El pasado mes de septiembre, desde el Ministerio de Defensa, se paralizó el envío de 400 bombas destinadas a Arabia Saudí. La posible utilización de éstas en los bombardeos contra la población civil de Yemen fueron los argumentos esgrimidos desde dicho Ministerio. Según la ONU, solo en el mes de agosto murieron 1000 civiles en los bombardeos llevados a cabo por la coalición liderada por Arabia Saudí; 300 de las víctimas eran menores y las armas vendidas por España podrían estar alimentando esta masacre.
La decisión de la Ministra Robles, imposible en el capitalismo, provocó que peligrasen los suculentos contratos que se mantienen con el régimen saudí, en especial la construcción de cinco buques de guerra en la factoría de NAVANTIA de la Bahía de Cádiz. La posible cancelación de este contrato, por valor de 1.800 millones de euros, que aseguraría carga de trabajo durante varios años, ha movilizado a los trabajadores del astillero, que cortaron carreteras y amenazaron con ampliar la huelga. Ante la presión, el Gobierno dio marcha atrás, una vez más, y las bombas se enviaron a Arabia Saudí, los empresarios de las armas vuelven a estar contentos, el negocio continúa y la Ministra de defensa, con su abstracto pacifismo, queda desacreditada públicamente.
Tras los primeros meses de Sánchez al frente del Gobierno, la intención de mostrar una imagen pacifista, ecologista, feminista y social se va diluyendo. Más allá de los mediáticos gestos, claramente electoralistas, el PSOE y sus socios “progres” vuelven a traicionar a sus votantes y a defraudar a una clase obrera, cada día, más castigada y sometida a los dictados del capital.
En su tiempo, Felipe González consiguió llegar a la presidencia con la promesa de no ingresar en la OTAN, nada más llegar al Gobierno…, nos metió de cabeza. El problema de la guerra y el paro no tienen solución en el capitalismo y las promesas de los partidos de la izquierda reformista, imposibles de cumplir en dicho sistema, alimentan a los partidos de la derecha que con un discurso violento, racista y nacionalista se nutren de grandes capas de trabajadores desclasados.
La contradicción entre fabricar armas y el paro no tiene solución en un sistema en el que las ganancias económicas son lo primero; las armas matan y el hambre también. Los gobernantes, lejos de reconvertir la industria militar en una industria útil a la sociedad, aplican políticas para que los empresarios de las armas sigan ganando dinero, aunque sea con la muerte y la destrucción y, de paso, callan a los sindicatos y mantienen a miles de trabajadores alejados de la lucha.
Somos conscientes de la dramática situación de desempleo en la Bahía de Cádiz, de la importancia de defender, con uñas y dientes, cada puesto de trabajo, pero luchar, únicamente, por la defensa de una cantidad de empleos en los astilleros, a cambio de seguir enviando armas a salvajes invasores, es luchar, al mismo tiempo, por la defensa de los intereses de los capitalistas que nos emplean. O, expresado de otra manera: trabajar para ganar el sustento, fabricando material militar que se pondrá en manos de explotadores que someterán, bajo el fuego, a los pobres de cualquier rincón del planeta (trabajadores que podrían unirse a nosotros en la lucha contra la tiranía del dinero), mientras los empresarios e intermediarios (los borbones, por ejemplo) se enriquecen.
Es necesario luchar colectivamente, recuperar la conciencia de clase para organizar a la vanguardia obrera que guie a los trabajadores. Hay que luchar en las empresas, por los puestos de trabajo, por los sueldos y los derechos, pero no podemos olvidar que esas luchas, en el capitalismo, no acabaran con las injusticias y desigualdades de la sociedad.
Es necesario protestar y, también, proponer la alternativa al salvaje sistema capitalista; fabricar, construir e instruir para crear un mundo sin explotadores; una sociedad donde la producción se haga acorde a las necesidades de la población y no a los intereses de una clase dominante, pero llegar a esa sociedad, el comunismo, no será posible sin la revolución.