El 9 de noviembre de 1989 el gobierno de la RDA, la República Democrática Alemana, anunciaba precipitadamente que autorizaba a los alemanes del Este para viajar libremente al extranjero. Miles, luego centenas de miles de berlineses del Este, afluyeron al Muro que los separaba de Berlín del Oeste, para ver lo que pasaba allí realmente. Al cabo de varias horas de tensión, los guardias fronterizos, desbordados, dejaron pasar a todo el mundo. El Muro de Berlín, esta pared horrorosa que encarcelaba a todo un pueblo, caía.
Los primeros signos del cambio llegaron cuándo los dirigentes de URSS decidieron aflojar la mano y abandonar países del Este a su suerte. En mayo de 1989, Hungría había anunciado la apertura de su frontera con Austria. Miles de alemanes del Este huyeron hacia Alemania Occidental pasando por Hungría. El flujo se había hecho cada vez más denso durante el verano, hasta el punto de que pronto nada funcionaría correctamente en los hospitales, las fábricas, los transportes de la RDA. Abandonados por la URSS, el gobierno de Alemania del Este era impotente para frenar este movimiento.
Con la rabia en el corazón frente a esta ola de salidas, la población se echó a la calle. ¡En respuesta al eslogan « queremos salir » otros manifestantes reaccionaron con « nos quedamos! », afirmando su voluntad de tratar de cambiar las cosas allí donde ellos estaban. A pesar de la represión, la presencia de la policía política (Stasi) y el miedo, después de cuarenta años de dictadura, el movimiento lejos de ceder, se hizo cada vez más masivo. La destitución de Honecker no iba a frenar el movimiento. La población de la RDA rechazaba el régimen, esta dictadura estalinista que daba una imagen horrorosa del socialismo.
Las medidas del gobierno llegaban cada vez demasiado tarde. Este hubo de dimitir, así como el partido comunista de Alemania del Este, SED: se designa una nueva dirección, que se dice reformadora. Pero las manifestaciones continuaron. Haciéndose eco de los eslóganes de los manifestantes, los nuevos gobernantes hablaron de elecciones libres. Cuando anunciaron que la población tendría el derecho de viajar libremente, el Muro se derrumbó, pero arrastraba en su caída a todo el régimen.
Para la población de Alemania del Este fue una marejada de euforia y de esperanza. Había una gran alegría por ver derrumbarse un régimen dictatorial detestado y, por supuesto, por reencontrar amigos y parientes, así como la esperanza de tener acceso a lo que fue visto como "el dorado" capitalista. A estos sentimientos se agregaban también el orgullo de haber contribuido, por la acción colectiva, a estos cambios. Porque si la razón profunda de la caída del Muro fue el cambio de actitud de la URSS, y no la presión popular, la movilización fue un acelerador poderoso que reforzó la moral de todos.
Las clases ricas del Oeste se frotaban las manos: se fortalecían las posiciones anticomunistas y tenían la perspectiva de despedazar la economía de Alemania del Este. En el período siguiente, desmantelaron los grandes complejos industriales de la ex-RDA, liquidaron miles de fábricas y privatizaron 14 000 empresas. En diez años, la ex-RDA perdió dos tercios de sus empleos. La protección social en materia de empleo, en vivienda, en educación, en salud fue laminada en nombre de la competencia. Y los derechos democráticos conquistados iban a revelarse poca cosa frente a la dictadura de los trusts.
El movimiento de huida hacia el Oeste se amplió después de la caída del Muro: entre 1990 y 2010, un Estado del este como Turingia perdió el 15 % de su población. Los propagandistas del capitalismo no cesaron de denunciar los regímenes de Europa del Este que, para retener a su población erigían muros, pero apenas les gusta hoy recordar que la población continuó huyendo.
Hoy, veinticinco años más tarde, personas originarias del Este continúan subrayando ciertos aspectos positivos que tenía la vida en RDA. Según sondeos recientes sólo el 50 % de los alemanes del Este consideran que salieron ganando con la reunificación, y citan como ejemplos el derecho de viajar y de expresar su opinión. Pero muchos otros encuentran que no ganaron nada, sino que perdieron, y se sintieron tratados en la Alemania reunificada como ciudadanos de segundo orden. Por término medio, los alemanes del Este ganan un tercio menos que los del Oeste y el paro es casi dos veces más elevado.
Más allá de las cifras, muchos trabajadores recuerdan también las relaciones de solidaridad que les unían, en una sociedad donde el mercado no tenía todos los derechos. Veinticinco años después, en Alemania como en el resto del mundo, quedan muchos muros que tumbar.