Guerra comercial, economía de guerra: un agravamiento de las rivalidades imperialistas

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Textos del mensual Lutte de classe - Abril de 2025
Abril de 2025

Los anuncios sucesivos de Trump -una mano tendida a Putin, amenazas de dejar de defender Europa, voluntad de anexionarse Groenlandia y Canadá, aranceles aduaneros exorbitantes- arrojan una luz cruda sobre las relaciones entre las potencias que se disputan el control del mundo. Lo que parece ser un giro de 180 grados en la política estadounidense sobre la guerra de Ucrania demuestra que las pequeñas naciones no son más que peones, y que las rivalidades entre Estados Unidos y la Unión Europea son tan importantes como las que existen entre ellos y Rusia. Cualquiera que sea el grado de fanfarronería en los anuncios de Trump, refuerzan «la incertidumbre, la imprevisibilidad y la irracionalidad del mundo», según dice el gobernador de la Banque de France (citado en Les Echos, 17 de marzo de 2025). La única certeza es que la burguesía y sus servidores políticos intensificarán la explotación de los trabajadores en todos los países y harán pagar a las clases trabajadoras.

Estados Unidos-Rusia: relaciones entre bandidos

El acercamiento entre Estados Unidos y Rusia y la apertura de conversaciones oficiales entre representantes de ambos países pueden haber sorprendido a muchos. Sin embargo, desde hace tres años, las discusiones entre bastidores no han cesado, como tampoco los cálculos de los dirigentes del aparato estatal estadounidense sobre la conveniencia o no de prolongar el conflicto ruso-ucraniano. En febrero de 2024, el director de la CIA, William J. Burns, escribía que la guerra era «una inversión relativamente modesta con importantes beneficios geopolíticos para Estados Unidos e importantes beneficios para la industria estadounidense». Y añadía «hasta que se presente una oportunidad para negociar seriamente». Hoy, Trump y su equipo, que no podrían actuar sin el consentimiento, si no el asentimiento, de las altas esferas del aparato estatal, parecen considerar que ha llegado el momento.

Las destrucciones masivas y los cientos de miles de bajas ucranianas y rusas no tuvieron nada que ver con esta decisión. En el campo de batalla, el ejército ruso está mordisqueando el territorio ucraniano, a costa de miles de muertos a ambos lados del frente. En cuanto a la población ucraniana, se muestra cada vez más hostil a esta carnicería de la que es la primera víctima y que ha creado un abismo sangriento entre dos pueblos unidos por siglos de historia común. Para los dirigentes estadounidenses, esta guerra ha aportado a Estados Unidos la mayor parte de lo que podían esperar de ella. Además de los «importantes beneficios» para sus vendedores de armas, esta guerra ha debilitado a Rusia, lo cual era uno de los objetivos, pero también, de manera diferente, a las potencias europeas competidoras de Estados Unidos, empezando por Alemania, privada del gas ruso y cuya economía está en recesión desde hace varios trimestres.

Para los capitalistas estadounidenses, parece haber llegado el momento de ajustar cuentas presionando para que se ponga fin a los combates y así poder explotar los recursos minerales, las ricas tierras de cultivo y las infraestructuras de Ucrania que ya tienen en sus manos. Por su parte, Putin ha hecho ofertas de colaboración invitando a los que vuelve a llamar sus «socios americanos» a venir a explotar tierras raras en Rusia.

Al invadir Ucrania, Putin quiso demostrar a los países de la OTAN que no aceptaría más su presión y control sobre los países procedentes de la desintegración de la Unión Soviética. Se topó con un Estado ucraniano que llevaba décadas perfundido por sus protectores occidentales, y más aún en los últimos tres años, un Estado que ha resistido con un coste humano y económico que los ucranianos pagarán durante décadas. Pero también Putin ha sido capaz de mantener su poder a costa de múltiples sacrificios impuestos a su propia población.

La guerra en Ucrania es sólo uno de los muchos puntos álgidos del mundo creados por la lucha permanente del imperialismo por la supremacía mundial en un momento de crisis económica cada vez más profunda. Dada la continua inestabilidad en muchas regiones, a los dirigentes estadounidenses les convendría implicar a Rusia en el mantenimiento del orden imperialista y hacer que respalde sus decisiones. Este es particularmente el caso de Oriente Próximo, donde la situación ha cambiado en el último año como consecuencia de los golpes del ejército israelí. También es probable que Estados Unidos trate de disociar a Rusia de China y, acercándose a la primera, intente aislar a la segunda.

Esta colaboración abierta para imponer el orden mundial, el del capitalismo, no sería nada nuevo. Desde el pacto Laval-Stalin firmado en 1935, los dirigentes de las potencias imperialistas, por una parte, y los burócratas a la cabeza de la Unión Soviética, de Stalin a Brezhnev, por otra, han colaborado para defender el orden imperialista. Cada uno en su zona, a veces en colaboración, sofocaron revoluciones o levantamientos populares, debilitando o derribando regímenes que no les eran lo bastante sumisos. Los tiempos han cambiado, la Unión Soviética ha desaparecido, y Putin, que defiende los intereses de los burócratas y oligarcas rusos, puede incluso llevarse mejor con Trump u otros líderes imperialistas que sus predecesores.

Europa dividida y de nuevo al margen

El cambio de opinión estadounidense no es, pues, «un cambio de alianza sin precedentes» (Le Drian). Si los dirigentes europeos están ofendidos, es porque han sido tratados por Trump con el desprecio que ellos mismos suelen reservar a los jefes de Estado de los países pobres. Si hoy están indignados porque los bandidos Trump y Putin se reconcilian para repartirse las riquezas de Ucrania, si intentan seguir en el juego, si aumentan sus presupuestos militares, es porque temen verse privados del acceso a minerales preciosos, a ricas tierras de cultivo y al mercado para reconstruir un país destruido. Sébastien Lecornu, Ministro francés de las Fuerzas Armadas, admitió en France Info el 27 de febrero que el gobierno francés llevaba meses negociando con Ucrania para obtener su parte de metales estratégicos como las tierras raras.

Hacen falta la hipocresía de los dirigentes de los países europeos y el servilismo de clase de los medios de comunicación para pretender descubrir que las relaciones entre ellos y Estados Unidos no son más que relaciones entre potencias desiguales que luchan sin piedad para acaparar mercados. Hace cien años, analizando las relaciones de poder político y económico entre Estados Unidos y una Europa fragmentada y debilitada al final de la Primera Guerra Mundial, Trotsky escribía: "¿Qué quiere el capital estadounidense? ¿Qué pretende? [..] En una palabra, quiere reducir la Europa capitalista a la porción más pequeña posible, es decir, decirle cuántas toneladas, litros o kilogramos de tal o cual material tiene derecho a comprar o vender."1 Cien años después, tras la Segunda Guerra Mundial, décadas de integración europea inacabada e irrealizable, la desintegración de la Unión Soviética y el control drástico de los países de Europa del Este por parte de los capitalistas occidentales, el desequilibrio de poder entre Estados Unidos y Europa ha aumentado. La divergencia de intereses entre Estados incluso se ha agravado a medida que la crisis económica ha exacerbado la competencia entre capitalistas.

La debilidad congénita de las burguesías europeas, nunca superada, proviene del hecho de que nacieron del feudalismo apoyándose en mercados y luego en Estados en rivalidad mutua, dentro de marcos nacionales que muy pronto se volvieron demasiado estrechos. Frente al poderoso imperialismo estadounidense, no existe un imperialismo europeo único, con un aparato estatal único que defienda los intereses fundamentales de una sola gran burguesía europea. Existen imperialismos europeos competidores, que representan a capitalistas nacionales, cuyos intereses económicos son a veces comunes pero a menudo opuestos.

La guerra de Ucrania ha reforzado estos antagonismos entre países europeos, al mismo tiempo que los ha hecho menos competitivos que Estados Unidos, aunque solo sea por la fuerte subida de los precios de la energía en Europa. Por ejemplo, según el Tesoro francés, la producción manufacturera ha disminuido en varios países europeos desde 2022, especialmente en Alemania (-6,7%) e Italia (-5,7%), debido a la menor producción de las industrias química, farmacéutica y automovilística2. El antiguo Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se pronunció en este sentido en septiembre de 2024 en un informe sobre la competitividad europea, en el que advertía de que la Unión Europea se enfrentaba a un «desafío existencial» frente a Estados Unidos y amenazaba con una «muerte lenta» por falta de inversiones masivas en infraestructuras, investigación y medios de producción renovados.

Draghi pidió un «shock inversor» de 800.000 millones de euros en Europa y apeló a los inversores privados. Pero los capitalistas, en Europa y en otros lugares, no tienen patria. Invierten su capital donde quieren, es decir, donde esperan obtener el mayor beneficio. Mucho antes del regreso de Trump a la Casa Blanca y de sus anuncios de aranceles del 25%, 50% e incluso 200%, Biden había intensificado el proteccionismo en Estados Unidos, con muchos más recursos que los gobiernos europeos. Su Inflation Reduction Act (IRA) vertió miles de millones en subvenciones a los capitalistas que se instalaron en Estados Unidos. Atraídos por este maná y por unos precios de la energía tres veces más bajos, grupos europeos de la industria química, automovilística y de baterías han trasladado parte de su producción al otro lado del Atlántico. El 6 de marzo, en el mismo momento en que Macron apelaba al patriotismo frente al abandono del gran aliado estadounidense, Rodolphe Saadé, el patrón de CMA CGM, que debe su desarrollo y su fortuna a la generosidad del Estado francés, fue invitado a la Casa Blanca para prometer a Trump 20.000 millones de dólares de inversión en Estados Unidos y la creación de 10.000 empleos. Y todo el mundo recuerda el chantaje del multimillonario Bernard Arnault, invitado a la toma de posesión de Trump, amenazando con deslocalizar sus empresas si el gobierno francés les subía los impuestos. La única bandera de los capitalistas es el beneficio.

En la guerra económica mundial no hay una política europea única, sino una serie de Estados nacionales que actúan según el interés de sus capitalistas y, en primer lugar, de quienes tienen mayor influencia sobre esos Estados. Así, cuando el 30 de octubre la Unión Europea impuso impuestos adicionales (¡hasta el 35%!) a los vehículos eléctricos fabricados en China, Alemania votó en contra para proteger los intereses de sus fabricantes, que exportan mucho a China. Durante los últimos debates sobre el tratado de Mercosur, Francia se opuso a su ratificación en nombre de la protección de «sus» agricultores, mientras que Alemania la quería para ayudar a sus fabricantes a vender coches en Brasil y Argentina. El 27 de marzo, Trump anunció un nuevo impuesto del 25% sobre todos los vehículos producidos en el extranjero e importados a Estados Unidos. Es probable que esto afecte sobre todo a los fabricantes alemanes, ya que exportan 450.000 vehículos de alta calidad a Estados Unidos cada año, por valor de 24.000 millones de dólares. Es una apuesta segura que el frente europeo contra los impuestos estadounidenses, como piden Macron y Merz, se reducirá al mínimo común denominador entre los capitalistas alemanes y franceses.

Por otra parte, en cada país, la guerra económica intensificada por la administración Trump se utiliza como pretexto para imponer aumentos de productividad a todos los trabajadores y nuevos sacrificios a las clases trabajadoras. Esta guerra no mata directamente, pero ya ha eliminado puestos de trabajo por centenares de miles y sumido a ciudades y regiones en la desolación por el cierre de fábricas. Las subvenciones estatales pagadas para librar esta guerra se están tragando cientos de miles de millones de euros de los que carecen hospitales y escuelas.

"Economía de guerra": un premio gordo para los traficantes de armas

Esta guerra de clases va a intensificarse con la transición a la «economía de guerra» que anuncian los dirigentes europeos. Tratando de asustar agitando «la amenaza rusa que afecta a todos los países de Europa» y afirmando que «no se puede garantizar la paz en nuestro territorio», Macron, que ha recuperado algo de oxígeno político poniéndose el disfraz de señor de la guerra, quiere duplicar el presupuesto militar de Francia en cinco años. En toda Europa, la supuesta amenaza de Rusia y la brutalidad del giro de 180 grados de Estados Unidos sobre Ucrania se utilizan para justificar el aumento de los presupuestos militares, preparar a la población para que acepte más sacrificios y prepararla para soportar el peso de un conflicto que se presenta cada vez más como inevitable.

En Alemania, incluso antes de su investidura, Friedrich Merz, el próximo canciller, hizo modificar la ley constitucional para levantar el «freno al endeudamiento» y permitirle gastar cientos de miles de millones de euros en el ejército. Ursula von der Leyen, Presidenta de la Comisión Europea, ha autorizado a los Estados miembros a gastar hasta 800.000 millones de euros para «rearmar Europa».

Pero los Estados europeos no tendrán más peso en las discusiones sobre una hipotética paz en Ucrania del que tuvieron en la prolongación de la guerra. El envío de una «fuerza de reaseguro» a Ucrania, como proponen Macron y Starmer, el primer ministro de Gran Bretaña, está condicionado a que Trump y Putin lleguen a un acuerdo sobre el alto el fuego y a que ambas partes acepten que los europeos desempeñen el papel de cascos azules. A pesar de sus fanfarronadas, los dirigentes europeos saben quién es el amo: tratados como felpudos por Trump, no dejan de rendir pleitesía a «nuestro aliado estadounidense», sin el cual son impotentes porque no tienen suficientes satélites, por ejemplo.

Para tener en cuenta la posible retirada de la protección militar estadounidense, los dirigentes europeos hablan de construir una «Europa de la defensa», resucitando una vieja luna de la Guerra Fría. Pero hoy no puede haber defensa europea, como tampoco la hubo ayer, porque no existe un Estado europeo. Los Estados pueden emprender acciones militares conjuntas y encontrarse unidos temporalmente, pero esta unidad desaparece en cuanto cambia el equilibrio de poder que sirvió de base a estos acuerdos. Sus intereses y prioridades rara vez son los mismos: países como Polonia y los Estados bálticos, por ejemplo, consideran vital seguir bajo la protección estadounidense.

Las divergencias comienzan mucho antes del campo de batalla, desde los encargos de armamento para los cuales cada Estado protege los intereses de sus respectivos mercaderes de muerte. Dassault debe su fortuna al apoyo indefectible del Estado francés desde hace un siglo y, en el período reciente, a la capacidad de los gobiernos franceses para comprarle sus aviones Rafale o promocionarlos ante los dirigentes indios, egipcios o reyes del petróleo del Golfo. Es significativo que ni Gran Bretaña ni Alemania posean el menor avión Dassault, así como el ejército francés nunca compró tanques Leopard construidos por la firma alemana Rheinmetall.

Más significativo aún de sus relaciones de subordinación hacia los Estados Unidos, el 64 % de las armas importadas por países europeos miembros de la OTAN desde el inicio de la guerra en Ucrania fueron compradas a industriales americanos, Lockheed Martin, Boeing y Northrop. El plan SAFE de la Comisión Europea, que pretende reducir esta proporción, exige que las armas compradas con préstamos garantizados por la UE por un valor de hasta 150.000 millones de euros tengan al menos un 65% de componentes fabricados en Europa. Se trata sobre todo de retórica, ya que la mayoría de los pedidos de armamento se hacen sin recurrir a este tipo de préstamo.

De momento, el fortalecimiento de la «defensa de Europa» y el anuncio, ya hecho en 2022, del establecimiento de una «economía de guerra» son ante todo un inmenso plan de reactivación económica que beneficiará a una miríada de industriales y financieros. Es un maná para los traficantes de armas, sean europeos o no. El CEO de Thales, que produce sistemas de radares y que ya ha acumulado un récord de 2.400 millones de euros de beneficios en 2024, prevé «una década de crecimiento y quizás más» (Les Échos del 4 de marzo de 2025). Desde esos anuncios, los precios de las acciones de todas las industrias relacionadas con el armamento se han disparado.

Condicionamiento y guerra de clases

Esta agitación en torno a la supuesta amenaza rusa y a la necesidad que implicaría de relanzar la industria armamentística para defenderse no está solamente destinada a favorecer a los vendedores de armas.

Sirve para imponer sacrificios a la población y agravar la explotación de los trabajadores. «Ya no podremos percibir los dividendos de la paz»; «Vamos a tener que revisar nuestras prioridades nacionales»; «Se necesitarán reformas, opciones, coraje»: el mensaje de Macron, transmitido por los dirigentes políticos por la mañana, al mediodía y por la noche, los portavoces patronales y la jauría de periodistas a sus órdenes son inequívocos: los miles de millones adicionales para bombas, drones o Rafale se tomarán sacrificando viviendas sociales, escuelas, hospitales... El paso a la economía de guerra justificará alargar el tiempo de trabajo, aplazar la edad de jubilación y suprimir días de descanso.

Este clima de guerra sirve para preparar a la población y a la juventud para aceptar sacrificios y privaciones hoy, para aceptar sufrir y morir en las trincheras mañana. Porque la guerra está directamente vinculada al agravamiento de las contradicciones de una economía capitalista senil, de la intensificación de las rivalidades entre los capitalistas y las potencias que defienden sus intereses, para controlar las materias primas, ganar mercados, debilitar o hundir a los competidores. Hay guerra en el Medio Oriente. Ensangrenta países africanos, empezando por la República Democrática del Congo y Sudán. ¿Quién se atrevería a apostar que la rivalidad entre Estados Unidos y China no se convertirá, tarde o temprano, en guerra abierta? ¿Y cómo evolucionará la guerra comercial entre Estados Unidos y Europa? ¿Qué sucederá si los Estados Unidos anexionan la Groenlandia administrada por Dinamarca? Es imposible predecir qué enfrentamiento puede terminar en una conflagración militar general. Estas guerras imperialistas por la dominación del mundo no serán las de los trabajadores. Por el contrario, servirán para defender y reforzar los intereses de quienes los explotan.

Incluso antes de la guerra, todos los partidos que se disputan el derecho a servir a los intereses de la burguesía realizan la unión nacional. Incluso aquellos que desean diferenciarse de Macron se ponen en firmes ante los jefes del ejército. LFI se regocija del no alineamiento con los Estados Unidos; el PCF reclama una industria militar y un ejército puramente franceses; mientras que los ecologistas y los socialistas invocan la defensa «de los valores humanistas y democráticos europeos» para cubrirse con el casco pesado. En cuanto a los dirigentes del RN, si reclaman la paz en Ucrania y rechazan una defensa europea, aplauden el aumento del presupuesto militar para «reforzar la soberanía nacional». Por su parte, las direcciones de los sindicatos también se han sumado a la necesidad de una economía de guerra. Para Marylise Léon de la CFDT, «el contexto internacional es preocupante. No se ha entrado en guerra, pero es una llamada a la responsabilidad». En cuanto a Sophie Binet, de la CGT, no pierde una oportunidad para defender la soberanía nacional: «No se nos puede hablar mañana, mediodía y tarde de economía de guerra y dejar morir nuestra industria

Todos aquellos, dirigentes sindicales o de partido, que no paran de referirse a la «soberanía nacional» ocultan el hecho de que en esta nación hay explotadores y explotados, capitalistas cuyo patriotismo consiste en poner los medios del Estado a su disposición para aumentar sus beneficios y trabajadores que producen todo y hacen funcionar toda la sociedad. En dos ocasiones en el siglo XX, durante las guerras mundiales, los segundos fueron enviados a morir en los campos de batalla para garantizar los beneficios de los primeros. Los capitalistas y sus servidores políticos no tendrán ningún reparo en volver a empezar y se están preparando activamente para ello.

Oponerse al sangriento futuro que nos prepara el capitalismo comienza rechazando el enrolamiento bajo las órdenes de nuestros dirigentes y detrás de la bandera nacional, denunciando el hecho de que las escuelas y los hospitales esten sacrificados para financiar bombas o cañones, exigiendo la confiscación de las ganancias de los traficantes de armas. Pero no habrá paz mientras los trabajadores no hayan derrocado la dictadura de los capitalistas.

31 de marzo de 2025

1 - "Perspectivas de la evolución mundial", discurso de L. Trotsky, 28/07/1924.

2 - Marion Bachelet y Léocadie Darpas, "Informe sobre los países desarrollados: marcado descenso de la producción industrial en Alemania e Italia desde 2023”, en la página web de la Direction Générale du Trésor (Dirección General del Tesoro), 21 de enero de 2025.