Inmediatamente después de la rendición, empezó la represión. Mejor dicho, la represión en gran escala, pues las fuerzas del Tercio y de la Legión extranjera habían empezado a saquear y a asesinar una semana antes, cuando ocuparon los barrios periféricos de Oviedo.
Durante los días 12 y 13 de octubre, escribe Francisco I. Taibo:
"La inercia del saqueo condujo a una cadena de fusilamientos y asesinatos sin sentido en un intento de eliminar los testigos. En Villafría, en la Tenderina Baja, en San Esteban de las Cruces, en San Pedro de los Arcos, en la Fuente del Prado, en 'El Caño', fueron asesinados 60 civiles, de los cuales 50, según algunos testigos, no habían tenido ninguna intervención en los combates (...) entre las 60 personas muertas, diez eran niños y cuatro ancianos". (66)
El día 15 de octubre, cuando los legionarios del coronel Yagüe entraron en el hospital de Oviedo, el establecimiento estaba lleno de heridos y enfermos. Entre ellos, se seleccionó a unas doscientas personas y todas fueron asesinadas fríamente una a una de un tiro en la nuca.
El mismo procedimiento era utilizado en el cuartel de Pelayo, aunque allí, comenta sarcásticamente Molins i Fàbrega:
"La faena era hecha a conciencia y con cierto aire de humanidad. El prisionero, después del interrogatorio, era instado a reconocer los cadáveres que se hallaban en un montón donde habían sido asesinados sus compañeros. Se acercaban al lugar destinado a desolladero y, mientras miraban, le disparaban un tiro en la nuca."(67)
Pero todas las atrocidades que precedieron la rendición no eran más que el prólogo de la barbarie organizada que se desataría sobre Asturias a partir del 18 de octubre.
De la represión salvaje...
Para empezar, el propio general López Ochoa mostró el caso que hacía a lo pactado el día anterior, presentándose en Sama rodeado de moros y legionarios, los cuales se dedicaron a robar todo lo que les dio la gana. Sama les pertenecía por derecho de conquista. Mientras la tropa saqueaba la Cooperativa obrera llevándose 60.000 pesetas y todos los productos almacenados en ella, los oficiales hacían una hoguera al estilo nazi en la plaza quemando en ella quinientos libros sacados del Ateneo obrero. Por su lado, la guardia civil penetraba en las viviendas y lo destrozaban todo buscando armas o revolucionarios escondidos, aprovechando también la ocasión para llevarse todo lo que parecía tener algún valor. Margarita Nelken ha contado que 19 guardias civiles irrumpieron violentamente en casa de Belarmino Tomás y que, después de haberse apoderado de ropas y otros objetos, incluido un kilo de dulce y 15 pesetas, obligaron a su hija de 13 años "a recorrer durante horas las calles de Sama, descalza, bajo una lluvia torrencial". (68)
Pero estos actos vandálicos no eran nada en comparación con lo que se estaba preparando. En efecto, en las semanas siguientes y durante tres meses, el terror blanco se instalaría en Asturias. 27.000 hombres fueron detenidos durante los dos primeros meses. Amontonados en los cuarteles de la guardia civil y en todos los edificios públicos disponibles (escuelas, Casas del Pueblo e incluso iglesias), la mayoría fueron apaleados y torturados. Otros serían asesinados en el camino o fusilados en serie en el cuartel de la guardia civil de Oviedo.
"Es imposible decir cuántos cayeron en las ejecuciones realizadas por los pelotones de la guardia civil", confesará Gerald Brenan.
En Oviedo, se utilizará durante más de ocho días el horno crematorio de basuras para hacer desaparecer los cadáveres.
El 27 de octubre, se descubriría en Corbayín una fosa común en la que estaban amontonados los cadáveres destrozados de 24 hombres. Estos hombres habían sido sacados tres días antes de las cárceles instaladas por la guardia civil en la Casa del Pueblo y el Colegio de Monjas de Sama. Con una camioneta se les condujo hasta las "escombreras" de Corbayín, y allí, después de atarles las manos, les obligaron a descender. Fusilaron a seis. Pero el ruido de los disparos llegaban hasta las casas de las cercanías, donde empezaron a ladrar los perros y a encenderse luces. Entonces, todos los que quedaban vivos fueron masacrados a golpes de machete y la gente sólo oyó aullidos de dolor.
Aunque la estricta censura establecida por el gobierno sobre todo lo que estaba pasando en Asturias impidió que esta matanza trascendiera al resto del país, por Asturias sí corrió la voz de los "desaparecidos" en la fosa de Corbayín. Y, a partir de entonces, las madres y esposas de los detenidos pasaron las noches montando guardia frente a las cárceles provisionales para impedir otra salvajada parecida.
... al sadismo intitucionalizado
Con la llegada de Asturias de Doval, el torturador, la represión pasará a manos de "profesionales". Todo pasará en la sombra, dentro de los cuarteles y de las cárceles provisionales que poco a poco se irán llenando con los miles de prisioneros que traerá el llamado "Tercio Móvil", organizado por Doval y compuesto por 200 esbirros suyos distribuidos en cinco grupos móviles que "peinarán" sistemáticamente la zona minera.
Durante casi dos meses, el Comandante Doval será de hecho el dictador de Asturias. Un país que él conocía bien, pues ya había sido Jefe de línea de Gijón y tuvo ocasión de participar en la represión de la huelga general de 1917. Al finalizar la dictadura se encontraba en Sama como capitán de la guardia civil y se había distinguido participando personalmente en palizas a trabajadores detenidos por sus subordinados. Era tan odiado, que los anarquistas de Gijón montaron un complot para matarlo, pero fracasaron. Destituido en 1932 por haber participado en el golpe del general Sanjurjo, fue rehabilitado y ascendido a comandante en abril de 1934. Este era el hombre que el gobierno escogió para dirigir la represión en Asturias. Lerroux, Gil Robles y Franco, sabían lo que querían, y nadie mejor que este sádico perseguidor de obreros para satisfacer sus deseos.
Acerca de los métodos empleados por Doval y sus sicarios, no existe descripción más elocuente que la llamada "carta de las 547 firmas", redactada por los propios presos de la Cárcel Modelo de Oviedo y de la cual extractamos este largo fragmento:
"En mucho, muchísimos casos, estos procedimientos de violencia (los golpes y apaleamientos) se combinaban con métodos de tortura, de cuyas modalidades no pretendemos hacer una relación completa. Anticipando lo de los casos documentales que enseguida expondremos, sí podemos puntualizar los siguientes: retorcimiento de los testículos; aplicación del fuego a los órganos sexuales y otras partes del cuerpo; atenazamiento de manos y de otros miembros; empleo del trinquete y el potro; golpeamiento de las manos y las rodillas; introducción de palillos entre las uñas y la carne de los dedos; rociamiento de partes desnudas del cuerpo con agua hirviendo; colocación de rodillas sobre piedrecitas menudas; simulacros de fusilamientos; detenidos torturados en presencia de sus madres, llevadas allí para aumentar todavía más la tortura con su presencia, a la vez que se las torturaba a ellas con el más cruel de los martirios; detenidos entregados a los deudos de personas muertas por los revolucionario o durante la revolución, para que sancionaran sobre los indefensos, supuestos autores de las muertes, la venganza de su sangre. Sobre este fondo sobrio de tormentos, que no agotan ni con mucho la terrible realidad, se destacan como los más usuales y empleados de un modo más reiterativo, los conocidos con los nombres del trimotor, del tubo de la risa y el baño maría. El primero consiste en suspender al detenido en el aire, colgando con los brazos atrás por la anilla de las esposas, que le agarrotan las muñecas, de una cuerda que corre sobre una polea sujeta al techo; una vez en el aire, se le azota para imprimirle un movimiento de balanceo; a algunos aún se le ata a los pies un cubo lleno de agua o un saco de arena, con lo que se fuerza todavía más el descoyuntamiento de los brazos de la víctima. Pasar por el tubo de la risa llaman a hacer pasar al detenido por delante de una o entre dos filas de guardias que, al cruzar él, dejan caer las culatas de los fusiles sobre los pies, o bien le azotan con vergajos o descargan en la carne los mismos fusiles, hincándoles a veces en las carnes sus cañones. Finalmente, el baño maría consiste en sumergir al detenido en una bañera llena de agua helada y tenerlo allí largo rato, azotándole después, una vez que la piel, con el frío, está suficientemente excitada para que los azotes o los latigazos sean doblemente dolorosos. En la mayoría de los casos, para pegar a los detenidos, se les hacía desnudarse de cintura para arriba, y muchas veces por entero".
A pesar de todas estas torturas y vejámenes inflingidos a miles de obreros revolucionarios, la represión no habría sido completa sin la participación de los patronos, que sumaron las represalias económicas a las morales y físicas ordenadas por el gobierno.
Apoyándose en la campaña represiva, los dueños de las minas y fábricas despidieron masivamente a sus trabajadores y las mantuvieron cerradas durante uno o dos meses. A mediados de diciembre, cuando comenzó el lento regreso al trabajo en las minas, hubo represalias e investigaciones y muchos trabajadores quedaron en la calle.
Para la patronal se trababa fundamentalmente de hacer pasar hambre a la población obrera, de hacerle pagar caros aquellos quince días en que, al grito de "¡U H P!", los obreros se habían lanzado a la lucha por una sociedad sin explotadores ni explotados.
Para la burguesía española, en general, y para la asturiana, en particular, se trataba de aplastar la Comuna asturiana en una repugnante y bárbara orgía de saqueos, asesinatos, torturas, despidos y hambre. ¡Que los vencidos supieran quienes eran los vencedores!.
Pero aquellos hombres y mujeres, los únicos que habían osado realizar la insurrección de octubre, no fueron doblegados. Habían creído en la revolución y siguieron creyendo en ella. "Derrotados, pero no vencidos", dijeron antes de cesar los combates. Se habían encontrado solos. Y, en estas condiciones, la victoria era imposible. Pero, si no pudieron vencer por las armas, vencieron moralmente. A partir de entonces, Asturias sería una bandera y un ejemplo permanente - incluso en los peores años de la dictadura franquista - para el proletariado español. En 1934, su lucha impidió la desmoralización del proletariado tras el fracaso de octubre. En 1935, gracias a la gesta de los mineros asturianos, todos los proletarios de España supieron levantarse con las armas en la mano para escribir, esta vez todos juntos, una de las páginas más heroicas y emocionantes de toda la historia del movimiento obrero mundial.