Los partidos obreros en el gobierno para arrancar el poder a los trabajadores

打印
España 1931-1937 - la política de Frente Popular en contra de la revolución obrera
febrero 2006

Ante la impotencia del gobierno Giral, el 4 de Septiembre, el Partido Socialista se decidió a asumir las responsabilidades gubernamentales y Largo Caballero, el dirigente del ala izquierda y de la UGT, se puso a la cabeza del gobierno. Impuso como condición, la presencia de ministros comunistas; era la primera vez que miembros del Partido Comunista (eran dos) participaban en un gobierno burgués. Prieto y Negrín representaban el ala derecha del Partido Socialista. Había también cinco ministros republicanos, incluído Giral.

Largo Caballero reconstruye el aparato de Estado

Largo Caballero reorganizó un Estado Mayor, llamó a todos los oficiales que pasaban por republicanos e intentó imponer la militarización de las milicias combatientes, que debían integrarse en el ejército.

El gobierno lanzó una campaña de enrolamiento en la guardia civil, la guardia de asalto y los carabineros. Terminó por enrolar y armar en pocos meses más fuerzas represivas de las que había antes del 19 de Julio en todo el conjunto del territorio. Dirigió una campaña para que las antiguas milicias devolvieran sus armas para que “no falte ninguna en el frente”, pero paralelamente, armó sus propias fuerzas de represión.

Los dirigentes de la CNT y del POUM no habían reclamado jamás la disolución de lo que quedaba de los cuerpos de represión. No denunciaron su reconstitución, ni pusieron de ninguna forma en guardia a los trabajadores contra el peligro que representaban, limitándose simplemente a usar el termino: “camaradas guardias.”

La disolución de los comités y su reemplazo por los consejos municipales tuvo lugar por todas partes, al menos sobre el papel.

Para arrancarles de la mano las empresas tomadas por los obreros, trabajadores y campesinos, el gobierno no tuvo otra solución que nacionalizarlas.
Los comités, las milicias, ninguno de los órganos locales de la clase obrera, querían desaparecer. Resistieron palmo a palmo y no obedecieron las órdenes. El gobierno necesitó varios meses para retornarlos en sus manos.

La CNT y el POUM entran en el gobierno catalán…

En Cataluña también se formó un nuevo gobierno nacional. El 27 de septiembre, en efecto, los anarquistas aceptaron, a petición de Companys, entrar oficialmente en el gobierno de la Generalitat al cual sólo exigieron rebautizarlo como “Consejo de Defensa”. Era un miembro del partido de Companys, Tarradellas, quien lo presidía. Aceptaron la dirección de Sanidad, Avituallamiento y Economía. Más tarde García Oliver fue nombrado Secretario de Estado de la Guerra y otro miembro de la CNT se convirtió en jefe de la policía. El Comité Central de Milicias fue disuelto y sus comisiones incorporadas a sus homólogas de la Generalitat.

En cuanto al POUM, hizo exactamente lo mismo y aceptó en la persona de Andrés Nin, ¡el Ministerio de Justicia!

Para justificarse, el POUM afirmó que el nuevo gobierno era “de un tipo original, no duradero, de transición revolucionaria, que será desplazado por la toma total del poder por las organizaciones obreras”. El órgano del POUM respondía a las críticas de Trotski: “… se trata de un gobierno revolucionario y (..) el deber del POUM es participar en él. No solo porque los representantes de los partidos obreros están en mayoría, sino sobre todo porque su programa es un programa revolucionario, cuya realización debe tener como consecuencia el hacer avanzar la revolución”. El órgano de las juventudes del POUM, opuesto a la participación, reconocía que “nuestro partido ha entrado en la Generalitat porque no quería ir a contracorriente en estas horas de extrema gravedad …”

En efecto toda la política del POUM estaba condicionada por la de la CNT. El objetivo de los dirigentes del POUM era convencer a los dirigentes de la CNT. Al no conseguirlo, se ponían a su remolque. No solamente no criticaban públicamente a los dirigentes por su capitulación, sino que se capitulaban ellos mismos para no separarse de estos dirigentes.

Decir la verdad sobre la política del Frente Popular, sobre la de la CNT, denunciarlas era, para los revolucionarios, la única política posible. Si el POUM hubiera corrido el riesgo de romper con los dirigentes anarquistas que se inclinaban cada vez más hacia el reformismo, habría podido quizá conquistar la audiencia de toda una parte de la CNT, compuesta realmente de militantes revolucionarios que buscaban una salida a la situación. Habría podido quizá en algunos meses convertirse en mayoritaria en la clase obrera de Cataluña que se radicalizaba, que combatía, que quería verdaderamente ganar. Evidentemente esto no estaba escrito. Pero de cualquier manera, fuera de esta política, no tenía ninguna posibilidad de ayudar a la clase obrera a vencer.

Pero los dirigentes del POUM no querían ser acusados de romper la unidad. No querían ser acusados de sectarismo. No habían cambiado desde que habían firmado el pacto del Frente Popular : representaban siempre el ala más a la izquierda del Frente Popular pero de ninguna forma un partido obrero revolucionario. No tuvieron jamás la audacia política de intentar jugar el papel que el partido bolchevique, también pequeño y minoritario al principio de la revolución, jugó al frente de la clase obrera rusa.

… que lleva adelante la misma política que el gobierno central

El gobierno Tarradellas decretó, pocos días después de su formación, la disolución de los comités y su reemplazo por consejos municipales. La CNT y el POUM firmaron los decretos, y muchos otros… Nin debió convencer al comité de Lérida para aceptar su transformación en consejo municipal igualmente que el resto, es decir que el POUM tuvo que ceder para que los partidos burgueses tuvieran representación allí.

Los dirigentes anarquistas hicieron lo mismo en los comités que ellos controlaban. Exactamente como el gobierno central, el gobierno Companys reconstruía el aparato del Estado, las fuerzas armadas, las autoridades civiles, los tribunales e intentaba tomar la dirección en las empresas.

La CNT entra en el gobierno central

En Octubre de 1936, el peligro se concentró sobre Madrid que el ejército franquista pensaba tomar sin pegar un tiro. Cuando llegaron a las puertas de la capital, el gobierno decidió huir a Valencia. Algunos días antes tan sólo, el gobierno había sido remodelado para que entraran en él cuatro ministros de la CNT. Ésta había aceptado, tras cerca de dos meses de discusiones y de votaciones contradictorias, su participación en el gobierno central de Largo Caballero. He aquí la justificación de la CNT en su órgano central, Solidaridad Obrera, del 4 de noviembre: “La entrada de la CNT en el gobierno central es uno de los hechos más transcendentales que registra la historia política de nuestro país. (…) las circunstancias (…) han desfigurado la naturaleza del gobierno y del estado español. En la hora actual, el gobierno (…) ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la CNT.” Los cuatro ministros de la CNT acababan de ser nombrados por precaución ante la huida del gobierno a Valencia.

El proletariado gana la batalla de Madrid

Con el gobierno habían huido los altos funcionarios, el estado mayor de todos los partidos, las redacciones de todos los periódicos, etc.

El proletariado madrileño fue abandonado a sí mismo. Pero esta situación ofrecía una nueva oportunidad revolucionaria. Los comités se multiplicaban de nuevo, tomando en sus manos todas las tareas y permitiendo la supervivencia de la capital y de los refugiados que afluían en masa de los alrededores : el avituallamiento, los comedores colectivos, la vigilancia de los sospechosos, las pesquisas, la ejecución de los contrarevolucionarios, la vigilancia antiaérea, excavar trincheras, repartir municiones. La clase obrera madrileña podía intentar acabar lo que había comenzado en julio, formando un verdadero gobierno obrero, una comuna en Madrid. Esto habría podido dar a partir de Madrid un nuevo impulso a la revolución en todo el país.

Pera ésta no era la cuestión evidentemente para el Partido Socialista o el Partido Comunista. Si la CNT, aunque minoritaria en la capital, hubiese tratado de arrastrar a la población obrera a tomar oficialmente el poder, ésta se habría convertido quizá, como correspondía a la situación, en la aspiración de las masas después de la deserción gubernamental. Pero, con las manos atadas por su entrada en el gobierno central, dejó que el general Miaja, incompetente según todos, asegurara el gobierno y la defensa de la ciudad. Una vez más sería el heroísmo de la población obrera el que iba a salvar la situación.

Cierto es que a partir de Octubre de 1936, justo antes de la batalla de Madrid, las armas rusas comenzaron a llegar, y con ellas un buen número de consejeros militares soviéticos. Es también en esta ocasión cuando las primeras brigadas internacionales, formadas por voluntarios de todos los países, se constituyeron oficialmente. Esto supuso una ayuda militar pero sobre todo una ayuda moral considerable para los combatientes (las dos brigadas que entraron en acción en Madrid en esa época no representaban más que algunos miles de hombres). Durruti vino también en auxilio con una columna de 4.000 combatientes venidos de Aragón y él mismo murió en los combates. En cuanto al ejército regular, no tenía por así decir apenas tropas y Miaja tuvo que pedir a los sindicatos que le proveyeran de 50.000 hombres. Franco, gracias a la ayuda de Musolini y de Hitler, tenía ya superioridad militar. Sus tropas llegaron justo hasta Madrid. Pero, una vez en los suburbios de la ciudad, tropezaron con una resistencia encarnizada y no pudieron progresar. Finalmente el 23 de Noviembre, Franco decidió abandonar su ataque frontal. Por segunda vez la clase obrera había salvado Madrid, pero no aprovechaba su ventaja.

Las armas de la revolución que el gobierno no podía utilizar

Solamente el establecimiento de un auténtico poder revolucionario proletario hubiera podido vencer a los ejércitos de Franco, no solo por el entusiasmo y la energía que habría suscitado en el campo de la revolución sino, sobre todo, porque ante la superioridad militar de Franco, sólo podían utilizarse armas revolucionarias para vencerle. Se habría podido dar nuevas esperanzas a los obreros y a los campesinos que vivían, con rabia en el corazón, en la zona controlada por Franco, apoyando la actividad revolucionaría de las masas, legalizando la expropiación de los grandes propietarios y las libertades obreras en la zona republicana.

La clase obrera en el poder habría declarado la independencia del Marruecos español, quitando así a Franco la principal base en su retaguardia. Los nacionalistas marroquíes enviaron incluso representantes al gobierno republicano en diciembre de 1936 para proponerle una alianza contra Franco. Pero Largo Caballero se sentía demasiado responsable frente a los intereses de la burguesía española y anglofrancesa como para hacer el menor gesto que hubiera podido levantar las reivindicaciones independentistas en las colonias y renunció a cualquier alianza. Este partido que quería meter en vereda la revolución en la zona que controlaba no buscaba de ninguna manera suscitarla en el campo franquista.

El papel del Partido Comunista

Cuando el gobierno se dió cuenta que, contrariamente a lo esperado, Madrid no caía se preocupó de tomar en sus manos la capital, siempre con la ayuda activa del Partido Comunista y del Partido Socialista y también con la complicidad de los anarquistas.

En la lucha por la restauración del estado burgués, el Partido Comunista terminó por jugar un papel de primer orden. Había encabezado las luchas desde el principio, antes de que Largo Caballero estuviera en el gobierno, pero no tenía entonces gran peso frente al Partido Socialista. Era sin embargo un pequeño aparato adicto a Stalin, que no sufría las presiones que la radicalización de la clase obrera ejercía en el Partido Socialista. Gozando del prestigio de la revolución rusa, podía más fácilmente hacer pasar por revolucionarias posiciones reaccionarias. Tenía las manos más libres incluso que la derecha del Partido Socialista para aparecer como el partido de la ley y el orden. A partir del otoño de 1936, la ayuda militar soviética aumentaría más aún su crédito y le daría una imagen de partido eficaz.

Buen número de oficiales se adhirieron al Partido Comunista a partir de este período. De igual forma el Partido Comunista, partidario de la propiedad individual de los campesinos. atrajo hacia él a las capas de la pequeña burguesía que veía en él un protector contra el anarquismo y contra la revolución en general. Así el Partido Comunista se benefició a la vez de su imagen de partido de orden defensor de la propiedad privada en el seno de las capas medias y pequeño burguesas y de partido ligado a la URSS, el país de la revolución de octubre, el único que ayudaba a la revolución española. El Partido Comunista que tenía algunas decenas de miles de miembros en julio del 36, triplicó o cuadriplicó sus efectivos en seis meses y consiguió por otra parte el control total sobre las antiguas juventudes socialistas con las cuales se fusionaron las juventudes comunistas al igual que sobre el PSUC y en parte sobre la propia UGT.

La ofensiva gubernamental contra los trabajadores

En noviembre de 1936, un decreto gubernamental firmado por todos los ministros, incluido los anarquistas, promulgó la disolución de las milicias de retaguardia y su incorporación en las fuerzas de policía regulares.

Posteriormente se obligó a las milicias del frente a aceptar la militarización. Las tropas se pusieron bajo la autoridad del ministro de la guerra, con el pretexto del mando único. Fue él quien nombró los oficiales y toda la vieja estructura jerárquica, con sus grados y sus ventajas materiales que fueron restablecidos. El antiguo código militar se puso de nuevo en vigor… en tanto se rehacía uno nuevo.

Los tribunales revolucionarios fueron remplazados por tribunales donde se sentaban los magistrados del antiguo régimen. Conforme se reconstruía el poder del Estado, el gobierno disponía de medios de presión cada vez más potentes: las milicias que no aceptaban la militarización no recibían armas ni municiones; las empresas que rehusaban la tutela del Estado, ni créditos, ni materias primas…

Tarradellas, que fue el primer ministro del gobierno catalán, explicó él mismo su política de la época : “Ante la negativa de la CNT a nuestro control, di orden a todos los bancos de no pagar el menor cheque, o de no hacer el menor crédito a las fábricas colectivizadas, sin la autorización de la cancillería de la Generalitat. Los obreros se encontraron entonces en una situación difícil. Agotaron sus disponibilidades líquidas y cuando fueron a la banca les dijeron que no, que tenían necesidad de una autorización especial de la Generalitat. Y la Generalitat decía que no, porque esas colectivizaciones no estaban controladas por nosotros.” Lo mismo ocurría con las materias primas.

Las autoridades saboteaban ellas mismas la producción por razones políticas, e igualmente saboteaban la guerra : el frente de Aragón dominado por los anarquistas no recibía apenas armas. El gobierno no quería que se apuntaran el tanto de la victoria y no les daba los medios para liberar Zaragoza.

El nuevo ministro de avituallamiento, Comorera, dirigente del PSUC, lanzó en enero del 37 una nueva campaña contra los comités, llamando a la pequeña burguesía a manifestarse al grito de “menos comités y más pan”. Aunque oficialmente se habían disuelto en octubre los comités existían todavía por lo que parece.

Por su parte el gobierno central organizó en Valencia una manifestación antiobrera que llamaba a los burgueses de la ciudad para desarmar a las milicias y por el mando único con la consigna: “todo el poder al gobierno”.

La correlación de fuerzas entre la clase obrera y las fuerzas contrarrevolucionarias evolucionaban cada vez más a favor de estas últimas conforme el gobierno conseguía éxitos parciales contra las milicias, contra los comités, contra las colectivizaciones y reorganizaba fuerzas de represión que le eran fieles. Un enfrentamiento decisivo era inevitable.

El POUM apartado del gobierno catalán

En diciembre de 1936, el POUM era expulsado del gobierno catalán por exigencia de PSUC. Libre de toda solidaridad gubernamental, habría podido explicar la situación a los trabajadores, y consagrarse a prepararles para establecer plenamente su propio poder, en una situación en que los gritos contra la colaboración con el gobierno eran enormes en el seno de la CNT, entre los jóvenes anarquistas y las bases del mismo POUM.

En lugar de dedicarse a aprovechar la ocasión para aparecer por fin como una autentica alternativa revolucionaria para la clase obrera, el POUM no pensaba más que en una cosa: su regreso al gobierno. No cesaba de repetir que “no se puede gobernar sin el POUM y menos aún contra él.”

¡Relegado a la oposición, atacado, el POUM continuaba reclamando colaborar de nuevo!

Enfrentamiento entre las fuerzas de represión y las milicias obreras

En marzo la Generalitat disolvió las patrullas de control. La CNT se opuso afirmando que éstas podían coexistir con los otros cuerpos de policía, “los camaradas guardias”. El POUM tuvo la misma actitud. Pero cuando el gobierno intentó aplicar su decreto en Barcelona, los trabajadores de las patrullas de control ocuparon los puntos estratégicos de la ciudad y desarmaron a 250 guardias civiles.

La clase obrera de Cataluña continuaba pues, espontáneamente, resistiéndose a los ataques gubernamentales.

En abril de 1937, los carabineros tomaron por la fuerza el control de la frontera a los comités de los pueblos fronterizos en manos de la CNT. En Puigcerda tuvieron que librar combate para desarmar a las milicias y mataron a ocho personas.

Mayo de 1937 en Barcelona: se desarma a los obreros

El enfrentamiento decisivo contra la clase obrera tuvo lugar a principios de mayo en Barcelona. El 3 de mayo, el gobierno catalán estimaba llegado el momento; el comisario de orden público, que era entonces un estalinista, intentó apoderarse, a la cabeza de un grupo de guardias, de la central telefónica de Barcelona en manos de los empleados y de su comité y guardado por las milicias de la CNT.

No solamente los trabajadores de la central se defendieron, sino que todo el proletariado de Barcelona se puso en huelga y acudió al rescate. La ciudad se llenó de barricadas, los obreros eran una vez más dueños de la ciudad. El sector del Palacio del gobierno estaba rodeado de barricadas a merced de los combatientes que pedían a la CNT la orden de atacar. Los ministros anarquistas García Oliver y Federica Montseny se precipitaron por avión desde Valencia y dieron por radio la orden de cesar el fuego y de terminar esa guerra fratricida, dijeron ellos. Un manifiesto firmado por la CNT se distribuyó el 4 de mayo en las barricadas “¡Deponed las armas: abrazaos como hermanos!. Obtendremos la victoria si nos unimos: seremos derrotados si combatimos entre nosotros. Pensadlo bien, pensadlo bien. os tendemos los brazos desarmados: haced lo mismo y todo habrá terminado. Que la concordia reine entre nosotros”. ¡Los obreros no creían lo que veían, sus propios dirigentes se ponían del otro lado de la barricada! Pero pese a todo si no se decidieron por tomar al asalto el Palacio del Gobierno, donde sus dirigentes permanecían, sí rehusaron deponer las armas.

El gobierno de Valencia envió 5.000 guardias civiles de refuerzo a Barcelona. En el camino suprimieron los comités, desarmaron a los obreros, a los campesinos, cerraron los locales de las organizaciones obreras, encarcelaron y asesinaron.

Cuando llegaron a Barcelona, el 6 de mayo, la dirección de la CNT dió y repitió como única consigna a los obreros abandonar las barricadas y volver a sus casas. No fue obedecida. Los dirigentes anarquistas prometieron que los responsables del ataque contra la central telefónica serían castigados y que las milicias podrían continuar coexistiendo con los guardias.

Sin saber finalmente que hacer, a partir del 7 de mayo, los obreros abandonaron poco a poco las barricadas. Pese a que eran militarmente dueños de la ciudad, pese a que podían barrer al gobierno, los obreros de Barcelona fueron vencidos políticamente por sus propios dirigentes anarquistas.

En cuanto al POUM, intentó convencer a la dirección de la CNT de que hacía falta combatir. Pero, sin el coraje de ponerse a la cabeza de la lucha ellos mismos, no rechazaron la orden de la CNT de parar la huelga general y abandonar las barricadas. Cuando las últimas barricadas fueron abandonadas, el periódico de la CNT presentó esta derrota decisiva como una victoria y de igual forma el del POUM, mintiendo así a los trabajadores: “La magnífica reacción de la clase obrera había aplastado la tentativa de provocación; era necesario retirarse”.

Los partidos obreros han vencido la revolución

Los acontecimientos de mayo marcan un giro decisivo en la revolución española. A partir de mayo el poder contrarrevolucionario pasó abiertamente a la ofensiva, desarmó a las milicias, incluso a las de Barcelona, disolvió efectivamente los comités, destruyó todos los embriones de poder que la revolución había levantado. Las conquistas revolucionarias fueron aniquiladas y la persecución se abatió sobre las organizaciones obreras y los militantes.

De julio del 36 a mayo del 37, pasaron cerca de diez meses en los que coexistían dos poderes incompatibles: el que el proletariado y los campesinos pobres habían levantado espontáneamente con sus milicias, sus comités, sus expropiaciones; y el viejo aparato de Estado de la República casi completamente destruido en julio pero reconstruido, poco a poco, conscientemente por el Frente Popular. Era inevitable que esta situación se resolviera con el aplastamiento de uno de estos dos poderes. En el curso de estos diez meses las ocasiones que habrían permitido al proletariado alcanzar una victoria decisiva no faltaron. A causa de la ausencia de una dirección revolucionaria, el proletariado no pudo empujar hasta el fin su revolución y fue el que finalmente resultó aplastado en nombre de la unidad, de la eficacia en la guerra contra Franco.

Pero el fracaso de la revolución significaría inevitablemente, como vamos a ver, el fracaso militar ante Franco.