Articulo traducido de Lutte de Classe n° 115
El 3 de septiembre de 1938, en una pequeña localidad de la región parisiense, Périgny, en la casa de Alfred Rosmer (uno de los que habían defendido con mayor determinación en Francia las ideas del internacionalismo proletario durante la guerra de 1914-18), se reunían unos veinte delegados para una conferencia destinada a declarar el nacimiento de la Cuarta Internacional.
El gran ausente de esta reunión era su inspirador, León Trotsky, el redactor del programa que allí se adoptó, el Programa de Transición. Éste no tenía, en efecto, ninguna posibilidad de salir de México, el único país que había aceptado acogerlo, en un mundo -en adelante- para él sin visad
oHacía ya más de cinco años que Trotsky defendía la idea de la necesidad de la creación de una nueva internacional. Hasta principios de 1933, la Oposición de Izquierda Internacional había militado en la perspectiva de un restablecimiento revolucionario de la Internacional Comunista y sus distintas secciones nacionales. Pero el hundimiento sin lucha del Partido Comunista de Alemania ante la llegada al poder de los nazis, luego el hecho de que el Comité ejecutivo de la Internacional Comunista aprobara dos meses más tarde la política suicida de este partido, sin que ello suscitase notables reacciones en las distintas direcciones nacionales, llevó a Trotsky a cambiar de orientación. «Una organización que no despierta al trueno del fascismo demuestra que se murió y que nada la resucitará», escribió entonces.
La lucha para la construcción de la nueva Internacional se llevaba a cabo en condiciones muy diferentes de las que habían presidido el nacimiento de sus predecesoras. La Internacional Socialista había nacido en el período de desarrollo del movimiento obrero, en las dos últimas décadas del siglo XIX. Después del hundimiento de ésta en agosto de 1914, la Internacional Comunista la había relevado en un momento en que la revolución rusa suscitaba las esperanzas de los oprimidos del mundo entero. Pero, después de 1933, la gestación de la nueva Internacional se desarrollaba en un período de reacción profunda, caracterizada por el triunfo de la burocracia estalinista en la URSS y por el del nazismo en Alemania.
El sobresalto obrero de 1936 sólo fue, precisamente, un sobresalto. La burguesía francesa, con la complicidad del Frente Popular, rápidamente recuperó la parte fundamental de lo que hubo de conceder ante las huelgas de junio de 1936.
La respuesta proletaria que había hecho fracasar el levantamiento de los generales franquistas en julio de 1936 dejó el poder en España a partidos, socialista y comunista, que se esforzaban por demostrar a la burguesía que podía tenerles confianza, y los acontecimientos de mayo de 1937 en Barcelona habían doblado las campanas de las últimas esperanzas de revolución social.
En vísperas de un nuevo conflicto mundial
La preparación para la guerra se aceleraba. A partir de 1933, la llegada al poder de Hitler había puesto de manifiesto que la burguesía alemana estaba dispuesta a rechazar por la fuerza el yugo que le había impuesto el Tratado de Versalles. El rearme abierto de Alemania, el restablecimiento del servicio militar y la remilitarización de Renania, en 1935, confirmaban esta orientación. En marzo de 1938, la anexión de Austria, el Anschluss, constituyó la primera etapa de la extensión de la Alemania nazi. Es precisamente porque la guerra se acercaba a pasos agigantados por lo que Trotsky quería establecer la bandera de la Cuarta Internacional.
El reducido número de participantes en la conferencia de Périgny era, sin embargo, significativo de la debilidad numérica de los partidarios de la nueva Internacional. Fuera de la URSS, los debates que habían agitado al partido bolchevique a partir de 1923 eran difíciles de entender para la mayoría de los militantes. A partir de 1928 en particular, el curso izquierdista de la IC, la denuncia sin matices de la socialdemocracia presentada como el «hermano gemelo» del fascismo, los lemas del tipo «clase contra clase», lograban disimular para muchos el carácter contrarrevolucionario de la burocracia estalinista. Y cuando, en 1935, la IC cambió su discurso y se puso a cantar las alabanzas de los Frentes Populares, es decir, de la unidad no sólo con la socialdemocracia, sino también con partidos burgueses «de izquierdas», para justificar el apoyo de los partidos comunistas en gobiernos burgueses (como en Francia), o incluso su participación ministerial (como en España), la mayoría de los militantes sólo vio en ello la corrección de los excesos del período anterior. Ya no tenían brújula política y aceptaron sin demasiados alborotos la adhesión a la «defensa nacional», a la Marsellesa y a la bandera tricolor.
La única sección de la Oposición de Izquierda Internacional que constituía una fuerza real, a la vez numéricamente y por el capital político que representaba, era la sección soviética, aunque la represión, las deportaciones, le daban una existencia ampliamente informal. Pero los años 1936, 1937 y 1938 fueron los de la exterminación física de la casi totalidad de estos militantes. Los procesos de Moscú no fueron más que la parte surgida del iceberg, refiriéndose a antiguos dirigentes conocidos del período revolucionario y que habían terminado por desmoronarse bajo las presiones y la tortura. Pero se exterminó a jóvenes generaciones, que compartían las ideas de la Oposición de Izquierda, más discretamente a millares de militantes de los años de la guerra civil o de las jóvenes generaciones, que compartían las ideas de la Oposición de Izquierda.
Fuera de la URSS, la violencia estalinista también se manifestaba. Todos los militantes trotskistas de entonces estaban expuestos, pero se contó más victimas entre los colaboradores cercanos de Trotsky. Erwin Wolf, antiguo secretario de Trotsky durante su exilio noruego, luego secretario del Comité para la Cuarta Internacional, desapareció en España inmediatamente después de las jornadas de mayo de 1937. Rudolf Klement, secretario de Trotsky en Prinkipo, y que, desde entonces le siguió aportándole «una ayuda considerable» según las palabras de Trotsky, desapareció en julio del mismo año. León Sédov, hijo y el colaborador más cercano de Trotsky, murió asesinado por la GPU en febrero de 1938.
La importancia del programa
Para Trotsky, en este año de 1938, la proclamación de la Cuarta Internacional era una manera de indicar un programa claro en la perspectiva de los años difíciles que se anunciaban para el movimiento obrero. Trotsky no tenía nada de sectario. Se mostró siempre dispuesto a colaborar con otras corrientes revolucionarias. Pero la cuestión del programa, que debía ser el de la corriente que se reclamaba de la herencia de la Oposición de Izquierda Internacional, era para él de una importancia capital.
El único realmente capaz de redactar este programa, cuyo objetivo era establecer un puente entre las luchas diarias de los trabajadores y la lucha para la toma del poder por el proletariado, era Trotsky. No sólo debido a sus capacidades personales, sino también porque no se apoyaba únicamente en la experiencia de pequeños grupos, sino en la de la Segunda Internacional, en la cual había sido un militante y en la de la Tercera de la cual había sido uno de los dirigentes, con sus grandes partidos obreros, y cuya actividad se refería a todos los campos de la actividad política, de la actividad diaria a la lucha para el poder. En efecto, había dirigido al lado de Lenin, en 1917, la política del partido bolchevique en el período de maduración de la revolución rusa y de la toma del poder, y luego había jugado un papel capital en el nacimiento y la vida de la Internacional Comunista durante sus cuatro primeros congresos.
La URSS: la defensa de lo adquirido
Trotsky sistematizaba en términos programáticos lo que había sido la política de la Internacional Comunista de los años 1919-1923 en los países industrializados y en los países coloniales y semicoloniales. Pero definía también lo que debía ser la política de los revolucionarios en los países donde la clase obrera vivía bajo el yugo de regímenes fascistas o dictaduras militares, así como la actitud de los revolucionarios con relación a la URSS donde el reino de los burócratas había alcanzado la cumbre de la abyección con los procesos de Moscú. Para Trotsky, la política de los revolucionarios debía combinar una lucha intransigente contra la burocracia, por una revolución política restableciendo el poder de verdaderos soviets, y la defensa de todas las transformaciones sociales que habían hecho posibles la Revolución de Octubre.
Trotsky no se hacía ilusión sobre la dirección que tomaba la mayoría de la burocracia. Escribía en el Programa de Transición: «La exterminación de la vieja generación de bolcheviques y de representantes revolucionarios de la generación media y joven ha destruido todavía más el equilibrio político en favor a la derecha, burguesa, de la burocracia, en todo el país. Es de ahí, es decir, de la derecha, que se puede esperar en el próximo periodo, tentativas cada vez más resueltas de reconstruir el régimen social de la U.R.S.S. aproximándolo a la "civilización occidental", ante todo en su forma fascista».
Setenta años después, la manera en que Trotsky planteaba el problema de la defensa de las conquistas de la revolución sigue estando llena de enseñanzas. Ya que no sólo la Revolución Traicionada constituye la única explicación válida de la degeneración de la URSS, sino que cuándo la burocracia terminó por rechazar toda la fraseología heredada de sus orígenes y celebró las ventajas de la propiedad privada, el Programa de Transición representaba la única manera de definir las tareas que deberían ser las del proletariado si entraba en lucha, es decir, luchar a la vez por la vuelta a la democracia de los consejos obreros, y por la defensa de la propiedad colectiva y la planificación.
La burocracia ex-soviética ha echado por la borda el disfraz comunista que se puso mucho tiempo, llegando a «rehabilitar» a Nicolás II, al que Lenin llamaba «Nicolás el ahorcador». Los multimillonarios nacidos de la liquidación de una gran parte de la propiedad estatal hacen alarde de sus conductas de nuevos ricos en los hoteles de lujo del mundo entero. Pero siempre se considera a Rusia como un cuerpo extranjero en el mundo imperialista y sólo con el método de Trotsky los militantes revolucionarios de hoy pueden válidamente plantear el problema de lo que deberían ser las tareas del proletariado ruso si entra en movimiento.
El Programa de Transición, respuesta a la crisis del capitalismo
La crisis financiera que sacude el mundo capitalista desde el verano de 2007 (pero cuyas premisas son muy anteriores) es la demostración brillante de la vanidad de los discursos de todos los que afirmaban que el mercado era el mejor regulador posible de la economía y que las crisis, la lucha de clases, pertenecían al pasado.
La lucha de clases, la burguesía la lleva despiadadamente. En todos los países industrializados, en la inmensa mayoría de los países subdesarrollados, ésta ataca al nivel de vida de los trabajadores, esforzándose sin descanso en aumentar sus beneficios disminuyendo la parte de la renta nacional que va a los asalariados.
En un momento en que la dominación creciente del capital financiero sobre la economía ha conducido a una crisis de la que incluso el Primer Ministro francés, el propio Fillon, dice que el mundo está «a bordo del abismo», las consignas del Programa de Transición están más que nunca de actualidad.
Escala móvil de los salarios, para luchar contra una inflación que baja el poder adquisitivo de los asalariados. Escala móvil de las horas de trabajo, para luchar contra el drama social que es el desempleo y sus consecuencias, la multiplicación del tiempo parcial impuesto y los empleos precarios. Y como no se trata aquí de artículos de un programa electoral dependiente únicamente de la buena voluntad del Parlamento, sino de objetivos que deben ponerse ante las luchas de los trabajadores, eso implica la movilización de éstos para efectuar un control obrero sobre las empresas, para la abolición del secreto bancario y el secreto comercial, sin lo cual tal control sería inútil.
De una extrema actualidad también, en el caso de la crisis actual, es la consigna de la expropiación de los bancos privados y de la nacionalización del sistema de crédito para poner fin a la dominación del capital financiero.
Estas consignas que estaban en el centro del Programa de Transición, ¿ quién podría decir hoy que están superadas?
Reivindicaciones democráticas y reivindicaciones socialistas
El capítulo del Programa de Transición consagrado a los «países atrasados» también es muy actual, aunque desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los imperios coloniales se hundieron, ya que las grandes potencias imperialistas siguen despojando sin vergüenza sus antiguas colonias... o las de sus rivales. La población de la mayoría de estos países sufre, por lo tanto, dictaduras militares que no son por regla general más que instrumentos en manos de las grandes potencias imperialistas, y el problema de la conexión entre las pretensiones democráticas y la lucha por el poder a los trabajadores se plantea de la misma manera en la Rusia de 1905 o en la China de 1927.
Tomar en cuenta el programa democrático implica la defensa de todas las medidas que podría adoptar el Estado, en estos países, para aflojar la influencia del imperialismo, pero sin alinearse nunca tras las direcciones nacionalistas burguesas, sin renunciar nunca a luchar por la independencia política del proletariado, ya que «tarde o temprano, escribió Trotsky, los soviets deben derrumbar la democracia burguesa. Solo ellos son capaces de conducir a la revolución democrática hasta el final y abrir así la era de la revolución social».
El Programa de Transición se planteaba también el problema de la conexión entre las reivindicaciones democráticas y las reivindicaciones socialistas en los países fascistas. Es, por el momento, un problema que no se plantea ya. ¿Pero quién puede jurar, en el contexto de la crisis económica actual, y en el estado de postración de las grandes organizaciones que pretenden defender a los trabajadores, que el problema no se planteará nunca más?
La Cuarta Internacional después de Trotsky
Incluso en vida de Trotsky, la decisión de declarar la existencia de la Cuarta Internacional había suscitado muchas reticencias, incluso divergencias declaradas, en los grupos que se reclamaban él. En España, la mayoría de la Izquierda Comunista de España (ICE) había seguido a Andrés Nin en su política de fusión con el Bloque Obrero y Campesino para constituir el POUM, partido que, sujeto a la prueba de fuego en 1936, se adhirió al Frente Popular en las elecciones de febrero y proporcionó un Ministro de Justicia al Gobierno burgués de Cataluña seis meses más tarde. En Francia, toda una parte de los militantes que se reclamaban de Trotsky, detrás de Pierre Frank y Raymond Molinier, se habían orientado en 1935 hacia un «órgano de masa» que tenía como objetivo agrupar militantes sobre la base de un acuerdo político limitado a algunos puntos, es decir, sin programa verdadero. Fue La Commune y los GAR (Grupos de Acción Revolucionaria) que sólo tuvieron una existencia transitoria, los que daban prueba por la negativa de la importancia que revestía la aprobación de un programa claro.
El problema es que fuera de la URSS, eran sobre todo intelectuales los que habían agrupado las filas de la Oposición de Izquierda Internacional. Era particularmente el caso de Francia que, por su historia reciente, ocupaba un gran lugar en las preocupaciones de Trotsky. Los dirigentes estalinistas habían cavado una verdadera zanja moral, difícilmente franqueable, entre ellos y la base obrera del PCF. En cambio, los contactos eran mucho más fáciles con una socialdemocracia que se decía aún de palabra «revolucionaria», y de la cual provenían numerosos jóvenes militantes trotskistas, sobre todo a partir de 1935. Muchos habían guardado vínculos con en este medio, que no constituía con todo una buena escuela política.
Trotsky esperaba sin embargo que en las convulsiones que la guerra por venir iba a implicar, la Cuarta Internacional se reforzaría y dirigiría grandes luchas revolucionarias, como la Tercera lo había hecho veinte años antes. Desgraciadamente nada se produjo así.
El peso de las circunstancias objetivas explica para muchos que las organizaciones trotskistas no hayan desempeñado un papel determinante, en ausencia de movimientos revolucionarios proletarios. La santa-alianza de los imperialismos aliados y de la burocracia soviética a partir de 1941, para evitar que la guerra desembocase en explosiones revolucionarias en los países industrializados, fue eficaz. El carácter imperialista del segundo conflicto mundial fue ocultado ampliamente a los ojos de las masas por la pretendida «cruzada de las democracias contra el fascismo». Y si la guerra desembocó efectivamente en sacudidas revolucionarias, éstas sólo afectaron a los países coloniales y semicoloniales, donde la ausencia de toda dirección proletaria dejó una completa libertad a direcciones pequeño- burguesas para ponerse a la cabeza de movimientos de masa y alzarse así al poder.
Por otro lado los militantes trotskistas tuvieron que hacer frente al gangsterismo estalinista que no vacilaba en recurrir al asesinato.
Pero las circunstancias exteriores no explican el naufragio político de la gran mayoría de los grupos que se reclamaban de la Cuarta Internacional. La composición pequeño- burguesa de la mayoría de las secciones de la Internacional, cuyos peligros Trotsky conocía perfectamente (basta para ello ver la importancia que da a la captación obrera, en sus intervenciones sobre la crisis del SWP en 1939-40), producía sus efectos.
Eso comenzó en Francia a partir del hundimiento militar de mayo-junio de 1940 con la mano tendida por algunas tendencias trotskistas a los «burgueses que piensan en francés». Y continuó con un seguidísimo casi sistemático con respecto a todas las corrientes que pasaban por la pequeña burguesía intelectual. Así es como la mayoría de las organizaciones que se reclaman del trotskismo reconocieron a las democracias populares como «Estados obreros deformados», calificativo que equivalía a asignar a la burocracia soviética un carácter revolucionario, cuando hicieron de todo al final de la guerra para amordazar el proletariado. Pasó lo mismo para la China de Mao Tsé-Toung, es decir, para un régimen que se estableció conduciendo una insurrección campesina, sin ninguna intervención de la clase obrera. Y no se terminarían de enumerar los movimientos nacionalistas presentados como «socialistas», en Yugoslavia, Indochina, Argelia, Cuba, Vietnam o Nicaragua, por solo citar los más conocidos.
Es que en realidad la Cuarta Internacional, como organización que tenía como objetivo dirigir los combates de la clase obrera en la perspectiva de la revolución socialista mundial, no había resistido al choque de la Segunda Guerra Mundial. Con Trotsky muerto, había perdido su brújula política.
Eso no impidió obviamente que unos cuantos dirigentes de grupos que se reclaman del trotskismo, a menudo incluso entre los que se habían opuesto a Trotsky en vida suya, declararse dirección internacional. Y como ninguno tenía una autoridad política reconocida por el conjunto del movimiento, las escisiones se multiplicaron al compás de los años, y se volvió difícil elaborar un cuadro exhaustivo de todas las reagrupaciones que, de una manera o de otra, se declaran «Cuarta Internacional».
La actualidad del programa de la Cuarta Internacional
Pero si la Internacional proletaria queda por construir, el programa de 1938 sigue siendo un capital irreemplazable para todos los que se aplican a esta tarea. Ya que si el mundo cambió profundamente en setenta años, bajo todos estos cambios los mismos problemas permanecen, al menos para los que optaron dedicar su actividad militante a la defensa de una política proletaria.
6 de octubre de 2008