La reforma fiscal del presidente norteamericano Donald Trump contiene las propuestas legislativas que permitirán una mayor rebaja de impuestos a los ricos, creando una situación de mayor desigualdad y presión sobre las espaldas de la clase trabajadora. Los republicanos siempre que han ocupado el poder ha sido para debilitar aún más a los pobres y bajar los impuestos a los ricos. Pasó con Bush, que bajó los impuestos al 1% más rico de la población quería privatizar la Seguridad Social. Y lo mismo ha ocurrido con Trump.
En el texto de esta reforma no aparecen las frases populistas que marcaron su campaña electoral, lo que contiene claramente son medidas para garantizar el nivel de renta de las clases poseedoras marcando una mayor distancia entre la inmensa mayoría de trabajadores y los propietarios de empresas o de activos financieros.
Existe una cultura de exaltación de los “creadores de puestos de trabajo”, a los propietarios de empresas, a los accionistas, inversores, etc. que por otra parte desprecia a los que trabajan para ganarse la vida. Es un trato de privilegio a los ingresos no salariales. Esta cultura artificial es mostrada por la clase dirigente afín al capital, defensora a ultranza de medidas más duras contra el colchón de seguridad de las clases pobres y trabajadoras; privatización de los servicios sociales.
Uno de los elementos más importantes dentro del proyecto de ley tributaria, es la fuerte reducción del impuesto de sociedades. Pudiera pensarse que estas rebajas fiscales acabarían en alguna forma de subidas salariales, sin embargo según algunos especialistas en temas tributarios en realidad, la mayor parte de la rebaja iría a parar a los accionistas, no a los trabajadores. Esta rebaja fiscal está destinada a beneficiar a los inversores, que están ocupados en especulaciones de todo tipo, no para la gente que trabaja para ganarse el pan.
El otro elemento en importancia es la exención fiscal para quienes obtengan ingresos procedentes de una empresa y no de un salario. Se estima que la ley reduciría los impuestos a propietarios de empresas una media de tres veces más, de quienes obtienen sus ingresos mediante un salario. Según la institución independiente Centro de Política Tributaria, autora de un estudio sobre el impacto de esta reforma fiscal, se daría el caso de, por ejemplo “un socio de una empresa inmobiliaria obtuviese una reducción tributaria mucho mayor que un cirujano empleado en un hospital, aunque sus ingresos sean los mismos”. Así que la ley beneficia a la parte de los propietarios e inversores, frente a los que se ganan la vida con un salario.
Esta ley es un ejemplo de mala política. La ley propiciará un aumento de la evasión fiscal, es más pareciera que está pensada para ello. Además, contendrá complicadas normas para engañar al sistema, algunas impedirán aprovecharse de lagunas jurídicas. Algunas normas fallaran y otras funcionarán demasiado bien, dándose el caso que por ejemplo, denegar la exención fiscal a algunos propietarios de empresas, que realmente deberán tener derecho a ella.
En opinión del economista Paul Krugman, es probable que muchas normas fallen; se perderá mucho dinero a favor de todos aquellos que juegan con el sistema. Teniendo en cuenta que es una legislación hecha a toda prisa, redactada sin la opinión de expertos, diseñada sobre la marcha para su salida en pocos días que se va a enfrentar contra los abogados y los contables más inteligentes que el dinero pueda comprar. ¿Qué bando pensamos que va a ganar?
No es descabellado pensar que el déficit presupuestario aumentará por encima de lo proyectado. Así los republicanos, que prometían allá donde fueran que simplificarían el sistema tributario, en realidad lo han complicado mucho más. El proyecto de ley tributario parece diseñado para castigar a las clases trabajadoras y premiar a los inversores. Una buena parte del proyecto parece diseñado para beneficiar a las familias del tipo de los Trump.
La inmensa mayoría de la población americana desaprueba el actual plan republicano. Las rebajas de impuestos, las exenciones, son enormemente impopulares. Sin embargo, se vislumbra una aversión hacia los asalariados, los trabajadores, por parte de los republicanos, pero que en realidad es una manifestación del sentimiento de desprecio que la clase capitalista, sus adalides políticos muestran hacia cualquiera que que trabaja para otro, o sea para la inmensa mayoría de estadounidenses.
Visto esta maniobra de las clases ricas estadounidenses, en nada se diferencia con las medidas impopulares en otros países, que van en contra de las clases trabajadoras. Que pueden diferenciarse en los medios, las herramientas que el estado dispone para beneficiar a la élite pero que convierten al trabajador en la piedra que soporta el peso de toda la economía y todos los servicios. En España las políticas que vienen ejecutando el PP y el PSOE han ido encaminadas a beneficiar a las grandes empresas, a la banca, a muchos políticos. A la par que han ido despojando al la clase trabajadora en derechos, recortes en servicios sociales, sueldos bajos, trabajos precarios. Como vemos el desprecio a la clase trabajadora no es algo exclusivo de los republicanos estadounidenses. Se trata más bien del alineamiento de la clase capitalista, que ve en la acumulación de capital su única razón de ser.
Romper con estas cadenas de explotación que atan a la clase trabajadora es tarea y responsabilidad de ella misma, pues nadie más nos va a ayudar a avanzar; sino somos nosotros mismos, aunando nuestras fuerzas de forma consciente. La clase capitalista ha llegado donde está es porque está organizada, sabe lo que quiere y posee los recursos para llevarlo a cabo. Por la misma razón los trabajadores, en lugar de pensar en nosotros mismos como trabajadores individuales, tenemos que pensar en trabajadores en su conjunto, como una clase que produce todo lo que existe, más numerosa y más necesaria aún que esa otra minoría parásita, compuesta por los ricos, los propietarios, los políticos. Así esa clase trabajadora debe proponerse como primera meta la conquista de su propio futuro, librarse de esa lacra burguesa que impide el avance hacia una sociedad más justa e igualitaria. Sólo así los recursos y servicios que los trabajadores producimos y mantenemos, estarán al alcance de toda la mayoría social trabajadora.