En el centro del complot militar, estaba el general Mola en Pamplona y Franco en Canarias. Desde su puesto, éste último organiza el levantamiento en Marruecos.
En Melilla comenzó el golpe de estado el 17 de julio. Aunque los jefes republicanos, los de los partidos obreros y el representante del gobierno, habían sido advertidos unas horas antes de lo que iba a pasar, no se hizo nada serio contra los rebeldes que se apoderaron de la ciudad, ejecutaron al representante del gobierno y a todos aquellos que habían intentado resistir sin armas en los barrios obreros. Al día siguiente los oficiales rebeldes eran dueños del Marruecos español. Franco lanzó por la radio un llamamiento al alzamiento que comenzó inmediatamente en España.
El gobierno tiene más miedo a los obreros que a los golpistas
El gobierno de Casares Quiroga se empeñó en minimizar los acontecimientos. Hizo difundir el siguiente comunicado : "Una nueva tentativa de insurrección ha estallado (...) nadie absolutamente nadie se alegra en la península de esta empresa absurda....". Y al día siguiente : "se puede afirmar que la acción del gobierno bastará para conseguir la vuelta a la normalidad".
Los comités nacionales del PSOE y del PCE se alinean con la opinión del gobierno y publican el 18 de julio este comunicado común: "En la eventualidad de que los recursos del gobierno no sean suficientes, la República será asegurada solemnemente por el Frente Popular, que reúne bajo su disciplina a todo el proletariado español, que resolverá con serenidad e imparcialidad intervenir en el conflicto tan rápidamente como su intervención sea reclamada.El gobierno manda y el Frente Popular obedece".
Evidentemente el gobierno no quería hacer un llamamiento a la clase obrera. Incluso declara que los que distribuyesen armas a los trabajadores serían fusilados, y la sumisión del Frente Popular a las órdenes del gobierno representaba una verdadera traición a los intereses de la clase obrera. Desde el 18 de julio guardias civiles, de asalto y falangistas se unieron al golpe. Los gobernadores civiles siguiendo las consignas del gobierno, se negaban a distribuir las armas a la población, cuando no se pasaban ellos mismos con armas y equipajes a los facciosos.
Lo que pasó en Andalucía es un buen ejemplo de las consecuencias de la política del gobierno. Este denegó al gobernador de Huelva la autorización para detener al general de extrema derecha Queipo del Llano que se trasladó a Sevilla. El solo destituyó a las autoridades militares, hizo prisioneros a los oficiales que no se unían a la rebelión y tomó el mando de las tropas. Entre los oficiales nadie se le opuso. El gobernador de Sevilla se movilizó con los guardias de asalto y las tropas enviadas por el gobierno contra Queipo del Llano se unieron a éste. La única resistencia vino de los barrios obreros de Sevilla, casi desprovistos de armas. La represión se cobró 9.000 muertos. En el barrio de San Julián los legionarios hicieron salir a todos los hombres a la calle y los mataron a cuchillazos. El barrio de Triana fue cañoneado el 20 de julio. Pero el 18 por la tarde radio Madrid anunciaba que la rebelión estaba sofocada por todas partes incluida Sevilla!
Casares Quiroga dimitió por la noche. Prieto el dirigente del PSOE, sugirió a Martínez Barrio como nuevo presidente para intentar encontrar un compromiso con los generales. Todo antes que armar a los trabajadores. Pero no se necesitó más que algunas llamadas de teléfono para que el nuevo gobierno recibiera los desaires de los generales sublevados.
La insurrección obrera hace fracasar el pronunciamiento
La clase obrera se puso desesperadamente a buscar las armas que les negaban, pasando de las consignas de los dirigentes del PSOE y de la UGT. Con las pocas armas que encontró se lanzó con una energía impresionante, apoderándose de las armas de los cuarteles, desarmando a los guardias civiles y ganando sus primeras victorias. Por todas partes fue un verdadero levantamiento popular que frenó bruscamente el éxito de los miltares. El gobierno Martínez Barrio no durará más que unas horas y el gobierno Giral que le sucedió, fue obligado a aceptar el armamento de los trabajadores, ratificando simplemente el estado de los hechos.
En Barcelona los obreros habían comenzado a apoderarse de las armas desde el 17 de julio, de los barcos de guerra del puerto, de los guardias de los edificios públicos, de las armerías, e incluso en algunos departamentos del gobierno gracias a la complicidad de algunos guardias de asalto y se apoderaron de la dinamita de las canteras. Su determinación hizo bascular a la guardia civil y a la guardia de asalto contra los militares que se habían atrincherado en los cuarteles de la ciudad. Despúes de duros combates los militares capitularon. Esta fue una victoria importante: la segunda ciudad de España estaba en manos de los trabajadores en armas.
En Madrid, se había terminado por distribuir las armas a los trabajadores encolerizados. Pero la mayoría de las armas estaban inservibles, pues les faltaban las culatas que estaban almacenadas en el cuartel de la Montaña, en manos de los oficiales rebeldes. Estimulados por los éxitos heroicos conseguidos por la clase obrera en Barcelona, se lanzó el 20 de julio al asalto del cuartel para recuperar las culatas. Después de numerosas refriegas los asediados izaron bandera blanca para después ametrallar a los primeros obreros que avanzaron a pecho descubierto. Ante estos hechos la rabia de los obreros permitió abrir las puertas del cuartel e invadirlo. Los primeros en entrar, lanzaron por la ventana las armas a las masas.
Los trabajadores asaltaron el resto de los cuarteles uno tras otro. El proletariado de la capital también se hizo dueño de la ciudad y de las armas.
En numerosas ciudades industriales y en pueblos también los trabajadores tomaron las cosas en sus manos. El mismo levantamiento militar, que tenía por objeto aplastar a la clase obrera y salvar a la burguesía de la revolución, había desencadenado, la revolución.
El tiempo perdido por las mentiras y tergiversaciones del gobierno y sobre todo por el legalismo de los partidos obreros, hizo posible la victoria del golpe de estado en parte del territorio, obligando a los trabajadores a combatir en las condiciones más desfavorables. Como consecuencia de esto, una tercera parte del país cayó bajo los militares fascistas, que masacrando a la población trabajadora, instauraron una dictadura feroz.
La actitud de las grandes potencias
Desde antes del alzamiento los golpistas habían recibido la ayuda de Mussolini y después de Hitler.
El gobierno francés del Frente Popular autorizó el envío de algunas armas, ante el llamamiento de socorro que le hizo el gobierno español. Pero a partir del 25 de julio, debido a las protestas de la derecha y las amonestaciones de Gran Bretaña, León Blum presidente del gobierno del Frente Popular Francés rechazó abastecer con material militar a la República española, a pesar del temor de ver una España fascista a sus puertas. La burguesía francesa no temía menos a la revolución y la burguesía británica, que tenía intereses en la península, preconizó una "neutralidad inflexible", aunque sus simpatías estaban con Franco.
En cuanto a Stalin, tenía múltiples razones para intervenir en España. Seguro que temía el reforzamiento de Hitler en Europa. Pero temía aún más la posibilidad de una revolución proletaria que habría puesto en duda incluso la existencia de la burocracia. Ayudar al gobierno republicano a contener la amenaza revolucionaria era para él una necesidad y al mismo tiempo un medio para demostrar a sus aliados que los partidos comunistas no serían factores de desestabilización, sino todo lo contrario, los defensores del orden burgués. La URSS no entregará armas hasta octubre del 36, después de que el gobierno tuviera alguna autoridad.
Revolución proletaria y doble poder
La resistencia al levantamiento militar vino de las masas populares. La clase dominante estuvo al lado de Franco, así como la mayoría de las autoridades civiles y militares.
La energía, el valor, el mismo entusiasmo con que los obreros y campesinos combatieron proceden de su voluntad revolucionaria. Ellos no luchaban por volver a la situación anterior, a esa república burguesa que había impedido resolver su situación social y de vida. No, ellos querían deshacerse de la explotación, de la arbitrariedad, acabar con el poder de los curas, de los militares, de los caciques y terratenientes. Ellos querían la libertad, una vida digna, el fin de la humillaciones y por todas partes los oprimidos tomaron su porvenir en sus propias manos.
El poder de los trabajadores...
Era hermosa y buena la revolución. En cada barrio, en cada empresa, en cada pueblo, los explotados en armas ocuparon las tierras, los despachos y oficinas, las fábricas, los medios de transportes, el teléfono, correos...Quemaron los conventos y las iglesias, el catastro, los títulos de propiedad, los archivos judiciales y notariales. Detuvieron y ejecutaron, a menudo, a los propietarios, a los curas, a los falangistas a todos los contrarevolucionarios. Requisaron las casas de los ricos, los hoteles de lujo y transformaron los restaurantes en comedores populares. Se organizaron en milicias y formaron sus comités, únicos organismos que gozaban de su confianza y sus decisiones eran aceptadas y aplicadas.
Todo esto se hizo espontáneamente sin una palabra de orden, sin preparación,y las formas organizativas muy variadas. A veces se repartían las tierras, más a menudo se decidía trabajarlas colectivamente. Con las fábricas y empresas pasaba lo mismo. A veces los trabajadores se apoderaban totalmente de las fábricas, otras un comité controlaba y vigilaba la dirección. Estos comités que tenían de hecho el poder localmente, estaba unas veces elegido por los trabajadores, otras veces por acuerdo de partidos y organizaciones obreras con presencia. En todos los sitios los comités tomaban en sus manos la organización de la vida y de la sociedad. Controlaban las carreteras, las fronteras, los puertos.
El trabajo se reanudó rápidamente para asegurar el abastecimiento de la población y la producción de armas y municiones para el frente. En Barcelona se improvisó espontáneamente toda una industria de guerra para hacer frente a las necesidades más urgentes. Municiones, explosivos, vehículos blindados fueron fabricados por el ingenio de los trabajadores que transformaron las fábricas. Los comités decidían las horas de trabajo y las diferencias salariales fueron considerablemente reducidas o suprimidas por completo.
Cada día los camiones requisados por los comités, por los sindicatos, salían al campo para comprar los productos agrícolas a los campesinos y a las colectividades. La eliminación de los intermediarios hacía que bajaran los precios.
En ciertas regiones, como Cataluña o Aragón el entusiasmo era tal que muchos pequeños propietarios se adherían a las colectividades, dando sus tierras, su ganado, sus aperos. Cada persona tenía derecho a buscar lo que necesitara en los almacenes del pueblo o del barrio, que eran simples centros de distribución y no obtenían beneficios. Por primera vez mucha gente pudo comer carne, por primera vez todo el mundo pudo saciarse el hambre.
...y la impotencia del viejo aparato de estado
Por todas partes las autoridades legales habían perdido el poder. Además no disponían de ninguna fuerza armada. El ejército, cuando no se había pasado con los insurrectos, se había disuelto. Y fueron las milicias de las organizaciones obreras las que mantenían el frente. En Barcelona, por ejemplo, el dirigente anarquista Durruti organizó una columna de voluntarios para intentar liberar Zaragoza. Otras columnas le siguieron y en una semana Barcelona dió, de este modo, 20.000 voluntarios al frente. Con los jefes elegidos, sin grados ni privilegios, total igualdad de sueldos, una vida política intensa en su seno, éstas unidades revolucionarias ayudaron a propagar la revolución en los campos aragoneses que atravesaban.
Los tribunales de justicia del viejo orden dejaron de existir y sus leyes no se aplicaban. Era la población la que hacía justicia, la que organizaba los tribunales revolucionarios. Espontáneamente la clase obrera imponía sus órganos de poder en cada localidad. El gobierno central no tenía ningún medio de imponer su voluntad. En Cataluña el gobierno de la Generalitat, dirigido por Companys, se encontró en la misma situación. Hasta setiembre del 36, durante dos meses, hubiera sido posible desembarazarse, apoyándose sobre el impulso revolucionario de las masas, sin derramamiento de sangre, pacíficamente, de los símbolos de la vieja sociedad. Pero los dirigentes de los partidos obreros no lo quisieron.
El partido socialista y el partido comunista al servicio del gobierno
En nombre del comité central del Partido Comunista, Dolores Ibarruri, la Pasionaria, declaraba el 30 de julio : "... el gobierno español surge del triunfo electoral del 16 de febrero y nosotros lo apoyamos y defendemos, pues es el representante legítimo del pueblo que lucha por la democracia y la libertad". El PSOE y la UGT, así como el PC se mantenían en sus perspectivas de restablecer la autoridad de la república burguesa y continuaba aceptando las órdenes del gobierno.Sin embargo, aún no tenían capacidad para aplicarla.
En Cataluña, la CNT rehusa el poder
En Cataluña dónde el proletariado industrial era el más numeroso y dónde las organizaciones que se decían revolucionarias estaban más implantadas, es donde la revolución llegó más lejos. La CNT que no intentaba convencer a sus militantes de que había que defender a la república burguesa, era mayoritaria en el movimiento obrero. La influencia del PSUC, surgido de la fusión del partido comunista y del partido socialista catalán, incluso la de la UGT eran muy limitadas. También en Cataluña es dónde el partido más a la izquierda, que se reclamaba marxista y que estaba por la dictadura del proletariado, el POUM, estaba más implantado. Si bien mucho más débil que la CNT podría haber intentado en esta situación jugar un papel independiente. Es pues en Cataluña dónde la revolución se jugó su suerte.
El 20 de julio Companys, el jefe del gobierno catalán, consciente de la correlación de fuerzas después de la victoria obrera, pidió una entrevista a los dirigentes anarquistas. Estos dirigidos por García Oliver, Abad de Santillan y Durruti acudieron armados a la sede del gobierno. Companys, abogado de profesión y conocedor de la idiosincracia de los anarquistas, les habló así: "Hoy vosotros sois los dueños de la ciudad. Si no me necesitais o si no deseais que me quede como presidente de la república, decídmelo, y yo seré un soldado más para combatir el fascismo. Si por el contrario (...), creeis que mi persona, mi partido, mi nombre, mi prestigio, pueden ser útiles podeis contar conmigo y con mi lealtad...". Abad de Santillan cuenta a continuación : "Nosotros pudimos quedarnos solos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca la Generalitat y colocar en su lugar al verdadero poder del pueblo. Pero no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros y no la deseábamos cuando podíamos ejercerla nosotros mismos a expensas de los otros. La Generalitat se quedaría en su sitio con el presidente Companys en su cabeza y las fuerzas populares se organizarían en milicias para continuar la lucha por la liberalización de España. Así nació el comité central de las Milicias Antifascistas de Cataluña, en el que hicimos entrar a todos los partidos políticos liberales y obreros".
Los dirigentes de la CNT, estos anarquistas anti-estado, prefirieron finalmente al "verdadero poder del pueblo", el poder burgués representado por Companys!. Esto era una verdadera traición a los intereses de la revolución. Y no es que Companys estuviera en situación de ejercer el poder en este momento. Pero es alrededor de él que poco a poco se iba reconstituyendo el aparato de Estado de la burguesía, con la ayuda de la CNT. Exactamente como en el resto de España dónde el PSOE y el PC, desde un principio, se afanaron constantemente en esta tarea.
El comité central de las milicias
Los anarquistas no sólo participaron en el poder sino que lo defendieron a través del comité central de las Milicias, pues como dice Santillan "el gobierno de la Generalitat continuaba su existencia y merecía nuestro respeto pero el pueblo no obedecía más que al poder que se había constituido gracias a la victoria y a la revolución". Pues en ese Comité, que era un organismo no elegido por los comités de base, locales, de fábrica,etc. sino un frente de organizaciones, la CNT se puso en minoría ofreciendo a los representantes de la burguesía 4 delegados sobre 15, en tanto que ella quedaba con los mismos que la UGT o Companys. Restablecieron el poder a los partidos que no querían la revolución. Esto significaba traicionar a las masas que les habían dado su confianza.
Los dirigentes de la CNT no hicieron nada para que el comité central procediera de la emanación de los comités, para que fuera democrático. Prefirió los acuerdos en la cumbre con los dirigentes burgueses, los del PSUC y la UGT.
Ni en Cataluña ni en otras partes, hubo por parte de los dirigentes de los partidos más a la izquierda una voluntad de reforzar el poder de los explotados surgido espontáneamente de la revolución. Hubiera sido necesario extenderlo, sistematizarlo, democratizarlo, hacer elegir por todas partes los comités por las asambleas de trabajadores, hacer verdaderos soviets, y permitir elegir una dirección central de los comités que habría sido un verdadero poder revolucionario eficaz, democrático y centralizado, intimamente ligado a las masas, expresándo su voluntad y capaz de vencer los obstáculos y los enemigos.
La CNT tenía todos los medios para hacerlo en Cataluña y sus dirigentes deliberadamente lo rehusaron. He aquí lo que decía Trostky de la política de los dirigentes anarquistas : "Renunciar a la conquista del poder, es dejarlo voluntariamente a los que lo tienen, a los explotadores. El fondo de toda revolución ha consistido y consiste en llevar al poder a una nueva clase y en darle así todas las posibilidades de realizar su programa. Es imposible hacer la guerra sin desear la victoria. Nadie habría podido impedir a los anarquistas establecer, después de la toma del poder, el regimen que les hubiese parecido bueno admitiendo, por supuesto, que fuera realizable. Pero los jefes anarquistas habían perdido la fé en ellos mismos. La negativa de conquistar el poder arroja inevitablemente a toda organización obrera al pantano del reformismo y de hecho la convierte en juguete de la burguesía...".
El poum toma atraso sobre las posibilidades revolucionariams
El POUM fué incapaz de definir objetivos más claros. Donde eran mayoría, en Lérida, el comité era el fruto de un acuerdo entre ellos, la CNT y el PSUC y si el POUM fué ratificado por una asamblea formada por representantes de partidos, no fué jamás un verdadero consejo obrero, emanación de las masas en lucha.
El programa del POUM se limitaba a reclamar el control obrero mientras que las masas tomaban posesión de las empresas, la depuración del ejército que practicamente ya no existía, "la revisión del estatuto de Cataluña en un sentido más progresista". En plena revolución proletaria el POUM proponía un programa democrático burgués que llegaba tarde con respecto a la actividad de las masas en lucha.
Si bien, ningún partido, ni en Cataluña ni en otro sitio, propuso al proletariado rematar la victoria de julio tomando realmente el poder.
Rematar la revolución : una necesidad imperativa
El tiempo jugaba contra el poder revolucionario de las masas mientras que este se limitase a ejercer poderes locales. Una autoridad central era indispensable para rematar la revolución, para coordinar la actividad económica, para planificarla eficazmente a fIn de que los esfuerzos no fuesen despilfarrados por una falta de coordinación en los abastecimientos de materias primas y en la salida de los productos. También hubiese hecho falta apoderarse de las reservas de los bancos en lugar de dejar que las empresas se desenvolviesen solas y gastasen poco a poco sus reservas financieras. También hubiese sido necesario organizar la guerra unificando las milicias bajo una comandancia única de un Estado Mayor obrero capaz de conducir la lucha militar. Sí, tanto en el plano económico como en el militar, era vital establecer un verdadero poder central. Este debería ser la emanación de los obreros y campesinos en lucha y estar basado en los órganos de poder que habían comenzado a ocupar su lugar. A falta de esto, es el viejo estado burgués el que ha tomado las cosas en sus manos, en nombre de la eficacia económica, en nombre de la eficacia militar y que finalmente destruyó la revolución.
Los partidos obreros en el gobierno para Arrancar el poder a los trabajadores
Ante la impotencia del gobierno Giral, el 4 de Septiembre, el partido socialista se decidió a asumir las responsabilidades gubernamentales y Largo Caballero, el dirigente del ala izquierda y de la UGT se puso a la cabeza del gobierno. Impuso como condición, la presencia de ministros comunistas : era la primera vez que miembros del Partido Comunista (dos) participaban en un gobierno burgués. Prieto y Negrín representaban el ala derecha del Partido Socialista. Había también cinco ministros republicanos, incluido Giral.
Largo Caballero reconstruye el aparato de estado
Largo Caballero reorganizó un Estado Mayor, llamó a todos los oficiales que pasaban por republicanos e intentó imponer la militarización de las milicias combatientes, que debían integrarse en el ejercito.
El gobierno lanzó una campaña de enrolamiento en la guardia civil, la guardia de asalto y los carabineros. Terminó por enrolar y armar en pocos meses más fuerzas represivas de las que había antes del 19 de Julio en todo el conjunto del territorio. Dirigió una campaña para que las antiguas milicias devolvieran sus armas para que "no falte ninguna en el frente", pero, paralelamente, armó sus propias fuerzas de represión...
Los dirigentes de la CNT y del POUM no habían reclamado jamás la disolución de lo que quedaba de los cuerpos de represión. No denunciaron su reconstitución, ni pusieron de ninguna forma en guardia a los trabajadores contra el peligro que representaban, limitándose simplemente a usar el termino: "camaradas guardias".
La disolución de los comités y su reemplazo por los consejos municipales tuvo lugar por todas partes, al menos sobre el papel.
Para arrancarles de la mano las empresas tomadas por los obreros, empleados y campesinos, el gobierno no tuvo otra solución que nacionalizarlas.
Los comités, las milicias, ninguno de los órganos locales de la clase obrera, querían desaparecer. Resistieron palmo a palmo y no obedecieron las órdenes. El gobierno necesitó varios meses para retomarlos en sus manos.
La CNT y el POUM entran el gobierno Catalán...
En Cataluña también se formó un nuevo gobierno nacional. El 27 de septiembre en efecto, los anarquistas aceptaron, a petición de Companys, entrar oficialmente en el gobierno de la Generalitat al cual sólo exigieron rebautizarlo como "Consejo de Defensa". Era un miembro del partido de Companys, Tarradellas, quien lo presidía. Aceptaron la dirección de Sanidad, Avituallamiento y Economía. Más tarde García Oliver fue nombrado Secretario de Estado de la Guerra y otro miembro de la CNT se convirtió en jefe de la policía.
El Comité Central de Milicias fue disuelto y sus comisiones incorporadas a sus homólogas de la Generalitat.
En cuanto al POUM, hizo exactamente lo mismo y aceptó en la persona de Andrés Nin, el Ministerio de Justicia !.
Para justificarse, el POUM afirmó que el nuevo gobierno era "de un tipo original, no duradero, de transición revolucionaria, que será desplazado por la toma total del poder por las organizaciones obreras". El órgano del POUM respondía a las críticas de Trotski: "... se trata de un gobierno revolucionario y (...) el deber del POUM es participar en él. No solamente porque los representantes de los partidos obreros están en mayoría, sino sobre todo porque su programa es un programa revolucionario, cuya realización debe tener como consecuencia el hacer avanzar la revolución". El órgano de las juventudes del POUM, opuesto a la participación, reconocía que "nuestro partido ha entrado en la Generalitat porque no quería ir a contracorriente en estas horas de extrema gravedad ...".
En efecto toda la política del POUM estaba condicionada por la de la CNT. El objetivo de los dirigentes del POUM era convencer a los dirigentes de la CNT. Al no conseguirlo, se ponían a su remolque. No solamente no hacían cuestión el criticar públicamente a los dirigentes por su capitulación, sino que se oblicaban a capitular ellos mismos para no separarse de estos dirigentes.
Decir la verdad sobre la política del Frente Popular, sobre la de la CNT, denunciarlas era, para los revolucionarios, la única política posible. Si el POUM hubiera corrido el riesgo de romper con los dirigentes anarquistas que se inclinaban cada vez más hacia el reformismo, habría podido quizá conquistar la audiencia de toda una parte de la CNT, compuesta realmente de militantes revolucionarios que buscaban una salida a la situación. Habría podido quizá en algunos meses convertirse en mayoritario en la clase obrera de Cataluña que se radicalizaba, que combatía, que quería verdaderamente ganar. E videntemente esto no estaba escrito. Pero de cualquier manera, fuera de esta política, no tenía ninguna posibilidad de ayudar a la clase obrera a vencer.
Pero los dirigentes del POUM no querían ser acusados de romper la unidad. No querían ser acusados de sectarismo. No habían cambiado desde que habían firmado el pacto del Frente Popular : representaban siempre el ala más a la izquierda del Frente Popular pero de ninguna forma un partido obrero revolucionario. No tuvieron jamás la audacia política de intentar jugar el papel que el partido bolchevique, también pequeño y minoritario al principio de la revolución, jugó al frente de la clase obrera rusa.
... Que lleva adelante la misma política que el gobierno central
El gobierno Tarradellas decretó, pocos días después de su formación, la disolución de los comités y su reemplazo por consejos municipales. La CNT y el POUM firmaron los decretos, y muchos otros... Nin debió convencer al comité de Lérida para aceptar su transformación en consejo municipal igualmente que el resto, es decir que el POUM tuvo que ceder su parte para que los partidos burgueses tuvieran representación allí. Los dirigentes anarquistas hicieron lo mismo en los comités que ellos controlaban.
Exactamente como el gobierno central, el gobierno Companys reconstruía el aparato del Estado, las fuerzas armadas, las autoridades civiles, los tribunales e intentaba tomar la dirección en las empresas.
La CNT entra en el gobierno central
En Octubre de 1936, el peligro se concentró sobre Madrid que el ejército franquista pensaba tomar sin pegar un tiro. Cuando llegaron a las puertas de la capital, el gobierno decidió huir a Valencia. Algunos días antes tan sólo, el gobierno había sido remodelado para que entraran en él cuatro ministros de la CNT. Esta había aceptado, tras cerca de dos meses de discusiones y de votaciones contradictorias, su participación en el gobierno central de Largo Caballero. He aquí la justificación de la CNT en su órgano central, Solidaridad Obrera, del 4 de noviembre: "La entrada de la CNT en el gobierno central es uno de los hechos más transcendentales que registra la historia política de nuestro país. (...) las circunstancias (...) han desfigurado la naturaleza del gobierno y del estado español. En la hora actual, el gobierno (...) ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases. Y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la CNT".
Los cuatro ministros de la CNT acababan de ser nombrados por precaución ante la huida del gobierno a Valencia.
El proletariado gana la batalla de Madrid
Con el gobierno habían huido los altos funcionarios, el estado mayor de todos los partidos, las redacciones de todos los periódicos, etc.
El proletariado madrileño fue abandonado a sí mismo. Pero esta situación ofrecía una nueva oportunidad revolucionaria. Los comités se multiplicaban de nuevo, tomando en sus manos todas las tareas y permitiendo la supervivencia de la capital y de los refugiados que afluían en masa de los alrededores : el avituallamiento, los comedores colectivos, la vigilancia de los sospechosos, las pesquisas, la ejecución de los contrarevolucionarios, la vigilancia antiaérea, excavar trincheras, repartir municiones. La clase obrera madrileña podía intentar acabar lo que había comenzado en julio, formando un verdadero gobierno obrero, una comuna en Madrid. Esto habría podido dar a partir de Madrid un nuevo impulso a la revolución en todo el país.
Esta no era la cuestión evidentemente para el Partido Socialista o el Partido Comunista. Si la CNT, aunque minoritaria en la capital, hubiese tratado de arrastrar a la población obrera a tomar oficialmente el poder, ésta se habría convertido quizá, como correspondía a la situación, en la aspiración de las masas después de la deserción gubernamental. Pero, con las manos atadas por su entrada en el gobierno central, dejó que el general Miaja, incompetente según todos, asegurara el gobierno y la defensa de la ciudad.
Una vez más sería el heroismo de la población obrera el que salvara la situación.
Cierto es que a partir de Octubre de 1936, justo antes de la batalla de Madrid, las armas rusas comenzaron a llegar, y con ellas un buen número de consejeros militares soviéticos. Es también en esta ocasión cuando las primeras brigadas internacionales, formadas por voluntarios de todos los países, se constituyeron oficialmente. Esto supuso una ayuda militar pero sobre todo una ayuda moral considerable para los combatientes (las dos brigadas que entraron en acción en Madrid en esa época no representaban más que algunos miles de hombres). Durruti vino también en auxilio con una columna de 4.000 combatientes venidos de Aragón y él mismo murió en los combates. En cuanto al ejército regular, no tenía por así decir apenas tropas y Miaja tuvo que pedir a los sindicatos que le proveyeran de 50.000 hombres.
Franco, gracias a la ayuda de Musolini y de Hitler, tenía ya superioridad militar. Sus tropas llegaron justo hasta Madrid. Pero, una vez en los suburbios de la ciudad, tropezaron con una resistencia encarnizada y no pudieron progresar. Finalmente el 23 de Noviembre, Franco decidió abandonar su ataque frontal.
Por segunda vez la clase obrera había salvado Madrid, pero no aprovechaba su ventaja.
Las armas de la revolución que el gobierno no podía utilizar
Solamente el establecimiento de un auténtico poder revolucionario proletario hubiera podido vencer a los ejércitos de Franco, no solamente por el entusiasmo y la energía que habría suscitado en el campo de la revolución sino, sobre todo, porque ante la superioridad militar de Franco, sólo podían utilizarse armas revolucionarias para vencerle. Se habría podido dar nuevas esperanzas a los obreros y a los campesinos que vivían, con rabia en el corazón, en la zona controlada por Franco, apoyando la actividad revolucionaría de las masas, legalizando la expropiación de los grandes propietarios y las libertades obreras en la zona republicana.
La clase obrera en el poder habría declarado la independencia del Marruecos español, quitando así a Franco la principal base en su retaguardia. Los nacionalistas marroquíes enviaron incluso representantes al gobierno republicano en diciembre de 1936 para proponerle una alianza contra Franco. Pero Largo Caballero se sentía demasiado responsable frente a los intereses de la burguesía española y anglofrancesa como para hacer el menor gesto que hubiera podido levantar las reivindicaciones independentistas en las colonias y renunció a cualquier alianza.
Este partido que quería meter en vereda la revolución en la zona que controlaba no buscaba de ninguna manera suscitarla en el campo franquista.
El papel del partido comunista
Cuando el gobierno se dió cuenta que, contrariamente a lo esperado, Madrid no caía se preocupó de tomar en sus manos la capital, siempre con la ayuda activa del Partido Comunista y del Partido Socialista y también con la complicidad de los anarquistas.
En la lucha por la restauración del estado burgués, el Partido Comunista terminó por jugar un papel de primer orden. Había encabezado las luchas desde el principio, antes de que Largo Caballero estuviera en el gobierno, pero no tenía entonces gran peso frente al Partido Socialista. Era sin embargo un pequeño aparato adicto a Stalin, que no sufría las presiones que la radicalización de la clase obrera ejercía en el Partido Socialista. Gozando del prestigio de la revolución rusa, podía más fácilmente hacer pasar por revolucionarias posiciones reaccionarias. Tenía las manos más libres incluso que la derecha del Partido Socialista para aparecer como el partido de la ley y el orden. A partir del otoño de 1936, la ayuda militar soviética, aumentaría más aún su crédito y le daría una imagen de partido eficaz.
Buen número de oficiales se adhirieron al Partido Comunista a partir de este período. De igual forma el Partido Comunista, partidario de la propiedad individual de los campesinos, atrajo hacia él a las capas de la pequeña burguesía que veía en el un protector contra el anarquismo y contra la revolución en general. Así el Partido Comunista se benefició a la vez de su imagen de partido de orden defensor de la propiedad privada en el seno de las capas medias y pequeño burguesas y de partido ligado a la URSS, el país de la revolución de octubre, el único que ayudaba a la revolución española. El Partido Comunista que tenía algunas decenas de miles de miembros en julio del 36, triplicó o cuadriplicó sus efectivos en seis meses y consiguió por otra parte el control total sobre las antiguas juventudes socialistas con las cuales se fusionaron las juventudes comunistas al igual que sobre el PSUC y en parte sobre la propia UGT.
La ofensiva gubernamental contra los trabajadores
En noviembre de 1936, un decreto gubernamental firmado por todos los ministros, incluido los anarquistas, promulgó la disolución de las milicias de retaguardia y su incorporación en las fuerzas de policía regulares.
Posteriormente se obligó a las milicias del frente a aceptar la militarización. Las tropas se pusieron bajo la autoridad del ministro de la guerra, con el pretexto del mando único. Fue él quien nombró los oficiales y toda la vieja estructura jerárquica, con sus grados y sus ventajas materiales que fueron restablecidos. El antiguo código militar se puso de nuevo en vigor... en tanto se rehacía uno nuevo.
Los tribunales revolucionarios fueron remplazados por tribunales donde se sentaban los magistrados del antiguo régimen.
Conforme se reconstruía el poder del Estado, el gobierno disponía de medios de presión cada vez más potentes : las milicias que no aceptaban la militarización no recibían armas ni municiones ; las empresas que rehusaban la tutela del Estado, ni créditos, ni materias primas...
Tarradellas, que fue el primer ministro del gobierno catalán, explicó el mismo su política de la época : "Ante la negativa de la CNT a nuestro control, di orden a todos los bancos de no pagar el menor cheque, o de no hacer el menor crédito a las fábricas colectivizadas, sin la autorización de la cancillería de la Generalitat. Los obreros se encontraron entonces en una situación difícil. Agotaron sus disponibilidades líquidas y cuando fueron a la banca les dijeron que no, que tenían necesidad de una autorización especial de la Generalitat. Y la Generalitat decía que no, porque esas colectivizaciones no estaban controladas por nosotros". Lo mismo ocurría con las materias primas.
Las autoridades saboteaban ellas mismas la producción por razones políticas, igualmente saboteaban la guerra : el frente de Aragón dominado por los anarquistas no recibía apenas armas. El gobierno no quería que se apuntaran el tanto de la victoria y no les daba los medios para liberar Zaragoza.
El nuevo ministro de avituallamiento, Comorera, dirigente del PSUC, lanzó en enero del 37 una nueva campaña contra los comités, llamando a la pequeña burguesía a manifestarse al grito de "menos comités y más pan". Aunque oficialmente se habían disuelto en octubre los comités existían todavía por lo que parece.
Por su parte el gobierno central organizó en Valencia una manifestación antiobrera que llamaba a los burgueses de la ciudad para desarmar a las milicias y por el mando único con la consigna: "todo el poder al gobierno".
La correlación de fuerzas entre la clase obrera y las fuerzas contrarrevolucionarias evolucionaban cada vez más a favor de estas últimas conforme el gobierno conseguía éxitos parciales contra las milicias, contra los comités, contra las colectivizaciones y reorganizaba fuerzas de represión que le eran fieles. Un enfrentamiento decisivo era inevitable.
El POUM apartado del gobierno Catalán
En diciembre de 1936, el POUM era expulsado del gobierno catalán por exigencia de PSUC. Libre de toda solidaridad gubernamental, habría podido explicar la situación a los trabajadores, y consagrarse a prepararles para establecer plenamente su propio poder, en una situación en que los gritos contra la colaboración con el gobierno eran enormes en el seno de la CNT, entre los jovenes anarquistas y las bases del mismo POUM.
En lugar de dedicarse a aprovechar la ocasión para aparecer por fin como una autentica alternativa revolucionaria para la clase obrera , el POUM no pensaba más que en una cosa: su regreso al gobierno. No cesaba de repetir que "no se puede gobernar sin el POUM y menos aun contra el".
Relegado a la oposición, atacado, el POUM continuaba reclamando colaborar de nuevo!.
Enfrentamiento entre las fuerzas de represión y las milicias obreras
En marzo la Generalitat disolvió las patrullas de control. La CNT se opuso afirmando que éstas podían coexistir con los otros cuerpos de policía, "los camaradas guardias". El POUM tuvo la misma actitud. Pero cuando el gobierno intentó aplicar su decreto en Barcelona, los trabajadores de las patrullas de control ocuparon los puntos estratégicos de la ciudad y desarmaron a 250 guardias civiles.
La clase obrera de Cataluña continuaba pues, espontáneamente, resistiéndose a los ataques gubernamentales.
En abril de 1937, los carabineros tomaron por la fuerza el control de la frontera a los comités de los pueblos fronterizos en manos de la CNT. En Puigcerda tuvieron que librar combate para desarmar a las milicias y mataron a ocho personas.
Mayo de 1937 en barcelona : se desarma a los obreros
El enfrentamiento decisivo contra la clase obrera tuvo lugar a principios de mayo en Barcelona. El 3 de mayo, el gobierno catalán estimaba llegado el momento, el comisario de orden público, que era entonces un estalinista, intentó apoderarse, a la cabeza de un grupo de guardias, de la central telefónica de Barcelona en manos de los empleados y de su comité y guardado por las milicias de la CNT.
No solamente los trabajadores de la central se defendieron, sino que todo el proletariado de Barcelona se puso en huelga y acudió al rescate. La ciudad se erizó de barricadas, los obreros eran una vez más dueños de la ciudad. El sector del Palacio del gobierno estaba rodeado de barricadas a merced de los combatientes que pedían a la CNT la orden de atacar. Los ministros anarquistas García Oliver y Federica Montseny se precipitaron por avión desde Valencia y dieron por radio la orden de cesar el fuego y de terminar esa guerra fratricida, dijeron ellos. Un manifiesto firmado por la CNT se distribuyó el 4 de mayo en las barricadas : "Deponed las armas; abrazaos como hermanos!. Obtendremos la victoria si nos unimos: seremos derrotados si combatimos entre nosotros. Pensadlo bien, pensadlo bien, os tendemos los brazos desarmados; haced lo mismo y todo habrá terminado. Que la concordia reine entre nosotros". Los obreros no creían lo que veían, sus propios dirigentes se ponían del otro lado de la barricada!. Pero pese a todo si no se decidieron por tomar al asalto el Palacio del Gobierno, donde sus dirigentes permanecían, sí rehusaron deponer las armas.
El gobierno de Valencia envió 5.000 guardias civiles de refuerzo a Barcelona. En el camino suprimieron los comités, desarmaron a los obreros, a los campesinos, cerraron los locales de las organizaciones obreras, encarcelaron y asesinaron.
Cuando llegaron a Barcelona, el 6 de mayo, la dirección de la CNT dió y repitió como única consigna a los obreros abandonar las barricadas y volver a sus casas. No fue obedecida.
Los dirigentes anarquistas prometieron que los responsables del ataque contra la central telefónica serían castigados y que las milicias podrían continuar coexistiendo con los guardias.
Sin saber finalmente qué hacer, a partir del 7 de mayo, los obreros abandonaron poco a poco las barricadas. Pese a que eran militarmente dueños de la ciudad, pese a que podían barrer al gobierno, los obreros de Barcelona fueron vencidos políticamente por sus propios dirigentes anarquistas.
En cuanto al POUM, intentó convencer a la dirección de la CNT de que hacía falta combatir. Pero, sin el coraje de ponerse a la cabeza de la lucha ellos mismos, no rechazaron la orden de la CNT de parar la huelga general y abandonar las barricadas.
Cuando las últimas barricadas fueron abandonadas el periódico de la CNT presentó esta derrota decisiva como una victoria y de igual forma el del POUM, mintiendo así a los trabajadores: "La magnífica reacción de la clase obrera había aplastado la tentativa de provocación, se hacía necesario retirarse".
Los partidos obreros han vencido la revolución
Los acontecimientos de mayo marcan un giro decisivo en la revolución española. A partir de mayo el poder contrarrevolucionario pasó abiertamente a la ofensiva, desarmó a las milicias, incluso a las de Barcelona, disolvió efectivamente los comités, destruyó todos los embriones de poder que la revolución había levantado. Las conquistas revolucionarias fueron aniquiladas y la persecución se abatió sobre las organizaciones obreras y los militantes.
De julio del 36 a mayo del 37, pasaron cerca de diez meses en los que coexistían dos poderes incompatibles: el que el proletariado y los campesinos pobres habían levantado espontáneamente con sus milicias, sus comités, sus expropiaciones; y el viejo aparato de Estado de la República casi completamente destruido en julio pero reconstruido, poco a poco, conscientemente por el Frente Popular. Era inevitable que esta situación se resolviera con el aplastamiento de uno de estos dos poderes. En el curso de estos diez meses las ocasiones que habrían permitido al proletariado alcanzar una victoria decisiva no faltaron. A causa de la ausencia de una dirección revolucionaria, el proletariado no pudo empujar hasta el fin su revolución y fue el quien finalmente resultó aplastado en nombre de la unidad, de la eficacia en la guerra contra Franco.
Pero el fracaso de la revolución significaría ineluctablemente, como vamos a ver, el fracaso militar ante Franco.