que su “vínculo” con la plataforma Uber sea considerado contrato de empleo.
Pues sí, no hay que olvidar que el teletrabajo también es explotación; con la crisis capitalista agudizada ahora por la pandemia, la explotación está empeorando, y el quid de la cuestión es combatirla, sea cual sea la forma que adopte.