En estos días, la invasión rusa de Ucrania está haciendo correr ríos de tinta en los medios. Putin se ha erigido en el malo de la película para construir un relato en el cual los buenos son la Unión Europea y EEUU que apoyan al sufrido pueblo ucraniano. ¿Qué hay de propaganda y de verdad?
El pueblo ucraniano y el ruso han estado unidos por una larga historia y por una cultura común, que les ha llevado a tejer innumerables lazos. Durante 70 años vivieron dentro de la Unión Soviética, y Lenin, que aunque no fomentaba la separación de pueblos y regiones, sí respetaba el derecho de los pueblos a la autodeterminación, afirmaba que reconocer este derecho era la única forma de superar la conciencia nacionalista y avanzar hacia la unidad de los pueblos y los trabajadores.
Pero en 1991 la casta burocrática que dominaba el Estado desde la época estalinista disolvió la Unión Soviética sin consultar a sus pueblos. En cambio, Estados Unidos no disolvió la OTAN, la alianza militar que habían construido para aislarla; todo lo contrario: desde entonces no ha dejado de extenderla, incorporando a muchos de los estados que rodean a Rusia: Polonia, Rumanía, Hungría, Albania, …etc. Sobre esta base, Rusia siempre ha denunciado esta política de hostigamiento y cerco, que es real.
Por eso esta guerra de hoy contra Ucrania, esta invasión, viene de lejos y es un tira y afloja entre intereses imperialistas que defienden cada cual sus propios intereses, de todo tipo: mejorar sus zonas de influencia, las posiciones de sus capitales, sus cuotas de mercado, el acceso a materia primas, etc. Por ello los trabajadores no tienen que compartir la histeria bélica de los líderes americanos, rusos y europeos, que han llevado a cabo guerras tanto en Europa del Este como en África o Asia para defender los intereses de sus respectivos capitalistas, que luchan por repartirse mercados y acceder a materias primas. En una economía en crisis esta competencia es cada vez más feroz y los líderes imperialistas transforman las guerras económicas y políticas, en guerra a secas. Si en última instancia los conflictos políticos y bélicos no lo entendemos como conflictos de intereses de las clases sociales que dominan la sociedad, es decir de los capitalistas, no entenderemos nada.
Por lo que respecta a España, el gobierno de Pedro Sánchez pronto olvida el clamor de las calles con el ¡No a la guerra! Sánchez se ha atrincherado en la política hipócrita de aceptar los designios de la OTAN basándose en que hay que defender la soberanía de Ucrania, defender los valores europeos y la democracia… Esta hipocresía de nuestro gobierno se expresa también en la acogida de refugiados ucranianos. Naturalmente, hay que acoger a tod@s l@s refugiados de esta cruel e injusta guerra, pero, ¿por qué no se utiliza el mismo rasero con los demás refugiados y pueblos masacrados, como el palestino, saharauis, sirios, iraquíes, africanos…? ¡Los lazos económicos y negocios entre los capitalistas del mundo y los políticos que los representan son tan estrechos -aunque a veces no se aprecien a simple vista- que impiden la solidaridad con los oprimidos!
En estos momentos no se sabe hasta dónde está dispuesto Putin a llegar. Mientras sigue bombardeando Ucrania, al mismo tiempo tiende una mano a negociar y encontrar una solución si se toman en cuenta los “legítimos intereses de Rusia en materia de seguridad, incluyendo su soberanía de Crimea”, así como la “desmilitarización y desnazificación” del Estado ucraniano, así como su estatus neutral, es decir que no ingrese en un proceso de incorporación a la OTAN. Promete a cambio proteger a la población civil y respetar infraestructuras, atacando solo objetivos militares. El cinismo de Putin es grande, mientras lanza misiles contra Kiev, pide a la población que se proteja.
El mundo capitalista es un polvorín, siempre está en continua tensión y va de guerra en guerra. Nos atañe a todas las poblaciones, a todos los pueblos, recuperar las tradiciones de organización y lucha internacionalista, recuperar el “proletarios del mundo uníos” de C. Marx, porque es la única vacuna que puede frenar la locura bélica del imperialismo, con un programa y estrategia internacionalista y dónde sólo se contemplen los intereses de la clase obrera que es internacional.