El 9 de octubre, en Roma, un grupo de manifestantes, que participaban de una marcha de protesta contra la exigencia del “pase verde” (pasaporte covid), se dirigió a la Cámara de Trabajo en Corso Italia, sede de la CGIL, y entró por la fuerza. El mobiliario, los ordenadores y las librerías fueron destruidos, mientras que las banderas rojas del sindicato se exhibieron como trofeos. Una escena que inmediatamente trajo a la mente la devastación que los fascistas hicieron hace exactamente un siglo en cientos de cámaras de trabajo, casas populares, secciones socialistas, comunistas y anarquistas. Episodios como éste requieren una toma de posición inmediata. Entre la violencia del escuadrón y la Cámara de Trabajo, hay que ponerse sin reservas del lado de esta última.
Algunos conocidos miembros de organizaciones fascistas encabezaron el ataque a la sede del sindicato. No es folclore: la extrema derecha, en sus diversas formas, opera en toda Europa (sin contar los seguidores de Trump en Estados Unidos), tratando de aparecer como los portavoces de todo el malestar social. El desarrollo de la crisis seguirá produciendo desempleo y precariedad. No se trata sólo de la obligación del pase verde.
El gran número de absten-ciones en las últimas elecciones municipales, más marcadas en los barrios obreros de las ciudades, es un signo inequívoco de “desapego a la política”. Pero quienes están “cansados de la política” no necesariamente renuncian a hacer oír su voz por otros medios. La crisis está proporcionando a los que saben aprovecharla una amplia audiencia y margen de maniobra. Además de los trabajadores más precarios, hay pequeños comerciantes afectados por los cierres y las restricciones a las actividades comerciales, pequeños empresarios que han visto arruinados sus negocios y jóvenes sin más perspectivas que un trabajo precario.
¿Cuál fue la respuesta de los dirigentes de la CGIL al ataque fascista? En lugar de convocar una huelga general nacional inmediata, todo se pospuso hasta el sábado siguiente, con la convocatoria de una gran manifestación unitaria “contra todo el fascismo”. La defensa física de las sedes sindicales se redujo a un problema de orden público del que debe ocuparse el Estado, mientras que la visita de Draghi a la devastada Cámara de Trabajo reforzó, en los sectores más débiles y marginales de la sociedad, la convicción de que el sindicato está del lado de esas élites burguesas bien pagadas y bien pensantes de las que procede el jefe del Gobierno. No era posible difundir un mensaje político más equivocado, un mensaje que empuja a estos estratos sociales a los brazos de los grupos de derecha.
Tras los sucesos de Roma, la ministra Lamorgese habló de la necesidad de reforzar el control de las manifestaciones, restringiendo de hecho sus derechos. ¡Realmente sería un buen epílogo para combatir a los nostálgicos de la dictadura fascista restringir las libertades políticas!
La ilegalización de las organizaciones neofascistas es una medida que debería haberse tomado ya en 1946, cuando Almirante y otros fundaron el MSI (Movimiento Social Italiano, partido neofascista). La realidad es que las clases dominantes nunca han renunciado a la posibilidad de utilizar la violencia, la infiltración y la provocación que practican estas minorías feroces y bien organizadas, como lo demuestra toda la historia de las luchas sindicales desde la posguerra hasta el presente, que Landini (Secretario General de CGIL) parece olvidar.
La lucha contra las formaciones fascistas es eficaz si se mueve en dos niveles: en primer lugar, la defensa física de las organizaciones obreras debe ser asumida por los propios trabajadores, en las formas y con los medios más adecuados. No debería seguir ocurriendo que un sindicato con cinco millones de afiliados no pueda encontrar a doscientos jóvenes para impedir que unas docenas de alborotadores irrumpan en su sede. En segundo lugar, necesitamos una política que corte la hierba bajo los pies de la demagogia fascista o semifascista. Una política que defina claramente los campos de la lucha: de un lado están los empresarios, los capitalistas, sus gobiernos y sus órganos políticos, y del otro los trabajadores y todas aquellas clases trabajadoras a las que el capitalismo les está robando toda esperanza de una vida digna.
Artículo publicado por nuestros compañeros de L’Internazionale (Italia) tras la agresión fascista a la sede del sindicato CGIL en Roma, el mayor sindicato italiano.