Contra los recortes y despidos

Εκτύπωση
Enero de 2019

A partir de los recortes iniciados en 2012, los servicios públicos han contado cada año con menos inversiónes. La aparición de “las mareas” no ha contado con la voz de las clases trabajadoras. Los recortes en los servicios públicos no son más que un ataque calculado contra el mundo del trabajo.

En un sistema capitalista que sobrevive por el dinero, los servicios públicos se han convertido en una fuente de ingresos a costa de la población trabajadora. Las consecuencias inmediatas de estos recortes y más concretamente en la sanidad, se tradujeron en miles de despidos de profesionales médicos, en la reducción de camas y de hospitales, además se impusieron medidas restrictivas en el acceso a la sanidad.

La peor parte de los recortes la llevan las clases trabajadoras con menos recursos y particularmente los inmigrantes.
En un proceso discriminatorio, los inmigrantes sin papeles fueron excluidos de la asistencia sanitaria, excepto en casos de riesgo grave para la salud o parto. Esto pone en alto riesgo la salud de las personas, debido a enfermedades e infecciones.

Por otra parte, se establece una división de los servicios médicos, con miras a una posible exclusión de determinadas prestaciones, a las que se podría acceder pagando. Esta sería la antesala para la privatización de determinados servicios que no serían considerados ‘básicos”, sino más bien ‘accesorios’ o ‘complementarios’.

Por vez primera se aprueba el copago para los pensionistas, que abonan un 10% del precio de las medicinas. Desaparece la sanidad basada en principios solidarios, sostenida por los niveles de renta de la población y se obliga a pagar más a los enfermos, no a los que tienen más ingresos.

Mientras en 2011 un 6,5% del Producto Interior Bruto se destinó a sanidad, el gobierno pretende seguir disminuyendo la inversión para, en 2020, alcanzar el 5,4%. Paralelamente la inversión en sanidad privada se ha incrementado desde el inicio de la crisis, que ha ido subiendo aproximadamente un 1% cada año y las previsiones le aseguran un futuro bollante.

Fruto del malestar generalizado entre los profesionales sanitarios principalmente y también entre la población, surgen las primeras manifestaciones en defensa de la sanidad pública, las llamadas “mareas”. Al igual que en el caso de la marea “verde” en educación, aparece la ‘marea’ blanca en sanidad.

Estas oleadas de protestas han ido puntualmente dirigidas en defensa de los servicios públicos. En un principio, estas manifestaciones animaban la posibilidad de rebasar lo público y contagiar a la clase trabajadora en general. Hubiera sido lo lógico que, en un contexto de paro y precariedad laboral, los trabajadores en empresas públicas y privadas se sumaran a estas manifestaciones.

Al faltar ese nutriente de trabajadores, que rompiera y le otorgara generalidad de clase a estas luchas, las protestas acabaron por extinguirse. Y ello aún cuando continua la desinversión y la escasez de recursos.

Es curioso que estas mareas hayan subrayado la defensa del servicio público común, dando a la cuestión laboral y económica un papel secundario. Pero el problema es precisamente que faltan puestos de trabajo y medios. El dinero para todo esto ha ido a manos de la banca.
La situación en sanidad ha ido empeorando, faltan trabajadores pero hay más enfermos. Como veremos, de vez en cuando, en algún lugar, la situación alcanza un límite y salen a la luz las carencias.

Hace pocos días hubo una concentración de empleados de la sanidad pública en un ambulatorio en Amate, un barrio obrero de Sevilla, contra los recortes y los despidos. La atención en urgencias aquí está colapsada por falta de personal.
En Galicia, unos veinte médicos de Vigo manifestaban su hartazgo por la misma situación de abandono y precariedad que viene sufriendo la sanidad pública en esa comunidad.

Otra situación parecida se produjo en Cataluña, en ella los médicos de familia hicieron una huelga de cuatro días. Protestaban por la limitación del tiempo de visita y de las consultas diarias.

Todo esto muestra que la única salida es retomar las calles, e ir más allá de estas protestas locales. Las ‘mareas’ nos han mostrado que es preciso volver a las manifestaciones, no por la defensa de un sector o servicio público concreto, sino por el deterioro general del mundo del trabajo. Es la clase trabajadora la que está siendo oprimida y explotada, en las empresas públicas y privadas y, sin embargo, esta no aparece en estas manifestaciones con voz propia.

Se hace necesario la creación de un verdadero partido que represente al mundo del trabajo, dirigido por la clase trabajadora, que dé sentido y unificación a sus luchas. Sólo entonces la clase trabajadora en su conjunto podrá imponerse por encima de las reglas opresoras del capitalismo, para hacer valer sus intereses y trabajar por mejorar la sociedad.