Cada día en el mundo, 7.000 bebés mueren con menos de un mes de vida. Según Unicef, un 80% de estos fallecimientos podría evitarse. Para eso haría falta personal cualificado, médicos, enfermeras, parteras, pero también un acceso a agua potable o a desinfectantes.
Las diferencias en cuanto mortalidad infantil son enormes dependiendo de la riqueza de cada país y, de fronteras adentro, dependiendo del nivel de vida. En Pakistán, un bebé de cada 22 muere con menos de un mes de vida cuando son menos de uno de cada mil en Japón. A pesar de sus riquezas y de los medios técnicos de los que disponen, los Estados Unidos tienen una tasa de mortalidad infantil de 4 por 1.000.
La situación es catastrófica en todos los países en guerra, pero también en los países pobres en general. En Centroáfrica, por ejemplo, la situación es escalofriante: tan sólo un médico por cada 33.000 habitantes, cinco pediatras y 300 matronas en todo el país, es decir 4,5 millones de habitantes. El coste de los cuidados es inasequible para la mayoría de la población. Por falta de dinero, mujeres embarazadas que viven en zonas rurales tienen que recorrer a pie varios kilómetros, para ser atendidas en hospitales mal equipados.
Las condiciones de pobreza en las cuales son mantenidos ciertos países son, desde luego, la causa de esta mortalidad infantil, y aquello basta para condenar toda la organización social actual.