Huelga en el centro de mantenimiento de los TGV (trenes de alta velocidad) de la gran región occidental; huelga de TER en la región PACA; pulso en torno al uso del derecho de retirarse de una situación laboral de peligro para el trabajador… Desde el accidente del 16 de octubre, la ira de los ferroviarios no ha disminuido y sólo se les puede dar la razón.
En nombre de la seguridad, los ferroviarios llevan años luchando contra los trenes sin controlador. No han dejado de alertar sobre los peligros que se plantean en caso de accidente, peligros que la Dirección siempre ha negado. Lo que temían ocurrió con el accidente del TER en las Ardenas. Pero el presidente de la SNCF, apoyado por el gobierno, insiste en que la presencia o no de un interventor a bordo de un tren ¡no importa para la seguridad!
Los que nos gobiernan están dispuestos a decir cualquier cosa para justificar sus recortes. Economías delictivas porque ponen en peligro la vida de los trabajadores y de la población. Y esto no sucede sólo en la SNCF. En los hospitales, en los servicios de urgencia o en las residencias de mayores, ¿cuántos dramas se evitan gracias únicamente a la dedicación de los asalariados?
Tanto en el sector público como en el privado, la dirección de las empresas y la gran patronal, obsesionados en la carrera por los beneficios, reestructuran a diestro y siniestro. En Belfort, General Electric va a sacrificar a 500 trabajadores en el altar de sus ganancias. En la Roche-sur-Yon, Michelin sacrifica una fábrica entera.
En todas partes, la gran patronal llama a la conciencia profesional de los asalariados, pero destruye las condiciones laborales y el ambiente de trabajo a merced de las supresiones de empleos y bajo la presión de las «cifras». Esta política del máximo beneficio hace por supuesto la felicidad de los accionistas, la felicidad de los Michelin, Peugeot, Arnault, y otros Pinault. Pero es toda la sociedad la que les paga con el desempleo masivo, los salarios bloqueados, los ritmos de trabajo y horarios cada vez más duros. Y sigue sufriendo con servicios públicos cada vez más reducidos porque la patronal no se contenta con explotar a los trabajadores, sino que también saquea las arcas del Estado. Por tanto, ferroviarios, sanitarios, obreros, empleados, todos tenemos las mismas razones para estar indignados. Las mismas razones para rechazar los golpes bajos de los irresponsables que nos ponen contra la pared.
En esta sociedad, sólo hay dinero para los banqueros, para los accionistas y los más ricos, y su codicia no tiene límites. Para salvar nuestras condiciones de vida, no tenemos otra opción que luchar y tenemos la capacidad de hacerlo, siempre que retomemos las luchas colectivas.
Haciendo masivamente huelga el 13 de septiembre, los empleados de la RATP hicieron una demostración de fuerza colectiva. La semana pasada fue el turno de los ferroviarios que paralizaron durante dos días buena parte de la vida social, poniendo en práctica espontánea y masivamente el derecho a retirarse de un trabajo en caso de peligro grave. Esto da una idea de lo que podría ser el poder de la clase obrera si todos los trabajadores marchasen juntos.
Cada vez que los ferroviarios o los trabajadores del sector público defienden sus intereses legítimos, el gobierno y sus mayordomos de los medios de comunicación tratan de demonizarlos, cuando son útiles e indispensables para el funcionamiento de la sociedad. Algo que no se puede decir de los verdaderos privilegiados que manejan miles de millones y son verdaderos parásitos.
Así pues, lo más importante es no dejarse dividir entre los trabajadores. ¡Se trata de apoyarse en la combatividad de quienes están en la vanguardia y de aprovechar su indignación para hacer oír también la nuestra!
¡Contra la política criminal de la SNCF y del gobierno, viva la reacción colectiva de los ferroviarios!