Israel: la extrema derecha, fruto del sionismo y de la opresión de los palestinos

Yazdır
Textos del mensual Lutte de classe - Abril de 2023
Abril de 2023

Al cabo de tres meses de protestas y manifestaciones semanales, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, aplazó el debate sobre su proyecto de reforma del sistema judicial hasta mayo, tras las vacaciones parlamentarias de la pascua judía. Las protestas cada día más enormes habían creado grietas en su propio partido, el Likud. Netanyahu se había visto obligado a despedir a su ministro de Defensa por pedir una “pausa”.

Ante la amplia movilización, Netanyahu eligió retroceder, con el riesgo de perder el respaldo de las organizaciones ultranacionalistas y religiosas de extrema derecha con las que gobierna, y de las que precisa para mantener su mayoría en la Knéset, el parlamento israelí. El principal partido, llamado Partido Sionista Religioso, subió del 4 al 10% de los votos en las elecciones legislativas de noviembre de 2022, convirtiéndose en la tercera fuerza política. Su dirigente Bezalel Smotrich, partidario de desarrollar la colonización judía en Cisjordania y que vive él mismo en una colonia, se ha convertido en el ministro de Finanzas; al mismo tiempo, ocupa un ministerio creado especialmente para él dentro del de Defensa, desde donde apoya la creación de colonias judías en Cisjordania. Está a favor de la anexión de Cisjordania en un gran Israel y dijo, durante un viaje a París, que para él “los palestinos no existen, porque no existe un pueblo palestino”. No oculta su racismo, apoya la segregación de las mujeres árabes y judías en las maternidades de los hospitales, y se presenta a sí mismo como “fascista homófobo”.

El dirigente del partido de extrema derecha Poder Judío, Itamar Ben Gvir, encabeza un superministerio de Seguridad Nacional. En el pasado, este militante de la colonización judía, que vive también en una colonia de Cisjordania, fue condenado por incitar al racismo y respaldar organizaciones terroristas judías; se declara partidario de mover a países vecinos parte de la población árabe israelí.

Mientras que la extrema derecha avanzó en las últimas elecciones legislativas, toda la izquierda junta ha pasado por una verdadera debacle. El Partido Laborista alcanzó con dificultad el 3%, y estuvo a punto de perder su representación en el parlamento; el Meretz, que se supone representa una corriente a la izquierda de los laboristas, no obtuvo ningún escaño, por primera vez en su historia. Ambas evoluciones están relacionadas.

El peso que ha cobrado la extrema derecha racista y fascistoide es inquietante, y no sólo para los palestinos. La gran movilización de los últimos meses ha demostrado que parte de la población israelí es consciente de que esos movimientos amenazan sus libertades, y volveremos más abajo sobre el carácter de dichas manifestaciones. Sin embargo, hay que empezar preguntando cómo semejantes corrientes han podido llegar al poder, en un país que en palabras orgullosas de sus dirigentes era la única democracia de Oriente Medio. La evolución que ha llevado a esos movimientos de extrema derecha a cobrar tal influencia procede de las condiciones del nacimiento del Estado israelí, y tiene que ver con la esencia del sionismo, que lo fundamenta.

El sionismo como programa colonial

Surgido al final del siglo 19, el movimiento sionista se planteó como objetivo crear un Estado judío. Pero ¿en qué territorio? La respuesta no era evidente, puesto que la población judía estaba dispersa en numerosos países como resultado de su historia.

Tras un debate dentro del sionismo, el congreso de Basilea en 1903 decidió elegir Palestina. Incluso los que no eran religiosos pensaron que sólo el mito de la “tierra prometida” podía ofrecer una justificación para sus objetivos políticos. Así que, desde el inicio, los vínculos del sionismo con la religión eran estrechos.

Palestina no era una tierra sin pueblo, al contrario de lo que decían los sionistas: su población era mayoritariamente árabe, y en 1914 los judíos eran menos del 10% de los habitantes. La región era una provincia del imperio otomano, cuyos dirigentes no eran muy favorables a los proyectos sionistas.

La creación de un Estado judío sólo era posible pues logrando el apoyo de una gran potencia. Durante mucho tiempo, los dirigentes británicos no tenían interés en el proyecto de los sionistas; pero al estallar la Primera Guerra Mundial, buscaron cómo debilitar el imperio otomano aliado con Alemania y apoyaron el movimiento. En noviembre de 1917, lord Balfour, entonces ministro de Asuntos Exteriores publicó una carta – que se hizo famosa con el nombre de “declaración Balfour” – en la cual se declaraba favorable a la creación de un hogar nacional judío en Palestina.

Sin embargo, al mismo tiempo los diplomáticos británicos prometían a tribus árabes la creación, en el mismo territorio, de un gran reino árabe a cambio de su apoyo militar. En realidad, no contemplaban cumplir ninguna promesa, así como lo demostró el acuerdo Sykes-Picot (apellidos de los diplomáticos inglés y francés que lo negociaron), firmado en secreto en mayo de 1916 en Moscú, con la bendición del zar ruso, y que fue publicado por los bolcheviques tras su llegada al poder. El acuerdo organizó el desmembramiento del imperio otomano entre Francia – con los ojos puestos en Siria y Líbano – y el Reino Unido, que quería apoderarse de Palestina. Al apoyar a la vez a judíos y árabes, montándolos unos contra otros, los dirigentes británicos querían ser los árbitros de la situación. Al final de la Primera Guerra Mundial, consiguieron que la Sociedad de Naciones (el antepasado de la ONU) les otorgara un mandato sobre Palestina, donde implementaron su propia administración.

El sionismo todavía era un movimiento ultra minoritario entre los judíos de Europa, que no tenían la más mínima intención de instalarse en aquella región pobre, donde no eran esperados. Hizo falta la barbarie de las persecuciones nazis y los campos de exterminio para que centenas de miles de judíos desesperados acudan a las organizaciones sionistas. Éstas les prometían que la única vía para no volver a sufrir el mismo horror era crear un Estado judío que los protegiera.

Las organizaciones sionistas reclutaron una base suficiente como para obligar al Reino Unido a marcharse.

El nacimiento de Israel y la expulsión de los palestinos en 1948

En 1947, la ONU votó un plan de partición de Palestina, que preveía la creación de un Estado judío y un Estado árabe, o sea la primera versión de una solución con dos Estados.

Las organizaciones sionistas no aceptaron el reparto. Quisieron ocupar el mayor territorio posible y echar de allí al mayor número posible de árabes, para crear un Estado con mayoría de judíos. Para realizar semejante limpieza étnica, el plan Daleth fue elaborado y empezaron a implementarlo incluso antes de la proclamación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948. Al terminar la primera guerra árabe-israelí, el Estado israelí, al que la ONU preveía atribuir el 55% del territorio palestino, controlaba el 78%; 800.000 palestinos habían sido expulsados de su tierra. Los palestinos lo llamaron la Nakba, la catástrofe. Muchos fueron a para en los campamentos, donde siguen viviendo sus descendientes.

Los Estados árabes no formaban un frente unido ante el Estado israelí. Corruptos, representantes de una minoría de poseedores con privilegios, no se preocupaban por defender los intereses de la población palestina. El jefe del principal ejército, el rey Abdalá I de Transjordania, anexionó Cisjordania en 1948. Las fuerzas egipcias tomaron posesión de la Franja de Gaza en el mismo año. Nada quedaba del supuesto Estado árabe cuya creación había sido decidida por la ONU.

Después de la Guerra de los Seis Días, en 1967, el ejército israelí ocupó Cisjordania y la Franja de Gaza. Los territorios no fueron anexionados, porque sus habitantes eran mayoritariamente árabes y hubieran incrementado la parte de ciudadanos israelíes no judíos. Se implementó una administración de los territorios ocupados, bajo la dirección del ejército. Oficialmente, la ocupación era temporal; pero muy pronto los gobiernos laboristas de aquel entonces favorecieron la creación de colonias judías para mantener su presencia.

Desde el nacimiento de Israel en 1948, sus dirigentes mantuvieron un permanente estado de guerra con los Estados árabes, convirtiéndose al mismo tiempo en agentes de la política estadounidense en Oriente Medio. A cambio de eso, los Estados Unidos aseguraron un respaldo inquebrantable, para seguir disponiendo de un aliado seguro en la región.

Las potencias imperialistas llevan un siglo alimentando el conflicto entre judíos y árabes, para defender mejor sus propios intereses en esa región altamente estratégica para ellos.

Cuando el movimiento laborista era hegemónico

Las organizaciones que desempeñaron el papel dirigente en aquella época no pertenecían a la extrema derecha, sino que abanderaban el socialismo.

La izquierda fue el eje central del movimiento sionista en sus inicios, por el peso de los judíos procedentes de Europa del este, y especialmente del imperio ruso, donde existía un movimiento obrero relevante. El partido laborista, el Mapai, fue fundado en 1930 agrupándose la gran mayoría de las corrientes sionistas que reivindicaban el socialismo. Pronto fue capaz de tomar el control de las instituciones judías de Palestina durante el periodo del mandato británico.

Pero se trataba de un socialismo reservado a los judíos, que excluía por completo a la población árabe. Se creó toda una mitología alrededor del kibutz, esa forma colectiva de explotación agrícola, en la cual imperaba un espíritu igualitario y se suponía que representaba el ideal socialista. Sin embargo, el verdadero objetivo de los kibutz era la conquista del país. Se instalaban en tierras compradas a grandes terratenientes ausentes, y echaban a los campesinos árabes que vivían en ellas.

En la sociedad que querían crear aquellos supuestos socialistas, los árabes no tenían sitio. Por lo que no es de sorprender que, en el Estado israelí, los árabes sigan siendo ciudadanos de segunda, con un racismo muy fuerte para con ellos.

El peso creciente de la ultraderecha religiosa

Durante treinta años, los laboristas fueron hegemónicos en la vida política israelí. Pero ellos fueron quienes permitieron que los movimientos religiosos ocuparan una posición central. El primer ministro laborista David Ben-Gurión buscó el apoyo de los rabinos y los religiosos. Les otorgó poderes considerables en la vida social, con la gestión del estado civil, los matrimonios, divorcios y todos los asuntos familiares.

A lo largo de los años, los religiosos, que controlaban parte del sistema educativo, cobraron cada vez más peso en la sociedad. También el desarrollo de las colonias, dentro de las cuales las corrientes religiosas tenían un papel dominante, participó en reforzar el peso numérico y la influencia de dichas corrientes. En lo político, los movimientos de colonos estaban claramente en la extrema derecha; abogaban por la anexión de los territorios ocupados y la expulsión de los vecinos árabes.

Esa evolución fortaleció a la derecha, quien al final pudo apartar a los laboristas. En 1977, el principal partido de derecha, el Likud, ganó las elecciones legislativas y fue nombrado primer ministro su dirigente, Menájem Beguín, quien en 1948 había pertenecido al grupo terrorista de ultraderecha Irgún.

Los acuerdos de Oslo y el supuesto “proceso de paz”

Tras permanecer unos años en la oposición, los laboristas participaron en varios gobiernos de unión nacional con la derecha. Así pues, uno de sus dirigentes, Isaac Rabin, ejerció de ministro de Defensa entre 1984 y 1990, por lo que se enfrentó a la primera intifada, en 1987: la revuelta de los jóvenes palestinos que afrontaban al ejército israelí sólo con piedras. Rabin dio la orden de romperles los brazos y las piernas. Pero la violencia de los soldados no fue suficiente como para acabar con la determinación de la juventud palestina movilizada.

Los dirigentes israelíes, incapaces de poner fin a la intifada, se vieron obligados a aceptar la negociación con las organizaciones nacionalistas palestinas – algo a que se habían negado hasta entonces.

El resultado fueron los acuerdos de Oslo, el 13 de septiembre de 1993, entre Arafat, el dirigente de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), y Rabin, que se había convertido en el primer ministro tras ganar las elecciones el año anterior. El texto disponía la implementación de una autoridad palestina en zonas autónomas, con un plan de negociaciones que tenían que desembocar en la creación de un Estado palestino. Éste resucitaba el Estado árabe nacido muerto de 1947. En septiembre de 1995, los acuerdos de Oslo II definieron el estatuto de Cisjordania, partida en tres. Las zonas A y B estaban bajo la autoridad palestina, mientras que la tercera, que agrupaba más del 60% de los territorios de Cisjordania, y todas las colonias, quedaba bajo control del ejército israelí.

En la realidad, los dirigentes israelíes nunca contemplaron reconocer un verdadero Estado palestino. La colonización de Cisjordania no paró ni un solo instante. Durante todo ese periodo, las condiciones de vida en los territorios ocupados empeoraron a causa del cierre de las zonas autónomas palestinas por parte de las autoridades israelíes, con lo cual se impedía a los palestinos ir a Israel a trabajar. El descontento y la decepción desembocaron en la segunda intifada a partir del año 2000. La organización islamista Hamás cobró más influencia porque se había opuesto a los acuerdos de Oslo. Para reforzar su imagen de radical entre la población palestina, multiplicó los atentados suicidas sangrientos.

El dirigente de derechas Ariel Sharon se convirtió en febrero de 2001 en el primer ministro, apoyándose en el sentimiento de miedo que se iba extendiendo entre la población israelí. “Se acabó Oslo”, habría dicho al llegar al poder. Volvió a la política de los gobiernos israelíes antes de los acuerdos de Oslo: rechazó cualquier contacto con la OLP y lanzó una represión feroz. El ejército israelí envió tanques en Cisjordania, bombardeó ciudades palestinas, hasta arrasó barrios enteros con buldóceres. La sede de la autoridad palestina en Ramala, donde se encontraba Arafat, fue sitiada durante dos años, privándola a ratos de luz y agua.

Al volver a la política de antes de 1993, Sharon no quería anexionar toda Cisjordania. Emprendió la construcción de un muro, llamado “barrera de separación”, que según él era la manera de poner coto a los atentados terroristas separando definitivamente a israelíes y palestinos. El trazado del muro le permitió integrar 65 colonias al lado israelí, pero también a 11.000 palestinos y a la mayoría de los 250.000 palestinos de Jerusalén Este.

Considerando que la protección de las colonias de Gaza hubiera sido demasiado difícil y costosa, Sharon las hizo evacuar, no dudando en mandar al ejército contra los colonos que se negaban a marcharse. Para implementar su política, que lo llevó a enfrentarse a parte de la extrema derecha, Sharon buscó y encontró el apoyo de los laboristas, proponiéndoles formar parte del gobierno. Al aceptar, éstos demostraron que eran incapaces de ofrecer una alternativa política. Al final de este periodo, el partido laborista nunca pudo volver a gobernar al no ser participando en gobiernos dirigidos por la derecha o incluso por la extrema derecha.

Netanyahu cada día más rehén de la extrema derecha

A partir de 2009, Netanyahu, dirigente del Likud, logró mantenerse doce años en la presidencia del gobierno, con lo que batió el récord de Ben-Gurión. Para conseguirlo, le hizo falta encontrar apoyos en la extrema derecha, a cuyo fortalecimiento contribuyó, y de la cual se hizo cada vez más dependiente.

Así fue cómo se alió con los nacionalistas religiosos del partido Hogar Judío, cuyo dirigente Naftali Bennett, fue el portavoz de los colonos de Cisjordania. Avigdor Lieberman, quien llamó a “decapitar con hacha a los árabes israelíes infieles a Israel”, fue sucesivamente ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa en los gobiernos de Netanyahu.

En 2018, la derecha y la extrema derecha en el poder impusieron el voto de un texto llamado Israel como Estado nación del pueblo judío, con el fin de sustituir la fórmula de “Estado judío y democrático” que hasta entonces definía a Israel. El cambio tenía el objetivo de reducir aún más el espacio dedicado a los árabes israelíes, que representan el 20% de la población. Simbólicamente, abolió el estatuto del árabe como idioma oficial junto con el hebreo, que existía desde 1948. Por fin, uno de los artículos decía que: “El Estado considera el desarrollo de la implantación judía como un objetivo nacional y actuará para animar y promover sus iniciativas y su fortalecimiento”.

En este asunto, los gobiernos de Netanyahu no se conformaron con declaraciones. Autorizaron la construcción de centenares de viviendas en las colonias judías, expulsando a palestinos de sus casas, que fueron declaradas ilegales. Hoy día, 475.000 israelíes residen en colonias en Cisjordania, donde viven 2,9 millones de palestinos. A estos colonos se suman los 230.000 instalados en Jerusalén Este, donde viven más de 360.000 palestinos.

En junio de 2021, Netanyahu fue apartado del poder por una coalición de ocho partidos, entre laboristas, representantes de la extrema derecha como Bennett y Lieberman, políticos de centro derecha como Yair Lapid, un ex periodista estrella de la tele, y hasta una formación islamista árabe. Bennett sucedió a Netanyahu como primer ministro y siguió con la misma política de su antecesor en todos los campos, especialmente para con los palestinos.

Ante la multiplicación de los actos de resistencia, en particular entre la juventud palestina, el ejército israelí lanzó en la primavera de 2022 una operación militar con nombre explícito: Romper la ola. Como resultado, el año 2022 fue el más mortífero en dieciocho años para los palestinos, con 144 víctimas. Hay que notar también las numerosas detenciones: el 31 de diciembre de 2022, quedaban 4.658 palestinos en detención preventiva, por infracciones relacionadas con la seguridad, según detallan los servicios carcelarios israelíes. Más de 900 de ellos están bajo detención administrativa, una arbitrariedad que se puede prolongar sin límite.

La coalición heteróclita Bennett-Lapid acabó estallando al cabo de un año, y Netanyahu consiguió volver al poder tras las elecciones de noviembre de 2022.

Defender la democracia”… ¡sin denunciar la opresión de los palestinos!

El regreso al poder de Netanyahu se materializó en una represión más dura contra los palestinos. El ejército israelí realiza expediciones cada vez más sangrientas, con decenas de muertos en ciudades palestinas, como Yenín y Nablus.

Aunque la presenten como una respuesta a unos atentados cometidos por jóvenes palestinos, esa política sólo puede alimentar la escalada. Los colonos judíos de extrema derecha se sienten protegidos, y cometen agresiones contra los palestinos. La ciudad palestina de Huwara, en el norte de Cisjordania, fue atacada en la tarde del 26 de febrero por grupos de colonos que cometieron un pogromo contra los palestinos. Hicieron un muerto y un centenar de heridos, saquearon e incendiaron numerosos edificios, ante la pasividad e incluso la complicidad de militares israelíes.

Las manifestaciones que desde hace unos meses reúnen a decenas de miles de personas en las principales ciudades de Israel denuncian la alianza entre Netanyahu y la extrema derecha, en nombre de la defensa de la democracia. Sin embargo, es de notar que no cuestionan en absoluto la política gubernamental para con los palestinos.

Su único blanco es el proyecto de reforma del sistema judicial elaborado por Netanyahu con el fin de cumplir con las promesas que hizo a sus aliados de extrema derecha. El texto prevé reducir los poderes del Tribunal Supremo, para impedir que éste cuestione una ley votada por los diputados. Ahora bien, el Tribunal Supremo israelí a menudo hizo de contrapoder porque se opuso en varias ocasiones a la creación de determinadas colonias o a determinados movimientos religiosos.

Parte de la población muestra su preocupación por la voluntad del gobierno de aumentar su poder; además, con el peso que tiene la extrema derecha, sobran los motivos para temer ataques contra los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los árabes israelíes, que ya son considerados ciudadanos de segunda, y en general, contra las libertades públicas.

Entre los promotores de las protestas está Yair Lapid, quien busca volver al poder abanderando su imagen de opositor de Netanyahu. También están personalidades de primer plano, exministros, ex dirigentes de servicios de seguridad, generales jubilados… Lo cual explica los límites políticos que los organizadores de la movilización no quieren sobrepasar. Se niegan a poner en tela de juicio la política que ellos mismos contribuyeron a aplicar.

Para ofrecer otra perspectiva, no bastará con defender una democracia que nunca existió para los palestinos. No se puede combatir la influencia de la extrema derecha en Israel sin cuestionar la política de colonización, y más generalmente la opresión de la cual son víctimas los palestinos desde 1948.

La subida de la extrema derecha y la evolución hacia un régimen cada día más autoritario son la consecuencia del estado de guerra en el cual el país está sumido permanentemente. Oponerse a tal evolución supone poner en tela de juicio la política contra los palestinos y los pueblos árabes de la región que viene dándose desde el nacimiento de Israel.

No habrá solución sin lucha contra el imperialismo

En el Oriente Medio, al igual que en todas partes, los dirigentes de los Estados imperialistas (empezando por los estadounidenses) sólo se preocupan por mantener regímenes capaces de defender sus intereses contra los pueblos. Desde que nació, el Estado israelí desempeña este papel, el de guardián del orden imperialista, que le ofrece total impunidad. Pero la actual escalada violenta demuestra una vez más que la población israelí no podrá vivir en paz mientras los derechos de los palestinos no se reconozcan.

Como revolucionarios, somos incondicionalmente solidarios de la lucha de los palestinos por el reconocimiento de sus derechos nacionales. Nada puede justificar la política de desprecio y violencia de los gobiernos israelíes, la ocupación militar, la colonización. Es verdad que las organizaciones nacionalistas palestinas han participado en llevar a su pueblo al callejón sin salida. Después de la Guerra de los Seis Días, que arruinó la credibilidad de los Estados árabes, la lucha de los palestinos se convirtió en un ejemplo para las masas árabes. Esa situación hubiera permitido liderar una revuelta de las masas populares árabes al nivel de toda la región, tanto contra los Estados árabes como contra el sistema imperialista que los mantenía sumidos en la miseria y el subdesarrollo. Pero el único objetivo de los dirigentes palestinos era la creación de un Estado dentro del marco imperialista, y el reconocimiento diplomático por parte de las grandes potencias.

Hoy en día, la OLP en Cisjordania y el Hamás en Gaza controlan cada uno su parte de la fantasmal autoridad palestina fruto de los acuerdos de Oslo. Ejercen su poder dictatorial. Además de las violencias del ejército israelí, la población de esos territorios tiene que aguantar la de los aparatos policiales palestinos que protegen los intereses de una minoría de privilegiados. Los avances de la corriente islamista, ya sea a través del Hamás o de otros competidores, con sus ideas reaccionarias, es el reflejo de la subida de la extrema derecha en Israel. Ambas evoluciones se retroalimentan y llevan a ambos pueblos al mismo abismo.

La única salida al conflicto se encontrará en la lucha común de los explotados de la región, judíos y árabes juntos, contra sus propios dirigentes y las capas poseedoras que los manejan, así como contra el imperialismo que lo ha hecho todo para montar a los pueblos los unos contra los otros.

30 de marzo de 2023