La técnica de venta para atraer al cliente es conocida entre los comerciantes: hay que cambiar de vez en cuando el escaparate para dar la sensación del cambio. El nuevo gobierno es la versión política de esa técnica.
¡En los medios, les funciona! Los cronistas políticos casi nos quieren colar al nuevo jefe del gobierno, Gabriel Attal, como un hombre nuevo en política, mientras que lleva desde 2017 en los gobiernos. Durante días han comentado las patadas que se dan unos a otros y se han extasiado sobre la carrera brillante de tal o cual. Por supuesto, les ha encantado la llegada a lo “guest star” de Rachida Dati, fiel seguidora de Sarkozy, al ministerio de Cultura.
Políticos y periodistas felpudos: cada uno desempeña su papel en esa comedia, que ya a nadie le da risa. En el papel de la burguesía: la nueva ministra de Educación, quien matricula a sus hijos en la privada de los ricos y critica la pública... que sus amiguetes llevan años saqueando.
Ya procedan de la izquierda o de la derecha, o de la extrema derecha, no cambia nada: todos se parecen, todos defienden el sistema capitalista en el que la burguesía se construye su pequeño paraíso terrenal en medio del infierno de los trabajadores.
En su discurso de la transmisión de poderes, Borne (ya ex primera ministra) dijo que se iba con el sentimiento de haber cumplido con su deber. Pues sí, los políticos sienten que cumplen con su deber cuando imponen la jubilación a los 64 años, cuando arremeten contra los derechos de los desempleados y amargan la vida de los trabajadores inmigrados, con papeles o sin ellos, al reducir sus derechos al subsidio familiar y a la vivienda, o sea: cuando golpean a los trabajadores.
Cuando una elección los obliga a hacer alguna que otra promesa a los trabajadores, las olvidan en el momento en el que llegan al poder. ¿Acaso no vienen repitiendo todos que “el trabajo debe rentar”? Para garantizar el poder adquisitivo de los asalariados, sería preciso imponer la indexación de los salarios sobre el coste de la vida, y de eso, ¡ni hablar!
Los precios de la alimentación se han disparado un 20% en dos años, y la luz, un 40% en un solo año. Millones de hogares no pueden calentarse normalmente. Miles de trabajadores son despedidos o van a serlo en Casino, Minelli, Naf Naif, Habitat, Lejaby. Al menos tres personas han muerto por el frío en los últimos días, porque no encontraron un techo. ¡Y se atreven a hablarnos del deber cumplido!
Si Borne y sus colegas sienten que han hecho su trabajo, es porque en verdad han servido bien a la gran burguesía. Los negocios de ésta prosperan como nunca. Este año se han repartido 100.000 millones a los accionistas. Un récord para el CAC40 (índice bursátil francés).
Mientras la burguesía controle la economía desde lo alto de sus miles de millones y posea las grandes empresas, bien pueden los histriones politiqueros llevar la camiseta de la izquierda, la derecha o la extrema derecha; nosotros los trabajadores seremos los sacrificados, los explotados.
Nuestras condiciones de vida y trabajo serán cuestionadas. Nos someterán a la competencia que nos opone los unos a los otros entre trabajadores y entre pueblos. Nos envenenarán la consciencia con el individualismo, el racismo y la xenofobia que producen esas oposiciones. E iremos de crisis en crisis, de guerra en guerra, y se nos exigirá que perdamos la vida por mantener el orden injusto, bárbaro y estúpido.
Muchos nos damos cuenta de que la sociedad va a directo al abismo; sin embargo, muchos se sienten impotentes frente a la multiplicación de los ataques y los horrores. Y lo seremos de verdad si cada uno permanece aislado, creyendo imposible cuestionar a los actuales dirigentes.
La historia demuestra lo contrario: los trabajadores somos una fuerza cuando decidimos actuar por nuestros intereses, porque hacemos funcionar toda la sociedad.
La gran patronal y sus políticos nos desprecian continuamente para que no tomemos consciencia de esa fuerza colectiva. Pero sin los trabajadores la gran burguesía no podría hacer nada, ni se sabe con certeza si sería capaz de hacerse la comida. Al contrario, sin la burguesía y sus políticos, los trabajadores nos arreglaríamos muy bien solos y podríamos liberar la sociedad de los males del capitalismo eliminando la propiedad privada de las grandes empresas y el mercado.
Es posible divisar otro futuro. Lo que hace falta es un partido revolucionario que agrupe a los trabajadores conscientes de que pueden y deben tomar entre sus manos las riendas de la sociedad.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 15 de enero de 2024