Las elecciones presidenciales de Venezuela, el 28 de julio, han llenado de titulares los medios acusando a Nicolás Maduro de realizar un fraude masivo. Era una crónica anunciada. Que los dos candidatos iban a proclamarse presidentes electos, lo esperado. Según los escrutinios del gobierno, Maduro habría obtenido el 51% de los votos contra un 44% de Edmundo González Urrutia. No podemos saber con certeza si ha habido o no fraude electoral y Maduro no ha publicado las actas, -tal como pide la oposición derechista y parte de de la comunidad internacional-.
El pasado 29 de julio el Consejo Nacional Electoral (CNE) a través de su presidente anunció la victoria de Maduro. La derecha redobló las acusaciones de fraude electoral presentando las actas electorales pero sin ninguna garantía. Maduro entonces, siguiendo la legalidad venezolana, interpuso un recurso al Tribunal Supremo para que verificara las actas electorales. El 22 de agosto este tribunal ratificó la victoria de Maduro. Casi desde el principio EEUU y la UE habían apoyado a la oposición derechista en sus denuncias de fraude y habían declarado ya la victoria de la oposición derechista de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado.
Estaba claro que la estrategia de la derecha apoyada por el imperialismo de EEUU estaba organizada primero creando un clima electoral de triunfo basado en encuestas electorales y después con la publicación de actas sin verificar para expresar la victoria de la derecha y acusar de fraude a Maduro y de dictadura al régimen.
Toda la parafernalia mundial de propaganda de los medios de comunicación, desde el New York Times, hasta El País o Le Monde, giraron en torno al fraude y apoyando a la derecha. Independientemente del carácter político de Nicolás Maduro y su régimen nacionalista bolivariano, para nada “socialista” ni obrero, todo indica que las maniobras de la derecha venezolana con el apoyo de EEUU, la UE y el resto de potencias imperialistas van en interés de recuperar el dominio del país con inmensas reservas de petróleo, oro y materias primas.
De Hugo Chávez a Nicolás Maduro con el imperialismo atacando
El gobierno actual de N. Maduro, heredero de Hugo Chávez está en crisis y su “socialismo del siglo XXI” en bancarrota. Maduro no es Chávez, ni su peso en la sociedad es el mismo. Sobre todo porque no ha podido dar soluciones a la creciente miseria de la población, cosa que Hugo Chávez tras su elección en 1998 mitigó en parte debido a los numerosos programas sociales que pudo poner en marcha. Para Chávez las rentas del petróleo debían beneficiar no solo a las grandes compañías americanas e inglesas, ni a las clases pudientes venezolanas, sino también a las clases populares del país. Por supuesto repartir una pequeña parte de la riqueza del país entre los más pobres no hace de Venezuela un país socialista ni es fruto de ninguna revolución socialista. De hecho, la desentendencia de las empresas privadas extranjeras aumentó bajo el mandato de Chávez; ni este ni Maduro han atacado nunca a la burguesía venezolana, ni por supuesto podemos hablar de “socialismo”.
Sin embargo, las ayudas sociales que desarrollaron, sumadas a la resistencia -aunque en parte fuese fachada- contra el imperialismo norteamericano, hicieron de Chávez un líder apoyado por gran parte de la población e incluso por partidos de izquierdas. Es de recordar aquél discurso ante Naciones Unidas en 2006 dónde ante el mundo entero espetó: “Ayer el diablo estuvo aquí. Huele a azufre todavía” en clara referencia a George Bush al cual antes había llamado tirano y genocida. En numerosas ocasiones Hugo Chávez salió airoso de los ataques del imperialismo norteamericano, resistiendo incluso a dos golpes de estado. Para poder soportar los ataques de EEUU se alineó con Cuba, estableciendo un programa de intercambio de petróleo por médicos; también buscó como aliados a Rusia, China, Irán… todos aquellos que eran inaceptables para la Casa Blanca.
Maduro lleva 11 años de presidente; la situación en Venezuela ha ido degradándose año tras año. Millones de venezolanos -7,7 según ACNUR- han abandonado su país. Maduro en estos años ha tomado demasiadas medidas de austeridad, devaluó la moneda, congeló salarios en las empresas públicas, cuestionó los convenios colectivos e incluso restringió el derecho a la huelga; para acallar protestas se apoyó en la burocracia sindical y en el ejército. Maduro controla todos los resortes estatales y su régimen, evidentemente, carece de la debida transparencia. Sin duda, también se ha desarrollado la corrupción, que ya existía, impulsada por el desarrollo del mercado negro; es bastante creíble que muchos dirigentes bolivarianos se han hecho millonarios.
Es cierto que en Venezuela hay escasez, enfermedades, hambre y descontento, – como en toda América latina-, pero esto no se puede atribuir tan solo a la mala gestión de Maduro ni a las corruptelas. Desde marzo de 2015, el presidente Obama declaró a Venezuela una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguri-dad nacional y la política exterior de Estados Unidos”. A partir de ahí se le han bloqueado cuentas bancarias y grandes empresas han dejado de comerciar con Venezuela. Se produjo un embargo de las exportaciones del crudo venezolano y se prohibió venderle recursos esenciales, lo que privó de miles de millones de dólares a ese país y produjo escasez de combustible en su propio interior, crisis de suministro eléctrico y carencia de materiales básicos para la alimentación y el sistema sanitario. Estados Unidos impidió, además, que Venezuela utilizara sus reservas de oro para pagar alimentos, combustible, medicinas y otras importaciones. Para provocar el colapso de su economía, el presidente Trump declaró en 2017 que “todas las opciones están sobre la mesa”, y Estados Unidos y otros países, entre ellos España, han impedido que Venezuela tenga acceso a dólares para poder comerciar con el exterior y han bloqueado activos de su propiedad por valor de miles de millones de dólares.
La relatora especial de Naciones Unidas Alena Douhan informó en febrero de 2021 que “las sanciones económicas y el bloqueo han agravado las calamidades de los venezolanos”; según ella, unos 2,5 millones de venezolanos sufrían de inseguridad alimentaria y 300.000 estaban en peligro de muerte por haber caído las importaciones en un 73%, debido a las sanciones y a pesar de que Venezuela tenía recursos para pagarlas. Según esta relatora, las sanciones provocaron que sólo pudiera funcionar el 20% del equipo hospitalario del país. Incluso se bloqueó el pago de vacunas contra el Covid para que el gobierno de Maduro no pudiera contar con ellas.
¿Hay salida para Venezuela?
En un mundo dominado por un puñado de capitalistas y sus Estados imperialistas, que intervienen para mantener su poder y dinero, no hay salida desde el nacionalismo y la independencia de los países si no acabamos con el capitalismo. Es la fuerza de la clase trabajadora internacional, incluida la de EEUU, la que podrá desbancar al capital e instituir el poder de los y las trabajadoras.
Por todo ello, hay que saber que la extraordinaria atención que se le presta desde hace años a Venezuela, los numerosos titulares que acapara en los medios de comunicación –conocemos más de la última elección venezolana que de las de países vecinos- no son debidas a que Chávez o ahora Maduro fuesen socialistas, malos gobernantes o dictadores. No nos dejemos engañar: ¡EEUU y la UE apoyan a dictadores y genocidas muchos más crueles, brutales y corruptos que los de Venezuela!
Venezuela importa a los países imperialistas porque importa su petróleo, su oro, ambas reservas, ¡de las mayores del planeta! La derecha apoyada por el imperialismo no va a solucionar los problemas del pueblo trabajador, la miseria y la pobreza en un país rico de materias primas. Muy al contrario como en otras partes de América -y Argentina es un último ejemplo-, las multinacionales y los capitalistas van detrás de sus riquezas para explotarlas y de su mano de obra. Su interés no obedece más que al lucro de una burguesía con ansia de rapiña. Pero esto no es óbice para denunciar al régimen de Maduro que apoyado en el aparato de Estado solo busca su lugar en el mundo capitalista. Éste solo podrá traer decepción a la clase trabajadora y a los pobres de Venezuela. El futuro de América y del mundo no estará en falsos “socialismos del siglo XXI”, sino en la lucha del mundo del trabajo internacional por conseguir acabar con el capitalismo y por el socialismo o comunismo revolucionario y éste nunca se podrá realizar en un solo país.