La situación económica
Según los principales dirigentes estadounidenses, la economía estadounidense se encuentra en buena forma. La tasa oficial de desempleo se sitúa en el 3,8%, cifra que oculta que, para disgusto de los capitalistas, toda una parte de los trabajadores ya no está en el mercado laboral. Un indicador más fiable es la tasa de participación laboral, es decir, la relación entre el número de personas que trabajan y el número de personas en edad de trabajar. Del 67% a principios de los años 2000, esta tasa se sitúa ahora en el 62,8%, un nivel históricamente bajo, diez puntos por debajo del que prevalece en varios países europeos. Decenas de millones de personas se han retirado del mercado laboral, dejando incluso de registrarse como desempleados porque no tendrían derecho a prestaciones, y por tanto ya no se contabilizan en las estadísticas. Así, el nivel real de desempleo sería más bien del 25%, aunque sea una cifra hipotética.
Además, la economía está con respiración asistida. La Ley de Reducción de la Inflación [Inflation Reduction Act], adoptada en 2022 con el pretexto de combatir el calentamiento global y promover las “energías limpias”, estimada en 350.000 millones de euros en diez años, es en realidad un conjunto de medidas proteccionistas. Obliga a las empresas que quieran beneficiarse de ella a localizar la mayor parte de su producción en Estados Unidos, animando a las automovilísticas extranjeras, por ejemplo, a instalar sus fábricas en Estados Unidos más que en otros lugares.
La contrapartida de estas colosales subvenciones a las empresas es una deuda federal que ronda los 29.000 billones de euros, es decir, el 124% del PIB. Esta tasa ya había pasado del 67% en 2008 al 103% en 2017, por lo que no es nada nuevo que la economía estadounidense viva a crédito. Las agencias de calificación han rebajado la nota de Estados Unidos, y el riesgo de impago se plantea con regularidad. Aunque improbable, dadas sus consecuencias potencialmente catastróficas, el hecho de que la economía estadounidense viva a crédito es cada vez más evidente. La deuda privada (inmobiliaria, corporativa, de consumo, etc.) representa el 165% del PIB. Por ejemplo, 44 millones de personas tienen deudas estudiantiles por un total de 1.750 billones de dólares, el equivalente al PIB de Brasil.
Billonarios enriquecidos y una clase trabajadora pauperizada
Los beneficios de las grandes empresas siguen aumentando, con una media del 10% en 2022. Apple, Microsoft y Google han ganado incluso más dinero que las grandes petroleras. Desde la pandemia de Covid, la riqueza de los capitalistas se ha disparado. 735 billonarios poseen ahora más de 45.000 billones de dólares. La fortuna de Elon Musk (Tesla, Space X, Twitter/X), que ahora supera a sus rivales como el hombre más rico del mundo, se ha multiplicado por siete en tres años. Al mismo tiempo, la esperanza de vida, en su punto más bajo desde hace 20 años, ha caído a un nivel cercano al de Colombia o Cuba. Este declive ha afectado sobre todo a los trabajadores, al personal sanitario, a los Negros, a los Hispanos y a los más pobres en general. 120.000 personas mueren cada año por sobredosis, en la mayoría de los casos por opiáceos, que han sido vendidos ampliamente y a sabiendas por los grandes grupos farmacéuticos. Estados Unidos tiene una tasa de mortalidad materna diez veces superior a la de países comparables. Al mismo tiempo, a falta de una pensión adecuada, una proporción creciente de trabajadores mayores tiene que trabajar; el número de personas de 75 años o más obligadas a trabajar ha aumentado un 50% en diez años. Las grandes ciudades, sobre todo en la costa oeste, se ven desbordadas por el número de personas sin hogar, 50.000 por ejemplo en Los Ángeles, donde varios centenares han muerto por el calor extremo de los últimos veranos.
Los trabajadores siguen sufriendo la ofensiva capitalista. Todos los sectores del mundo laboral se ven afectados, como las fábricas de procesamiento de alimentos y de confección, donde el trabajo infantil está haciendo su reaparición. El ejemplo de la industria automovilística es elocuente. En 1970, empleaba a 1,5 millones de trabajadores, 900.000 de los cuales, todos sindicados, trabajaban para los Tres Grandes fabricantes de automóviles (Big 3), más 600.000 empleados de los proveedores de componentes, que a menudo también estaban sindicados. Hoy, los Tres Grandes (Ford, GM y Stellantis) emplean a sólo 145.000 personas. La producción de automóviles no ha disminuido, pero la productividad ha aumentado, los salarios y las prestaciones se han recortado, a menudo con el acuerdo del sindicato UAW, y toda una parte de la producción se ha subcontratado a empresas cuyos trabajadores, no sindicados, cobran mucho menos. Y los fabricantes de automóviles pretenden utilizar la transición a los vehículos eléctricos para degradar aún más las condiciones laborales. En 2019, General Motors vivió su primera huelga en 43 años. Aunque la huelga actual en las Tres Grandes está totalmente controlada por la burocracia sindical de la UAW y las posibilidades de una extensión a otros sectores del mundo laboral parecen limitadas, está siendo observada con interés por muchísimos trabajadores y demuestra que una fracción de la clase obrera estadounidense no permanece pasiva ante la guerra de clases de los capitalistas.
El imperialismo estadounidense en acción
Estados Unidos es el primer proveedor de ayuda militar a Ucrania (43.000 millones de dólares, frente a los 30.000 millones de todos los países europeos). Esta ayuda forma parte de una política agresiva contra Rusia y, más allá, contra China. No hay indicios de que este gasto esté ejerciendo presión sobre la economía del país. Estados Unidos no está enviando bolsas de dinero a Ucrania, la mayor parte de su apoyo se concreta en la compra de armas y municiones fabricadas por su industria de defensa (Lockheed Martin, General Dynamics, etc.): el material va a Ucrania, pero el dinero se queda en Estados Unidos. Mientras que la guerra encareció los hidrocarburos comprados por Alemania y las demás potencias europeas, en Estados Unidos impulsó la extracción de gas de esquisto. Como resultado, Estados Unidos se ha convertido en el primer proveedor de gas de Francia (25%) y también en su primer proveedor de petróleo. En otras palabras, mientras que la guerra de Ucrania debilita la economía alemana, no penaliza la economía estadounidense, la está beneficiando.
Detrás del enfrentamiento con Rusia se halla el enfrentamiento con China, ilustrado este año por las tensiones en torno a Taiwán. Las barreras aduaneras puestas bajo la administración Trump, y mantenidas por Biden, ¿han dado lugar a una reorganización de los intercambios? Es cierto que la parte correspondiente a China en las importaciones estadounidenses ha disminuido, pero sigue siendo elevada (16% en 2022), superior a la que tenía antes de la crisis de 2008. Además, varios países de los que Estados Unidos se abastece en mayor medida (Vietnam, Taiwán, Corea del Sur, etc.) están reforzando sus vínculos comerciales con China. En resumen, la reorganización de las cadenas de producción no puede hacerse por decreto, y la disociación de las economías estadounidense y china sigue siendo limitada.
Sin embargo, este entrelazamiento económico entre los dos países no excluye el riesgo de guerra; en 1914, Alemania y Gran Bretaña tenían economías igual de entrelazadas, antes de enfrentarse. Estados Unidos, donde la retórica antichina es la norma, refuerza sus alianzas con los vecinos de China, desde Japón, Corea del Sur y Taiwán en el norte hasta Australia en el sur, pasando por Filipinas, Singapur, Tailandia e India. Las maniobras militares se multiplican en Extremo Oriente y en el Pacífico, mientras que la guerra de Ucrania ofrece a Estados Unidos un campo de entrenamiento a gran escala para una posible confrontación con China.
8 de octubre de 2023