El reciente anuncio del primer ministro de Hungría, Victor Orban, de alargar la jornada laboral ha causado un profundo rechazo entre la población. En algunas ciudades, pero sobre todo en Budapest, la población se ha echado a las calles. Mientras se suceden las protestas de trabajadores, éstas han encontrado el apoyo de toda la oposición parlamentaria, incluyendo a algunos miembros del propio partido en el gobierno.
Una nueva ley, firmada el pasado 12 de diciembre, pretende aumentar el número de horas extraordinarias al año. Para llevarla adelante, Orban solo ha contado con el apoyo mayoritario de su propio partido, Fidesz, de corte nacional-conservador pero cada vez más orientado hacia la extrema derecha. Actualmente estas horas están estipuladas en 200, con la aplicación de esta norma llegarían hasta las 400 horas anuales, que se pagarían a los trabajadores a lo largo de un trienio. En la práctica supondría alargar la jornada semanal de 40 a 48 horas, equivalente a trabajar seis días a la semana.
Además, esta ley le otorga más poder aún a las empresas, sobre todo a las multinacionales. Éstas pueden firmar contratos individuales de forma unilateral, sin contar con los sindicatos. La patronal húngara está a sus anchas, ha encontrado en Orban el apoyo a sus intereses y la clase trabajadora está sufriendo las consecuencias. Ante estos ataques al mundo del trabajo, Tamás Székely, de la Unión Sindical Húngara, avisa: "Vamos a organizar huelgas y luchar contra la ley desde todos los puestos de trabajo. No vamos a permitir la introducción de la esclavitud en Hungría".
Tomando como ejemplo, pero con otros objetivos, las manifestaciones de los chalecos amarillos en la vecina Francia, miles de manifestantes han tomado las calles en protesta por esta medida. La 'ley de la esclavitud' como la llaman ahora los manifestantes y todos los que les apoyan, persigue un empeoramiento de las condiciones laborales, se trataría de trabajarle más horas a las empresas gratuitamente.
Esta lucha de los trabajadores contra los continuos abusos laborales, son el único camino que puede llevar a pararle los pies a la patronal. El siguiente paso debe ser convocar huelgas para hacer notar quienes son los que realmente hacen funcionar la economía, que no son otros que los propios trabajadores.
La clase trabajadora húngara debe luchar por salir adelante en un país cuyo salario mínimo ronda los 450 euros. En Hungría, con una tasa de paro que roza el 3,7% y un IPC que no baja del 3%, se trabaja incansablemente para el patrón, mientras los sueldos no alcanzan más que para sobrevivir. El coste de la vida es elevado para la población trabajadora y aquí, como ocurre en otros países, tener un trabajo no significa asegurarse la subsistencia. Mientras tanto, las rentas empresariales aumentan.
Por su parte, para Victor Orban, dirigir el país significa defender los intereses del capital, en esto no se diferencia del resto. Agradar y contentar a la burguesía de su país, atacando a los más débiles y contra la población trabajadora en Hungría. Ya en octubre pasado entró en vigor una ley constitucional que prohibía vivir en áreas públicas, aplicando sanciones, arrestos o trabajos comunitarios. Así pretendía invisibilizar la indigencia que tanto molesta a los residentes adinerados. Orban rentabiliza la pobreza de su país, la burguesía obtiene ganancias de la clase trabajadora y de los parados. ¡Es hora de pararle los pies a la patronal! Es el momento de lanzar una ofensiva desde el mundo del trabajo. Tomando el ejemplo del proletariado francés la clase trabajadora húngara está haciendo valer sus derechos. Se ha marcado un sendero a seguir para las clases trabajadoras en similar situación.