El pasado 13 de Octubre, la manifestación en Madrid por la vivienda, sorprendió a muchos dada su amplitud, y sobre todo, por la gran participación de jóvenes; según los organizadores, 150.000 personas desfilaron al compás del tintineo de llaves en alto, reivindicando el derecho a una vivienda digna y denunciando la creciente especulación que sufre. Pero no solo en Madrid, por casi toda la geografía española, se vienen sucediendo manifestaciones que están creando conciencia de que problema de la vivienda no es una situación personal de la cual avergonzarse.
Decenas de colectivos sociales impulsaron la manifestación del 13O en Madrid bajo el lema “La vivienda es un derecho, no un negocio”. Se oyeron gritos también, con justa razón, de como “la ley de vivienda es una mierda” y “Gobierno progresista, cómplice de rentistas”.
La vivienda se encarece a un ritmo insostenible mientras los salarios han ido decayendo en los últimos años, alcanzando su precio más elevado desde 2009, sobre todo en aquellas ciudades donde la turistificación a mansalva campa a sus anchas; se puede decir que el precio medio del alquiler en España “se come” un 40% del salario mínimo interprofesional, porcentaje que se dispara hasta un 80% e incluso 100% en algunas ciudades, como Madrid. Sin embargo, España tiene un parque de 444.000 viviendas nuevas sin estrenar ni vender, según datos del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, 4 millones de casas vacías, y también hay lo que se ha venido a llamar la “España vaciada”.
Esta situación demuestra, una vez más la locura y las contradicciones del sistema capitalista que se mueve sin otro rumbo que la obtención de beneficio, de forma que mientras hay casas vacías, también hay gente sin casas. La escasez, como se ve, es “artificial”.
Tras la manifestación de Madrid, se oyen medidas de todo tipo para acabar con el problema: control de precios, una nueva ley, liberalizar suelo, topar alquileres, construcción de un parque mayor de vivienda, ayudas más efectivas, huelga de alquileres, etc. Sin embargo, ninguna de estas medidas va al fondo del problema: el sistema capitalista y su funcionamiento. Estas y otras medidas ya se han tomado, y no solo en el continente europeo sino cruzando el Atlántico, con gobiernos de uno y otro tipo, en la actualidad y en tiempos pasados, y el problema de la vivienda lejos de resolverse está enraizado pues la crisis de la vivienda en la sociedad capitalista es una crisis permanente.
Por ejemplo, los bonos sociales a la vivienda, que Pedro Sánchez ha vuelto a prometer hace unos días, existen desde 2022 y no han arreglado mucho; en anteriores convocatorias el Bono de Alquiler joven apenas llegó al 0,6% de los jóvenes, según Onda Cero pues acceder a ellos, dados los requisitos que imponen, es muy difícil: el alquiler del piso no debe superar los 600€ al mes o los 300€ la habitación, cuando el precio medio del alquiler en España ya supera los 1.000 euros. Otro ejemplo claro es el gran número de desahucios: ¡73 desahucios al día en 2023!
No se puede ocultar la verdad: hay que decir alto y claro que el problema de la vivienda no va a desaparecer mientras no desaparezca de la sociedad la avidez por el beneficio; nada se hará, salvo caer en la misma piedra cada cierto número de años, sin plantear y poner encima de la mesa la cuestión de la propiedad privada, base del capitalismo.
El problema de la vivienda no es un accidente, algo que “salió mal”. ¡No! Es una institución necesaria para el capitalismo, al igual que el desempleo, y solo puede solucionarse con la abolición del sistema que le da origen. Solucionar el problema realmente no pasa por reformas, por aplicar “cuidados paliativos”, que también, claro está.
Engels decía en 1872, -ya ha llovido y aun así el fondo de sus planteamientos son de una rabiosa actualidad-, que el problema de la vivienda obedecía a que no se construían casas para cubrir necesidades, sino por la búsqueda del beneficio, siendo producto de una sociedad donde imperaba una corrupción desaforada y un reparto de plusvalías siempre a favor de las clases dominantes. Ello es así porque el valor de la fuerza de trabajo – “el salario”- corresponde al coste del mantenimiento del trabajador, o sea, el coste de su alimentación, vivienda y el vestido, según la sociedad de la época. Pues bien, en la actualidad, la burguesía ya ni siquiera paga los salarios correspondientes al valor de esta fuerza de trabajo.
También afirmaba Engels, justamente, que el problema de la vivienda era uno de los males originados por el actual modo de producción capitalista; primero despojó de sus tierras al campesinado y hacinó en las grandes ciudades a todos los que debían trabajar para poder vivir pues ya no poseían ni un trozo de tierra que cultivar. La expansión de las chabolas fue la primera solución de la burguesía al problema de la vivienda obrera, en lugar de dar una solución lo que hicieron fue aplazar el problema…
Y aplazado sigue… El alza del precio de la vivienda en las grandes ciudades, sobre todo, y la llamada gentrificación, vienen dadas sobre todo por la especulación, por el agotamiento de un sistema que no consigue sus habituales beneficios en las ramas industriales y se ha volcado en el sector turismo; las nuevas tecnologías han impulsado estos beneficios a la par que la turisficación. El alza responde, pues, a la lógica del capitalismo vinculada de principio a fin a valorizar el capital y obtener beneficios. Con un mercado a bajo coste para el turismo de masas, junto a la escasez de suelos en el centro de las ciudades, la subida de las viviendas es la lógica consecuencia. Hay empresas y fondos compitiendo entre sí para la obtención de viviendas con fines especulativos, como activos financieros cual si fueran acciones de bolsa.
El gobierno actual de Pedro Sánchez, un gobierno tan respetuoso con el orden social vigente, es incapaz de paliar los efectos desastrosos de la crisis de la vivienda, empezando por alojar a los sin techo en edificios vacíos, algo de simple humanidad. Ni siquiera tiene el coraje de obligar a la gran banca y a las grandes empresas, a los más ricos, a confiscarles siquiera un pellizco de sus beneficios, a pesar que ello daría para empleos, salarios y viviendas dignos para todos.
Sólo un gobierno nacido de la movilización de los trabajadores podría tener la voluntad de hacer esto y tomar otras medidas, entre ellas la expropiación, como hizo la Comuna de París de 1871 promulgando una moratoria sobre los alquileres, o la Revolución Rusa de 1917 requisando todos los edificios disponibles para alojar a la población chabolista.
El problema de la vivienda en la sociedad actual se acomete por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, sea topando el alquiler, reduciendo los pisos turísticos o construyendo viviendas públicas, pero estas soluciones reproducen constantemente el problema. Solo una revolución social que elimine el capitalismo podrá solucionar realmente el problema que tarde o temprano se volverá a reproducir. Recordemos 2008 y la crisis del ladrillo.
Así pues, la cuestión de la vivienda sólo encontrará solución en una sociedad organizada de forma radicalmente distinta, una sociedad basada en los intereses de la comunidad y no dominada por el dinero y la propiedad privada.
Cuando la ley del beneficio deje de formar parte de nuestra memoria, del pasado bárbaro de la humanidad, podremos empezar a plantearnos estas cuestiones, porque sólo entonces podremos hacerlo sin segundas intenciones, sin hipocresía, poniendo todos los recursos disponibles al servicio de los intereses de la humanidad y del planeta.
Como Engels decimos “…no es la solución de la cuestión de la vivienda lo que resuelve al mismo tiempo la cuestión social, sino que es la solución de la cuestión social, es decir, la abolición del modo de producción capitalista, lo que hace posible la solución del problema de la vivienda”