El sesenta aniversario de la liberación del campo de Auschwitz ha dado lugar a una serie de programas de televisión, de artículos en periódicos, en nombre del "deber de memoria", para evitar, dicen, que vuelvan a producirse tales hechos. Y es verdad que es necesario acordarse, pero no sólo de la existencia abominable de los campos de concentración, de la barbarie nazi, sino también de los motivos que los hicieron posibles.
A modo de explicación, nos dicen que Hitler estaba más o menos loco, que los dirigentes nazis eran unos sádicos. Pero casi ninguno de los que hoy comentan aquellos acontecimientos nos explica cómo y por qué aquel loco y aquellos sádicos pudieron llegar al poder en uno de los países más civilizados del mundo.
La verdad es que, mucho antes de que llegara Hitler al poder, las milicias nazis beneficiaron de ayudas financieras considerables por parte de la gran patronal alemana, de los Krupp y de los Thyssen qur veían en ello un instrumento capaz de oponerse a la clase obrera alemana. Aquellas milicias habían reclutado a miles de pequeños comerciantes rabiosos al quedarse arruinados por la crisis económica que estalló en 1929, pero también en los bajos fondos de la sociedad. ¡La patronal nunca ha sido exigente en cuanto a la moralidad de sus hombres de paja!
La realidad, también es que Hitler llegó al poder lo más legalmente del mundo. No que los alemanes le hubieran votado mayoritariamente (el partido nazi nunca tuvo la mayoría absoluta en unas elecciones libres), sino porque el Presidente de la república alemana, el mariscal Hindenburg, lo nombró jefe del gobierno, y porque todos los partidos de la derecha lo apoyaron para que llevara una política de destrucción de las potentes organizaciones de la clase obrera alemana.
El día que siguió la llegada de Hitler al poder ya abrieron los nazis los campos de concentración para - como lo hizo Pinochet en Chile- encerrar a miles de militantes obreros, comunistas, socialistas, sindicalistas, a todos los que se oponían a ellos, prometidos muchos a la muerte, por los golpes o el agotamiento. Y para que funcionaran aquellos campos de concentración se crearon unidades de SS especializadas, en las que se agruparon todos los desequilibrados y sádicos encantados de poder saciar sus fantasías.
Pero todo ello no conmovía, en aquella época, a los futuros aliados. Quince años tras la crisis revolucionaria que había sacudido a Europa y conducido al nacimiento de la URSS, no veían mal la instauración de un régimen que había destruído las organizaciones de la clase obrera alemana. Hitler era entonces para ellos totalmente respetable. No se manifestaron para derribarlo desde el principio. Cuando aquél empezó a permitirle al ejército alemán poner en tela de juicio la nueva partición del mundo que Francia e Inglaterra habían impuesto después de la Primera Guerra mundial a la Alemania vencida, los futuros aliados ni siquiera se opusieron a él, dejándolo que desmembrara en 1938-39 a Checoslovaquia sin intervenir. Sólo fue, al mostrar la invasión de Polonia que el expansionismo nazi no tenía límites, cuando se descubrieron antihitlerianos. Pero también llevan su parte de responsabilidad en el nacimiento de aquel régimen cuya matanza de varios millones de judíos fue el principal y más horrible crimen, aunque no el único.
También hay que acordarse de aquello, ya que las clases capitalistas están dispuestas a utilizar a los peores verdugos para defender sus privilegios. Y si el régimen nazi se derrumbó en 1945, los Pinochet, los generales argentinos... los Aussaresses y los siniestros métodos del ejército norteamericano en Irak deben recordarnos que la barbarie no sólo pertenece a un pasado caduco y que puede lucir otros signos que la cruz gamada.
Dicha barbarie, es el fruto del sistema capitalista. Y el riesgo de verla surgir de nuevo sólo desaparecerá con éste.
Arlette Laguiller
Editorial de los boletines de Lutte Ouvrière (Francia)
(semana del 24 de enero al 2 de febrero de 2005)