Textos del congreso de Lutte Ouvrière

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abril 2008

Situación económica

Texto propuesto por la mayoría - adoptado por el 97% de los delegados presentes en el Congreso

La crisis financiera que, durante el verano se ha propagado a escala mundial y que aún no ha terminado, tuvo como punto de salida el estallido de la burbuja especulativa en el sector inmobiliario en EEUU.

La crisis inmobiliaria americana, sobrevenida brutalmente en 2006, es el resultado de cuatro años de intensa especulación, facilitada por las bajas tasas de interés de la Banca Central americana, que permitía a los bancos y oficinas hipotecarias proponer ofertas atrayentes a sus clientes

Tras el periodo en el cual la demanda real, multiplicada por la demanda especulativa, hizo ascender los precios de los alojamientos y acelerar los programas de construcción, el brusco cambio se interpuso cuándo la saturación del mercado se volvió evidente (cuatro millones de casas sin vender). Esta saturación coincidió con la subida de las tasas de interés de la Banca Central americana, encareciendo el coste del crédito y volviendo los pagos más difíciles. La incapacidad de un número creciente de acreedores para pagar su deuda los obligaba a vender su casa, cuándo no era el banco prestamista el que se la quedaba, agravando más la llamada crisis de superproducción en el sector inmobiliario americano.

Tal y como están las cosas, la crisis inmobiliaria ya ha producido daños importantes en las clases populares en Estados Unidos. Las tentadoras tasas de crédito que les proponían eran a tasa variable y se volvieron una trampa para muchos puesto que la tasa directriz de la Banca Central americana pasó del 1% al 5%.

Desde entonces, alrededor de un millón de acreedores perdieron su vivienda recientemente adquirida. Se considera que este número amenaza con alcanzar, incluso superar, los tres millones en 2008, sin hablar de aquellos, en las clases populares, que han conseguido conservar su vivienda a costa de sacrificios en otros terrenos o de una reducción de su consumo. Lo que significa que solo el aspecto inmobiliario de la crisis ha empujado a varios millones de familias hacia la pobreza.

En los mismos EEUU la crisis inmobiliaria y de la construcción no ha terminado. Se considera que alcanzará su máxima gravedad a comienzos de 2008.

Pero el incremento especulativo en lo inmobiliario no ha sido solo en EEUU. Con diversos grados, todos los países imperialistas han conocido el mismo fenómeno y por las mismas razones: al comienzo la insuficiencia real de viviendas para las clases populares sube los precios; alza que, a su alrededor, suscita compras especulativas alentando la euforia en el mercado inmobiliario. Los créditos bancarios fácilmente acordados amplifican el fenómeno.

Por el momento, no ha habido un hundimiento brutal de los precios en los países europeos, pero en Francia por ejemplo, las estadísticas trimestrales indican un ligero receso de los precios de las viviendas por primera vez desde 2000.

Es, pues, la crisis inmobiliaria americana la que se generalizó durante el verano de 2007 transformándose en crisis financiera. Lo inmobiliario no ha sido más que el factor que la ha puesto en marcha. La crisis financiera está dentro de la continuidad de las crisis que, cada tres o cuatro años, estremecen al conjunto del sistema financiero mundial.

La forma que por el momento ha tomado la crisis financiera es una crisis de confianza de los bancos entre ellos. Cada banco guarda cierta cantidad de títulos basados, directa o indirectamente, en los créditos hipotecarios emitidos por los bancos americanos, combinados, transformados y vueltos a vender en nuevos títulos por fondos especulativos.

Estos títulos, que son el grueso de las aportaciones, están presentes en las carteras, no solo de todos los grandes bancos, sino también en la tesorería de cierto número de grandes empresas, sin que se conozcan -pues las operaciones financieras son opacas- la parte de los créditos de riesgo, es decir, los que tienen poca posibilidad de ser reembolsados un día o nunca. Dado que los diversos títulos que detentan los bancos sirven de soporte a múltiples transacciones cotidianas entre bancos, la crisis de confianza ha frenado brutalmente esta circulación financiera cotidiana y ha vuelto el crédito más caro.

Para auxiliar a los bancos con dificultades y para reducir las tensiones sobre el crédito, los bancos centrales han intervenido masivamente.

La intervención de los bancos centrales, principalmente los de la Reserva Federal (FED) por parte de EEUU y de la Banca Central Europea (BCE) para los países de la zona euro, o incluso los bancos centrales británico o japonés -sin hablar de otros- ha tomado principalmente dos formas. Por una parte, salvar a los bancos incapaces de rembolsar a sus imponentes y amenazados de quiebra, acordando créditos excepcionales y prácticamente ilimitados. Por otra parte, facilitar el crédito jugando con las tasas de interés que sirven de referencia a las tasas practicadas por los bancos.

La Banca Central Europea abandonó su proyecto de aumentar su tasa de interés. En cuánto a la FED, naturalmente, bajó la suya.

Esta generosidad de los bancos centrales puede ser que haya salvado al sistema financiero -en todo caso por el momento- evitándole la asfixia por falta de créditos. En todo caso ha salvado la posición de los especuladores. Así tienen la seguridad de que pueden especular sin riesgo puesto que, si ganan, son ellos los que se embolsan el beneficio de la especulación y si pierden son los bancos centrales los que pagan sus pérdidas.

Bajo una forma u otra, el dinero concedido a los bancos o a las empresas especulativas será pagado por las clases populares. Aunque los cientos de miles de millones desembolsados por los bancos centrales hayan sido concedidos a título de préstamos, nada garantiza que estos préstamos serán devueltos. En este caso será necesario, de una manera u otra, llenar el agujero abierto. Y de todas maneras esos créditos concedidos representan creaciones monetarias suplementarias, es decir inflación, con la subida de precios que ello implica y la bajada de poder adquisitivo que conlleva para todos, principalmente para los asalariados, cuyas rentas han sido ya frenadas desde hace tiempo.

La crisis financiera actual es el último hasta la fecha de los accesos de fiebre de la esfera financiera que asfixian cada vez más a la producción. Esta misma financiarización es el aspecto más destacado de la evolución de la economía capitalista mundial desde que entró, alrededor de los años sesenta y setenta, en un periodo de estancamiento o crecimiento lento, entrecortado de periodos de recesión.

La bajada de las tasas de beneficio de las empresas ha sido uno de los componentes de la crisis de la economía capitalista que sucedió a los años de expansión, a los que se llegó primero por las necesidades de reconstrucción tras la guerra, después por un ensanchamiento de los mercados mundiales.

La crisis del sistema monetario internacional de 1969 a 1971, después del primer conflicto petrolero, ha sido de las primeras manifestaciones visibles.

El alza brutal del precio del petróleo de 1973 resultaba de la voluntad de los truts petrolíferos de preservar sus beneficios a pesar del estancamiento del mercado, aumentando sus precios ya que no podían aumentar sus ventas. Este remedio solo estaba al alcance de los truts prácticamente en situación de monopolio a escala del planeta, lo que era el caso de los truts del petróleo. Sin embargo, anticipándose a las consecuencias de la crisis y buscando protegerse de sus efectos, los truts del petróleo la han agravado.

El encarecimiento del precio del petróleo -multiplicado por 14 entre 1970 y 1981- ha golpeado pesadamente al sector productivo bajando aún más la tasa de beneficio en la mayoría de las empresas. Esto no es una novedad en las crisis capitalistas: los periodos de crisis son en general aquellos dónde los grandes truts resguardan sus beneficios en detrimento del conjunto de la sociedad, incluyendo a sus cómplices capitalistas, y acentúan el embargo sobre la economía con riesgo de asfixiar a las empresas más pequeñas

Para salvar a las empresas capitalistas, los Estados intervienen masivamente por todas partes a favor de su clase capitalista, con ayudas y subvenciones de todas clases. Para ello, aumentan la masa monetaria haciendo funcionar las planchas de los billetes y endeudándose masivamente. El endeudamiento de los Estados ha crecido brutalmente. Después no ha dejado de agravarse. Todo esto se ha traducido por una fuerte subida de la inflación a escala mundial. El simple hecho de esta inflación constituye un ataque contra las clases sociales con rentas fijas, los asalariados en primer lugar.

La medicación aportada a una de estas fases se revela un veneno en el origen de las dificultades de la fase siguiente. La inflación, con ritmo diferente según el país, se ha convertido en un factor de perturbación del comercio internacional, acentuada aún más por la desaparición del sistema monetario internacional más o menos estable instalado al día siguiente de la guerra, en Bretton Woods.

La financiarización de la economía había comenzado antes incluso de que la crisis del sistema monetario internacional de 1971 estallara a plena luz. El fin de los años sesenta estuvo marcado por la multiplicación de lo que se llamó en la época los "euro-dólar" que eran, en esencia, créditos emitidos en dólares por los bancos exteriores a EEUU y no controlados por el Estado americano.

Sin embargo, es con la crisis, concretamente a partir de la crisis del petróleo, que esta evolución hacia la financiarización de la economía recibió un impulso potente. Lo que llamaban entonces los "petrodólares", es decir, dinero acumulado por una parte por los emires del petróleo y por otro por las grandes compañías petroleras, pero no invertidos de forma productiva, inundaron el sistema financiero mundial a la búsqueda de emplazamientos interesantes. A estas sumas considerables se añaden los títulos que representan las deudas de los Estados.

Para salvar las espaldas del conjunto de la clase capitalista, es decir, para permitir que parasen la caída de las tasas de beneficio, los grupos industriales y financieros y los Estados que los representan han tomado, al cabo de los años, un conjunto de medidas que constituyen una gran ofensiva cara a disminuir la parte de la clase obrera en los presupuestos nacionales para aumentar la parte del beneficio.

Esta ofensiva ha tomado infinidad de formas, según el país y las posibilidades políticas y sociales de los dirigentes de los Estados. Acabó por invertir la tendencia a comienzos de los años ochenta. A partir de entonces la tasa de beneficio estaba creciendo por todas partes. En los años noventa alcanzaba y sobrepasaba su nivel de antes de la crisis.

En las crisis de superproducción clásicas del capitalismo del siglo precedente, la subida de la tasa de beneficio era en general el comienzo de la recuperación, incitando a los capitalistas a invertir en la producción, a aumentar ésta y a contratar. Ahora nada de ésto: los crecientes beneficios sacados por la explotación reforzada de la clase obrera sirven muy poco para las inversiones productivas. Han irrigado el sistema financiero mundial acrecentando sin cesar el volumen global de moneda y créditos en circulación. Los grupos capitalistas, en lugar de invertir, de crear nuevos medios de producción y abrir nuevos mercados, se contentan con agrandar cada uno su propio mercado comprando las partes del mercado de otros, volviendo a comprar empresas en operaciones de fusión-adquisición que han marcado la última década. Y sobretodo, en lugar de invertir, han colocado su dinero en operaciones financieras más o menos especulativas.

La especulación es inseparable del capitalismo. Los de las acciones u obligaciones es tan viejo como las Bolsas. Esta institución que, en tanto mercado del capital, es absolutamente indispensable para el funcionamiento de la economía capitalista, ha sido al mismo tiempo un alto lugar de la especulación. Pero con el inflamiento de masas de dinero a la búsqueda de emplazamientos rentables, conjuntamente al progreso de la informática, el sistema financiero ha inventado "productos" cada vez más especulativos. Ha creado nuevos órganos especializados que venden los unos a los otros títulos basados sobre otros títulos, hasta el segundo, tercer o enésimo grado, transformando el mundo financiero en un gigantesco casino. Los críticos del sistema capitalista no son los únicos que comprueban que la "lógica financiera, como dicen, impone su ley incluso a las empresas productivas. Los hacen a dos bandas: por una parte las empresas productivas utilizan cada vez más masivamente sus beneficios, incluso su tesorería diaria para operaciones financieras, y por otra parte, porque los fondos de inversión que compran acciones no buscan invertir a largo plazo sino apuntan a la rentabilidad a muy corto plazo. Muchos economistas burgueses, ellos mismos, deploran esta carrera hacia el precipicio puesto que saben que la plusvalía que se saca a la clase obrera viene, en última instancia, solo de la producción.

Denunciar la "mundialización capitalista" para explicar a la vez la financiarización de la economía y las crisis financieras como lo hacen ciertos altermundialistas, es estúpido. La crisis actual ya ha "mundializada" como lo fue en su tiempo la crisis de 1929. Como lo fue las crisis periódicas del siglo XIX, incluso si concernían a un número más limitado de ramas -ferrocarriles, siderurgia, textil o construcción- e incluso si la "mundialización capitalista" no concernía aún verdaderamente al mundo entero.

Dicho esto, las medidas tomadas para facilitar la circulación y emplazamiento de los capitales, la desregularización, la desreglamentación, la demolición de toda barrera puesta en el periodo anterior entre las empresas productivas, entre los bancos y las compañías de seguros, incluso en el interior del mismo sector bancario, entre bancos comerciales y bancos de inversión, han contribuido a que las fluctuaciones de la economía capitalista se transmitan, por decirlo así, instantáneamente.

Es necesario añadir igualmente la supresión de las barreras proteccionistas ante la circulación de capitales entre los mismos países capitalistas y, más aún, la plena integración en la economía capitalista y en los circuitos financieros, de esta parte del planeta que se le escapaba más o menos anteriormente : el bloque de los países alrededor de la URSS o aún algunos países subdesarrollados que habían buscado aflojar la influencia imperialista para intentar desarrollarse cerrando sus fronteras ante la circulación de capitales.

Incluso las Bolsas, esos altos lugares de la especulación, ya no se representan por edificios con corredores esparcidos delante del corro. La Bolsa se ha convertido en un lugar inmaterial, la conexión en red de un conjunto de ordenadores que cubren todo el planeta. Incluso teniendo en cuenta el cierre cotidiano, se puede especular las 24 horas del día siguiendo, como quien dice, el desplazamiento del sol pasando de Tokio o Hong Kong a Moscú, de Paris o Francfort a Londres después a Nueva York. Por otra parte, la Bolsa tiene especialistas que ganan fortunas por minúsculas variaciones entre los valores de títulos de un fondo u otro a lo largo de 24 horas.

Si la primera fase de la crisis estuvo marcada por la inflación resultante de las intervenciones de los Estados a favor de su clase capitalista y el hecho de financiar las intervenciones haciendo funcionar la plancha de los billetes, la segunda fase a partir de los años ochenta, estuvo marcada por medidas destinadas a frenar esta inflación que se ha vuelto molesta para la misma clase capitalista.

La plancha de los billetes, es decir, la creación monetaria, ha sido reemplazada por todas partes por el recurso de préstamos del Estado. En efecto, la inflación ha sido frenada pero al precio de un endeudamiento aún mayor de los Estados.

En Francia, por ejemplo, la deuda del Estado acaba de sobrepasar los 1.200.000 millones de euros. En euros, descontando los efectos de la inflación, la deuda pública, en crecida ininterrumpida, se ha multiplicado por cinco en veinticinco años. Nada más que el costo de la deuda, 39.000 millones de euros para el presupuesto de 2007, ocupa el segundo puesto de gastos del Estado francés.

No es nuevo que los préstamos del Estado alimenten los circuitos financieros. Sin embargo hoy, la economía financiarizada, ha llevado esta tendencia de la economía capitalista a un grado sin precedentes. Estos préstamos de Estado, entre los que los Bonos del Tesoro americano ocupan un lugar particular, se han convertido en uno de los alimentos del sistema financiero internacional, uno de los vectores también de especulación sobre las monedas. En los periodos de crac bursátil o bancario, sirven también de refugio a los capitales enloquecidos buscando colocación segura pues los Estados quiebran más raramente que las empresas -aunque hay Estados y Estados y los bonos del tesoro americanos tienen evidentemente otra solidez que los emitidos por Méjico, Tailandia... o por Mali, si a éste se le ocurriera emitirlos.

Que los economistas burgueses y los que se expresan como tales, frenéticos por los sobresaltos financieros que amenazan sin cesar a la producción busquen una vía de salida, está en el orden de las cosas. Pero en el estado actual de decrepitud política y de pérdida de referencias, los altermundialistas aparecen hoy no solo como representantes de la izquierda, sino de la izquierda radical. Sin embargo su línea habitual es la misma que la de los economistas burgueses buscando volver al sistema capitalista menos malo. Si el diagnóstico de los altermundialistas es justo puesto que denuncian las consecuencias catastróficas de la financiarización de la economía, todas sus propuestas giran alrededor de ideas que son, en el mejor de los casos, parches -la tasa Tobin sobre el desplazamiento de capitales o la supresión de los paraísos fiscales representan una vuelta a la reglamentación y al proteccionismo.

No es imposible, todo lo contrario, que las ideas proteccionistas encuentren eco por parte de las grandes potencias imperialistas y de sus grupos financieros. Si la globalización financiera les permite robar sin obstáculos todo el planeta, algunas de sus consecuencias les pueden resultar perjudiciales. Predicando la apertura de las fronteras ante la penetración de sus capitales, las grandes potencias imperialistas jamás han dejado de ser por completo proteccionistas las unas frente a otras y todas frente a los países que está de moda calificar de emergentes.

Por ejemplo, hace muchos años que tanto EEUU como la Unión Europea se las ingenian para protegerse de las mercancías baratas que vienen de China y, accesoriamente, de otros países subdesarrollados. Pero el asunto es más complicado puesto que estas mercancías baratas a menudo son fabricadas con capitales que vienen de países desarrollados -en los sectores más modernos de la industria china, la electrónica, electrodomésticos, China no es más que enorme taller de contratas para Japón - o son fabricadas por comanda de empresas comerciales o industriales de países imperialistas -la mayor cadena comercial del mundo, la americana Wal-Mart, o el fabricante de juguetes Mattel... La preocupación de los Estados imperialistas es encontrar medidas que, dejando abierto el mercado chino a sus capitales y productos, cierre al menos parcialmente su propio mercado a los productos chinos.

Otro campo dónde el proteccionismo florece es en el mismo terreno financiero. Algunos emiratos del petróleo que guardan importantes rentas financieras no utilizadas por sus dirigentes, tienen la costumbre desde hace tiempo de colocar su dinero en bonos del Tesoro americano y, muy ocasionalmente, de comprar acciones de grandes empresas.

Por razones muy diferentes, China se encuentra en una situación análoga. La sobreexplotación de los trabajadores chinos en el curso de los últimos años ha permitido a China exportar masivamente. El valor de sus exportaciones sobrepasa holgadamente el de sus importaciones, destinadas principalmente al consumo de su clase rica, volviendo de esta forma su comercio exterior cumplidamente beneficiario. Esta demasía de dinero se coloca en Estados Unidos, bajo forma de títulos del Estado u otros bonos del Tesoro.

Mientras que se trate de sumas depositadas en títulos del Estado americano, eso no molesta a EEUU, todo lo contrario. Es gracias a sumas considerables depositadas por países pobres como EEUU equilibra su balanza de pagos. Es una forma de drenar el dinero sacado de los obreros y campesinos chinos hacia los circuitos financieros del imperialismo. Pero ciertos Estados, ya sea por intermedio de los fondos financieros llamados "fondos soberanos" (el caso de los emiratos del petróleo) o por intermedio de los truts de Estado (el caso de los truts petroleros chinos Cnooc o del ruso Gazprom) piensan en colocar su dinero de forma más provechosa volviendo a comprar acciones de empresas occidentales.

No se trata, por el momento, más que de un movimiento marginal, pero que ha provocado gruñidos proteccionistas en nombre de "intereses estratégicos" de la nación o en nombre del "patriotismo económico". Es así que EEUU ha impedido el rescate por la sociedad de Estado china Cnooc del petróleo americano Unocal y rechazado que la sociedad pública Dubai-Portsworld rescate puertos americanos.

La misma actitud proteccionista ha estado en la base de la reacción del Estado francés contra el rescate de Suez por la sociedad italiana ENEL a pesar de que Francia e Italia forman parte de la Unión Europea.

Por el momento estas reacciones proteccionistas son puntuales y limitadas, en tanto las ventajas de la circulación de capitales prevalecen sobre otras consideraciones. Pero en el caso de empeoramiento de la situación económica mundial hay grandes posibilidades de que las medidas y actitudes proteccionistas se multipliquen y de que los países pobres que exportan sean las principales víctimas.

Los altermundialistas que, por otra parte, denuncian con razón los daños de la "mundialización capitalista" para con los países pobres, tendrán seguidores. Pero la subida de los proteccionismos jugará a favor de los países imperialistas, de la misma manera que la globalización juega a su favor. No hay, en un mundo dominado por el imperialismo, una "política equitativa" ni un "comercio justo".

Predicar la vuelta al proteccionismo es una política reaccionaria: fundamentalmente porque conlleva salvar la actitud del gran capital y el funcionamiento capitalista de la economía: más aún porque una vuelta a los proteccionismos nacionales, si ocurre porque sean impuestos por un empeoramiento importante de la crisis, sería una regresión considerable. Que recordemos, este fue el remedio del capitalismo cuándo la gran crisis de 1929 y de la depresión que le siguió, con el estatismo del New Deal de EEUU por una parte y sus grandes trabas, pero también del otro lado de la economía alemana bajo el nazismo.

Nuestro razonamiento en tanto que comunistas revolucionarios es a la inversa. La crisis actual no es la expresión de una fase de la economía capitalista, es la expresión de que la organización y el funcionamiento capitalistas llevan a la colectividad humana al abismo.

La presente crisis es una nueva demostración, caramente pagada, de lo que cuesta a la sociedad la opacidad del sistema bancario y la competencia que libran entre ellos los establecimientos bancarios y financieros para inventar y colocar productos financieros cada vez más complejos y con menor relación con la economía productiva.

Todo esto multiplica, amplía y agrava los sobresaltos anárquicos propios del funcionamiento de la economía capitalista y conlleva despilfarros inmensos.

El control popular del sistema financiero se convierte en una necesidad vital para la economía. Contrariamente a las proposiciones de los reformistas de toda clase, una reglamentación más estricta y el estatismo reforzado no constituyen en sí mismos una solución porque la cuestión es también: ¿quién controla el Estado?

Sólo la fusión de todos los bancos en uno pondría fin a la competencia mortal y únicamente el control de toda la población, hecho posible por el levantamiento del secreto bancario, representa una perspectiva para la sociedad.

La financiarización ha empujado el carácter usurero de la economía bajo el imperialismo hasta tal punto que asfixia completamente la vida económica. La globalización financiera ha empujado la mundialización capitalista hasta su extremo límite.

Ambas evoluciones, conjuntas, quitaron al mismo tiempo todo significado verdadero tanto a la " economía nacional " como a la misma propiedad privada. Es la evolución del capitalismo la que demuele las mismas bases sobre las cuales ha sido edificado. No es regresando para atrás que la sociedad puede salir de esta contradicción.

Porque toda mirada atrás sería catastrófica. El futuro está, por el contrario, en poner fin a la propiedad privada de los medios de producción y de los organismos financieros, es decir, a la economía capitalista, en la cual reposan.

Diciembre de 2007