La Comuna de París y sus lecciones para hoy

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Marzo de 2024

Traducción resumida del artículo de Lutte de Classe de Lutte Ouvrière n°214

LA COMUNA DE PARÍS (18 DE MARZO-28 DE MAYO DE 1871)

En septiembre de 1870, el Imperio de Napoleón III, que llevaba en el poder unos veinte años, se derrumbó en cuanto anunció su derrota en la guerra que había iniciado contra Prusia. En respuesta, los parisinos se armaron contra la amenaza de ocupación alemana y se organizaron en batallones de la Guardia Nacional en cada distrito. Cuando, el 18 de marzo de 1871, el gobierno republicano burgués que había sustituido al Emperador intentó desarmarlos (…) los proletarios se sublevaron. Proclamaron la Comuna en referencia a la instaurada por la Revolución francesa ochenta años antes. Asustados, la burguesía y sus dirigentes políticos se refugiaron en Versalles con decenas de miles de oficiales y soldados.

Este primer poder obrero duró poco más de dos meses. Se adoptaron medidas de urgencia, destinadas a mejorar concretamente las condiciones de vida de los trabajadores: en particular, una moratoria sobre los alquileres, la reducción de la jornada laboral, el aumento de los salarios para los que menos ganaban, la prohibición del trabajo nocturno para niños y mujeres y la creación de comedores públicos.

Pero, sobre todo, la Comuna de París se propuso destruir el aparato estatal de la burguesía. Puso en marcha transformaciones que prefiguraban lo que podría ser un gobierno democrático de los trabajadores: abolición del ejército permanente y su sustitución por el pueblo en armas; elección y revocabilidad de los funcionarios; equiparación de sus ingresos a los salarios de los trabajadores(…)

Democracia proletaria y democracia burguesa

La Comuna de París fue la primera vez que el proletariado estuvo a la cabeza de un Estado, y de una gran potencia. No eligió ni el momento ni las condiciones, pero se comprometió resueltamente a derribar el edificio piedra a piedra. Por eso, como señaló Lenin en “El Estado y la revolución”, la única “corrección” que Marx consideró necesario introducir en el “Manifiesto Comunista” se extrajo de la experiencia de la Comuna: en la revolución venidera, los obreros no se contentarían con hacer funcionar la máquina estatal por su cuenta, sino que tendrían que romperla, como “primera condición”. Los comuneros lo habían comprendido en cierta medida al empezar a desmantelar el aparato del Estado y organizar el armamento del proletariado, palanca esencial para derrocar con éxito el orden social.

Fue también el fin de la esperanza, todavía mantenida por muchos proletarios y algunos socialistas en 1848, de una “república social” basada en el parlamentarismo burgués. A este régimen en el que, como escribió Lenin después de Marx, “las clases oprimidas recuperan el derecho a decidir en un solo día durante un periodo de varios años qué representante de las clases poseedoras representará y oprimirá al pueblo en el Parlamento”, los obreros de la Comuna habían opuesto su propia dominación. No tuvieron tiempo de aplicarla realmente y no se atrevieron a apoderarse y gestionar la Banque de France, dejando a la burguesía los medios financieros para reorganizar su ejército a cubierto y preparar el aplastamiento de la Comuna. (…)

A pesar de todos sus defectos, como su fracaso a la hora de lanzar una ofensiva militar tan pronto como los versalleses huyeron en marzo de 1871, Engels concluyó que la Comuna “era la dictadura del proletariado” (introducción de 1891 a La guerra civil en Francia). Un nuevo tipo de Estado proletario en el que Lenin veía “la organización autónoma de las masas trabajadoras”, sin “ninguna distinción entre los poderes legislativo y ejecutivo”, y una organización armada capaz de impedir cualquier contrarrevolución procedente de las viejas clases dominantes y sus partidarios en la pequeña burguesía. Este esbozo de Estado obrero prefiguraba el poder de los soviets en Rusia a partir de 1917. Tan pronto como regresó a Petrogrado en abril de 1917, Lenin habló del “Estado comunal” anunciado por la proliferación de comités de fábrica y consejos obreros desde los primeros días de la revolución(…)

“La Internacional” será el género humano

Tras el aplastamiento de la Comuna, todo el movimiento obrero socialista fue adoptando como canción de lucha “La Internacional”, escrita durante su represión por Eugène Pottier y musicada en 1888 por Pierre Degeyter.

Su trágico final demostró que las clases capitalistas y sus respectivos Estados, en este caso la República burguesa y el Imperio alemán, sabían cómo llevarse bien cuando se trataba de aplastar a los proletarios. También fue un recordatorio de que los proletarios eran una sola clase, independientemente de sus orígenes o fronteras. No sólo porque muchos de los comuneros eran polacos, húngaros o alemanes, sino también porque resonó en todos los continentes. Y, sobre todo, porque la clase obrera sólo puede emanciparse plenamente a escala del mundo capitalista(…)
Hoy, incluso más que ayer, las y los trabajadores forman una sola clase. La patria de los explotadores nunca podrá ser la patria de los explotados. Denunciar y combatir a los defensores de la patria en el seno de las organizaciones obreras, a los que Lenin calificó de “lugartenientes obreros de la clase capitalista”, es una necesidad vital. Como escribió Rosa Luxemburgo: “No hay socialismo sin la solidaridad internacional del proletariado; el proletariado socialista no puede renunciar a la lucha de clases y a la solidaridad internacional, ni en tiempo de paz ni en tiempo de guerra: eso equivaldría a un suicidio”.

La necesidad de un partido revolucionario

En septiembre de 1870, por mediación de una pequeñísima minoría de militantes que decían seguir sus ideas, Marx había aconsejado sobre todo a los obreros de la capital que “procedieran metódicamente a su propia organización de clase”. No tuvieron tiempo, y algunos no comprendieron la necesidad. Con la Comuna de París, el proletariado se encontró en el poder sin haber sabido organizarse en consecuencia ni decidir entre las diferentes corrientes políticas que existían en su seno: comunistas, anarquistas, partidarios de Proudhon o de Blanqui en particular.

Las pruebas y errores de los dirigentes de la Comuna en materia financiera y militar, así como la dificultad de concebir y aplicar una política en favor del campesinado pobre, no pudieron superarse debido a la ausencia de un verdadero partido. Carecían de una organización y de dirigentes con experiencia en el movimiento obrero que hubieran podido vincularse a las masas en el periodo anterior. Tampoco pudieron deshacerse de ciertos patriotas que decían ser socialistas y que, como escribió Trotsky, “de hecho no tenían ninguna confianza” en la clase obrera y, peor aún, “hacían tambalear la fe del proletariado en sí mismo”.

Esta era ya la conclusión a la que habían llegado los militantes revolucionarios más conscientes de la época. Marx y Engels, por supuesto, pero también el húngaro Leo Frankel, militante de la Asociación Internacional de Trabajadores que había sido uno de los dirigentes de la Comuna. Poco después de que la Comuna fuera aplastada, escribió: “Para alcanzar este objetivo [la toma del poder], los trabajadores deben crear un partido autónomo opuesto a todos los demás partidos, como ‘único medio’ de liquidar el dominio de las demás clases”. Frankel fue uno de los fundadores del Partido General Obrero Húngaro en 1880. Fueron las dos revoluciones rusas de 1905 y 1917 las que zanjaron definitivamente esta cuestión. Para que la formidable presión revolucionaria pudiera ejercerse plenamente, y contrariamente a lo que pretendía la corriente anarquista, era necesaria una organización centralizada y cohesionada, cuyos militantes estuvieran en contacto permanente con las compañías y con los soldados del frente y de la retaguardia. Un partido capaz de adaptar su política a los vaivenes de la revolución y de impulsar así una política que sentara las bases de una sociedad comunista: ésta era la tarea del Partido Bolchevique. En mayo de 1871, cuando la reacción había ahogado en sangre el levantamiento obrero, Thiers habría gritado: “¡Ahora el socialismo está acabado, y por mucho tiempo!

“Por el contrario, antes de finales de siglo, el movimiento socialista creció con fuerza y condujo a una revolución victoriosa en Rusia. Fue necesaria la traición de los principales dirigentes de los partidos socialistas y de los sindicatos obreros, y más tarde de los dirigentes estalinistas, para salvar el día a la burguesía (…) Años después de la Comuna, la rabia contra la sociedad capitalista que todavía anima a muchos de los explotados debe, si quiere prevalecer, combinarse con la mayor conciencia de los intereses del proletariado y el conocimiento de sus falsos amigos y de sus verdaderos enemigos. Transmitir las experiencias del pasado, como las de 1871, aprender de sus éxitos y fracasos, siguen siendo tareas indispensables para los militantes comunistas revolucionarios.

La conclusión de Lenin sigue siendo la nuestra: “La obra de la Comuna no ha muerto, vive en cada uno de nosotros. La causa de la Comuna es la de la revolución social, la de la emancipación política y económica total de los trabajadores, la del proletariado mundial. Y en este sentido, es inmortal”.