Hace 60 años, tres meses después de la caída de Barcelona en enero de 1939, las tropas de Franco entraban en Madrid el 28 de marzo. En el mes de marzo de 1939, todo lo que quedaba de la "zona republicana" iba a ser ocupada en 8 días.
El 20 de mayo, con gran solemnidad, las tropas nacionalistas desfilaron por Madrid, símbolo junto con Barcelona de la resistencia al franquismo.
Las tropas alemanas e italianas encabezaron este desfile de la victoria, por el Paseo de la Castellana. En todos los demás lugares, la ocupación de la ciudad prosiguió en medio de aclamaciones de la pequeña burguesía y de ceremonias religiosas. La España obrera iba a conocer cerca de 40 años de represión, de oscurantismo ; todo el país iba a vivir bajo la dominación del Caudillo.
Los tres años de guerra civil en España fueron el preludio de 6 años de guerra mundial.
Esta derrota de los trabajadores españoles fue la derrota de la última gran revolución en Europa. Marcó a la clase obrera europea para decenas de años. Cerró un ciclo de revoluciones que había iniciado la revolución rusa.
Los trabajadores, los de España como los de todos los países, todavía hoy han de sacar las enseñanzas de estos acontecimientos de los años 1936 a 1939.
Pocos días después de la caída de Madrid, Trotski, en una entrevista del 23 de julio de 1939, respondía a los que pensaban cercana la caída de Franco :
"Si los republicanos burgueses españoles, con la ayuda de sus aliados socialistas, comunistas y anarquistas no hubiesen conseguido estrangular la revolución española - porque de lo que se trata, no es de la victoria de Franco, sino de la derrota del Frente Popular - hubiésemos podido confiar en la victoria de proletariado español provocara en Francia un potente movimiento revolucionario - y hemos podido verlo empezar en junio de 1936 con las huelgas con encierros de trabajadores en Francia -, y en estas condiciones, Europa hubiese podido evitar la guerra... La fuerza de Franco no reside en Franco mismo, sino en el fracaso total de la 2° y de la 3° Internacional, reside en el fracaso de la dirección de la revolución española...
Para los obreros y campesinos de España, la derrota no es sólo un episodio militar, constituye una terrible tragedia histórica. Significa la destrucción de sus organizaciones, de su ideal histórico, de sus sindicatos, de su felicidad, de las esperanzas que han albergado durante decenas de años e incluso durante siglos. ¿ Puede un ser humano dotado de razón imaginar que esta clase pueda en uno, dos o tres años, construir nuevas organizaciones, un nuevo espíritu militante, y así derrocar a Franco ?
No lo creo.
Hoy en día, España está más lejos de la revolución que cualquier otro país. Por supuesto, si la guerra estalla - y estoy seguro de que estallará - el ritmo del movimiento revolucionario se verá acelerado en todos los países. Habrá guerra. Hemos hecho esta experiencia en la última guerra mundial. Hoy, todas las naciones están empobrecidas. Los medios de destrucción son incomparablemente más eficaces. La vieja generación lleva en la sangre la vieja experiencia. La nueva se instruirá, por la experiencia y a través de la vieja generación. Estoy seguro de que una de las consecuencias de la próxima guerra será la revolución, y, en este caso, España también se verá llevada a la revolución, pero no por iniciativa propia, sino después de otros países".
En esta breve respuesta, Trotski esbozaba los objetivos de los revolucionarios en la guerra venidera : preparar la revolución, como lo hicieron los bolcheviques durante la primera guerra mundial. Afirmaba de nuevo su optimismo revolucionario, y a la vez recordaba la razón fundamental del fracaso de la revolución española : el fracaso de la dirección de esta revolución. Y es en este fracaso en el que hay que detenerse si queremos sacar las enseñanzas de la derrota ocurrida hace 60 años, en la primavera de 1939.
LA SITUACION REVOLUCIONARIA DE JULIO DE 1936
Tres años antes de esta primavera de 1939, que vió la derrota del ejército "republicano" frente a las tropas de Franco, estallaba la sublevación militar que encabezaría el general Franco. Esta sublevación significó también el principio de la revolución. Porque los trabajadores resistieron y fue en numerosas ciudades de España una verdadera explosión revolucionaria para oponerse a los militares.
La explosión desencadenada en julio de 1936 por el golpe de Estado de Franco era la culminación de una subida revolucionaria cuyas primeras manifestaciones se habían visto desde la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931.
En un país monárquico, pobre y subdesarrollado, que conservaba numerosos rasgos feudales, la proclamación de la república levantó inmensas esperanzas en las clases pobres.
Para millones de campesinos pobres que aspiraban al reparto de las grandes propiedades, la república significaba el acceso a la tierra, es decir la posibilidad de comer mucho.
Para los obreros, la república significaba la satisfacción de sus reivindicaciones.
Para todos ellos, la república debía significar el final de la miseria y el nacimiento de nuevas relaciones sociales.
La burguesia frente a la subida obrera
Y es justamente lo que temían las clases dirigentes. Los políticos burgueses se dividieron en cuanto a la forma de frenar la subida revolucionaria. Unos sólo creían en la mano dura, en el recurso al ejército, al terrorismo fascista. En todo caso, aceptaban el juego parlamentario a condición de que el partido de la derecha reaccionaria de Gil Robles ganara a ciencia cierta, si no se volcarían de nuevo detrás del ejército.
Los otros, como la Izquierda Republicana de Azaña, apostaban por una alianza electoral con los partidos de izquierdas, el Partido Socialista y el Partido Comunista, para moderar las reivindicaciones de las clases pobres.
Esta alianza fue el Frente Popular que iba a ganar las elecciones del 16 de febrero de 1936.
La derecha no había parado de explicar durante toda la campaña que su victoria significaría el final de la república. Pero la derrota de la derecha no solucionaba nada, por supuesto. El porvenir iba a depender de dos factores : la determinación revolucionaria del proletariado y la capacidad de su dirección.
Durante los meses venideros, el proletariado iba a mostrar su determinación, su entusiasmo y su voluntad de vencer. Primero, inmediatamente después de la victoria electoral de febrero, los obreros y los campesinos querían pasar a la aplicación de lo que consideraban como su victoria. Ya desde el primer día después de las elecciones, sin esperar la amnitía prometida, los trabajadores abrían las puertas de las prisiones para sacar de ellas a los militantes obreros. Numerosas huelgas estallaban. En varias provincias, los campesinos pobres ocupaban las grandes propriedades. Para los jefes militares, se volvía urgente la necesidad de actuar para salvar "la España eterna", la de los terratenientes, los reyes, los militares y los curas.
El gobierno de Frente Popular, testigo de los preparativos del golpe de Estado, los dejaba hacer porque no estaba dispuesto a atacar los intereses fundamentales de los ricos, sobre todo a la intocable propiedad privada, y porque le tenía más miedo a los trabajadores revolucionarios que a los generales reaccionarios.
Dos organizaciones influian sobre la mayoría de los obreros revolucionarios. A nivel nacional, el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y en Cataluña, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM, un partido comunista antiestalinista).
Estas dos organizaciones le dieron su apoyo al Frente Popular, justificando este apoyo por la promesa dada de amnistiar los delitos políticos. Numerosos eran los militantes y trabajadores en las cárceles de una república cuya corta vida estaba ya marcada por una violenta represión antiobrera especial- mente tras el levamiento asturiano del 34.
El Frente Popular paraliza a los trabajadores
Ni los anarquistas ni el POUM explicaron claramente que la clase obrera debía prepararse para desarmar a la policía y al ejército si no quería que la victoria electoral desembocara en un golpe de Estado reaccionario.
Sin embargo, la extrema derecha y el ejército conspiraban casi abiertamente y el complot militar se redobló después de la victoria electoral del Frente Popular.
Los partidos obreros sí reclamaron armas al gobierno. Pero este se las rechazó, garantizando la "lealtad republicana del ejército". Las direcciones de los partidos obreros se inclinaron.
El ejército de Marruecos, al mando de Franco, se sublevó al amanecer del 18 de julio de 1936 y el golpe de Estado se propagó por la mayor parte de los cuarteles de España.
En Madrid, el primer ministro presentó su dimisión al presidente Azaña, creyendo así pasar el relevo sin luchas a los generales golpistas. Pero la España obrera y campesina no se daba por vencida.
Con su golpe de Estado, los militares tenían pensado apoderarse con rapidez de todas las grandes ciudades del país. Desde este punto de vista, fue un fracaso. En las zonas donde los militares no consiguieron hacerse con el control, el golpe de Estado fue el detonante de esa revolución obrera que habían querido impedir. Para armarse, los militantes obreros se sirvieron en las armerías y los cuarteles. En la flota, los marineros se sublevaron contra sus oficiales. El día siguiente al golpe de estado, los centros neurálgicos, Barcelona y Cataluña, el País Vasco, Madrid, Valencia, en total las dos terceras partes del país escapaban al poder de los militares y se encontraban en manos de las milicias obreras formadas por los militantes de la CNT y del POUM.
La ausencia de una direccion revolucionaria
Este éxito hubiese podido ser el trampolín hacia una ofensiva obrera, que hubiese ido hasta el final, hasta la toma del poder. Para eso, tendría que haber existido una dirección revolucionaria que no se enfrascara en el falso camino, trágicamente engañoso, que pretendía defender la república y ganar la guerra contra Franco primero para luego proceder a las reformas sociales. Tendría que haber habido una dirección revolucionaria que explicara a los trabajadores ya en lucha que la victoria contra Franco y la reacción no podía disociarse de la lucha por logros concretos, la tierra, el control y la organización de la producción. Era necesaria la puesta en marcha de un programa radical, que pusiera en tela de juicio, en los hechos, concretamente, la propiedad, el orden social vigente y el aparato de Estado que le estaba allegado.
Por desgracia, esta dirección revolucionaria no existía. En el bando donde el golpe de Estado había fracasado, los obreros y los campesinos en armas, constituían el poder real, multiplicando los comités, organizando el abastecimiento en las ciudades, apoderándose de las fábricas y de las tierras. Pero, en la cumbre, los partidos del Frente Popular iban a retomar su empresa de desmovilización del bando obrero, asociando a ello los dirigentes de la CNT y del POUM. Impusieron el desarme de los obreros y de los campesinos y su vuelta al orden, transformando así la movilización revolucionaria y las inmensas posibilidades que albergaba, en decepción.
Esto es lo que decía Trotski, en marzo de 1939, después de la caída de Barcelona :
"El Frente Popular ha recurrido a la demagogia y a las ilusiones para arrastrar a las masas tras de sí. Lo ha logrado durante cierto tiempo. Las masas que habían asegurado todos los éxitos anteriores de la revolución seguían creyendo todavía que la revolución iba a llegar a su conclusión lógica, es decir a la inversión de las relaciones de propiedad y a la entrega de las tierras a los campesinos y de las fábricas a los obreros. La fuerza dinámica de la revolución consistía precisamente en esta esperanza de las masas en un futuro mejor. Pero los señores republicanos han hecho todo lo que estaba en su poder para pisotear, mancillar e incluso bañar en sangre las más preciadas esperanzas de las masas oprimidas. El resultado ha sido un recelo y un odio cada vez mayor de los campesinos y de los obreros hacia los grupos republicanos. La desesperación o una taciturna indiferencia han sustituido progresivamente el entusiasmo revolucionario y el espíritu de sacrificio. Las masas vuelven las espaldas a los que las habían engañado o pisoteado".
Durante los tres años de guerra civil, el Frente Popular español (Partido Socialista y Partido Comunista incluidos) no paró de intentar demostrar a la burguesía que era digno de su confianza, haciendo todo para impedir que la respuesta obrera desemboque en la revolución socialista.
Se trataba, explicaron entonces el Partido Socialista y el Partido Comunista, de ganar la guerra contra el fascismo primero y de dejar para después de la victoria la transformación de la sociedad. Tal política no podía efectivamente sino desmoralizar a los trabajadores. E incluso si la criticaron o si se asociaron a ella con reticencias, la CNT y el POUM la sostuvieron, inclusive haciendo de algunos de sus dirigentes ministros de gobiernos de Frente Popular.
Y si a pesar de todo, Franco tuvo que esperar casi tres años para entrar triunfante en Madrid, fue gracias al heroismo, a la iniciativa, a la combatividad de los trabajadores españoles, y no gracias a la política de las organizaciones que pretendían representarlos.
Lecciones de España
Han transcurrido 60 años desde la caída de Madrid. Desde esa fecha, muchas otras experiencias de Frente Popular han demostrado a que catástrofes podían llevar. Nadie ha olvidado la triste experiencia de la Unidad Popular en Chile que entregó la clase obrera chilena desarmada al verdugo Pinochet.
En muchos países, tales experiencias reeditadas de Unión de la Izquierda, de Unión popular, de Izquierda plural se presentan como formas de gobiernos "al servicio de los trabajadores", o como "avances hacia el socialismo". Todos acaban en una debilitación de la clase obrera, su desmoralización o a veces peor con una dictadura.
Sigue siendo necesario acordarse de las lecciones de la revolución española que ha conocido la más terrible de las derrotas a pesar de que todas las condiciones previas para la victoria estaban a su alcance.
La primera de estas lecciones es que no hay que confiar nunca en un gobierno burgués, aunque sea de Frente Popular o de Unión de la Izquieda, para dar el mínimo paso adelante en dirección del socialismo, ni siquiera para defender las libertades democráticas. Cuando estas libertades se ven amenazadas, sólo pueden ser defendidas con eficacia por la clase obrera a misma, a condición de que sepa organizarse y si es necesario armarse para ello.
La segunda de estas lecciones es que desde el momento en que la burguesía rechaza la máscara de la democracia burguesa, el papel de los trabajadores no consiste en absoluto en derramar su sangre por la defensa de esta falsa democracia. Su papel consiste por supuesto en defender las libertades democráticas, pero sabiendo que la única perspectiva real, la única que viale la pena de pelear por ella es la de la democracia proletaria, la revolución socialista.
Y la tercera lección es que para poder llevar a cabo tal política, la clase obrera necesita obligatoriamente un partido revolucionario, un partido que (sean cuales sean los acuerdos parciales que pueda llegar a concluir con organizaciones reformistas o incluso organizaciones burguesas) luche siempre decididamente por la independencia política de la clase obrera.
60 años después de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, y luego en Madrid, los trabajadores conscientes que quieren que nunca más, ni en Europa, ni en ningún país del mundo caigan dictaduras sobre los pueblos y los opriman al servicio del capitalismo,deben trabajar por la construcción de partidos de la clase obrera, de partidos comunistas y revolucionarios. Son los únicos instrumentos que permiten a los trabajadores y a todos los oprimidos luchar con posibilidades de vencer contra el capitalismo y todas las dictaduras que puede engendrar.
La construcción en todos los países del mundo de tales partidos, la construcción de la Cuarta Internacional sigue a la orden del día. Pero se trata de una labor indispensable si no queremos ver mañana, como en España, tantos sacrificios consentidos y tanta sangre obrera derramada en vano.
Mayo/1999