El hundimiento de la izquierda gubernamental durante las elecciones presidenciales ha permitido a Le Pen pasar delante de Jospin en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. La prensa, la izquierda, ha hablado de "seismo", "de amenaza fascista" y todos los partidos de la izquierda plural con la LCR han llamado a votar para "frenar" a Le Pen, es decir, han formulado de una manera más o menos directa, un llamamiento a votar Chirac.
Hay que destacar que Le Pen ha aumentado muy poco su resultado desde 1995 pasando del 15% al 16,86% de los votos escrutados. Es Jospin el primer ministro socialista, quién se ha hundido después de cinco años de política antiobrera. Ha perdido 2,5 millones de votos pasando del 23,30% al 16,80%.
Si la izquierda ha enarbolado la amenaza fascista llamando a votar a Chirac, era de principio para evitar hablar de su balance desastroso. Era evidente que no había amenaza fascista y que no tenía ninguna posibilidad de ser elegido, pues el total de los votos de la derecha de la primera vuelta alcanzaban ellos solos, el 60% de los sufragios.
Pero la izquierda, incluida la LCR, ha exagerado el peligro Le Pen queriendo parecer como valerosos combatientes y utilizando el plebiscito para Chirac ¡a la manera de arma antifascista!.
El intermediario Le Pen ha ocultado el resto, ha sobre todo, ocultado la inmensa decepción y el desagrado de las clases populares de cara tanto a la izquierda parlamentaria como a la derecha que gobierna este país desde hace veinte años sucesivamente o simultáneamente. Es este desagrado el que intenta canalizar en su beneficio Le Pen y el Frente Nacional con un relativo éxito, podemos decir que esto ha sucedido desde las elecciones europeas de 1.984 en la cual la lista del Frente Nacional recogió 2.210.334 votos, el 10,95% de los votos escrutados. Estos últimos años la extrema derecha ha podido parecer que ha perdido peso notablemente después de la escisión de Megret. Pero no es tanto la traducción electoral, lo que explica los resultados de Le Pen y del Frente Nacional -lo cual es inquietante-, sino la realidad que refleja.
Lo más grave para el porvenir no es la fracción elevada de la población que representa. Siempre ha existido en este país una corriente conservadora y reaccionaria que se metamorfoseaba para la ocasión en corriente de extrema derecha. Toda una parte de la pequeña burguesía se encontraba voluntariamente detrás de la bandera "trabajo, familia, patria" desde que hay un personaje capaz de desplegarla. Sin incluso hablar del hecho que anteriormente a la eclosión del lepenismo se han visto otros movimientos como el de Poujade o incluso el RPF de De Gaulle a comienzos de los años 50 quiénes, eran parientes de Le Pen y por sus métodos, más abiertamente fascistas, que el Frente Nacional.
Lo inquietante es que la influencia de la extrema derecha alcanza los barrios populares. Lo inquietante es que tanto los habitantes de las ciudades HLM (apartamentos de alquiler moderado) o de los barrios populares arruinados viviendo del RMI (salario social en Francia) o de parados empujados a la desesperación por falta de perspectivas tanto individuales como políticas se encuentran detrás de Le Pen. Lo inquietante es que en las grandes empresas una fracción ciertamente inconsciente, relativamente poco numerosa pero existente, de trabajadores no ve otra elección para emitir un voto de protesta que votar por un millonario reaccionario.
Pero todo esto no es más que una consecuencia, de las más graves, del declinar del movimiento obrero político, de la desmoralización de los militantes y adherentes del Partido Comunista en particular, disgustados, desorientados y empujados al abandono por los dirigentes de su partido, que desde hace 20 años, cada vez que los socialistas vuelven al poder, se consagran en cuerpo y alma a la justificación política de esos gobiernos.
Pero esta enfermedad no se cura con las combinaciones electorales entre partidos, y todavía menos con los espectáculos políticos-cómicos a los que ha jugado la izquierda durante 15 días. Este mal necesita que se constituya y se desarrolle un partido representando los intereses políticos de la clase obrera, retomando en las condiciones de hoy los objetivos y los valores que defendieron en su origen el Partido Socialista y después el Partido Comunista. Es necesario que sea capaz de organizar los combates cotidianos de la clase obrera tanto en su lugar de trabajo como en los barrios. Y que de esa forma, dé salida a los explotados, les devuelva la esperanza y la confianza en ellos mismos. Un partido que, cara a todos los partidos burgueses, que tienen todos como única razón de ser defender el orden capitalista, por el engaño o por la violencia, represente para el mundo del trabajo la perspectiva de su emancipación.