Al rey de España, a jefe del gobierno y al presidente valenciano los vecinos de Valencia afectados por la DANA los recibieron al grito de “¡Asesinos!” y tirándoles barro. Y con razón.
El pasado martes 29 de octubre, los habitantes de la región vieron cómo sus vidas daban un vuelco a causa de unas lluvias torrenciales y mortales. El domingo, la inmensa mayoría de los afectados tenían que arreglárselas y sólo contaban con la solidaridad de los voluntarios que vinieron a ayudarlos. Por eso increparon a quienes se proclaman unos dirigentes. ¡Hicieron bien!
Esa tragedia no es ‘mala suerte’. Los muertos podrían haber sido mucho menos si se hubiera dado la alerta roja preventivamente. Mientras que la Agencia Estatal de Meteorología avisó del peligro desde las 8 de la mañana, las autoridades locales sólo avisaron a la gente sobre las 20 horas, o sea cuando las calles ya estaban convertidas en barrancos.
¿Por qué? Pues porque, de haberse decretado la alerta roja, los establecimientos públicos y las empresas habrían cerrado y los empleados habrían sido enviados a casa. En otras palabras, habría sido un día perdido para el comercio y los negocios.
Hace un año, la presidenta madrileña fue muy criticada por lanzar una alerta de nivel rojo por unas precipitaciones que al final no afectaron la capital. La patronal le reprochó su excesiva prudencia. Ahora bien, el martes pasado, los trabajadores siguieron trabajando, y decenas perdieron la vida, ¡ahogados mientras intentaban volver a su casa!
El mismo afán de ganancias produce la misma ceguera acerca del calentamiento global, que es la principal fuente del problema. Los climatólogos llevan treinta años advirtiendo del caos climático que produce el calentamiento del planeta, treinta años durante los cuales los jefes de Estado, cuales mercaderes, han venido negociando sus compromisos de reducción de los gases de efecto invernadero. Desde treinta años pisotean sus propias promesas.
Hoy día, el caos climático está aquí, acaba de golpear la Comunidad Valenciana; hace poco veíamos en Francia como arrasaba en Ardèche y en Pas-de-Calais. Lo peor está por venir, porque los dirigentes actuales de la sociedad, es decir, la burguesía que domina toda la economía, es incapaz de hacer lo necesario para frenar el calentamiento global.
Los capitalistas consideran cualquier norma ecológica un freno para la rentabilidad y competitividad, una desventaja insoportable en la competencia global… y consiguen sus objetivos. A estas alturas, los conglomerados agroindustriales siguen deforestando, mientras Total, Shell y compañía van a buscar petróleo en aguas liberadas del hielo en los polos. ¡Para que luego nos digan que todo es culpa de nosotros por nuestro modo de consumir o de movernos!
Los servidores del capitalismo y sus dueños nos llevan al precipicio porque su sistema sólo tiene un objetivo: acumular capital mediante la explotación desenfrenada de los hombres y la naturaleza. Todo lo demás viene después: la vida de los humanos, el futuro del planeta…
Las leyes de la ganancia, del mercado y la competencia determinan qué se produce, dónde y cómo. Los productos de lujo valen tanto como la producción de alimentos, las ventas de armas tanto como los medicamentos. Hay mercancías parecidas que se cruzan en las carreteras, recorriendo miles de kilómetros. Se trata de un despilfarro increíble de energía, recursos y trabajo humano.
En vez de esa locura, habría que planificar y racionalizar la producción y el intercambio según las necesidades de la humanidad. No es ninguna utopía pues los medios existen al nivel global.
Las herramientas existentes para la producción y la planificación global los detentan por ahora los accionistas de las multinacionales tipo TotalEnergies, BNP Paribas, Volkswagen, Nestlé, Arcelor, Amazon, Google, CMA CGM el gigante del transporte marítimo, las compañías de satélites… Esas herramientas puestas entre las manos de los trabajadores, gestionadas democrática y colectivamente, serían recursos formidables para resolver los problemas que se plantean ante toda la humanidad, o sea tanto la crisis climática como el subdesarrollo y la monstruosa desigualdad.
La perspectiva de una organización comunista de la sociedad es la única esperanza para poner los recursos existentes al servicio de la humanidad y la preservación del planeta.
El capitalismo no es ninguna fatalidad, ni tampoco un fenómeno natural. Ha sido construido y defendido por una clase social, la gran burguesía, que es quien se beneficia de todo ello. La clase trabajadora tiene todos los motivos de querer tumbarlo. Por muy lejana que nos parezca la revolución comunista, no deja de ser urgencia absoluta.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 4 de noviembre de 2024