Se están celebrando con grandes alharacas el aniversario de lo que se dice que fueron las primeras elecciones “democráticas” tras el franquismo. Y se congratulan de la nueva etapa de paz, democracia y progreso que dejó atrás los años negros de la represión y la dictadura. Sin embargo es excesivo denominar de “democráticas” unas elecciones en las que imperaba el miedo a la policía y a los militares. Hasta entrados los años 80, eran asesinados trabajadores y manifestantes por la extrema derecha franquista y por la policía, de los que no se habla nada: fueron 188 asesinados de 1975 a 1983. La indulgencia y connivencia, además, de la justicia con los asesinos de extrema derecha de la Transición fue escandalosa.
Los grupos republicanos y partidos de la izquierda revolucionaria estaban prohibidos. Solo estaba legalizado el PSOE y en la Semana Santa de 1977 lo fue también el PCE. Hay que recordar que las conversaciones secretas de Suárez y el corrupto Juan Carlos I, con Carrillo y Felipe González abrieron la posibilidad de presentarse a unas elecciones aceptando el sistema económico y social capitalista, el Estado tal como venía del franquismo, con su forma política monárquica, y todo el aparato represivo.
Hace 40 años hubo unas elecciones semilibres, para que la burguesía de siempre mantuviera su dominación con otros partidos, en la ilusión de que empezábamos a vivir en democracia. Pero para que haya democracia real, tiene que haber igualdad, económica y social, no sólo ante la ley, y en el capitalismo es imposible. Podrá haber ciertas libertades políticas, pero nunca igualdad y democracia para el pueblo trabajador. La separación de la esfera económica en manos de los grandes capitalistas, de la política, en unas elecciones institucionales, deja la ilusión de que el parlamento controla “democráticamente” la sociedad. Pero en realidad sólo elegimos los que van a gestionar la explotación del trabajo humano.