La erupción del volcán en la isla de La Palma no es ningún castigo divino ni humano, sino una catástrofe natural. Muchos palmeños han visto como la lava ha engullido sus viviendas, fincas fértiles, terrenos… ¡han perdido todo en menos de una semana! Unas 140,44 hectáreas de la isla ya han sido invadidas por el magma, más de 320 casas han sido destruidas y miles de vecinos, desalojados. Muchos perderán también sus trabajos, vinculados al plátano, pues esas tierras no se podrán volver a cultivar en años.
Muchos vecinos, ante la perspectiva de estar en pabellones o centros con poco espacio, han optado por pernoctar en parking o casas de familiares o amigos pues los alquileres en la zona se han disparado aprovechando la demanda. ¡Leyes puras y duras del capitalismo!
Mientras tanto, continúa el desfile de autoridades por la isla canaria, autoridades que no pueden ni siquiera evitar el alza de los alquileres. Sin embargo, todos dicen que la ayuda no va a faltar a los palmeños. Se van a comprar viviendas, se recurrirá si hace falta a casas prefabricadas… De momento, la ayuda va lenta.
Muchos palmeños, aun conmocionados, dicen no tener muchas esperanzas en todas estas ayudas prometidas pues se quejan de la nula anticipación por parte de las autoridades de lo que les iba a ocurrir a pesar de que los movimientos telúricos habían comenzado a registrarse cuatro años atrás y que una semana antes de que se abriera la primera boca de lava en Cabeza de Vaca, el volumen y la intensidad de los temblores, cada vez más cerca de la superficie, hacían presagiar la inminencia del fenómeno.
Por todo esto y mucho más es normal tal desconfianza; la experiencia nos dice que la ayuda y la reconstrucción prometidas solo van a ser una realidad si los propios vecinos, haciendo acopio de fuerzas, plantan cara y exigen una actuación más rápida y digna, que abarque todos los aspectos.