Este texto es una traducción de uno de los textos votados en el último congreso de Lutte Ouvrière, en diciembre de 2020, publicado en la revista Lutte de classe de noviembre de 2020.
Este texto fue escrito poco después del asesinato de Samuel Paty, un profesor de educación secundaria en un suburdio del noroeste de París, decapitado por un joven islamista.
El asesinato de un profesor por un joven fanático, inspirado por una corriente fascista que dice ser islámica, es una abyección.
Todos los que se reivindican de la clase obrera y de la emancipación social que ésta conlleva deben luchar tanto contra esta corriente de extrema derecha, que pretende poner bajo su control a los musulmanes, o a quienes considera musulmanes, como contra la extrema derecha fascista del otro lado, que ataca a las mezquitas y a los inmigrantes.
Deben combatirlas no sólo en defensa de la libertad de expresión, sino también con la conciencia de que estas dos corrientes se alimentan mutuamente. Ambos pretenden imponer su poder, uno sobre lo que considera su comunidad, el otro, si las circunstancias lo permiten, a escala del país. Deben ser combatidas, no en nombre de la república, ni de la democracia, ni siquiera de la libertad de expresión, sino del punto de vista de los intereses de los trabajadores, con la clara conciencia de que el poder que estas corrientes quieren crear es dictatorial. Pesará sobre toda la sociedad y, sobre todo, sobre las clases explotadas. Su función será salvaguardar el orden social basado en la explotación, en momentos críticos en los que las formas “republicanas” o “democráticas” de la dictadura del capital se muestren incapaces de hacerlo.
Incluso antes de que estas corrientes alcancen su objetivo de alistar tropas, cada una por su lado, dividen el movimiento obrero, enfrentando a los trabajadores entre sí. Incluso antes de que su control sobre el aparato estatal se convierta en un hecho, este se ejerce sobre las conciencias.
El capitalismo senil en crisis hace que innumerables problemas surjan o resurjan de sus entrañas en diferentes partes del mundo. En los Estados Unidos, el movimiento de protesta de los negros contra la violencia policial ha visto surgir milicias supremacistas. Este capitalismo podrido ha llevado al resurgimiento del Ku Klux Klan y a la proliferación de movimientos conspirativos, una variante moderna de las corrientes místicas medievales que florecieron ante la pandemia de la peste. Sin embargo, las ideas oscurantistas de estas corrientes no son un legado de la Edad Media.
No es el pasado el que se apodera del presente. Es el producto de una sociedad que ha sido capaz de enviar a los hombres a la luna, pero es incapaz de dominar su vida económica y social. Hace casi un siglo, Trotsky señaló el anacronismo entre las ideas e instituciones de la Iglesia Católica y el hecho de que las palabras del Papa pudieran ser transmitidas a Lourdes por ondas de radio: “¡Y qué puede ser más absurdo y repulsivo que esta combinación de la orgullosa técnica con la brujería del superdruida de Roma! La verdad es que el pensamiento humano está enfangado en sus propios excrementos.” (Diario del exilio).
El capitalismo está agonizando. Amenaza con arrastrar a la sociedad humana con él. Pero no desaparecerá por sí solo. Sólo desaparecerá cuando el proletariado tomé conciencia del papel esencial que tiene que desempeñar en la transformación social.
Todos aquellos que pretenden reaccionar ante la barbarie que aumenta en la vida social en nombre de la república, de la democracia, del laicismo, contribuyen a ocultar la realidad de una sociedad de clases, permanentemente feroz en los países más pobres, pero cada vez más feroz también en la parte rica, imperialista, del mundo. El peor régimen del siglo XX no fue una de las innumerables dictaduras de los países pobres: fue la Alemania de Hitler, el país más rico de Europa con el más alto nivel de cultura y educación...
La crisis económica, que continúa y se agrava, ya está provocando un aumento de la pobreza, incluso en los países más ricos. Después de haber creado asombro, ansiedad y angustia en todas las clases o estratos sociales que son víctimas de ella, generará ira. La inestabilidad económica conducirá inevitablemente a la inestabilidad social. Si la burguesía imperialista siente que está amenazado el orden social que domina, y con más razón aún su poder, luchará con uñas y dientes para preservarlo. Aprovechará cualquier instrumento político que le ofrezca la situación y el desarrollo de la lucha de clases.
Todas las corrientes políticas que aspiran al poder en el marco del capitalismo agonizante son candidatas al papel de secuaces de la burguesía. En los países imperialistas, es la extrema derecha la que, al tiempo que se esfuerza por el momento en integrarse en el juego parlamentario de la democracia burguesa, alberga y cubre corrientes de carácter fascistas. En los países pobres, es el fanatismo religioso, ya sea cristiano, musulmán, budista o etnista.
La crisis y sus amenazas
La crisis provocará cada vez más cambios en las relaciones sociales. En primer lugar, entre la gran burguesía dominante y la clase obrera. La fachada pseudodemocrática de los países imperialistas, incapaces de hacer frente a la crisis, se está resquebrajando por todos lados. La evolución autoritaria y conservadora ya está tomando forma, detrás de la forma democrática que siguen revistiendo los países imperialistas.
En los Estados Unidos, Trump no es sólo un accidente en la evolución política de la principal potencia imperialista. Sea reelegido o no, las tropas que lo apoyan, que se reconocen en él, siempre estarán ahí. ¿Se ceñirán al apoyo electoral? El futuro y la evolución de la crisis lo dirán. El aumento de las ventas de armas, del orden del 20%, no es algo anecdótico. Estas tropas pesarán en la situación política, con sus crasos prejuicios, y su deseo de ser el “partido del orden”.
Aquí en Francia, la crisis sanitaria y las medidas gubernamentales para combatirla son un medio de enrolar a la población para acostumbrarla a obedecer. La pandemia y los medios utilizados para frenarla no sólo sirven para ocultar las responsabilidades pasadas y presentes del Estado por la criminal insuficiencia de los recursos materiales y humanos del hospital público. Se están utilizando para preparar un futuro más autoritario. Por una vía completamente diferente, más abiertamente política, las medidas tomadas en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista van en la misma dirección. Por muy distantes que estén entre sí, la crisis sanitaria y la respuesta del gobierno al terrorismo tienen en común el ser utilizadas para crear “unanimidad nacional” con una connotación autoritaria.
Ni siquiera podemos decir que se trata de una evolución hacia la derecha porque, de Le Pen a Mélenchon, los discursos de los políticos se parecen cada vez más.
La crisis también modificará la correlación de fuerzas entre las distintas capas o categorías sociales que son víctimas del capitalismo.
No hay que sobrestimar las reacciones de esta franja de la pequeña burguesía, propietarios de bares, restaurantes, locales deportivos y de ocio, etc., que protesta enérgicamente contra las medidas que afectan a sus ingresos y que consideran injustas para ellos. Pero tampoco hay que pasar por alto la advertencia que esto representa para el futuro. Incluso las categorías pequeñoburguesas que más se hacen oír en este momento aún no están luchando, ni mucho menos. Pero podrían empezar a moverse mucho antes de que la clase obrera lo haga con sus medios.
El futuro depende en gran medida de la capacidad de la clase obrera para reaccionar, movilizarse y luchar contra el capitalismo con sus armas y perspectivas de clase. Pero todo depende de la política y de la perspectiva en torno a las que se moviliza el proletariado. Aquí es donde el papel de la corriente comunista revolucionaria puede ser decisivo. Por minoritaria que sea hoy, es la única corriente que defiende la perspectiva que puede representar un futuro para la sociedad: el derrocamiento del poder económico y estatal de la burguesía.
Es vital que las ideas comunistas estén presentes en la clase obrera. Es vital que no sean pervertidas, comprometidas, por las corrientes burguesas mayoritarias, algunas de las cuales defienden abiertamente el capitalismo y otras no lo combaten. En un cierto nivel de la lucha de clases, estas dos corrientes confluyen.
Por lo tanto, todos los que se reivindican de la corriente comunista revolucionaria deben estar orgullosos de sus ideas, orgullosos de representar la conciencia de la clase obrera y aferrarse a sus actividades. Más aún en los difíciles tiempos que se presentan para la clase obrera. La burguesía seguirá atacando aún más fuerte cuanto más tarde en reaccionar la clase obrera. Los tiempos serán difíciles si la reacción viene principalmente, si no exclusivamente, de la pequeña burguesía. Porque, sin que la historia se repita de forma idéntica, la burguesía puede utilizarla para defender el sistema capitalista, incluso apoyándose en ciertas capas sociales que son víctimas de él.
Hay que mantener la bandera comunista y sobre todo las perspectivas que representa, porque es la única alternativa frente a la barbarie en la que el capitalismo arrastra a la humanidad.
21 de octubre de 2020