Julio de 1936: El levantamiento militar provoca la revolución

Print
España 1931-1937 - la política de Frente Popular en contra de la revolución obrera
febrero 2006

En el centro del complot militar, estaba el general Mola en Pamplona y Franco en Canarias. Desde su puesto, éste último organiza el levantamiento en Marruecos.

En Melilla comenzó el golpe de estado el 17 de julio. Aunque los jefes republicanos, los de los partidos obreros y el representante del gobierno, habían sido advertidos unas horas antes de lo que iba a pasar, no se hizo nada serio contra los rebeldes que se apoderaron de la ciudad, ejecutaron al representante del gobierno y a todos aquellos que habían intentado resistir sin armas en los barrios obreros. Al día siguiente los oficiales rebeldes eran dueños del Marruecos español. Franco lanzó por la radio un llamamiento al alzamiento que comenzó inmediatamente en España.

El gobierno tiene más miedo a los obreros que a los golpistas

El gobierno de Casares Quiroga se empeñó en minimizar los acontecimientos. Hizo difundir el siguiente comunicado : “Una nueva tentativa de insurrección ha estallado (…) nadie absolutamente nadie se alegra en la península de esta empresa absurda…”. Y al día siguiente : “se puede afirmar que la acción del gobierno bastará para conseguir la vuelta a la normalidad.”

Los comités nacionales del PSOE y del PCE se alinean con la opinión del gobierno y publican el 18 de julio este comunicado común: “En la eventualidad de que los recursos del gobierno no sean suficientes, la República será asegurada solemnemente por el Frente Popular, que reúne bajo su disciplina a todo el proletariado español, que resolverá con serenidad e imparcialidad intervenir en el conflicto tan rápidamente como su intervención sea reclamada. El gobierno manda y el Frente Popular obedece.”

Evidentemente el gobierno no quería hacer un llamamiento a la clase obrera. Incluso declara que los que distribuyesen armas a los trabajadores serían fusilados, y la sumisión del Frente Popular a las órdenes del gobierno representaba una verdadera traición a los intereses de la clase obrera. Desde el 18 de julio guardias civiles, de asalto y falangistas se unieron al golpe. Los gobernadores civiles siguiendo las consignas del gobierno, se negaban a distribuir las armas a la población, cuando no se pasaban ellos mismos con armas y equipajes a los facciosos.

Lo que pasó en Andalucía es un buen ejemplo de las consecuencias de la política del gobierno. Este denegó al gobernador de Huelva la autorización para detener al general de extrema derecha Queipo de Llano que se trasladó a Sevilla. Él solo destituyó a las autoridades militares, hizo prisioneros a los oficiales que no se unían a la rebelión y tomó el mando de las tropas. Entre los oficiales nadie se le opuso. El gobernador de Sevilla se movilizó con los guardias de asalto y las tropas enviadas por el gobierno contra Queipo de Llano se unieron a éste. La única resistencia vino de los barrios obreros de Sevilla, casi desprovistos de armas. La represión se cobró 9.000 muertos. En el barrio de San Julián los legionarios hicieron salir a todos los hombres a la calle y los pasaron a cuchillo. El barrio de Triana fue cañoneado el 20 de julio. ¡Pero el 18 por la tarde radio Madrid anunciaba que la rebelión estaba sofocada por todas partes, incluida Sevilla!

Casares Quiroga dimitió por la noche. Prieto el dirigente del PSOE, sugirió a Martínez Barrio como nuevo presidente para intentar encontrar un compromiso con los generales. Todo antes que armar a los trabajadores. Pero no se necesitó más que algunas llamadas de teléfono para que el nuevo gobierno recibiera los desaires de los generales sublevados.

La insurrección obrera hace fracasar el pronunciamiento

La clase obrera se puso desesperadamente a buscar las armas que les negaban, pasando de las consignas de los dirigentes del PSOE y de la UGT. Con las pocas armas que encontró se lanzó con una energía impresionante, apoderándose de las armas de los cuarteles, desarmando a los guardias civiles y ganando sus primeras victorias. Por todas partes fue un verdadero levantamiento popular que frenó bruscamente el éxito de los militares. El gobierno Martínez Barrio no durará más que unas horas y el gobierno Giral que le sucedió, fue obligado a aceptar que los trabajadores estuviesen armados, ratificando simplemente el estado de los hechos.

Luchas en Barcelona, el 19 de julio

Luchas en Barcelona, el 19 de julio

En Barcelona los obreros habían comenzado a apoderarse de las armas desde el 17 de julio, de los barcos de guerra del puerto, de los guardias de los edificios públicos, de las armerías, e incluso de algunos departamentos del gobierno gracias a la complicidad de algunos guardias de asalto y se apoderaron de la dinamita de las canteras. Su determinación hizo bascular a la guardia civil y a la guardia de asalto contra los militares que se habían atrincherado en los cuarteles de la ciudad. Despúes de duros combates, los militares capitularon. Ésta fue una victoria importante: la segunda ciudad de España estaba en manos de los trabajadores en armas.

En Madrid, se había terminado por distribuir las armas a los trabajadores encolerizados. Pero la mayoría de las armas estaban inservibles, pues les faltaban las culatas que estaban almacenadas en el cuartel de la Montaña, en manos de los oficiales rebeldes. Estimulados por los éxitos heroicos conseguidos por la clase obrera en Barcelona, ésta se lanzó el 20 de julio al asalto del cuartel para recuperar las culatas. Después de numerosas refriegas los asediados izaron la bandera blanca para después ametrallar a los primeros obreros que avanzaron a pecho descubierto. Ante estos hechos la rabia de los obreros permitió abrir las puertas del cuartel e invadirlo. Los primeros en entrar, lanzaron por la ventana las armas a las masas. Los trabajadores asaltaron el resto de los cuarteles uno tras otro. El proletariado de la capital también se hizo dueño de la ciudad y de las armas.

En numerosas ciudades industriales y en pueblos también los trabajadores tomaron las cosas en sus manos. El mismo levantamiento militar, que tenía por objeto aplastar a la clase obrera y salvar a la burguesía de la revolución, había desencadenado la revolución.

El tiempo perdido por las mentiras y tergiversaciones del gobierno y sobre todo por el legalismo de los partidos obreros, hizo posible la victoria del golpe de estado en parte del territorio, obligando a los trabajadores a combatir en las condiciones más desfavorables. Como consecuencia de esto, una tercera parte del país cayó bajo los militares fascistas, que masacrando a la población trabajadora, instauraron una dictadura feroz.

La actitud de las grandes potencias

Desde antes del alzamiento los golpistas habían recibido la ayuda de Mussolini y después de Hitler. El gobierno francés del Frente Popular autorizó el envío de algunas armas, ante el llamamiento de socorro que le hizo el gobierno español. Pero a partir del 25 de julio, debido a las protestas de la derecha y las amonestaciones de Gran Bretaña, León Blum presidente del gobierno del Frente Popular Francés rechazó abastecer con material militar a la República española, a pesar del temor de ver una España fascista a sus puertas. La burguesía francesa no temía menos a la revolución y la burguesía británica, que tenía intereses en la península, preconizó una “neutralidad inflexible”, aunque sus simpatías estaban con Franco.

En cuanto a Stalin, tenía múltiples razones para intervenir en España. Seguro que temía el reforzamiento de Hitler en Europa. Pero temía aún más la posibilidad de una revolución proletaria que habría puesto en duda incluso la existencia de la burocracia. Ayudar al gobierno republicano a contener la amenaza revolucionaria era para él una necesidad y al mismo tiempo un medio para demostrar a sus aliados que los partidos comunistas no serían factores de desestabilización, sino todo lo contrario, los defensores del orden burgués. La URSS no entregará armas hasta octubre del 36, después de que el gobierno tuviera alguna autoridad.

Revolución proletaria y doble poder

La resistencia al levantamiento militar vino de las masas populares. La clase dominante estuvo al lado de Franco, así como la mayoría de las autoridades civiles y militares. La energía, el valor, el mismo entusiasmo con que los obreros y campesinos combatieron proceden de su voluntad revolucionaria. Ellos no luchaban por volver a la situación anterior, a esa república burguesa que había impedido resolver su situación social y de vida. No, ellos querían deshacerse de la explotación, de la arbitrariedad, acabar con el poder de los curas, de los militares, de los caciques y terratenientes. Ellos querían la libertad, una vida digna, el fin de la humillaciones y por todas partes los oprimidos tomaron su porvenir en sus propias manos.

El poder de los trabajadores…

Hombres y mujeres se enrolan en las milicias

Hombres y mujeres se enrolan en las milicias

Era hermosa y buena la revolución. En cada barrio, en cada empresa, en cada pueblo, los explotados en armas ocuparon las tierras, los despachos y oficinas, las fábricas, los medios de transportes, el teléfono, correos… Quemaron los conventos y las iglesias, el catastro, los títulos de propiedad, los archivos judiciales y notariales. Detuvieron y ejecutaron, a menudo, a los propietarios, a los curas, a los falangistas, a todos los contrarevolucionarios. Requisaron las casas de los ricos, los hoteles de lujo y transformaron los restaurantes en comedores populares. Se organizaron en milicias y formaron sus comités, únicos organismos que gozaban de su confianza y sus decisiones eran aceptadas y aplicadas.

Todo esto se hizo espontáneamente sin una consigna, sin preparación, y con formas organizativas muy variadas. A veces se repartían las tierras, más a menudo se decidía trabajarlas colectivamente. Con las fábricas y empresas pasaba lo mismo. A veces los trabajadores se apoderaban totalmente de las fábricas, otras un comité controlaba y vigilaba la dirección. Estos comités que tenían de hecho el poder localmente, estaba unas veces elegido por los trabajadores, otras veces por acuerdo de partidos y organizaciones obreras con presencia. En todos los sitios los comités tomaban en sus manos la organización de la vida y de la sociedad. Controlaban las carreteras, las fronteras, los puertos.

El trabajo se reanudó rápidamente para asegurar el abastecimiento de la población y la producción de armas y municiones para el frente. En Barcelona se improvisó espontáneamente toda una industria de guerra para hacer frente a las necesidades más urgentes.

Municiones, explosivos, vehículos blindados fueron fabricados por el ingenio de los trabajadores que transformaron las fábricas. Los comités decidían las horas de trabajo y las diferencias salariales fueron considerablemente reducidas o suprimidas por completo.

Cada día los camiones requisados por los comités, por los sindicatos, salían al campo para comprar los productos agrícolas a los campesinos y a las colectividades. La eliminación de los intermediarios hizo que bajaran los precios.

En ciertas regiones, como Cataluña o Aragón el entusiasmo era tal que muchos pequeños propietarios se adherían a las colectividades, dando sus tierras, su ganado, sus aperos. Cada persona tenía derecho a buscar lo que necesitara en los almacenes del pueblo o del barrio, que eran simples centros de distribución y no obtenían beneficios. Por primera vez mucha gente pudo comer carne, por primera vez todo el mundo pudo saciar el hambre.

…y la impotencia del viejo aparato de estado

Por todas partes las autoridades legales habían perdido el poder. Además no disponían de ninguna fuerza armada. El ejército, cuando no se había pasado con los insurrectos, se había disuelto. Y fueron las milicias de las organizaciones obreras las que mantenían el frente. En Barcelona, por ejemplo, el dirigente anarquista Durruti organizó una columna de voluntarios para intentar liberar Zaragoza. Otras columnas le siguieron y en una semana Barcelona dió, de este modo, 20.000 voluntarios al frente. Con los jefes elegidos, sin grados ni privilegios, total igualdad de sueldos, una vida política intensa en su seno, éstas unidades revolucionarias ayudaron a propagar la revolución en los campos aragoneses que atravesaban.

Los tribunales de justicia del viejo orden dejaron de existir y sus leyes no se aplicaban. Era la población la que hacía justicia, la que organizaba los tribunales revolucionarios. Espontáneamente la clase obrera imponía sus órganos de poder en cada localidad. El gobierno central no tenía ningún medio de imponer su voluntad. En Cataluña el gobierno de la Generalitat, dirigido por Companys, se encontró en la misma situación. Hasta setiembre del 36, durante dos meses, hubiera sido posible desembarazarse, apoyándose sobre el impulso revolucionario de las masas, sin derramamiento de sangre, pacíficamente, de los símbolos de la vieja sociedad. Pero los dirigentes de los partidos obreros no lo quisieron.

El Partido Socialista y el Partido Comunista al servicio del gobierno

En nombre del comité central del Partido Comunista, Dolores Ibarruri, la Pasionaria, declaraba el 30 de julio: “el gobierno español surge del triunfo electoral del 16 de febrero y nosotros lo apoyamos y defendemos, pues es el representante legítimo del pueblo que lucha por la democratia y la libertad”. El PSOE y la UGT, asi como el PC se mantenían en sus perspectivas de restablecer la autoridad de la república burguesa y continuaba aceptando las órdenes del gobierno. Sin embargo, aún no tenían capacidad para aplicarla.

En Cataluña, la CNT rehúsa el poder

La CNT era de hecho dueña de Barcelona

La CNT era de hecho dueña de Barcelona

En Cataluña dónde el proletariado industrial era el más numeroso y dónde las organizaciones que se decían revolucionarias estaban más implantadas, es donde la revolución llegó más lejos. La CNT que no intentaba convencer a sus militantes de que había que defender a la república burguesa, era mayoritaria en el movimiento obrero. La influencia del PSUC, surgido de la fusión del Partido Comunista y del Partido Socialista catalán, incluso la de la UGT eran muy limitadas. También en Cataluña es dónde el partido más a la izquierda, que se reclamaba marxista y que estaba por la dictadura del proletariado, el POUM, estaba más implantado. Si bien mucho más débil que la CNT podría haber intentado en esta situación jugar un papel independiente. Es, pues, en Cataluña dónde la revolución se jugó su suerte.

El 20 de julio Companys, el jefe del gobierno catalán, consciente de la correlación de fuerzas después de la victoria obrera, pidió una entrevista a los dirigentes anarquistas. Estos dirigidos por García Oliver, Abad de Santillan y Durruti acudieron armados a la sede del gobierno. Companys, abogado de profesión y conocedor de la idiosincracia de los anarquistas, les habló así: “Hoy vosotros sois los dueños de la ciudad. Si no me necesitais o si no deseais que me quede como presidente de la república, decídmelo, y yo seré un soldado más para combatir el fascismo. Si por el contrario (…), creeis que mi persona, mi partido, mi nombre, mi prestigio, pueden ser útiles podeis contar conmigo y con mi lealtad…”. Abad de Santillan cuenta a continuación : “Nosotros pudimos quedarnos solos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca la Generalitat y colocar en su lugar al verdadero poder del pueblo. Pero no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros y no la deseábamos cuando podíamos ejercerla nosotros mismos a expensas de los otros. La Generalitat se quedaría en su sitio con el presidente Companys en su cabeza y las fuerzas populares se organizarían en milicias para continuar la lucha por la liberalización de España. Así nació el comité central de las Milicias Antifascistas de Cataluña, en el que hicimos entrar a todos los partidos políticos liberales y obreros”.

Los dirigentes de la CNT, estos anarquistas anti-estado, prefirieron finalmente en lugar del “verdadero poder del pueblo”, ¡el poder burgués representado por Companys! Esto era una verdadera traición a los intereses de la revolución. Y no es que Companys estuviera en situación de ejercer el poder en este momento. Pero es alrededor de él que poco a poco se iba reconstituyendo el aparato de Estado de la burguesía, con la ayuda de la CNT. Exactamente como en el resto de España dónde el PSOE y el PC, desde un principio, se afanaron constantemente en esta tarea.

El comité central de las milicias

Los anarquistas no sólo participaron en el poder sino que lo defendieron a través del comité central de las Milicias, pues como dice Santillan “el gobierno de la Generalitat continuaba su existencia y merecía nuestro respeto pero el pueblo no obedecía más que al poder que se había constituido gracias a la victoria y a la revolución”. Pues en ese Comité, que era un organismo no elegido por los comités de base, locales, de fábrica, etc. sino un frente de organizaciones, la CNT se puso en minoría ofreciendo a los representantes de la burguesía 4 delegados sobre 15, en tanto que ella quedaba con los mismos que la UGT o Companys. Restablecieron el poder a los partidos que no querían la revolución. Esto significaba traicionar a las masas que les habían dado su confianza.

Los dirigentes de la CNT no hicieron nada para que el comité central procediera de la emanación de los comités, para que fuera democrático. Prefirió los acuerdos en la cumbre con los dirigentes burgueses, los del PSUC y la UGT.

Ni en Cataluña ni en otras partes, hubo por parte de los dirigentes de los partidos más a la izquierda una voluntad de reforzar el poder de los explotados surgido espontáneamente de la revolución. Hubiera sido necesario extenderlo, sistematizarlo, democratizarlo, hacer elegir por todas partes los comités por las asambleas de trabajadores, hacer verdaderos soviets, y permitir elegir una dirección central de los comités que habría sido un verdadero poder revolucionario eficaz, democrático y centralizado, íntimamente ligado a las masas, expresando su voluntad y capaz de vencer los obstáculos y los enemigos.

La CNT tenía todos los medios para hacerlo en Cataluña y sus dirigentes deliberadamente lo rehusaron. He aquí lo que decía Trostky de la política de los dirigentes anarquistas : “Renunciar a la conquista del poder, es dejarlo voluntariamente a los que lo tienen, a los explotadores. El fondo de toda revolución ha consistido y consiste en llevar al poder a una nueva clase y en darle así todas las posibilidades de realizar su programa. Es imposible hacer la guerra sin desear la victoria. Nadie habría podido impedir a los anarquistas establecer, después de la toma del poder, el régimen que les hubiese parecido bueno admitiendo, por supuesto, que fuera realizable. Pero los jefes anarquistas habían perdido la fé en ellos mismos. La negativa de conquistar el poder arroja inevitablemente a toda organización obrera al pantano del reformismo y de hecho la convierte en juguete de la burguesía.”

El POUM va con atraso ante…las posibilidades revolucionarias

El POUM fue incapaz de definir objetivos más claros. Donde eran mayoría, en Lérida, el comité era el fruto de un acuerdo entre ellos, la CNT y el PSUC y si el POUM fue ratificado por una asamblea formada por representantes de partidos, no fue jamás un verdadero consejo obrero, emanación de las masas en lucha.

El programa del POUM se limitaba a reclamar el control obrero mientras que las masas tomaban posesión de las empresas, la depuración del ejército que prácticamente ya no existía, “la revisión del estatuto de Cataluña en un sentido más progresista”. En plena revolución proletaria el POUM proponía un programa democrático burgués que llegaba tarde con respecto a la actividad de las masas en lucha. Ningún partido, ni en Cataluña ni en otro sitio, propuso al proletariado rematar la victoria de julio tomando realmente el poder.

Rematar la revolución: una necesidad imperativa

El tiempo jugaba contra el poder revolucionario de las masas mientras que éste se limitase a ejercer poderes locales. Una autoridad central era indispensable para rematar la revolución, para coordinar la actividad económica, para planificarla eficazmente a fin de que los esfuerzos no fuesen despilfarrados por una falta de coordinación en los abastecimientos de materias primas y en la salida de los productos. También hubiese hecho falta apoderarse de las reservas de los bancos en lugar de dejar que las empresas se desenvolviesen solas y gastasen poco a poco sus reservas financieras. También hubiese sido necesario organizar la guerra unificando las milicias bajo una comandancia única de un Estado Mayor obrero capaz de conducir la lucha militar. Sí, tanto en el plano económico como en el militar, era vital establecer un verdadero poder central. Éste debería ser la emanación de los obreros y campesinos en lucha y estar basado en los órganos de poder que habían comenzado a ocupar su lugar. A falta de esto, es el viejo estado burgués el que ha tomado las cosas en sus manos, en nombre de la eficacia económica, en nombre de la eficacia militar y que finalmente destruyó la revolución.