El candidato del Partido Social Liberal (PSL), la ultraderecha, venció con el 55% de los votos al izquierdista, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), que consiguió un 44%; el PT ha pagado así los escándalos de corrupción que no han dejado de sucederse en Brasil. Así pues, el ultraderechista Jair Bolsonaro será el nuevo presidente de Brasil el 1 de enero, fecha de su nombramiento. La idea del presidente libre de corrupción, limpio, le ha llevado a ser el primer mandatario militar elegido democráticamente desde 1945. Se podría pensar que el voto emitido por Bolsonaro es un voto de castigo al PT, que tantas ilusiones despertó a su llegada al poder sobre todo entre la población humilde y trabajadora.
Ahora parte de la población siente miedo de lo que este presidente homófobo, racista y extremista va a hacer; de hecho, él mismo en sus primeras declaraciones ha hecho un llamamiento a la calma: “He sentido miedo y angustia en muchas personas. Por favor, no tengan miedo, … voy a respetar la democracia” (…). Pero Bolsonaro no es un hombre “de fiar” –de hecho, su modelo es la dictadura- y sus palabras se las puede llevar el viento; haría bien esa parte de la izquierda brasileña y de los trabajadores en seguir muy atentos a sus palabras y actos. De hecho, en su trayectoria política ha cambiado ya de partido… ¡siete veces! Y a nivel personal, ha pasado de ser un ferviente católico, a ser bautizado en una secta evan-gélica.
Bolsonaro ha sido en su trayectoria un militar y un político mediocre. Su personaje se fue desarrollando poco a poco a través de sus declaraciones racistas contra negros e indios. No perdió la oportunidad de oponerse a las mujeres y a los homosexuales. Atacó a los pobres y a los “asistidos”. Denunció la inseguridad y el vandalismo, acusando a los gobiernos de no luchar contra ellos. En resumen, en nombre de Dios, de la patria y de la familia, ha retomado todos los tópicos queridos por la pequeña burguesía blanca, rica y bien intencionada. Pero no hay que engañarse: también ha conseguido ganar apoyos entre los trabajadores e incluso entre las mujeres porque los temas de su campaña correspondían a los problemas de esta mayoría: crisis económica, desempleo, violencia y corrupción.
No se puede decir de antemano cómo gobernará Bolsonaro, pero su partido es una minoría muy pequeña y, sin un cambio radical en el sistema político y electoral, tendrá que tratar con diputados, senadores y gobernadores para quienes la combinación y la corrupción son las dos ubres de la política. En muchos sentidos, ni siquiera sabemos lo que piensa. Estar para Dios y la patria no es un programa. Estár por el ejército, la policía y el armamento de la población, lo que anuncia es más violencia y arbitrariedad. Quiere reducir la legislación laboral y, sin duda, continuará las reformas que buscan los patronos, en particular la reforma de las pensiones. Las medidas que tome irán sin duda en contra de la clase obrera y sus intereses.
Esta clase está formada por 100 millones de trabajadores. A pesar de su actual apatía, en el pasado ha librado grandes luchas contra los patronos y, en su momento, contra la dictadura. Si se reactiva económica y políticamente, es la única capaz de encontrar una salida a la crisis actual, que está impulsando al reaccionario Bolsonaro a la presidencia de la sexta economía más grande del mundo.