Uno de los últimos textos de Trotsky, poco antes de que lo asesinara un agente de Stalin, fue escrito en mayo de 1940, cuando ya había empezado la Segunda Guerra Mundial. Se trata del Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial.
Echado de la Unión Soviética, aislado, Trotsky se dirige directamente a los trabajadores con las siguientes palabras: “La guerra presente – la segunda guerra imperialista – no es un accidente ni resulta de la voluntad de tal o cual dictador. Se venía anunciando desde hace mucho. Su origen procede inexorablemente de las contradicciones de intereses capitalistas internacionales. Al contrario de los cuentos chinos oficiales con los que se pretende drogar al pueblo, la causa principal de la guerra, al igual que de los demás males sociales – el desempleo, la carestía de la vida, el fascismo, la opresión colonial – es la propiedad privada de los medios de producción y el Estado burgués que se basa en esos fundamentos.”
Mientras el sistema capitalista y su fase senil, el imperialismo, no se destruyan, el estado de paz sólo es un periodo intermediario entre dos guerras mundiales.
La corriente comunista revolucionaria, por muy débil que haya sido a lo largo de las últimas décadas, siempre ha denunciado la ilusión de que el capitalismo pueda llevarnos a la paz universal.
Incluso los periodos llamados de paz no han tenido otro significado que la ausencia de una guerra global, que implique directa o indirectamente al planeta entero. En realidad, no han cesado las guerras en varios puntos del mundo. Ya sean guerras de los imperialistas por mantener a los pueblos en la esclavitud colonial o el pillaje económico; guerras regionales con la mano directa o indirecta de las potencias imperialistas; o guerras locales, nacionales o étnicas, armadas o animadas por las grandes potencias, en tiempos de la guerra fría entre dos bloques, etc.
Hace un siglo, pareció que la revolución proletaria victoriosa en Rusia podría parar lo que, bajo el dominio imperialista, se asemejaba a una fatalidad. La revolución se presentaba como el primer paso en el camino hacia la transformación de la organización social humana mediante el derrocamiento del capitalismo, es decir acabando con “la propiedad privada de los medios de producción y el Estado burgués que se basa en esos fundamentos”. Aquella primera gran batalla entre la burguesía y el proletariado por la dirección de la sociedad no desencadenó la guerra de clases generalizada, al nivel internacional que es donde la clase obrera puede vencer.
El primer Estado obrero sólo fue el instrumento de la revolución proletaria mundial durante los primeros años de su existencia, luego se quedó aislado y dio la luz a la burocracia. Durante sus primeros años revolucionarios, el Estado obrero incipiente aún dio una idea de cómo podía transformarse la sociedad en los campos económico y social. Puso los primeros jalones de una economía en donde los grandes medios de producción ya no estaban en manos privadas; en donde el proletariado en el poder reorganizaba la producción sin obedecer al mercado ciego, la competencia por el beneficio privado, sino conscientemente, con el objetivo de satisfacer las necesidades mediante la planificación. El proletariado mundial puede enorgullecerse de aquel primer intento, de lo que realizó al arrancar el poder de las manos de la burguesía y demostrar la validez de su perspectiva socialista, no sólo en teoría sino en la sexta parte del planeta.
El ímpetu de la revolución por la emancipación social de las clases oprimidas fue el que unió los múltiples componentes de la “prisión de los pueblos”, como se denominada a la Rusia zarista, en un mismo crisol. Fue el que creó las condiciones de la formación de la Unión Soviética como forma concreta de la unión de pueblos iguales; y fue ese mismo ímpetu el que dio el impulso necesario para los formidables cambios en la economía de la Unión Soviética, que le permitieron no sólo sobrevivir, sino también industrializarse a un ritmo elevado, mientras los países imperialistas mucho más desarrollados se hundían en la crisis del 29.
La burocracia nació del reflujo. Se convirtió en un factor de aceleración del retroceso de la acción revolucionaria de las masas, cada vez más determinante, y siendo ella cada vez más consciente de sus intereses particulares opuestos a los del proletariado.
El reflujo contrarrevolucionario convirtió el poder de los soviets en una dictadura infame contra el proletariado y se llevó la libertad de los pueblos de la Unión Soviética, al mismo tiempo que todo el resto. Putin resumió las cosas muy claramente al reivindicarse de la política de Stalin oponiéndola a la de Lenin, mientras lanzaba la invasión de Ucrania.
Con el estalinismo, expresión política de la degeneración del Estado obrero, la burocracia ahogó cualquier ánimo revolucionario, no sólo en la Unión Soviética, sino en todas partes donde ella usurpaba el prestigio revolucionario de octubre. La burocracia soviética rápidamente se convirtió en uno de los guardianes del orden imperialista global, mientras buscaba mantener sus intereses de casta.
La degeneración no fue una fatalidad, sino una fase de lucha de clase intensa. Con el retroceso del proletariado internacional como tela de fondo, se opusieron lo mejor que conservaba la revolución proletaria en la Unión Soviética y la burocracia emergente.
Fue una lucha a muerte, en el sentido concreto. La burocracia estalinista, a lo largo de su toma de control de lo que había sido el Partido Bolchevique, decidió cada vez más conscientemente de aniquilar físicamente todos aquellos que se reivindicaran de la continuidad revolucionaria de octubre de 1917.
La Oposición de Izquierda, que se reunió en torno a Trotsky, fue un verdadero partido comunista revolucionario: por su rica experiencia política colectiva e incluso la individual de sus militantes, acumuladas ambas en la revolución y la guerra civil ganada, luego durante el enorme esfuerzo por construir una organización social nueva.
Se van abriendo los archivos de la burocracia estalinista, evidenciando cada vez más el hecho de que la Oposición de Izquierda no se ceñía a la persona de Trotsky con unos centenares de militantes, jefes cualificados, que resistieron más o menos tiempo a la cárcel, los juicios, los campos de concentración antes de ser asesinados en su mayor parte. Fueron los directivos de un verdadero partido, que tenía los recursos y la competencia como para regenerar el movimiento obrero internacional, al retomar el hilo de la revolución.
Ese partido, el único en merecer el nombre de partido en la historia del trotskismo, fue aniquilado por la burocracia triunfante, que de esa manera rompió la continuidad política y humana con la revolución de octubre de 1917. Entre todos los crímenes de Stalin para con el movimiento obrero revolucionario, éste fue el peor que los resume todos, y hace que se pueda comparar a Stalin con Hitler.
Bajo la dirección de una serie de jefes políticos después de la muerte de Stalin, la burocracia nunca dejó de ser un elemento conservador ayudante del orden capitalista mundial. Comenzó al traicionar las revoluciones que pretendía dirigir o apoyar (China en 1927, España en 1936-38), además de la traición a todas las movilizaciones obreras con la política de los frentes populares. Prosiguió ahogando cualquier posibilidad de que la clase obrera de Europa se levantara y sacudiera el orden mundial al acabar la Segunda Guerra Mundial, como lo había hecho en 1917-1919. Luego aplastó militarmente las movilizaciones obreras de 1953 hasta 1956 en lo que era entonces su zona de influencia, en Berlín, Poznan, Budapest.
La burocracia, tras contribuir durante décadas a defender el orden imperialista mundial sin dejar de ser un cuerpo extraño para la burguesía mundial, incluso quitándole al imperialismo su control sobre algunos países del este europeo convertidos en supuestas Democracias Populares, anunció bajo Gorbachov y sobre todo Yeltsin su deseo de integrar las filas de la gran burguesía mundial con su mercado capitalista.
La era de Yeltsin vio el derrumbe catastrófico de la economía rusa, la fragmentación de la Unión Soviética en Estados más o menos hostiles los unos para con los otros; quedó claro que las grandes potencias imperialistas no querían dejar que se formara un rival demasiado potente. Les bastaba con una Rusia cómplice – al igual que en tiempos de Stalin – pero subordinada y despreciada.
Aceptaban a Rusia como algo parecido a Brasil, a la India, o incluso al Congo de Mobutu, pero con más fuerza por su inmenso territorio, su numerosa población, sus recursos naturales variados y, sobre todo, una serie de elementos económicos heredados de la revolución proletaria.
La llegada de Putin al poder fue la reacción de la burocracia del Estado ruso frente al peligro de descomposición bajo Yeltsin. Las potencias imperialistas, cuyos objetivos fundamentales eran bien entendidos y facilitados por la actitud sumisa de Yeltsin, no dejaron de ejercer su presión sobre Rusia. La voluntad de restablecer “la vertical del poder”, expresada por Putin, gozó de un amplio consenso en la capa dirigente, aunque una serie de oligarcas que se habían beneficiado de la desmembración del poder bajo Yeltsin tuvieron que pagar por ello.
La crisis de la economía mundial, la guerra Rusia-Ucrania, las sanciones occidentales, además de afectar a los pueblos de la ex URSS, impactan la correlación de fuerzas en el seno del poder ruso.
“Moscú. El partido de la guerra confisca todo el poder” era el título principal del diario Le Figaro (de derechas) el pasado 12 de agosto. El artículo trata del refuerzo del poder de aquella capa burocrática cuya potencia se basa en la posesión de las “fuerzas de resorte estatal”, el núcleo del aparato del Estado que se opone a la alta burocracia económica, siendo esta última la que llaman oligarquía. Los “siloviki” es el nombre que dan los rusos a los miembros del núcleo del Estado, los hombres de los órganos represivos como el ejército, la policía, la inteligencia y especialmente el FSB (ex KGB), de donde sale Putin.
Se trata de dos capas burocráticas con mucha interconexión en sus personas e intereses más materiales. Los oligarcas surgieron como una entidad más o menos distinta, que se apropió de las empresas y la dirección de las funciones económicas, bajo la protección de los burócratas del aparato represivo. Dependen de lo alto del Estado y hasta de la arbitrariedad del jefe político de la burocracia, es decir Putin. Pero, al mismo tiempo, el poder estatal depende de quienes le permite al conjunto de la burocracia quedarse con parte de la plusvalía sacada de la explotación. Un reparto de las funciones, que en concreto son múltiples vínculos colectivos e individuales.
Es verdad, los oligarcas con su fortuna, sus yates y sus aviones privados, sus ambiciones y su modo de vida de nuevos ricos, se integran en la parte alta de la clase capitalista. Sin embargo, siguen dependiendo de la burocracia estatal rusa, lo cual los separa de la gran burguesía, bien establecida en las potencias imperialistas. Y así es cómo sigue vigente hoy en día la contradicción fundamental que otrora definía la URSS burocrática, entre el eco de su origen revolucionario y lo opuesto, surgido de su degeneración. El impulso revolucionario y proletario fue necesario para eliminar el zarismo, la aristocracia terrateniente y la burguesía; pero, una vez apagado el fuego revolucionario, la situación se estabilizó durante décadas en el puño de hierro de un monstruo burocrático sin precedente. Los trust tipo Gazprom y Rosatom son un lejano recuerdo de esa historia, y le dan a la burocracia, es decir al poder conjunto de oligarcas y el Estado, los recursos suficientes como para afrontar a los imperialistas.
La guerra en Ucrania vuelve a barajar la situación de los oligarcas rusos, entre su dependencia para con Putin y sus vínculos con la gran burguesía imperialista, lo cual hace más inestable la correlación de fuerzas en el seno del poder en Rusia.
Tomar posición sobre la guerra de Ucrania obviando la influencia del imperialismo sobre el mundo equivale a sumarse al bando imperialista. Tratándose de tendencias políticas que abanderan el marxismo, es un abandono.
Las justificaciones de quienes abierta o hipócritamente se suman al bando imperialista se parecen mucho a las de sus antecesores en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, antes o durante esta guerra.
¿La defensa de la democracia?
Putin es un dictador entre los peores, es decir de la especie de Stalin, lo que reivindica para rechazar a Lenin. Pero el argumento es miserable, si nos acordamos de cuántas dictaduras creadas, protegidas, armadas por el imperialismo de la gran “democracia” estadounidense en todas partes.
¿El derecho de autodeterminación de la nación ucraniana?
Cuando la monarquía austríaca de los Habsburgo agredió a Serbia, acto que desencadenó la Primera Guerra Mundial, se podía experimentar un sentimiento de solidaridad hacia una pequeña nación pobre, cuya supervivencia se ponía en tela de juicio. Sin embargo, el derecho de existencia nacional de Serbia pasó al segundo plano a los ojos de los revolucionarios de entonces, porque se integraba en el marco de un enfrentamiento entre bandos imperialistas.
Putin, ¿responsable de una política imperialista?
Es verdad, si se usa el término en su sentido general, desde la política de Roma en la antigüedad, durante siglos. Pero quienes insisten en repetir la palabra en realidad quieren ocultar que el imperialismo de nuestra época es ante todo una determinada fase del capitalismo, y que no se puede poner fin a su política guerrera sin cortar sus raíces capitalistas.
¿Fue Putin el que ha desencadenado la guerra?
Argumento miserable, parecido al que se usaría mencionando el golpe de matamoscas del Bey de Argelia para justificar la conquista de Argelia por parte de Francia en 1830.
Para los comunistas revolucionarios, la única actitud posible debe proceder de la idea expresada en tiempos del primer conflicto global por Karl Liebknecht: “El enemigo está en nuestro propio país”.
En el caso de militantes comunistas en Rusia, supone oponerse a la guerra de invasión de Putin, y derrocar su régimen depredador que actúa por cuenta de la burocracia y los oligarcas multimillonarios.
Fraternización; dirigirse a los proletarios de Ucrania en nombre sus intereses idénticos a los de los proletarios de Rusia, reivindicándose de la política de los bolcheviques que supuso respetar el derecho de Ucrania a separarse, si así lo desean los trabajadores.
Una política idéntica para los militantes ucranianos: rechazo a la unión nacional y militar por que se eche abajo el régimen basado en clanes burocráticos y oligarcas, de la misma clase que los que mandan a los proletarios rusos a morir bajo el uniforme.
Francia no interviene directamente en Ucrania – aún no. Si bien se ha negado abiertamente a formar parte de los beligerantes, Francia facilita armas al Estado ucraniano para hacer la guerra, al igual que le facilita cada día más formación dirigida a los jefes militares. Al ampliar el campo de su semi-beligerancia hipócrita, el imperialismo francés se compromete cada vez más en la guerra. Ya lo haga acatando las órdenes del imperialismo estadounidense o en defensa del interés de sus propios grupos capitalistas no tiene tanta importancia. Las empresas francesas que se fueron de Rusia se las arreglaron para mantener posibilidades de regresar.
La clase obrera de Francia ya se enfrenta a las mismas decisiones que sus hermanas de Rusia y Ucrania. ¡No es nuestra guerra! ¡Ninguna complicidad con nuestra burguesía y su Estado!
Luchar contra la guerra, no como pacifistas, sino en nombre de la independencia política de la clase trabajadora.
Aun no estando directamente implicados en la guerra, nuestra burguesía, sus políticos y órganos de (des)información preparan moralmente, humanamente, a la población para la guerra, al instaurar un ambiente antirruso.
No les resulta tan fácil con aquella parte de la población procedente de la inmigración magrebí o africana, cuyos reflejos antiestadounidenses a veces llegan hasta justificar a Putin. Sin embargo, reacciones de esta clase disimulan cierto conservadurismo para con los gobiernos de sus países de origen. El respaldo de determinados gobiernos a Putin no les hace mejores. Tenemos que hablarles de los intereses de clase de los trabajadores.
Nadie puede prever ahora cuánto tiempo durará la actual guerra en Ucrania, ni cómo y cuándo desembocará en una guerra general.
No obstante, toca denunciar cualquier forma de colaboración y unidad nacional con la burguesía, sus políticos, el estado mayor, aunque sólo sea como defensores de Ucrania y su soberanía.
Apenas es necesario mencionar la lamentable Declaración del Buró Ejecutivo de la Cuarta Internacional sobre la invasión de Ucrania publicada desde el inicio de la guerra, el 1º de marzo de 2022. El fondo de aquella declaración viene resumido en la siguiente frase. “Frente a la guerra en Ucrania, es una responsabilidad de tod@s l@s militantes del movimiento obrero y de los movimientos sociales, de quienes se han movilizado contra la guerra, la de apoyar la resistencia de la nación ucraniana oprimida. Para parar esta guerra hay que sancionar el régimen de Putin y ayudar a que Ucrania se oponga a la agresión.” Y lo clava esta otra frase: “Solidaridad y respaldo a la resistencia armada y no armada del pueblo ucraniano. Entrega de armas a petición del pueblo ucraniano para luchar contra la invasión rusa de su territorio. Se trata de una solidaridad básica con las víctimas de la agresión de un adversario mucho más potente.”
Es de citar también este fragmento de análisis de unos autores que se dicen marxistas: “¡El imperialismo estadounidense sólo aprovecha la huida hacia adelante del nuevo zar del Kremlin!”
¿Hacen falta comentarios? Sólo decir que existe una continuidad política – opuesta a las ideas trotskistas – entre esa gente y sus ancestros que, tras la invasión de Francia por parte de Hitler, hacían llamamientos a la unión con los burgueses “que piensan francés” y por la creación de “comités de vigilancia nacional”.
A modo de conclusión, recordemos las siguientes palabras de Trotsky en el Manifiesto antes citado: “Al mismo tiempo, no nos olvidamos ni por un momento de que esta guerra no es nuestra guerra. […] Independientemente del curso de la guerra, cumplimos nuestro objetivo básico: explicamos a los obreros que sus intereses son irreconciliables con los del capitalismo sediento de sangre; movilizamos a los trabajadores contra el imperialismo; propagandizamos la unidad de los obreros de todos los países beligerantes y neutrales; llamamos a la fraternización entre obreros y soldados dentro de cada país y entre los soldados que están en lados opuestos de las trincheras en el campo de batalla; movilizamos a las mujeres y los jóvenes contra la guerra; preparamos constante, persistente e incansablemente la revolución en las fábricas, los molinos, las aldeas, los cuarteles, el frente y la flota.”
17 de octubre de 2022