Se están produciendo en EEUU una serie de huelgas que pudieran ser la continuación de la lucha que muchos trabajadores iniciaron antes de la pandemia. En Washington, miles de trabajadores están en huelga por mayores salarios y mejores condiciones en un mercado laboral que los aprieta cada vez más.
En los últimos días, 10.000 trabajadores de John Deere se declararon en huelga, mientras que los sindicatos -que representan a 31.000 empleados del grupo de atención médica Kaiser Permanente- acordaron hacer lo mismo en California y Oregón. A ellos se suman a 1.400 trabajadores de la compañía de cereales Kellogg’s y los más de 2.000 del Mercy Hospital de Buffalo, Nueva York. Suma y sigue: 1000 mineros de carbón de Alabama, 700 enfermeras en Massachusetts, 400 fabricantes de whisky en Kentucky, 200 conductores de autobús en Nevada, también se plantaron…
Según los medios que se consulten, se puede hablar de al menos 176 huelgas en el país, hasta el momento, lo que representa aproximadamente 4,3 millones de trabajadores que están luchando por mejorar sus vidas.
Hay una problemática común para todas estas huelgas: no se contrata a suficiente personal y, por consiguiente, imponen un ritmo de trabajo frenético. Y ello no proviene de tal o cual jefe déspota sino viene de la forma irracional en que está organizada la sociedad capitalista: todas las empresas compiten para obtener el mayor beneficio posible, y este se obtiene exprimiendo la mayor cantidad de trabajo posible del menor número de trabajadores posible, pagando lo menos posible. ¡Cómo aquí!
Durante la pandemia, muchos trabajadores se dieron cuenta de que son “esenciales”. Es cierto. Todos nosotros. Somos esenciales, y nuestro número nos convierte en la mayor fuerza de la sociedad. Pero tenemos que utilizar esos números, reunirlos, movilizarnos juntos para una lucha común para resolver nuestros problemas comunes. ¡Qué cierta es la frase: trabajadores del mundo, uníos!