Desde hace semanas, en Argelia y Sudán, la población ha conseguido desembarazarse de dictaduras que llevaban decenas de años, mediante movilizaciones masivas y determinadas. En Argelia, dónde las manifestaciones comenzaron en febrero, la población ha conseguido la dimisión de Buteflika, en el poder desde hacía 20 años. El nuevo gobierno ha prometido elecciones presidenciales para el 4 de julio próximo; espera así canalizar la aspiración al cambio expresada por la población y hacer elegir a un hombre que asegure la continuidad del régimen.
Las manifestaciones que han tenido lugar por todo el país el 12 de abril muestran que la mayoría de la población no se contenta con un lavado de cara y rechaza dar la menor confianza a los que han dirigido el país con Buteflika, reprimiendo toda oposición.
Esta desconfianza está completamente justificada porque más allá de las camarillas y sus negocios, que acaparan la cumbre del Estado, es todo el aparato represivo de la dictadura, comenzando por el ejército, el que se queda en su lugar. Y si por el momento, el Estado mayor ha elegido no reprimir las manifestaciones, sus dirigentes en el pasado no han dudado en disparar sobre la población.
En Sudán, desde hace cuatro meses, se desarrollan manifestaciones contra el encarecimiento de los productos de primera necesidad, como el azúcar o el pan, cuyos precios se han multiplicado por tres. A pesar de la represión, las manifestaciones han continuado amplificándose.
Finalmente el 11 de abril, el ejército decidió echar al dictador del lugar que ocupa desde hace 30 años, organizando un golpe de Estado para poner un consejo militar de transición. Protestando por lo que consideran una fotocopia del régimen, miles de manifestantes han continuado saliendo a la calle, desafiando el cortafuego instaurado por las nuevas autoridades y obligando al jefe del Consejo militar apenas instalado a dimitir. En dos días, hemos cambiado a dos presidentes, decían con orgullo los manifestantes sudaneses.
Los trabajadores y las clases populares que se han movilizado masivamente en Argelia y Sudán contra la dictadura tienen todas las razones para estar orgullosos. Han mostrado que luchar colectivamente, con determinación, representa una fuerza enorme. Pero lo que pasa, tanto en Algeria como en Sudán, nos muestra también que esta fuerza no puede ser eficaz más que a condición de estar guiada por una política que centre su punto de vista en los intereses de la clase trabajadora. Necesita que los explotados se doten de una organización que represente a la vez sus intereses y una perspectiva para el conjunto de la sociedad. La gran burguesía, las clases privilegiadas, tienen a su disposición un arsenal político y de fuerzas de represión para defender su dominación. Estos servidores políticos o militares tienen los medios de inventar una multitud de subterfugios para engañar a la mayoría pobre de la población e intentar conducirla hacia vías muertas. Y si estos subterfugios no fueran suficientes, recurrirán a la represión.
En Argelia de forma encubierta en Sudán de forma brutal, es el Estado Mayor del ejército el que juega el papel de centro dirigente para ofrecer una solución a la clase dirigente. Pues bien, la principal lección para las clases explotadas, ante todo para el proletariado, es que hace falta que dispongan de una organización susceptible de convertirse en un Estado Mayor frente al de la burguesía, comenzando por un partido en el cual se reconozcan y que sepa oponer a las elecciones políticas de la burguesía una política favorable a las masas populares. La otra elección, es que las clases privilegiadas no abandonan jamás sin luchar. “Quien tiene hierro, tiene pan”, decía Blanqui, gran revolucionario del siglo XIX, hablando del armamento de las clases oprimidas.
Lo que ha pasado en Egipto desde 2011 es el ejemplo de lo que hacen los opresores a un pueblo desarmado. La lucha que llevan a cabo hoy los trabajadores de Argelia y de Sudán es también la nuestra aquí, la que tenemos que llevar a cabo para cambiar el poder político y económico de la clase privilegiada y para poner fin al dominio que tienen sobre la sociedad.