Con la participación de alrededor de 500.000 personas en el país y 50.000 en París, la movilización del 22 de marzo tuvo mucho seguimiento.
Más allá del número, esa jornada fue la expresión de la voluntad de los manifestantes de luchar juntos. En las manifestaciones se mezclaban ferroviarios con o sin convenio, funcionarios fijos y eventuales, jóvenes recién contratados y jubilados conscientes de compartir unos objetivos comunes. Esto también es buena señal para el futuro, poniendo en evidencia que, para ganar, el mundo del trabajo tiene que actuar de manera colectiva.
En sanidad, enseñanza, justicia, en todas partes el Estado está cerrando centros, recortando presupuestos, suprimiendo servicios. Por suerte hay, en algunos sitios, reacciones. ¿Pero qué van a poder estas contestaciones locales frente al aparato del Estado?
En el sector privado, frente al poder de la patronal, es lo mismo. No es a nivel individual, ni servicio por servicio, oficio por oficio o empresa por empresa, como los trabajadores pueden protegerse contra estos ataques.
“Divide y vencerás” ha sido siempre la política de la patronal y el Estado a su servicio. Oponer lo público a lo privado, los fijos a los interinos, o los franceses a los inmigrantes, es hacerles el juego. Hoy en día, ya no hay margen para el individualismo o el corporativismo. La clase obrera es una y sólo una.
Desde que la crisis ha intensificado la competencia, la patronal tiene que llevar una guerra permanente en contra de los trabajadores para mantener sus beneficios. Antes de la crisis, podía pasar que la gran patronal comprara la paz social dejando ciertas ventajas a unos u otros. Pero fue posible porque le tenían miedo al mundo del trabajo en su conjunto, sabiendo que un pequeño incendio podía extenderse. Las victorias que los trabajadores consiguieron sector por sector fueron también y sobre todo, fruto de una correlación de fuerzas general favorable a la clase obrera.
Es a nivel de toda la clase obrera que necesitamos reconstruir hoy en día esa correlación de fuerzas, que nos permita resistir frente a los retrocesos que Macron y la clase capitalista nos quieren imponer.
Para Macron y sus partidarios, ajenos y hostiles al mundo del trabajo, el movimiento obrero y las huelgas formarían parte de un viejo mundo anticuado.
¿Pero, que venían denunciando los trabajadores ya en el mayo de 1968? Horarios insostenibles que reducían la vida a “metro, trabajo, sueño”; sueldos indignos; condiciones de trabajo peligrosas; una arrogancia y un desprecio por parte de la dirección y la jerarquía.
¡Ni una sola de estas reivindicaciones está anticuada! Incluso tenemos que añadir a esa lista la garantía de un empleo para todos, la defensa de los servicios públicos y unas pensiones dignas, acordes al nivel de vida actual y futura. Podemos decirlo: ¡un Mayo de 2018 es necesario!
¿Quién abrirá el camino? ¿Los ferroviarios, que han empezado el 3 de abril una huelga que, en el momento de escribir estas líneas, está siendo masiva? Es de esperar, y su lucha tiene que ser la nuestra. Una victoria suya sería un varapalo al gobierno y la patronal y abriría muchas perspectivas para el mundo del trabajo.