Situación internacional - 1

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Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2021
Diciembre de 2021

Pandemia, caos económico, enfrentamientos armados, amenazas de guerra

Capitalismo y gestión de la pandemia

El caos de la economía capitalista en crisis se refleja en las relaciones internacionales y predomina en ellas.

Tanto la pandemia como su gestión por parte de los gobiernos ilustran las contradicciones cada vez más agudas que conlleva la organización social capitalista. 

Por un lado, la evolución del propio capitalismo abarca a los pueblos y las economías en un todo, lo cual supone que se reorganice la sociedad a escala internacional. Al mismo tiempo, ofrece a la humanidad los medios para hacerlo. Por otro lado, se producen repliegues nacionales, tanto en los hechos como en las conciencias.

Por un lado, el progreso de la ciencia y la técnica ha permitido que rápidamente se encontrase cómo luchar contra la Covid; por otro lado, a buena parte de la humanidad se le niega esos recursos.

Por un lado, media docena de grandes farmacéuticas son capaces de producir y distribuir vacunas a escala mundial; por otro lado, dicha capacidad de planificar a gran escala no ha acabado con su competencia feroz. La propiedad privada de los medios de producción, así como la existencia de Estados nacionales, imposibilitan la circulación de la vacuna como “bien común de toda la humanidad”.

La pandemia y el sentimiento de una amenaza común han facilitado a los gobiernos de los países desarrollados – aquellos que disponen de un sistema sanitario – la oportunidad para imponer una disciplina nacional, detrás del Estado. La han aprovechado, en mayor o menor medida. Sin embargo, el aspecto colectivo de la amenaza, que parecía común de todos los seres humanos, en absoluto ha cambiado la naturaleza de clase del Estado, que sigue siendo el instrumento de la burguesía. Cuando el poder mete en cintura a la población, aunque tenga en parte su consentimiento, fundamentalmente sirve los intereses de la clase dominante.

Asimismo, cuando los Estados aumentaron las barreras erigidas entre los pueblos, se han referido a la necesidad de limitar la circulación viral. Hay quienes lo hicieron de forma “soft”, prohibiendo o dificultando los viajes entre un país y otro. Otros añadieron motivos sanitarios a los otros tantos que, según dicen, justifican las alambradas puestas alrededor de su país con el objeto de impedir la inmigración.

No hay imagen más verdadera de las contradicciones de la globalización bajo el capitalismo que ese deseo de parar la pandemia mediante el aislamiento nacional – y la imposibilidad de realizarlo. La “guerra contra la pandemia” provocó un arranque de egoísmo nacional desenfrenado (existencias de vacunas desviadas en perjuicio de otros países, vacunas producidas por unos y no reconocidas por otros…). Sobre todo, ahondó aún más el abismo entre los países desarrollados, imperialistas, por un lado, y por otro lado los países pobres, cuyas capas dirigentes son las únicas con acceso a las vacunas (en general, yéndose a los países más desarrollados).

Precisamente son los avances científicos y técnicos de la humanidad, su creciente capacidad a medir los estragos que la economía capitalista con su carrera al beneficio y su anarquía causan a la naturaleza, los que imponen los problemas ecológicos en la opinión pública. Parece cada día más visible que los problemas más importantes, o sea el cambio climático y la reducción de la biodiversidad, exigen una cooperación internacional.

Las catástrofes naturales recuerdan a la humanidad que es una e indivisible, y forma parte de un conjunto más amplio, el de los seres vivos. Más allá de la mera sociedad humana, es la vida la que se ve amenazada por una forma de organización económica depredadora. Pero, al mismo tiempo que surge esa conciencia, sólo desemboca en conferencias internacionales palabreras y estériles.

Otra vez la propiedad privada y los Estados nacionales son obstáculos infranqueables ante la puesta en común de todos los recursos elaborados por el genio humano. Imposibilitan el tomar e implementar las decisiones que corresponderían a las necesidades colectivas.

Dentro del movimiento ecologista, incluso los que sinceramente se preocupan por el futuro del planeta – y no los que sólo reivindican una etiqueta ecologista muy útil para sus ambiciones políticas – descorazonados por la inacción de los Estados, se quedan en llamamientos a la conciencia individual. Es otra manera de oponerse a la toma de conciencia colectiva, es decir, la de lo necesario de la destrucción del fundamento de la economía capitalista: la propiedad privada de los medios de producción y la búsqueda del beneficio.

Incapaz de resolver los problemas de la sociedad mediante soluciones que pondrían en tela de juicio su credo, la búsqueda de la ganancia, el capitalismo en crisis lleva las imperfecciones de su organización social hasta lo absurdo: el egoísmo tanto de los individuos como de los pueblos, las formas más agresivas del nacionalismo, la ley de la jungla. Lo cual supone el dominio de los más potentes sobre los más débiles, el de la burguesía imperialista sobre todos los pueblos del mundo.

Cómplices contra los pueblos, compiten unos con otros

Cómplices para someter a los pueblos, las potencias imperialistas siguen siendo rivales. Lo demuestra con elocuencia el reciente caso de los submarinos que ha enfrentado a Francia y Australia – o mejor dicho, al imperialismo francés y al imperialismo estadounidense. Demuestra que sus relaciones están fundamentadas en la fuerza, por lo que el imperialismo secundario, lo que es Francia, no puede hacer otra cosa que protestar con palabras. El foco de tensión no yace tanto en la cancelación de un contrato de venta de submarinos (aunque sea una pérdida de decenas de miles de millones de euros, que lamentan los dirigentes franceses) como en el anuncio brutal de una nueva alianza entre los EE.UU., Australia y el Reino Unido en el Pacífico – con las siglas Aukus. Una manera de recordar a Francia, que con sus territorios ultramarinos en la zona (Polinesia “francesa”, Nueva Caledonia, Wallis y Futuna) pretende desempeñar un papel importante en la zona indo-pacífica, que sólo es un vasallo de los EE.UU., y que pueden tratarlo como tal.

Semejante relación existe entre ambos imperialismos, estadounidense y francés (aliados y rivales a la vez) en África y en particular en el ex imperio colonial francés. Por un lado, en privado, son aliados: sus relaciones se basan en el beneplácito de los EE.UU. a que Francia se encargue del trabajo de policía en su zona, con una presencia militar, y en la necesidad para Francia de contar con el apoyo de los EE.UU., aunque sólo sea la logística para mover sus tropas. Por otro lado, más público: dos imperialismos rivales por los recursos naturales y los mercados, ya existentes o futuros.

Un documental de la cadena Arte (cadena franco-alemana) habla de un segundo reparto de África, con alusión al primero que tuvo lugar el Berlín en 1884-1885 para dividir el continente entre los imperialismos europeos. Al igual que la primera vez, no sólo se trata de competir por acaparar recursos que ya se saben explotar – uranio, petróleo, tierras raras, etc., sino también de sentar una ocupación territorial para dificultar el acceso de los rivales.

En general, los enfrentamientos sangrientos, las guerras étnicas o nacionales que nunca han cesado en el continente africano, no son el resurgimiento de un lejano pasado o del regreso a las antiguas guerras tribales.

Directa o indirectamente, detrás de los conflictos está la rivalidad entre compañías, entre imperialismos, y las maniobras de sus servicios secretos. Todo aquello viene ocultado por el secreto, y en primer lugar el secreto de los negocios, que tan importante es para el capitalismo. La opinión pública y hasta los círculos “informados” de la burguesía sólo ven una parte del iceberg. Si es que la ven…
El diario belga Le Soir (24 de agosto) describe cómo hace poco el ejército ruandés fue a Mozambique a combatir grupos armados yihadistas.

¿Qué buscaba Ruanda en Mozambique, cuando esos países ni siquiera tienen una frontera común? Parte de la respuesta yace en que, tras el genocidio de su etnia por los Hutus, los Tutsis reconquistaron el poder con un ejército eficaz, más eficaz que la mayoría de los ejércitos del continente, cuya experiencia militar se reduce a la opresión de sus pueblos.

Pero la intervención de los grupos yihadistas, y luego la del ejército ruandés para imponer el orden, venían después del descubrimiento de un inmenso yacimiento de gas en Mozambique; ahora bien, una rivalidad opone las sociedades Eni, italiana, y Anadarco, estadounidense, de las cuales el francés Total busca deshacerse. Qué papel preciso ha tenido cada una de las compañías? Sólo lo saben quienes están en el secreto. Podemos suponer que a Total no le apetecía realizar inversiones masivas necesarias para la producción y licuefacción del gas en una zona de guerra…

Imperialismos europeos, más rivales que unidos

En cuanto al ensamblaje de imperialismos de nivel secundario que forma el núcleo original de la Unión Europea, todo el historial de su vida común ilustra tanto la obligación de unirse por la supervivencia económica como la imposibilidad de hacerlo del todo.
Los dirigentes políticos de los países imperialistas europeos sueñan con la potencia económica que ésta podría ser, con su población, mercado, fuerza de sus industrias nacionales juntas. Sin embargo, su sueño choca constantemente con la realidad de la competencia entre sus capitalistas.

La crisis económica con sus sacudidas en varios sectores va poniendo en tela de juicio los equilibrios cuidadosamente elaborados entre las potencias rivales de la Unión Europea. Así pues, el pacto energético que tan trabajosamente se ha implementado determinando el peso específico de cada energía, carbón, energía nuclear, hidráulica, eólica, fotovoltaica, ahora es amenazado por la subida brutal del precio del gas y el petróleo – voluntad de las compañías petroleras.

Por lo que los veintisiete países de la Unión Europea resultan divididos. Francia y, justo después de ella, España, forman una frente común con el objetivo de reformar el sistema europeo de fijación del precio de la luz, un sistema en el cual – según dice un medio – “la tecnología más cara (el gas) determina el precio mayorista de la luz”. Enseguida comparten esa posición Grecia, Chequia y Rumania, y la combaten Alemania, los Países Bajos y varios países del Norte de la Unión, que “prefieren que el mercado se autorregule”.
He aquí la Unión Europea dividida en dos bloques opuestos, según las fuentes energéticas o las alianzas de cada país.

La riña en torno a Jersey entre pescadores franceses e ingleses puede parecer una cosa sin importancia. Pero no lo es para su existencia. Además, la llegada de una nave de guerra británica en la zona de pesca, aunque sólo sea para enseñar los músculos, traduce la tensión entre dos de las principales potencias imperialistas de Europa. Tanto más cuanto que el Brexit ha traído consigo más consecuencias. Algunas son realmente la cuadratura del círculo, por ejemplo lo que ocurre en Irlanda del Norte, con un pie en la UE por sus vínculos con la República de Irlanda, y otro en el Reino Unido sumido en el Brexit. Otra consecuencia del Brexit pone en riesgo la vida de los migrantes: la discrepancia en torno a quién tiene que hacer el policía en el Canal de la Mancha para impedir las migraciones ilegales.

Los debates que dividen a las instituciones europeas y lo que ocultan

No sólo la Unión Europea no ha resuelto las diferencias entre, por un lado, países imperialistas del Oeste del continente, y por otro lado, la parte oriental o balcánica, más pobre – sino que las viene amplificando. Las compañías alemanas, francesas, neerlandesas etc. dominan la economía de aquellos países, en competencia con las grandes compañías estadounidenses, británicas y asiáticas. La dominación de los trusts y el sentimiento que de ella tienen los pueblos permiten que parte de la clase política de los países del Este toque la fibra nacional para oponerse a las instituciones europeas, añadiendo (como es el caso en Polonia o Hungría) buena dosis de otras ideas reaccionarias y chovinistas. La pelea jurídica y política entre Polonia y la UE sobre qué impera, la soberanía nacional o las leyes europeas, tiene sus raíces en esas relaciones de dominación.

El húngaro Orban puede desarrollar su demagogia contra los inmigrantes y presentarla como un ejemplo de soberanía nacional – el eje de su oposición a la “burocracia de Bruselas” – tanto más cuanto que semejante demagogia es frecuente entre la casta política europea. Las alambradas que hizo elegir en 2015 en la frontera con Serbia ya han encontrado su imitación con la construcción del muro entre Polonia y Bielorrusia. No hace falta recordar que el muro que España levantó alrededor de Melilla es muy anterior (1996) al de Orban para saber que los grandes países de Europa occidental, supuestamente civilizados, han convertido el Mediterráneo y el Canal de la Mancha en “barreras” mortales para preservar su “Europa fortaleza”.

En el Este europeo, donde los pueblos llevan siglos entremezclados, el nacionalismo extremado de los gobiernos trae más opresión contra las minorías nacionales. Algunas se convirtieron en minorías por los tratados de Versalles o Yalta, otras por el desmembramiento de Yugoslavia, o de la Unión Soviética (los rusos en los países bálticos, los húngaros en Rumania, Eslovaquia y Serbia, los rumanos y húngaros en Ucrania,etc.). Por ahora, la opresión que sufren queda limitada a toda clase de discriminaciones, especialmente en la educación o el derecho a usar su idioma en la administración. No quita que a veces toma un aspecto brutal, en particular contra los gitanos.

En esa región, la multiplicación de los Estados no suele ser una liberación para las minorías, sino al contrario un empeoramiento de su opresión. El desmembramiento de Yugoslavia, con horror y sangre, dio en negativo una imagen de la necesidad de una forma federal del Estado, con derechos idénticos para los pueblos en él reunidos. Esa idea la defendió el movimiento obrero durante largo tiempo.

La opresión de las minorías nacionales, étnicas o religiosas es una característica fundamental del mundo bajo dominación imperialista. En un periodo de crisis, sólo puede empeorar.
En varios países, la opresión lleva a las minorías a la emigración (los Rohingyas en Birmania, por ejemplo), en otras partes acaba provocando revueltas contra el Estado central, como en Etiopía. Se trata de un potente factor de desestabilización en numerosas regiones del mundo.

Desestabilización y descomposición de los Estados

A raíz de esa desestabilización, surgen permanentemente conflictos locales o regionales en los cuales se agotan pueblos y comunidades. Como consecuencia traen consigo, directa o indirectamente, la intervención de las potencias regionales (Turquía, Arabia Saudí…), las cuales, incluso cuando no son manipuladas desde el inicio por las potencias imperialistas, acaban convirtiéndose en sus instrumentos.

La crisis económica es la causa directa de la descomposición del Estado libanés. Con ella llegan a su extremo otras fuerzas de desintegración, fruto de las rivalidades entre los imperialismos francés y británico.

En Haití, en cambio, esos factores de desintegración étnica o religiosa no existen. Allí, en beneficio de las bandas armadas, el Estado se desmiembra en la corrupción, en medio de la miseria sin fin de las masas populares. A la banda armada oficial del Estado y su aparato dirigente, su policía, sustituye progresiva pero violentamente una serie de bandas armadas privadas, que prosperan a base de rapiña, rapto y chantaje. Una caída hacia el abismo que se produce a unos pocos kilómetros de Florida, o sea una de las regiones donde más se exhibe la riqueza de la burguesía imperialista más potente del mundo…

Desde el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán hasta la guerra en Yemen, pasando por las guerras simultáneas o sucesivas que descuartizan Oriente Medio y África, los conflictos locales y regionales hunden a buena parte de la humanidad en el sufrimiento, la destrucción y la muerte. Lo descrito forma parte de la dominación del imperialismo. Más aún, es uno de sus principales componentes. No sólo sabe el imperialismo vivir con los conflictos, sino que los utiliza para perpetuar su dominación. Las grandes compañías sacan ventaja de ello, con la venta de armas y municiones a las capas dominantes de los países. La corrupción del personal político local facilita la apropiación de riquezas por los trusts. Montar unos contra otros a los pueblos bajo su imperio permite a las potencias imperialistas mantener su dominación.

El mundo imperialista es un gigantesco polvorín. Más todavía en los periodos de crisis, cuando las tensiones ya existentes empeoran. Surgen nuevas tensiones inevitablemente, ahí donde las masas oprimidas, además, son empujadas hacia la miseria. Basta con ver lo que está pasando en Sudán en el momento de redactar este texto.
Nadie puede prever qué chispa encenderá el fuego. La burguesía imperialista se lo espera, y constantemente se prepara a ello.

A pesar del desmantelamiento de la Unión Soviética, principal enemigo que les servía de pretexto a los dirigentes imperialistas en su carrera armamentista, ésta no ha cesado nunca, ni siquiera ralentizado. Tampoco ha desaparecido, entre las potencias imperialistas, el juego de alianzas, pactos militares, con vistas a la futura conflagración general, que todas creen inevitable.

El semanal británico The Economist dedicó un artículo a la “primera potencia militar europea, Francia, [quien] se prepara ante la posibilidad de un conflicto de alta intensidad, Estado contra Estado”. Cita a quien se ha convertido en el jefe de estado mayor de los ejércitos franceses, Thierry Burkhard: “Tenemos que prepararnos a un mundo más peligroso.” Lo cual supone algo que él llama un “endurecimiento” del ejército de tierra. […] Se alegra de que: “el presupuesto de Defensa para los años 2019-2025 ha subido notablemente, y alcanzará los 50.000 millones de euros al final del periodo o sea un incremento del 46% respecto a 2018”; luego añade que “entre 2010 y 2025, los equipos del ejército habrán cambiado más que durante los cuarenta años transcurridos entre 1970 y 2010”.

Prosigue el artículo: “El espectro de un conflicto de alta intensidad se ha convertido en algo tan común en el pensamiento militar francés que lleva sus siglas propias: HEM, o sea en francés “hipótesis de intervención mayor”. No se señala a los adversarios, pero los analistas aluden no sólo a Rusia sino también a Turquía o un país de África del Norte.”

Pasa lo mismo – a gran escala – en los Estados Unidos. Las guerras en Malí (en el caso de Francia) o en Afganistán (en el de los EE.UU.) sólo han sido entrenamientos para los países imperialistas. Bajo influencia de los Estados Unidos, que son la primera potencia imperialista, los medios militares y diplomáticos se concentran en la hipótesis de un enfrentamiento con China. Su preocupación es ampliamente difundida por los medios del mundo.

Un enfrentamiento entre dos Estados entre los más potentes del mundo sería el inicio de una guerra mundial.

El mar de China, en el sureste asiático, con sus islas de soberanía dudosa, Taiwán, sus estrechos, sus grandes rutas comerciales, se han convertido en el punto caliente del planeta. También es el lugar donde se miran dos ejércitos entre los más potentes del mundo.

La prensa denuncia casi unánimemente la “agresividad de China”, pero ¡son las naves de guerra estadounidenses las que están a las puertas de China, no lo contrario! Es China quien se ve cercada no sólo por el dispositivo estadounidense, sino también por una coalición de imperialistas (el Japón, Australia, Reino Unido), más o menos reforzados por Filipinas y la India.

Llevan cierto tiempo multiplicándose los artículos y libros que, al igual que el artículo del Financial Times antes citado y titulado “Hemos entrado en una guerra fría 2.0” usan el término “escalada”.

En una obra reciente, un director de investigación sobre estrategia, Jean-Pierre Cabestan, se pregunta: “Mañana, China: guerra o paz?” (ed. Gallimard, 2021). El libro, claro está, no da la respuesta. Sin embargo ofrece elementos de reflexión, bien para sostener la idea de que la competencia en el plano económico, diplomático y, con cada día más fuerza, militar entre ambos países inevitablemente los lleva a la guerra; bien para explicar que el enfrentamiento entre los EE.UU. y la Unión Soviética no desembocó en una tercera guerra mundial, por lo que no hay por qué creer que pasará entre los EE.UU. y China, puesto que sus economías tan compenetradas impiden un conflicto.

Elaboren los aprendices en estrategia sus hipótesis, cuyo único vínculo con la realidad es que hacen vender papel…

A pesar de los vínculos económicos cada día más estrechos entre los Estados Unidos y China, a pesar de la compenetración industrial, comercial y ante todo financiera entre ambos países – sin olvidar que la potencia económica estadounidense domina la de China, subordinada – una guerra es posible.

Las relaciones económicas fuertes entre Gran Bretaña y Alemania en vísperas de la Primera Guerra Mundial, redobladas con vínculos familiares entre dos dinastías, no impidieron que estallara la guerra ni que los bandos se formaran en torno a la oposición entre esas dos potencias imperialistas.

Además, en el caso de la relación EE.UU. – China, en absoluto China es el factor de guerra, sino que es el imperialismo. La guerra estallará cuando represente el interés del imperialismo estadounidense, o una necesidad para él.

A diferencia de la Primera y sobre todo la Segunda Guerra Mundial, hoy día no se puede adivinar la serie de acontecimientos, ni el cómo ni el según qué plazos llevará a la guerra. Sin embargo los imperialistas saben que es inevitable y sus estados mayores, sus diplomáticos nunca han dejado de prepararlo. Los medios ya aportan su cuota preparando a la opinión pública a esa posibilidad.

Se trata de un aspecto importante en la preparación militaro-estratégica, urdida en la discreción de los estados mayores o detrás del lenguaje sordo de los diplomáticos que montan alianzas.

En el artículo antes citado de The Economist se comenta cómo el estado mayor francés se prepara a la guerra, con “grupos de trabajo encargados de analizar la capacidad del país a afrontar un conflicto de alta intensidad”; prosigue: “los grupos estudian tanto el riesgo de penurias de municiones como la resistencia de la sociedad, incluso el saber si los ciudadanos están “dispuestos” a aceptar un nivel de pérdidas nunca visto desde la Segunda Guerra Mundial”, según uno de sus miembros.” Detrás del cinismo aparece la fría determinación de los servidores militares de la burguesía.

Para la población de Sira, Yemen, Somalia o el Sudán, igual que para la población de buen número de países africanos o asiáticos, la guerra ya está aquí. Nadie puede afirmar con certeza que esas guerras todavía locales o regionales nunca se convertirán en etapas de una futura conflagración global. Mucho antes del 1º de septiembre de 1939, fueron etapas la guerra de Italia en Etiopía a partir de 1935 y la invasión japonesa de Manchuria (1931) y luego China (1937).

En realidad, la guerra es el modo de existencia del imperialismo.
Para una organización comunista revolucionaria, luchar contra el imperialismo consiste esencialmente en una actividad propagandística y de explicación entre los trabajadores y los militantes. Se trata de explicar que, más allá de la explotación diaria, la dominación de la burguesía imperialista, que ya causa una multitud de guerras locales, lleva dentro la posibilidad de una tercera guerra mundial. Sólo derrocando el poder de la burguesía se pondrá fin al imperialismo y se evitará la catástrofe que amenaza con golpear a toda la humanidad con una fuerza nunca antes vista, incluso comparándola con la Primera y la Segunda Guerras Mundiales y sus respectivos 18 y 50 millones de muertos.

Además de la propaganda es importante, en nuestra agitación diaria, llevar la contraria a la burguesía, sus políticos y medios, luchando no sólo contra el chovinismo, la xenofobia sino también contra el patriotismo, es decir, la idea de colaboración de clases, de unos intereses idénticos entre la clase explotadora y la clase explotada.¡No puede haber interés común entre quienes preparan una catástrofe para la humanidad y quienes serán sus víctimas! El abandono del internacionalismo es la primera señal de traición del bando proletario.

En el Programa de Transición redactado en 1938 o sea un año antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial (ya iniciada en realidad) escribía Trotsky: “En la cuestión de la guerra más que en cualquier otro tema, la burguesía y sus agentes engañan al pueblo mediante abstracciones, fórmulas generales, frases patéticas tipo “neutralidad”, “seguridad colectiva”, “armamento por la defensa de la paz”, “defensa nacional”, “lucha contra el fascismo” etc. Son fórmulas que a fin de cuentas consisten en mantener la cuestión de la guerra, o sea de la suerte de los pueblos, en manos de los imperialistas, sus gobiernos y diplomacia, sus estados mayores con sus intrigas y complotes contra los pueblos.”

Algunas de esas “frases patéticas” ya están pasadas de moda. Otras pueden ser recicladas. Los servidores intelectuales de la burguesía inventarán nuevas fórmulas, tan engañosas como las anteriores. Cuando el peligro de globalización de la guerra tenga un aspecto concreto, el proletariado será sorprendido y engañado, empujado detrás de sus gobiernos, como pasó cuando el inicio de las anteriores guerras mundiales. Alguna información procedente de los Estados Unidos ya nos aporta ejemplos de un repunte de agresividad anti-China.
El porvenir del proletariado, así como el de la humanidad dependerán de con qué rapidez la clase obrera recupere su conciencia de clase y su papel en a transformación social. Una vez se inicie la guerra, esa conciencia de clase sólo podrá ser traducida con la expresión de Lenin: “Convertir la guerra imperialista en guerra civil.”

29 de octubre de 2021