Desde el 28 de diciembre, el poder iraní se ve contestado por manifestaciones que van cogiendo importancia a pesar de la represión, cientos de detenciones y 23 víctimas mortales oficialmente. La revuelta empezó en Machhad, la segunda ciudad del país, pronto se extendió a numerosos lugares, incluso pueblos y pequeñas ciudades, y alcanzó Teherán. A principios de enero, seguía desarrollándose.
El anuncio de la subida del precio de la gasolina, al mismo tiempo que la de la indemnización de los diputados, en un contexto de explosión del paro, parece que ha sido la chispa que desencadenó las protestas. De hecho el descontento popular se venía expresando desde hacía más de un año. Manifestaciones cada vez más frecuentes han tenido lugar en distintas ciudades de provincias. Trabajadores y jubilados se manifestaron para obtener el pago de sus nóminas. Todos venían denunciando la carestía de la vida o la escasez de productos básicos. Estas manifestaciones aisladas convergieron el 28 de diciembre bajo los lemas “Muerte a la vida cara” o “Mientras la gente mendiga, los mulás actúan como dioses”, otros también denunciaban explícitamente a Rouhaní y Jamenei, los principales dirigentes del país.
Si la inflación y la escasez son debidas en parte al bloqueo impuesto a Irán por EEUU y sus aliados desde 1979, son causadas también por el robo de la economía de las familias que comparten el poder. El control sobre las instituciones religiosas, los ministerios, el ejército o la policía permite a los clanes de los Jamenei, Rouhaní y demás enriquecerse controlando las importaciones, la renta del petróleo, o acaparando tierras del Estado. La exasperación de las clases populares subió aún más a raíz de la caída del precio del petróleo y cuando se esfumaron las esperanzas levantadas por el aflojamiento del bloqueo en 2015.
A pesar de la contramanifestación bastante masiva organizada por el poder en Teherán el 30 de diciembre, la contestación parece seguir adelante.