Tras la luz verde del Consejo Constitucional, Macron se apresuró a promulgar la ley el sábado a las 3:26 de la madrugada. Y el lunes por la noche, en el telediario de las ocho, intentó pasar página definitivamente.
Con la misma arrogancia y las mismas mentiras, justificó la imposición de dos años de trabajos forzados a todos los trabajadores. Como bálsamo tranquilizador, nos obsequió con palabras vacías sobre los salarios y el poder adquisitivo.
Fue un espectáculo burdo e inútil, porque Macron ya no es el único que decide sobre la cuestión de las pensiones: millones de trabajadores se han pronunciado y han luchado contra este ataque y no tienen ninguna razón para pasar página.
¡No porque se haya promulgado una ley ya no se puede impugnar! Y ya que la movilización plantea un problema a Macron, ¡pues hay que continuar y añadir nuestras reivindicaciones sobre el aumento y la indexación de los salarios!
El gobierno explica que la ley ha completado su "proceso democrático". Sí, para él, democracia significa que 577 diputados voten una ley que afecta a millones de trabajadores, ¡incluso cuando es rechazada casi unánimemente por los afectados! Y cuando teme que la ley no se apruebe en la Asamblea, saca el bazooka del artículo 49.3 para evitar la votación. La Constitución lo autoriza, ¡así que debe ser democrático!
Última etapa de la legitimidad, la ley se somete entonces al Consejo Constitucional. Nueve miembros, pomposamente llamados "sabios", deben garantizar que todo se ha hecho según las reglas del arte democrático. Entre ellos, por supuesto, no hay obreros, ni auxiliares a domicilio o cuidadoras, ni almacenistas o chóferes... sino ex primeros ministros como Fabius y Juppé, altos funcionarios y enarcas (ENA, escuela que formaba a dirigentes para el Estado y las empresas), todos fieles servidores del orden burgués...
Así que ahí lo tienen, para toda esta gente, la democracia lo es todo, ¡menos tener en cuenta lo que demanda la inmensa mayoría de la población!
Sólo se puede sacar una conclusión de todo esto: es que el aparato del Estado en su conjunto, el gobierno, el Parlamento, el Consejo Constitucional, apoyados, por supuesto, por las fuerzas de represión, no están diseñados para reflejar la opinión del mundo obrero y servir al pueblo, sino para servir a los intereses de la minoría capitalista que maneja todos los hilos.
La gran burguesía, al frente de la cual se encuentran multimillonarios como Bernard Arnault o Françoise Meyers-Bettencourt, domina toda la economía a través de la propiedad privada de empresas, bancos y redes de distribución. De este modo, gobierna la vida social, impregnándola de sus valores e intereses. Para dirigir su sistema político, dispone de altos funcionarios y políticos totalmente entregados y, la mayoría de las veces, procedentes de sus filas.
Incluso entre los adversarios de Macron, ya sea Le Pen o Mélenchon, nadie imagina otro horizonte que esta sociedad explotadora y clasista en la que los intereses de los financieros y los industriales se imponen al conjunto de la sociedad.
Le Pen promete, si es elegida en 2027, volver a los 64 años. Pero ninguno de los partidos de la oposición ha dado marcha atrás en ninguna de las reformas anteriores a pesar de sus promesas, y Le Pen está tan apegada y entregada al mundo burgués como los demás.
En cuanto a la propuesta de Mélenchon de pasar a la VI República, no cambiaría el problema fundamental, es decir, la necesidad de desafiar el poder de la burguesía y sus miles de millones sobre nuestras vidas, la sociedad y el futuro de la humanidad.
Con la lucha en curso, muchos trabajadores se han dado cuenta de que detrás de la arrogancia de Macron está la voluntad y los intereses de la burguesía de arrebatar a los trabajadores tantos derechos como sea posible. Se han dado cuenta de lo que significa la lucha de clases. Es esta conciencia la que debemos profundizar y propagar.
Comprender quiénes son nuestros verdaderos enemigos es tanto más necesario cuanto que nos esperan las batallas más duras. Con la explosión de los precios, la intensificación de la explotación y la precariedad, los trabajadores ya están pagando el precio de un capitalismo agotado. La feroz competencia entre los grandes trusts les empuja a intensificar la guerra social contra los trabajadores y puede desembocar en una verdadera guerra generalizada. La guerra en Ucrania y las interminables guerras en Oriente Medio y África deberían servir de llamada de atención.
Así que en estos tres meses hemos aprendido de nuevo a discutir, organizarnos y contraatacar. Hemos ejercitado nuestra fuerza como trabajadores. A esta fuerza debemos añadir cada vez más conciencia para fijarnos el único objetivo que vale la pena: el derrocamiento de todo el orden social burgués.
Editorial de los boletines de empresas Lucha Obrera del 18 de abril de 2023
Nathalie Arthaud