Afganistan: una guerra contra los pueblos

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Noviembre 2001

El presente artículo es una traducción del aparecido en el n° 60 de Lutte de Classe, antes de la intervención de los bombardeos anglo americanos en Afganistán. Sin embargo el análisis de fondo sobre el papel y las responsabilidades del imperialismo, y en especial del norteamericano tienen plena vigencia.

La enorme y espectacular máquina de guerra de los EE.UU, apoyada por efectivos británicos, está asolando el territorio y la población civil afgana que además tiene que sufrir las consecuencias de años de guerra y el propio régimen talibán. Al azote de las bombas se une el hambre y las condiciones infrahumanas que soportan los miles de refugiados que tratan de huir del país.

Antes de la intervención, y aún hoy la diplomacia norteamericana, ha desplegado y despliega una gran actividad tendente a asegurar el apoyo, no solo de las otras potencias imperialistas, especialmente las europeas, sino también de Rusia y de los Estados de Asía central bajo la esfera de influencia de esta última. Los lazos que trata de tejer la diplomacia de EE.UU comprenden países que como Irán o Siria, eran considerados hasta ahora como adversarios. Este acercamiento más que una reorientación de la diplomacia americana hacia regímenes hasta ahora sometidos a cuarentena, puede significar una cierta vuelta de los mismos al redil y el reconocimiento de EE.UU como guardián del orden internacional.

Bush y los dirigentes de EE.UU tratan de canalizar la legítima emoción de su opinión pública golpeada por el horror de los atentados contra las World Trade Center, para promover un clima de unión sagrada alrededor del equipo dirigente americano y de su política.

Tanto Bush como los dirigentes europeos, entre ellos Aznar, presentan la guerra como una cruzada contra el terrorismo. Pero las víctimas son la población afgana para nada culpable de los atentados contra las World Trade Center. Esta odiosa masacre no solo revela la falacia del objetivo propagado por los dirigentes imperialistas, sino que pone a EE.UU ante el problema de la desestabilización de una región que tiene una gran importancia estratégica. El imperialismo americano se ve de alguna manera atrapado por su propia política.

El sistema de dominación imperialista

El sistema imperialista protege, segrega y perpetua desigualdades no sólo entre las dos clases sociales fundamentales de la sociedad sino también entre países imperialistas y países subdesarrollados. La estrategia militar y la diplomacia de las grandes potencias imperialistas se dedican en última instancia, a preservar la dominación económica de sus grandes grupos industriales y financieros en el mundo. El imperialismo americano no se destaca, desde este punto de vista, de los imperialismos de segunda clase, como Gran Bretaña, Francia, etc., sino tan sólo por sus recursos económicos y militares superiores y por su situación de gendarme del orden imperialista a escala mundial.

Pero gobernar en beneficio de grupos imperialistas, es gobernar contra los pueblos. Los regímenes sobre los cuales se apoya el imperialismo americano, como a menor escala el imperialismo inglés y el francés, en los países atrasados son por lo general regímenes opresivos, anti-populares.

En los países subdesarrollados, los regímenes más serviles para con los grupos imperialistas y, por eso mismo, los más fieles aliados de Estados Unidos son precisamente los que, por falta de apoyo en su propio pueblo, necesitan absolutamente su ayuda. La subordinación ante Estados Unidos radica en la convicción por parte de los defensores de aquellos regímenes de que la supervivencia frente a su propia población está vinculada con el apoyo de Estados Unidos. Los dirigentes de las grandes potencias imperialistas han experimentado en varias ocasiones regímenes que, al adquirir cierta base popular, toman sus distancias.

Si Estados Unidos tiene tanto interés por la alianza con Israel, es porque se trata más o menos del único régimen en Oriente Medio cuya política pro americana encuentra un amplio consenso en la población. La política sionista de los dirigentes de Israel se junta con la política reaccionaria de los Estados árabes de la región para fomentar en la población de Israel la convicción de que, fuera de la Alianza americana, no existe supervivencia para un Estado hebreo.

Pero dicha política, que arraiga en la violencia contra el pueblo palestino, es a la vez una trampa para el mismo pueblo de Israel. La política de represión del Estado de Israel ha creado una generación de jóvenes dispuestos a sacrificarse en atentados-suicidas. Estas acciones son condenables porque se hicieron a ciegas pero se trata del arma de los pobres y de los débiles, contra la cual los tanques no pueden gran cosa. La política utilizada por el gobierno de Israel con el apoyo material y político de Estados Unidos prepara para la juventud israelí un porvenir sin perspectivas como lo es ya el de la juventud palestina.

De tanto cultivar la violencia...

En casi toda la parte pobre del planeta, el respaldo de EE.UU a los regímenes y fuerzas más reaccionarias ha sido una constante de su política.

En tiempos de la Unión Soviética y de la "guerra fría", los dirigentes americanos justificaban su política por la preocupación de limitar la influencia soviética.

En primer lugar, en los límites de las zonas de influencia soviética y occidental. Las dos guerras que libró Estados Unidos para impedir el riesgo de un cambio en las zonas de influencia, una en Corea, la otra en Vietnam, iban a la par de la imposición de dictaduras y de un apoyo indefectible a éstas últimas.

Bastó con que la India se acercara, en tiempos de la Conferencia de Bandung, a una actitud neutralista para que Estados Unidos reforzara el apoyo a las dictaduras militares sucesivas de Pakistán, en particular a la del general Zia que, por su lado, se valía de una política que favorecía el fundamentalismo religioso.

El imperativo de rodear a la Unión Soviética de regímenes fieles a la alianza americana lleva varias décadas motivando el respaldo también indefectible al régimen turco, sin importar su carácter dictatorial, militar y policial, incluso sacrificando el derecho del pueblo kurdo a una existencia nacional, como además muchos otros derechos y libertades democráticas para el propio pueblo turco.

Por ese mismo motivo, respaldó Estados Unidos al régimen del Sha en Irán, incluso y sobre todo contra su propio pueblo. La CIA desempeñó un papel importante, junto con los servicios secretos británicos en el golpe de Estado para derrocar al Primer ministro Mossadegh que se atrevió en 1951 a nacionalizar el petróleo iraní. Pero por mucho que Estados Unidos protegiera al Sha e hiciera de su ejército la principal fuerza militar de la región, lo derrocó la rebelión que puso en el poder al islamista Jomeini. Para contrarrestar a Jomeini, Estados Unidos apoyó entonces a Saddam Hussein, el dictador de Irak. Durante la larga guerra mortífera en la que se opusieron Irak e Irán de 1980 a 1988, Saddam Hussein fue el caballero blanco de las potencias occidentales. La guerra causó varios centenares de miles de muertos. Ya se sabe lo que pasó: Saddam creyó que podía sobrepasar el papel que le habían otorgado las grandes potencias y se apoderó de Kuwait, mini- estado separado artificialmente de los mayores conjuntos estatales de la región, particularmente de Irak, para servir los intereses de las grandes petroleras. Para castigar a Saddam Hussein, el que ayer fue aliado y se ha vuelto enemigo, se bombardeó a su pueblo. La guerra del Golfo y el bloqueo económico que perdura desde entonces ni siquiera han derribado al dictador sino que, entre bombas y privaciones, han causado la muerte de millón y medio de iraquíes.

En cuanto a los talibán, no hubieran podido imponerse en Afganistán sin el respaldo de Pakistán en armas y en encuadramiento, o sea sin el acuerdo de Estados Unidos. Estados Unidos esperaba entonces que los talibán lograrían acabar con la situación de anarquía armada, consecuencia de la retirada de las tropas soviéticas. Y no les vino mal el que el proselitismo de los integristas afganos suscitara corrientes islamistas en las repúblicas de Asia Central provenientes de la Unión Soviética.

Otras dos zonas importantes para Estados Unidos desde el punto de vista estratégico también tuvieron que sufrir las consecuencias de dicha política: Latinoamérica y Oriente Medio. En Latinoamérica, ¿será necesario recordar la lista de los dictadores respaldados por Estados Unidos, la participación de la CIA en el derrocamiento del régimen de Arbenz en Guatemala en 1954, la intervención militar contra una insurrección popular en Santo Domingo en 1964, en la isla de Granada para derribar a un gobierno que se consideró demasiado progresista en 1983, en Panamá pretextando la intención de detener a Noriega, y eso que fue un ex-agente de la CIA pero que se implicó demasiado en el narcotráfico y, sobre todo culpado de demagogia anti-americana? ? Se detuvo a Noruega pero la intervención causó la muerte de miles de personas. ¿ Será preciso recordar el apoyo en el derrocamiento de Allende por Pinochet en 1973 y en las masacres que hubo a continuación, el respaldo que otorgaron a los grupos paramilitares ultraderechistas en El Salvador y en Guatemala o a los "contras" en contra del régimen andinista en Nicaragua. ?

Más allá de esas zonas estratégicas, ¿será preciso recordar el sangriento golpe de Estado en Indonesia en 1965 para derrocar el poder de Sukharno, sospechoso de "neutralismo", y el número incalculable de víctimas un millón, quizás más- en particular entre los campesinos pobres calificados de rojos?

Incluso Africa continente en el que el imperialismo americano ha dejado el papel de guardian a las antiguas potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña esencialmente- sigue llevando hoy día los estigmas del juego político americano. Durante la guerra anticolonial en Angola y después, para contrarrestar la influencia del MPLA, sospechoso de estar a favor de la Unión Soviética, Estados Unidos financió y armó a la UNITA. Más de un cuarto de siglo después de liberarse del poder colonial portugués, Angola todavía no ha salido de una sangrienta guerra civil, que opone el gobierno central a la guerrilla de la UNITA. Y si el ejército norteamericano no tiene motivos para alardear de su intervención en Somalia, dicha intervención sí que tuvo lugar.

El pilar Saudi

En Oriente Medio, si bien Israel es la pieza maestra del sistema de alianzas de Estados Unidos, no es la única. El imperialismo americano ha heredado del imperialismo británico y francés una situación en la que los pueblos árabes han sido fragmentados en una multitud de Estados lo cual permite utilizar sus rivalidades apoyándose en los más reaccionarios en contra de los que tuvieron la tentación de tomarse alguna autonomía política o económica.

Arabia Saudí, con su régimen que quizás sea el más reaccionario de una región que cuenta unos cuantos más, se ha impuesto como el mayor defensor excepto Israel- de los intereses de Estados Unidos en general y de sus petroleras en particular.

Y no resulta nada paradójico que el dinero saudí haya desempeñado un papel destacado en la financiación de los grupos islamistas, no sólo en la región sino mucho más allá, hasta el GIA argelino o el grupo Abu Sayaf en Filipinas.

Arabia Saudí ha podido financiar tanto más fácilmente a los grupos islamistas cuanto que durante mucho tiempo, Estados Unidos como Gran Bretaña (también implicada en la región), veían en las fuerzas islamistas unos contrafuegos al nacionalismo árabe que iba creciendo, simbolizado por un tiempo por El Egipto de Nasser y después, en cierta medida, por Siria e Irak.

No se manejan tales fuerzas reaccionarias sin sufrir un culatazo.

Fuera de Arabia Saudí y de su régimen integrista wahabita, las fuerzas islamistas han permanecido largo tiempo marginales, limitándose por lo esencial a los Hermanos Musulmanes egipcios a los que ayudaron, al menos al principio, los agentes británicos en Egipto.

Y paradójicamente, es precisamente el curso reaccionario de las cosas a escala mundial, desde más de un cuarto de siglo, lo que ha jugado una mala pasada a la política del imperialismo americano. Dicho curso reaccionario de las cosas se ha concretado por un retroceso general de las fuerzas que se reivindicaban del socialismo o del comunismo (más sin razón que con ella pero ésa es otra cuestión), e incluso de las fuerzas que pretendían ser "nacionalistas", "progresistas" o "tercermundistas". Todas estas fuerzas se alimentaban en última instancia del descontento, de la cólera, de las frustraciones de los pueblos oprimidos por el imperialismo.

El anti-imperialsmo declarado de esas fuerzas múltiples se limitaba más que nada a los discursos. Pero es de recordar la enorme popularidad de Nasser al nacionalizar el Canal de Suez. Nasser y sobre todo su sucesor Sadat acabaron por reintegrarse en la fila. Pero las causas que motivaron su éxito no han desaparecido. Al contrario.

La política de expolio y de represión de Israel sobre el pueblo palestino se ha agravado con el paso del tiempo, con la política sistemática de establecimiento de colonias israelíes en Palestina, con la guerra llevada durante la Intifada por un ejército moderno contra las piedras, los palos y las bombas primitivas de un pueblo desarmado. Dicho sea de paso, a su escala, Israel ha llevado una política semejante a la de Estados Unidos y ha pensado, en cierto momento, poder protegerse contra el nacionalismo de Arafat dejando que sus servicios secretos apoyaran a los integristas de Hamás.

Pero hoy se les escapan las criaturas a sus creadores. El Hamás canaliza a favor suyo la creciente pérdida de confianza de las masas palestinas con respecto a Arafat. Los integristas de Sudán y los talibán afganos se han vuelto en contra de sus antiguos protectores. El retroceso del nacionalismo "socializante" en los países árabes ha dejado el campo libre a las fuerzas políticas islamistas para dedicarse a cierto tipo de demagogia anti americana.

Sin otras perspectivas para las masas desheredadas de la región, el integrismo religioso, hasta sus variantes terroristas, se ha vuelto el vector por el cual se expresan la desesperación y el odio de la situación que se les impone.

¿Hacia que otra aventura guerrera ?

Estados Unidos tiene muchos motivos para temer la desestabilización de toda la región que centra el conflicto, en particular de dos países esenciales para ellos: Pakistán y Arabia Saudí.

El ISI, el servicio secreto de Pakistán, con el visto bueno de Estados Unidos, ayudó a los talibán a apoderarse del país. Por otra parte, aunque financiado y armado por Estados Unidos, el régimen militar pakistaní ha desarrollado una demagogia integrista y ha protegido a las organizaciones que lo representaban para encontrar cierto apoyo popular sobre una base reaccionaria. Ahora los Estados Unidos obliga al régimen militar pakistaní a alinearse abierta y públicamente detrás de él. Lo cual pone, evidentemente, al régimen militar en una situación difícil. La situación presenta muchos riesgos de desestabilización de Pakistán, y el peligro podría venir de rebeliones populares más o menos encuadradas por movimientos islamistas, o del estallido del mismo ejército, al elegir una parte de dicho ejército el bando islamista, por convicción o demagogia.

Y también está Arabia Saudí, la clave, junto con Israel, del sistema de alianzas americano en Oriente Medio. Mucho antes de los actuales acontecimientos, este país está tocado por contradicciones que, por muy ocultadas que estén, no dejan de ser explosivas. Es un país en el que el régimen medieval descansa en un estado ultramoderno, un régimen donde reina la sharia y cuya fraseología integrista no tiene nada que envidiar a la de los Talibán en Afganistán. Excepto que Arabia Saudí no es Afganistán, cuyo régimen medieval refleja de cierto modo el retraso social. Arabia Saudí como los Emiratos, consta de barrios ultramodernos, bancos, una riqueza espectacular para una pequeña capa dirigente e ingresos financieros para grandes familias de mercaderes, entre las cuales la de Ben Laden, que se enriqueció gracias a las obras públicas y está relacionada con la familia real, es uno de los prototipos. La burguesía, e incluso la pequeña burguesía del país son lo bastante ricas como para mandar a sus hijos a estudiar a Estados Unidos, incluso a las mejores universidades. Y no es por casualidad que el movimiento islamista haya encontrado jefes, hasta el mismo Ben Laden, en dicho país. No es por casualidad que sea allí donde los grupos terroristas hayan encontrado a gentes no sólo dispuestas a cometer atentados suicidas sino también que tienen el nivel técnico para prepararlos eficazmente.

¿Pero quién puede medir la influencia del islamismo en el propio ejército saudí, incluso en los aspectos opuestos a la política actual de Estados Unidos?

Aunque sigue a Estados Unidos, el régimen Saudí, por temor a las reacciones dentro del mismo país, mostró reticencias, desde el primer momento, para ceder a la aviación norteamericana la base "Príncipe - Sultán", el mayor aeropuerto militar situado cerca de Ryad. La anécdota es significativa: dicho aeropuerto lo construyó la familia de Ben Laden...

Una desestabilización del régimen saudí tendría consecuencias incalculables para Estados Unidos tanto por la situación geopolítica de este país como por sus recursos petrolíferos considerables.

Estados Unidos tiene por supuesto los medios militares y en el contexto actual, los recursos humanos, o sea cierto consenso en su propia población, para eliminar a Ben Laden y quizás a su red terrorista. Pero si bastan algunos hombres decididos y fanatizados para cometer atentados puntuales (sobre todo si estos hombres disponen de los medios materiales de un hombre de negocios muy rico), el mismo terrorismo arraiga en una situación todavía más general. La política del imperialismo americano suscita un odio creciente en un gran número de países saqueados u oprimidos. Y no es que exista un oscuro carácter nacional norteamericano sino por culpa de la dominación imperialista sobre el mundo. Y si tal odio toma un carácter anti-americano, es por el papel primordial pero no exclusivo de Estados Unidos en la dominación.

Poco importa saber cuáles son las relaciones del grupo Ben Laden con el movimiento palestino. Si han surgido hombres dispuestos a morir con una bomba en el pecho, es porque el Estado de Israel, con el apoyo de Estados Unidos, ha precipitado un pueblo entero en la desesperación. Desde hace un año, desde que la visita provocadora de Sharon a la esplanada de Las Mezquitas ocasionó una nueva Intifada, Estados Unidos ha dejado entera libertad de actuar al Estado de Israel para una política salvaje. Ha permitido que el ultraderechista Sharon accediera al poder y añadiera a la represión vigente una política marcada por el mantenimiento a toda costa de los asentamientos de colonos, por el rechazo total de cualquier concesión a los Palestinos, hasta las que se ratificaron en los acuerdos internacionales que además iban a favor de Israel. Esto era cerrar toda perspectiva ante la rebelión palestina. Aprovechando la emoción suscitada por los atentados de Nueva York, las tropas israelíes han dado rienda suelta a la represión y, en una declaración provocadora, Sharon ha asimilado a Arafat con Ben Laden.

La actitud de su protegido ha acabado por molestar a los dirigentes norteamericanos en sus esfuerzos diplomáticos en vistas de asociarse a los regímenes árabes. Bajo la presión de Estados Unidos, Sharon acabó aceptando un encuentro entre Arafat y Simón Peres.

Los comentaristas lo han interpretado como el inicio de un cambio en la política americana respecto a los palestinos. Pero el apretón de manos entre Arafat y Simón Peres no compensa la brutalidad de la represión israelí. No basta con volver a darle ilusiones a un pueblo expoliado y humillado.

Los grupos terroristas internacionales se apoyan en última instancia en la desesperanza y en el odio acumulados. La vía por la que estos grupos terroristas llevan dicha desesperación y dicho odio es una vía abyecta, reaccionaria y sobre todo estéril. Los atentados terroristas contra Manhattan no han debilitado en absoluto la dominación imperialista sobre el mundo: han agrupado a la opinión pública en torno a sus dirigentes, a pesar de su responsabilidad destacada en el terrorismo, y todo esto pasando por alto las reacciones de rechazo para con los árabes que favorecen las actuaciones de canallas racistas ultraderechistas.

Por lo que han relatado los medios de comunicación, tanto en Palestina como en Pakistán, ha habido quienes se han alegrado del derrumbamiento de las torres del World Trade Center. Pero si está claro que los que murieron en estas torres, en los aviones - suicidas o incluso en el Pentágono no son los responsables de la política imperialista americana, no es una venganza terrorista la que acabará con la explotación y la opresión de que son víctimas centenares de millones de hombres y mujeres en nuestro planeta. Y en materia de terrorismo, los más feroces y mejor equipados entre los grupos terroristas no podrán rivalizar con el terrorismo de Estado, tal como lo ha practicado Estados Unidos, (de Hiroshima a Bagdad, pasando por Vietnam y ahora Afganistán), o Francia en Madagascar, en Vietnam o en Argelia.

Consecuencia de la dominación imperialista sobre el mundo, el terrorismo islamista es al mismo tiempo una vía muerta reaccionaria que no permite a los pueblos avanzar por el camino de la liberación sino que al contrario los retrasa.

Los dirigentes americanos se presentan hoy como los defensores de las libertades, de la democracia y de la justicia contra la barbarie terrorista, como los protectores de la "way of life" norteamericana. Incluso en Estados Unidos esta pretensión no tiene en cuenta la importante miseria material y moral de gran número de barrios populares y de la interpretación particular de la noción de libertad y de justicia cuando se trata de negros pobres. Pero es verdad que gran parte de la población americana, la mayoría sin duda, goza de un nivel de vida y de condiciones de existencia envidiables por la mayoría del planeta.

Pero precisamente en esta mayoría de países pobres en Oriente Medio, en Asia, en Latinoamérica o en Africa, ¿cómo podría Estados Unidos ser considerado como el defensor de la democracia cuando protege dictaduras?. ¿Cómo podría ser considerado como el promotor de una "libertad duradera" o de una "justicia sin límites" para con los pueblos que conservan los estigmas de masacres perpetradas por Estados Unidos o por los regímenes que protege?. Y ¿qué sentido tendrá el "American way of life" para centenares de millones de seres condenados a una miseria sin esperanza, a no ser al hambre?

Por primera vez, el odio suscitado por el imperialismo americano ha golpeado a Estados Unidos en su mismo suelo. Sin embargo, las víctimas no son responsables. Miles de vidas han sido destruidas bajo los escombros del Wolrd Trade Center, pero el imperialismo americano no ha vacilado. Es suficiente para condenar los métodos terroristas y tanto más cuanto que se practican por objetivos reaccionarios. El mismo gobierno y el estado mayor americano no resultan debilitados por los atentados sino que especulan con el sentimiento de horror y de indignación para tratar de hacer olvidar la responsabilidad de su política anterior y dar crédito a su política venidera. Y accesoriamente, hacer aceptar un presupuesto militar más elevado y subvenciones suplementarias a unos grupos industriales importantes, particularmente a los de la aeronáutica.

Ya veremos si el clima de unión sagrada en torno a los dirigentes y al estado mayor americanos resistirá en Estados Unidos a la acción guerrera elegida. La opinión pública norteamericana, si ha sido con razón herida por los atentados y por su carácter ciego, no por eso estará dispuesta a dejarse llevar en aventuras guerreras que no le parezcan relacionadas con el combate contra los grupos terroristas. Aún más en los países pobres, víctimas del imperialismo en general, y de la política norteamericana en particular.

En una columna publicada hace poco en "Le Monde", un escritor de nacionalidad norteamericana pero de origen afgano concluyó, con razón: " Si por casualidad Occidente perpetra una masacre en esas regiones, dará a luz a mil millones de individuos que ya no tienen nada que perder".

Por mucho que se vanaglorie la diplomacia norteamericana del apoyo que encuentra en su "cruzada contra el terrorismo" en casi todos los regímenes, aunque algunos la aprueben con reparos o tibiamente, tan sólo la gesticulación guerrera ha provocado reacciones populares y no sólo en Afganistán, Pakistán o en el mundo árabe. Unas represalias ciegas no harán sino multiplicar y ampliar estas reacciones.

Las acciones bélicas de los Estados Unidos no acabarán con el terrorismo. Más bien suscitarán nuevas adhesiones. Sólo un renacimiento del movimiento obrero revolucionario, sólo el renacimiento de la acción colectiva de las masas obreras para acabar con la dominación de la burguesía sobre la economía y del imperialismo sobre el mundo, podrán abrir perspectivas para las clases oprimidas y, por lo tanto, acabar con la tentación del terrorismo.

Octubre de 2001