África en la competencia imperialista

Yazdır
Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2023
3 de diciembre de 2023

Los periodos de crisis y guerras que sacuden la sociedad, aun cuando no cambian la historia, suelen revelar movimientos tectónicos que actúan en lo más profundo de ella. Así sucede con el antiguo imperio colonial de la Francia imperialista. Golpes militares exitosos en Malí, Níger y Burkina Faso. Revolución de palacio en el Gabón, con Bongo derrocado por su guardia pretoriana. Y todo eso viene después de la brutal descomposición de los aparatos de Estado implementados por la antigua potencia colonial. La subida del fundamentalismo religioso islámico ya lo venía expresando, acompañada por la formación de bandas armadas en base a criterios étnicos.

No hace falta comentar el abyecto – e irrisorio – intento de los políticos franceses para presentarse como “defensores de la democracia” cuando toman posiciones en favor de los regímenes echados abajo. Ni tampoco recordar lo ridículo de Macron que entabló y perdió un pulso con la junta militar en el poder en Niamey, clamando su voluntad de salvar la “legitimidad constitucional” del presidente derrocado Mohamed Bazoum.

El recuerdo de décadas de opresión y saqueo colonial se ha sumado a los privilegios ostentosos y la corrupción de una pequeña capa dominante local, a la que la ex metrópoli confió la gestión de su interés político. El sentimiento de desconfianza u hostilidad, común entre la población, trae cierta simpatía para con los militares golpistas.

El imperialismo francés, a pesar de su presencia militar, es incapaz de detener esos golpes que están acabando con la “Franciáfrica”, una palabra hipócrita para referirse a la continuación de la dominación colonial bajo nuevas formas.

Es probable que siga el contagio, contribuyendo a desmembrar los Estados, y que éstos estallen siguiendo las líneas de las fracturas religiosas o étnicas, o ambas. Seguramente es el temor a que eso pase el que explica las dudas de la coalición militar montada por la Comunidad económica de Estados de África Occidental (Cedeao) a la hora de convertir su retórica bélica en intervención militar de verdad, a pesar de los ánimos por parte de los círculos dirigentes del imperialismo francés. Es Nigeria, el país más potente de la coalición, el que pagaría el precio más elevado en una intervención contra Níger y sus aliados actuales, Malí y Burkina Faso. Nigeria viene socavado por una verdadera guerra civil encubierta, con factores tanto religiosos como étnicos, y como tela de fondo, una inmensa pobreza de la población en uno de los países africanos más ricos en petróleo. No sin motivo se notan las reticencias de sus dirigentes, a pesar de las presiones imperialistas.

Hasta en Costa de Marfil, donde el presidente Ouattara hace de Matamoros alineado con París, la intervención contra Níger podría volver a encender los fuegos recién apagados de la guerra civil que en 2010-2011 sumió a la población en unos sangrientos enfrentamientos étnicos y cortó en dos el país, entre Norte y Sur. Una de las chispas fue entonces la rivalidad por la herencia del presidente Houphouët-Boigny. Los enfrentamientos causaron miles de muertes, y el regreso de la violencia etnicista volvió a amargar la vida de un pueblo entremezclado, en particular en Abiyán, donde se concentra la mayor parte de la clase trabajadora del país.

En los casos de Malí, Níger y Burkina Faso, los militares golpistas usan un lenguaje de hostilidad para con el imperialismo francés, o al menos con algunas de sus manifestaciones, para canalizar los sentimientos del pueblo en beneficio de su poder. No se puede descartar que el general Brice Oligui Nguema, a pesar de ser miembro del clan de Bongo y un producto típico de la Franciáfrica, termine recuperando elementos del discurso de sus colegas de Malí, de Burkina o de Níger, por los mismos motivos.

Este es el peligro que preocupa a los dirigentes políticos del imperialismo francés. ¿Un peligro real para la dominación del gran capital francés en sus ex colonias (o incluso para las redes de la llamada Franciáfrica)? No es seguro, ya que algunos de los poderes militares recientes, procedentes de una casta militar formada por los regímenes anteriores, siguen siendo frágiles. Ninguno está dispuesto, además, a armar una batalla contra el gran capital que domina su país y romper los contratos con él.

Es más: ¡no hay ningún peligro para el imperialismo en general! Porque lo que pone en jaque al imperialismo francés ofrece al mismo tiempo oportunidades para otras potencias imperialistas, en particular los Estados Unidos, quienes se interesan por los recursos mineros de los países citados.

Si bien África es el continente más pobre hablando de su población, en cuanto al subsuelo es todo lo contrario. El continente lleva las huellas de toda la historia del capitalismo, desde la deportación en esclavitud de buena parte de su población hasta el saqueo de las riquezas de su suelo y subsuelo por parte de multinacionales imperialistas.

El reparto de África en la Conferencia de Berlín en 1884 y el colonialismo no sólo aseguraban un control político de los imperialistas sobre los pueblos colonizados, sino también el control de cada potencia colonial sobre su zona, frente a la competencia.

Durante ocho décadas, el equilibrio encontrado en la Conferencia de Berlín sólo fue cuestionado en las guerras mundiales. El único resultado relevante fue la pérdida por parte de Alemania e Italia de todas sus colonias africanas.

La forma colonial de dominación acabó caducando. África sigue llevando en sus carnes las cicatrices de aquella época, que son ante todo las fronteras heredadas del colonialismo, las lenguas oficiales y la presencia en sus países de ejércitos imperialistas. El fin del colonialismo no supuso el fin del control imperialista en general, ni siquiera el fin de la rivalidad entre diversas potencias para preservar – y en su caso ampliar – su cuota.

La descolonización, que puso fin al sistema colonial, reflejó fundamentalmente la rebelión de los pueblos contra la opresión, o al menos la anticipación de esta rebelión por parte de las potencias coloniales.

Los imperialismos menos potentes, España y Portugal, fueron los últimos en abandonar porque la forma colonial era la única que les permitía resistir un poco en la competencia internacional. Fue el principal motivo, o quizás el único, por el que Portugal se quedó con Angola, Mozambique y Guinea-Bisáu. Lo mismo se puede decir de los territorios que le quedaban a España, y también de Bélgica en el Congo, donde le dejó paso a los Estados Unidos.

El imperialismo francés fue uno de cuantos se señalaron por el número y la ferocidad de sus guerras coloniales. La Francia imperialista, más débil que el imperialismo estadounidense pero más potente que España, Portugal y Bélgica, tenía los medios como para prolongar el África francesa con la Franciáfrica, es decir la subordinación de los políticos y militares en los aparatos de Estado supuestamente independientes, y en realidad seleccionados según su fidelidad a la ex metrópoli. El control francés era garantizado por la presencia de su ejército y el papel desempeñado por éste en la formación de los ejércitos nacionales (ejemplo de Camerún). Además, en cuanto al dinero, bastó simplemente con cambiar las palabras conservando las siglas del franco CFA, sustituyendo Colonia Francesa de África por Comunidad Financiera Africana.

No sin motivo el imperialismo estadounidense le tenía poco apego al colonialismo. En los años 1960, hasta se presentaba como anticolonialista, porque su potencia se basaba en la fuerza del capital, y le interesaba colocarse en los países nuevamente independientes.

Cuando la Conferencia de Berlín, aún no se conocía el medio de convertir el uranio en energía. Ni siquiera el petróleo tenía tanto valor como le dieron los coches térmicos y la “democratización” de su uso. Hoy día, el declive anunciado de los coches de gasolina conlleva el aumento de las necesidades de níquel, manganeso, tierras raras, etc.

Un documental difundido en 2013 Arte y titulado La guerra de la sombra en Sáhara ya señalaba la necesidad, o mejor dicho la inevitabilidad de una nueva conferencia de Berlín, es decir, un nuevo reparto de África…

La agravación de la crisis económica ha vuelto a agudizar la competencia por el control de los recursos ahora indispensables. Hace un siglo, el saqueo de África se hacía mediante el robo de los productos agrícolas ya existentes, tal y como la madera, o los impuestos con fuerza, como por ejemplo el cacahuete o el algodón. Más tarde se sumaron petróleo, hierro, bauxita, y ahora, manganeso, níquel…

Ya no lo llaman “guerras coloniales”. La rivalidad entre potencias imperialistas por preservar o ampliar sus respectivas zonas de influencia quizás no modifiquen el color de los mapas. Sin embargo, imponen a África un estado de guerra permanente. A veces son “sólo” enfrentamientos militares entre señores de la guerra locales, como en la República democrática del Congo (RDC, ex Zaire), a veces conflictos entre Estados (entre Zaire y Ruanda).

El debilitamiento de los aparatos de Estado creó una demanda nueva en África, a la que, entre otras bandas armadas privadas, el ejército de mercenarios de Prigozhin aporta una respuesta. Se basa en algo muy sencillo. En el momento de la descolonización, se implementaron aparatos estatales, fabricados de manera totalmente artificial. Al cabo de veinte o treinta años, la población perdió el entusiasmo inicialmente transmitido por la independencia, y sus esperanzas, incluso cuando ésta fue concedida por la metrópoli. Como resultado, los aparatos estatales se están desintegrando por todos lados. Algunos, como el de Somalia, por ejemplo, ya están totalmente fragmentados, como le pasó antes a Sudán. Libia y Sudán se están desmantelando. Sudán ya estuvo cortado en dos.

En otra parte del plantea, Haití muestra el ejemplo de un Estado desmembrándose, en medio de la miseria de la gran mayoría de la población. Una miseria de la que son responsables principalmente las dos potencias imperialistas involucradas en la región, Francia y EE.UU., siendo cómplice la minoría poseedora del propio país.

Esta minoría propietaria y sus representantes políticos (diputados, senadores, ministros, presidentes) llevan largo tiempo recurriendo a secuaces. Algunos los usan para apoyar a las bandas armadas oficiales del Estado y protegerlo contra las masas pobres; otros, contra sus rivales por el poder. A lo largo del tiempo, los esbirros han actuado por cuenta propia, hasta tal punto que hoy día, ni la clase dominante haitiana ni tampoco sus patrocinadores y protectores estadounidenses pueden controlarlos, y se han convertido en bandas criminales que aterrorizan a la población, roban, violan, secuestran y asesinan.

El país está ahora bajo el control de más de un centenar de bandas armadas que, al imponer su ley, han desarticulado el propio aparato del Estado. Para apoyar a la policía, socavada e impotente, la ONU prevé mandar tropas bajo el mando de una fuerza armada procedente de Kenia. De momento, no queda claro si lo van a hacer o no; ¿quién sabe si una intervención militar extranjera, en vez de neutralizar a las bandas, no les dará argumentos para presentarse como defensores del país contra una ocupación?

Las masas pobres de Haití han experimentado varias veces que no tienen nada que esperar por parte de los “protectores” imperialistas.

La fragmentación de Libia después de la muerte de Gadafi trajo consecuencias importantes en la región, y en particular en Malí, en Níger y en Burkina Faso, a los que se puede añadir Chad. En tiempos del poder de Gadafi, aspirando éste a liderar toda la región e incluso más allá de ella, respaldó, financió y armó buen número de grupos. Tras de su muerte, muchos de esos grupos, ya fuera de control, formaron bandas armadas con su juego propio, abanderando algunos el islamismo; otros, ambiciones más bien nacionales.

En el caso del Congo (RDC), puede que en el mapa parezca un solo país; en realidad, detrás de la fachada, se enfrentan varias bandas armadas rivales.

En tiempos de la URSS, la burocracia contribuyó a la estabilidad del mundo imperialista; ahora su heredera le hace el último favor de socorrer a los Estados africanos fallidos. Lo hace a cambio de finanzas para sus ejércitos privados y sus jefes, bajo forma de dinero, de oro u otros metales preciosos, y siempre a expensas de la población local.

Las acciones de las bandas armadas de Wagner no son la expresión de una nueva forma de imperialismo ruso, sino la expresión de un retorno al mercenarismo de la Edad Media en la era del capitalismo senil y del imperialismo.

Desde hace veinte años, las relaciones entre China y África se han desarrollado mucho, con intercambios de mercancías, inversiones y financiación.

La presencia de China se nota en particular en el ex imperio colonial francés. No sólo en las industrias petroleras y mineras, sino también en la construcción de infraestructura (puentes, carreteras, edificios públicos…).

Tanto es así que la expresión “Chináfrica” ha entrado en el vocabulario de muchos periodistas y economistas. Algunos de ellos sólo se limitan a copiar la expresión “Franciáfrica”. La diferencia es que mientras Franciáfrica sigue siendo el legado de la larga historia de dominación y saqueo colonial de Francia, no es en absoluto el caso de China.

Sobre la presencia militar de China en África – una sola base en Yibuti, la primera en el continente, desde 2017 – no se puede comparar con el número de bases permanentes de Francia.

China, el taller del mundo dominado por el imperialismo, está inundando África con sus productos de bajo coste. Los intercambios comerciales se han desarrollado de manera impresionante en las últimas dos décadas. En cuanto a la IED (inversión productiva), China sigue muy por detrás no sólo de Francia y el Reino Unido, sino incluso de los Países Bajos.

Esas diferencias señalan que, si bien las relaciones entre Francia y África siguen siendo de tipo imperialista incluso después de las independencias, no es el caso de China.

¿Quién se impondrá en las actuales rivalidades interimperialistas en África? ¿cómo y con qué materias primas? El imperialismo estadounidense lleva las de ganar, gracias a su poder financiero y económico, respaldado por una fuerte presencia militar. Cuando el mundo estaba dividido entre los dos bloques de la Guerra Fría, los Estados Unidos dejaban que el imperialismo francés hiciera las veces de gendarme en su ex imperio colonial, o incluso, en alguna que otra ocasión, en el de Bélgica, por ejemplo, cuando intervino en Kolwezi), y llevarse algunas ventajas. La guerra económica entre potencias imperialistas, incluso aliadas, exacerbada por la crisis, ha vuelto a barajar las cartas. Además, en estos momentos, Estados Unidos puede aprovecharse del descrédito de Francia. No son los únicos. Empresas extranjeras se disputan licencias para extraer uranio, cobre y zinc en Níger; manganeso y petróleo en Gabón; y oro en Burkina Faso.

La Francia imperialista no se dejará echar sin defenderse. Este es el propósito de tener sus tropas estacionadas permanentemente en Dakar, Yamena y Abiyán, y de pactar acuerdos militares con la mayor parte de las ex colonias francesas. Las operaciones militares tipo Barkhane cambiarán de nombre o de estrategia, pero seguirán produciéndose, quizás en colaboración con los estadounidenses o con otros.

Lo cierto es que las masas populares, explotadas, despojadas, oprimidas en el coto privado de la antigua potencia colonial, lo seguirán siendo si cambia el dueño del coto.

Algunas capitales africanas, como Brazzaville o Addis Abeba, se cubrieron en ocasiones con retratos de Marx, Engels o Lenin como muestra del apoyo diplomático o la ayuda financiera de Moscú al régimen en el poder. En el fondo, esto no cambió nada en aquel momento, salvo en lo que se refiere a la composición del personal político temporalmente en el poder.

La única disyuntiva que el futuro ofrece a las masas populares es entre seguir viviendo en la miseria en suelo africano bajo el yugo de potentados, militares o civiles, que han llegado al poder mediante elecciones o golpes militares (dependiendo siempre de la aristocracia imperialista de los burgueses), y jugarse la vida tratando de llegar a Europa. En su amplia mayoría, los que lo han conseguido no escaparán de su condición de proletarios, ni en África ni en Europa. No hay escapatoria al capitalismo. No hay otro camino hacia la emancipación que la revolución proletaria para derrocar este sistema.

Para ganar a los proletarios de África a esta perspectiva, no hay otro camino en África, en Europa ni en otras partes que el de construir un partido comunista revolucionario, y al mismo tiempo una nueva Internacional comunista revolucionaria, es decir, el partido mundial de la revolución proletaria.

Este partido, aquí y allá, sólo podrá nacer y crecer organizando una parte significativa del proletariado. El proletariado es una fracción más o menos minoritaria de la población en todos los países africanos; pero es de recordar que este era el caso en 1917 en Rusia, el único país en el que la clase trabajadora supo conquistar el poder y conservarlo durante cierto tiempo.

El partido sólo podrá surgir y desarrollarse en base a la independencia política no sólo respecto a quienes defienden el imperialismo, sino también respecto a la pequeña burguesía nacionalista, sea cual sea la forma que toma para actuar en el escenario político (variantes del panafricanismo de Nkumah, del anti-imperialismo de Amílcar Cabral o de Sankara…).

A pesar de su relativa debilidad en muchos países africanos en comparación con el campesinado y, cada vez más, en comparación con el subproletariado de los barrios de chabolas, el proletariado africano puede desempeñar un papel especialmente importante en el camino hacia la revolución social. Por muy sangriento que haya sido el pasado, y que sea el presente, el proletariado de origen africano forma parte del proletariado en Francia y en toda la Europa desarrollada e imperialista.

Las fuerzas y posibilidades de las clases obreras de África y de los países imperialistas de Europa occidental pueden y serán complementarias. Su destino es confluir en una misma revolución proletaria.

La revolución obrera en África, con el programa político del proletariado, tendrá ecos naturales entre el proletariado de los países imperialistas de Europa Occidental.

13 de octubre de 2023