Hace 70 años, en febrero de 1945, el presidente americano Roosevelt, el primer ministro inglés Winston Churchill y el dirigente de la URSS Stalin se reunían en Yalta, Crimea, mientras que el fin de la guerra estaba cerca, para decidir el futuro de Europa, un nuevo reparto del mundo.
El acuerdo de estos aliados en contra de Alemania era una colaboración no solo para ganar la guerra, sino también para oponerse a cualquier movimiento revolucionario. No habían olvidado que de la primera Guerra Mundial había salido una revolución que, empezando en Rusia en 1917, había estremecido el mundo.
Los representantes del imperialismo, en la persona de Roosevelt y de Churchill, no se fiaban de Stalin. En efecto era un dictador, lo que no podía sino tranquilizarlos, a la cabeza de un Estado gangrenado por la burocracia que representaba. Pero este Estado resultaba de una revolución obrera, la de octubre de 1917.
En realidad, Stalin estaba tan decidido a evitar el estallido de una revolución en Europa como ellos. Esta revolución podía sacudir a la clase obrera soviética, darle las ganas y las fuerzas de derrumbar al régimen burocrático de Stalin. Pero aun así Stalin tuvo que demostrar a los Aliados imperialistas su voluntad de mantener el orden establecido.
El temor de una revolución generada por la guerra, la miseria y la inestabilidad se basaba también sobre los hechos revolucionarios que agitaban a Italia y Grecia en aquel momento.
En Italia, desde el principio del mes de marzo de 1943, en medio del conflicto mundial, hubo una oleada de huelgas contra los bajos salarios, pero también y sobre todo porque estaban hartos de la guerra y de la dictadura, que contribuyó al derrumbamiento del régimen de Mussolini y a despertar las esperanzas de los oprimidos. Esta agitación, en la cual la clase obrera tenía un papel preponderante, continúa después del desembarco de las tropas anglo-americana en julio de 1943, después de la detención de Mussolini y la puesta de un nuevo régimen muy parecido al antiguo.
Un año más tarde, en marzo de 1944, toda Italia del Norte vivió una nueva oleada de huelgas involucrando a 1.20.000 trabajadores. Pero el dirigente del Partido Comunista Italiano, Togliatti, de vuelta de la URSS, aseguró a los aliados anglo-americanos que no tenían nada que temer. Declaró que el PCI, lejos de planear una revolución, aportaría su apoyo a un « gobierno fuerte, capaz de organizar el esfuerzo de guerra » y en el que existía, según él, «sitio para todos los que quieren luchar por la libertad de Italia ».
Eso incluya entre otros al rey, muy comprometido con el fascismo. ¡El 22 de abril de 1944, se formó un gobierno de unión nacional reconociendo la autoridad del rey, con Togliatti como vicepresidente!
Esta política de alianzas interclasistas en Frentes de Resistencia, yendo de los PC a los partidos de extrema derecha y las fuerzas políticas ya comprometidas en el poder, fue aplicada por todas partes.
En Grecia, como en Italia, la población se amotinaba contra la guerra y la miseria. Pero el Partido Comunista, que había organizado la resistencia a la ocupación alemana, aceptaba negociar con los representantes de la dictadura odiada de Metaxas y el rey, que habían huido a Londres, y puso sus milicias bajo mando militar inglés.
El 12 de octubre de 1944, las tropas alemanas evacuaban Atenas, y tres días más tarde, las tropas británicas hacían su entrada. A principio de diciembre, con ocasión de una manifestación en Atenas, Churchill dio consignas al mando británico de no dudar en «actuar como si estuviesen en una ciudad conquistada donde se desarrollara una rebelión local». El mando británico impuso la ley marcial y continuó hasta el 5 de enero de 1945 reprimiendo a la población, que se amotinaba en contra de la vuelta de estos políticos odiados.
A través de los acontecimientos en Italia y en Grecia, los Aliados pudieron comprobar la lealtad de Stalin y su apoyo total para encuadrar a la población. Pero el peligro revolucionario no estaba descartado todavía. Aún más que en Grecia y en Italia, fue la posibilidad de que reaccionasen las clases obreras alemana y japonesa lo que preocupaba a los líderes americanos e ingleses, y también a Stalin. Su política, iniciada por los gobiernos americano e inglés desde 1941, fue aterrorizar a la población obrera, dispersarla a través de bombardeos masivos y sistemáticos de las grandes ciudades, como los que en Dresde, arrasaron literalmente la ciudad, del 13 al 15 de febrero de 1945.
El mismo terror fue aplicado contra la población en Japón. En 1945, 100 ciudades fueron bombardeadas, y entre 8 y 10 millones de habitantes tuvieron que huir, antes de las bombas atómicas que los EEUU iban a tirar sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
La conferencia de Yalta ocurrió tres meses antes del fin de la guerra, pero los futuros vencedores, discutían ya desde hacía mucho tiempo sobre las zonas de influencia que codiciaban. Estos regateos, que se basaban sobre la relación de fuerzas militares existentes, no eran favorables a los Occidentales en estos momentos. El ejército soviético, que avanzaba rápidamente por Europa del Este, no estaba a más de un centenar de kilómetros de Berlín.
Es en este contexto dónde se discutió la suerte reservada a Alemania, esta vez definitivamente vencida. Roosevelt, Churchill y Stalin se pusieron pronto de acuerdo para imponer el desmantelamiento del país. Alemania fue dividida en tres zonas de ocupación, inglesa al noroeste del país, americana en el suroeste, soviética al este, a las cuales se añadió la zona de ocupación francesa tomada sobre las demás zonas occidentales. La capital, Berlín, fue también dividida en cuatro zonas. En realidad, toda Europa fue dividida entre unas zonas controladas por la URSS, al este, y una zona controlada principalmente por EEUU, al oeste.
Una vez descartado el peligro revolucionario, el acuerdo entre representantes del imperialismo y la burocracia iba a romperse pronto, dejando el sitio a la guerra fría oponiendo el imperialismo americano a la URSS.
Finalmente para nuestro país Yalta tuvo consecuencias. Tanto los socialistas como los comunistas tenían la esperanza de echar a Franco después de la derrota de Hitler. Esas esperanzas fueron vanas porque las potencias imperialistas ganadoras quisieron mantener al asesino y genocida dictador por el temor a los trabajadores españoles que en la guerra civil de 1936 había hecho una revolución social. Preferían mantener a Franco que la posibilidad de "inestabilidad". La responsabilidad de Stalin en esta política fue más que evidente. En el reparto de zonas aceptó mantener el régimen lo cual hizo que incluso la guerrilla antifranquista fuera abandonada.
El pacto militar entre los Estados imperialistas y la URSS estalinista para vencer a las potencias del Eje se forjó así de un acuerdo político para impedir, al final de la guerra, cualquier revolución obrera que pudiera derrumbar el sistema capitalista. El fin de la carnicería imperialista no fue la del sistema económico que lo había generado. Setenta años después, la humanidad entera paga muy caro la supervivencia de un orden social que no deja de generar crisis, guerras, masacres.