Los magnates de la industria y la plebe nazi

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febrero 2006

Todos los hombres de negocios alemanes obviamente no se convirtieron en apasionados de los nazis al mismo tiempo. A los ojos de algunos, estos plebeyos apenas eran presentables. Tal fue, inicialmente, el caso de Gustav Krupp (nacido von Bohlen und Halbach, que añadió el nombre de Krupp a su propio patronímico después de casarse con la heredera del rey de los cañones, con la autorización especial de Guillermo II). Además más allá de estos prejuicios de casta, la demagogia de los nazis podía inspirarles temores.

Efectivamente los pequeños burgueses enfurecidos por la crisis que constituían el grueso de las SA no eran "simples secuaces de la patronal". Asesinaron al movimiento obrero, pero casi lo mismo al gran comercio que se había aprovechado de las desdichas de los tenderos. Para reclutarlos, era necesario acariciarlos. El "nacionalsocialismo", para los que tomaban su nombre y su programa de origen seriamente, se decía adversario de la reacción y el capitalismo. Y en las luchas de influencia a las cuales se dedicaron los dirigentes nazis, algunos se basaban en estas aspiraciones, jugaban con la idea que las SA podían apoderarse del poder por la fuerza para aplicar el "programa nacionalsocialista".

Pero este programa, del que Trotsky decía que era "fruto de la acústica oratoria", porque "de sus improvisaciones del principio no permaneció en la memoria del agitador - Hitler - más que lo que encontraba aprobación", solo estaba destinado a conquistar tropas. Del golpe de 1923, Hitler había sacado la conclusión que debía llegar al poder en el marco de las instituciones. No son obviamente escrúpulos legalistas los que lo animaban, sino la conciencia de que este acceso al poder no podía hacerse sino con el acuerdo de las clases dirigentes.

Esta es la razón por la que a partir del momento en que, a causa de la crisis económica, esta posibilidad de llegar al poder en plazos breves se hizo realidad, Hitler puso todo su empeño para que los discursos de su partido fueran aceptables para la gran patronal. No era cuestión de hablar de nacionalizaciones, de proponer medidas que enfadasen a los grandes latifundistas, de decirse solidario de algunas pretensiones obreras. Por el contrario a los empresarios les explicaba que la aplicación en las empresas del "Führerprinzip", el principio del jefe, que regulaba el partido nazi, les permitiría reinar sin división.

A pesar de todo, como escribía Trotsky, algunos días después del nombramiento de Hitler a la cancillería: " Se sabe que la liga de la gente alta concluyó el trato con estos patanes de fascistas. Detrás de estos advenedizos desenfrenados, hay demasiados puños: ese es el lado peligroso de estos aliados de camisa marrón; pero también su única, segura y principal ventaja. Y esta ventaja es decisiva, ya que estamos en un tiempo en que la defensa de la propiedad no puede garantizarse de otra forma que a golpes de puños".

Elección deliberada de las clases dirigentes ("la liga de la gente de la alta sociedad") para Trotsky, el acceso de los nazis al poder pasa a ser para el redactor de Rojo el resultado de un cúmulo de circunstancias fortuitas: "Son los bloqueos internos a la derecha, debidos a las dificultades económicas y a los desórdenes sociales mantenidos por los propios nazis (batallas de calle contra los comunistas, violencias políticas) los que causaron el nombramiento de Hitler al puesto de canciller..." Pero en realidad hacía ya bastante tiempo que una parte de la derecha se había aliado con los nazis y meses que abogaba por el nombramiento de Hitler a la cancillería.

La adhesión progresiva de la derecha alemana

La alianza de una parte de la derecha con los nazis había comenzado incluso antes de que estallase en octubre de 1929 la gran crisis que iba a conducir al mundo a la Segunda Guerra Mundial. Durante el verano 1929, el "Partido nacional alemán" propuso a Hitler llevar una campaña común contra el plan Young, un plan americano sobre las indemnizaciones de guerra que Alemania debía pagar, para reivindicar su supresión pura y simple. Ahora bien este "Partido nacional alemán" no era un grupúsculo sin importancia. Había obtenido 73 diputados en las elecciones de 1928 y estaba dirigido por Alfred Hugenberg, antiguo director de Krupp, de 1909 a 1918, que era propietario de un verdadero imperio de prensa que controlaba la mitad de los Diarios alemanes. El Hugenbergkonzern proporciona así una formidable tribuna a Hitler.

En octubre de 1931, este mismo "Partido nacional alemán" forma con la asociación de antiguos combatientes los Cascos de Acero (Stahlhelm) y el Partido nacionalsocialista una alianza que prefiguraba la de 1933, el "frente de Harzburg".

Lo que fue determinante en la adhesión del conjunto de la derecha a Hitler, no fueron solo "los resultados electorales del partido nazi (...), su capacidad de ocupar la calle y multiplicar la violencia contra la izquierda, y la situación de callejón sin salida política en la cual se encontraba la derecha", como lo pretende el redactor de Rojo. La historia lo muestra claramente.

Hitler no fue llamado a la cancillería en el punto culminante de la ascensión electoral del partido nazi, sino al contrario después de su primer retroceso desde 1930, puesto que después de haber obtenido más de 13 millones y medio de votos y 230 diputados en las elecciones de julio de 1932, había perdido más dos millones de votos y ya no contaban más que con 196 diputados después de las de noviembre.

La derecha no se encontraba tampoco en una "situación de callejón sin salida política"; sus representantes no tenían deseo de hacerse un hara-kiri político... puesto que le quedaba precisamente la posibilidad de recurrir a Hitler.

Pero más que los cálculos de los parlamentarios, eran las opiniones de los medios financieros las que contaban. Y es significativo a este respecto que algunos días después de estas elecciones de noviembre de 1932, Hjalmar Schacht, que había sido Presidente del Reichs-bank de 1923 a 1930, escribía a Hitler: "Tengo la certeza de que la evolución actual de los acontecimientos no puede desembocar sino en su nombramiento como canciller. Parece que nuestra tentativa de reunir con este fin numerosas firmas en el medio de los negocios no haya sido inútil"

El barón-banquero von Schroeder había enviado efectivamente una carta en este sentido al Presidente Hindenburg. Si se juzga por un ejemplar encontrado después de la guerra, llevaba 38 firmas, no sólo la de Schacht, sino también la de Krupp, que se había convertido en un apasionado de Hitler.

Nombrado canciller, Hitler pidió a Hindenburg disolver el Reichstag para organizar nuevas elecciones. Y para financiar la campaña del partido nazi Hitler y Goering organizaron una reunión donde invitaron a los representantes del gran capital. Hitler no ocultó su voluntad de terminar con el sistema parlamentario. "Estamos en la víspera de las últimas elecciones", dijo. Y Krupp dos días más tarde anotaba en un informe: "Expresé al canciller del Reich Hitler cuánto le agradecimos los aproximadamente veinticinco industriales presentes de que nos expusiera sus ideas tan claramente". Para quién no hubiese comprendido bien a Hitler, Goering puso los puntos sobre las "íes" declarando: "el sacrificio pedido será mucho más fácil de soportar si los industriales se dan cuenta de que las elecciones del 5 de marzo seguramente serán las últimas en diez años y quizá en los cien próximos años". Krupp fue el primero que se llevó la mano a la cartera, dando una subvención de un millón de marcos.

A pesar de todo, los nazis no obtuvieron la mayoría absoluta en estas elecciones del 5 de marzo de 1933. Pero aparte de los 81 cargos electos del Partido comunista alemán, en adelante ilegal e imposibilitado para reunirse, y de los diputados socialdemócratas, el Reichstag votó por unanimidad los plenos poderes a Hitler. Los partidos de la derecha habían elegido esfumarse, antes de autodisolverse en las semanas que siguieron. Era el último servicio que podían prestar a la burguesía alemana.

El nazismo, el gran capitaly la guerra

Lo que desempeñó un papel determinante para recurrir a Hitler, fue el hecho de que los dirigentes de la gran industria estaban cada vez más resueltos, para reactivar la economía alemana, a poner abiertamente en entredicho el Tratado de Versalles. La economía alemana se ahogaba en las fronteras que los aliados le habían impuesto después de la derrota de 1918. Pero para rearmar Alemania e ir a la guerra para la conquista de nuevas fuentes de materias primas, nuevos mercados, nuevas salidas para los capitales, era necesario aplastar en primer lugar a la clase obrera y a sus organizaciones. Y recurrir a Hitler y a sus milicias era indispensable para llegar a este objetivo.

El recurso a estas milicias plebeyas, en las cuales eran muchos los que soñaban con una "segunda revolución", planteaba obviamente algunos problemas a la burguesía alemana y al Estado Mayor, que era su instrumento predilecto. Hitler no pudo, a la muerte Hindenburg, acumular los poderes de este último con los que él mismo había obtenido del Reichstag en marzo de 1933, sino después de haber dado prendas al ejército, liquidando una buena parte de los cuadros de las SA en la "noche de los cuchillos largos" de junio de 1934 y limitando el papel político de éstas. Pero es porque estas SA se habían transformado en auxiliares de policía inmediatamente después de la toma del poder, que las organizaciones trabajadoras pudieron ser desmanteladas.

El papel atribuido al nazismo por el gran capital era para Trotsky una evidencia. En junio de 1933, escribía en "¿Qué es el nacionalsocialismo?" "Para los nazis llegar al poder necesitaban un programa, pero el poder no sirve en absoluto a Hitler para realizar este programa. La tarea le fue fijada por el capital monopolizador. La concentración forzada de todos los recursos y de todos los medios del pueblo siguiendo los intereses del imperialismo, misión histórica real de la dictadura fascista, significan la preparación para la guerra; esta tarea a su vez no sufre ninguna resistencia interior y conduce a la concentración mecánica posterior del poder". Y apuntaba más lejos: "El plazo que nos separa de una nueva catástrofe europea viene determinado por el tiempo necesario para el rearme de Alemania. No se trata de un mes; pero tampoco de decenas de años".

Reconociendo que "el III Reich fue una fuente de beneficios considerables para (algunos) sectores industriales", el redactor de Rojo escribe "la industria, indispensable para los objetivos belicosos del régimen, disponía de márgenes que no la sometían completamente al poder nazi". Pero esto es plantear el problema inversamente. Los "objetivos belicosos del régimen", es decir, el cuestionamiento de la situación resultante del Tratado de Versalles, eran también los de los grandes industriales.

Ello no significa que nunca hubo tiras y aflojas entre la gran patronal alemana y el Estado Mayor por una parte, y los dirigentes hitlerianos por otra parte. Si toda esta buena sociedad estaba de acuerdo sobre el objetivo final, es decir, sobre el cuestionamiento del Tratado de Versalles, los primeros estaban a veces impacientes ante el ritmo en el que Hitler llevaba sus operaciones y la desvergüenza con la que actuaba. Pero Hitler se benefició, de 1935 a 1939, de la pasividad de Francia e Inglaterra, en el momento del restablecimiento del servicio militar (1935), de la remilitarización de la orilla izquierda del Rin (1936), de los acuerdos de Munich (1938), y del desmembramiento de Checoslovaquia (marzo de 1939). Probablemente las llamadas "democracias" no querían arriesgarse a socavar el régimen hitleriano y abrir así la vía a una posible revolución social en Alemania. Y la oposición a Hitler de algunos círculos militares queda puramente platónica... hasta el momento en que las derrotas militares que se acumularon a partir del invierno 1942-43 llevaron a las clases dirigentes alemanas a considerar un compromiso con los aliados occidentales, contra la opinión de Hitler.

Poder político y poder económico

Pero para las clases dirigentes, deshacerse de una dictadura ya establecida no es cosa tan fácil. Ya que obviamente, el peligro para la burguesía estaba en poner en movimiento a las clases populares. La única fuerza con la cual puede eventualmente contar, es el ejército. El golpe sale bien en Italia en 1943, tomando el relevo de Mussolini el mariscal Badoglio. Falló en Alemania con el atentado contra Hitler y la tentativa de una parte del cuerpo de los funcionarios de apoderarse del poder en julio de 1944.

Los últimos meses de la guerra empeoraron las divergencias entre el poder nazi y la gran patronal. Ésta obviamente no podía estar satisfecha con la política de tierra quemada, de destrucción de todas las infraestructuras económicas que corrían el riesgo de encontrarse en zonas ocupadas por los Aliados, ordenada por Hitler. El propio Ministro de Armamento del "führer", -Speer, obviamente muy vinculado a los industriales -, se dedicó a sabotear estas consignas.

Pero estos problemas nacidos en los últimos meses de la guerra no eran, en el sentido literal de la palabra, más que un epifenómeno. En el prólogo de marzo de 1945 en su libro "Fascismo y gran capital" (de los que la primera edición databa de 1936), Daniel Guérin escribía muy justamente con respecto al atentado del 20 de julio de 1944 y de la represión que siguió a su fracaso: "Este último episodio prueba que, gracias al instrumento temible de la represión que se forjó, el fascismo puede mantenerse un momento, incluso cuando es abandonado por el gran capital. El plomo destinado a los trabajadores puede servir también para perforar la piel de algunos burgueses. Pero no mucho tiempo. Ningún régimen político puede gobernar contra la clase que tiene el poder económico. Con todo respeto a algunos ingenuos, las viejas leyes que siempre regularon las relaciones entre las clases están ahí. El fascismo, de un golpe de varita mágica, no las ha suspendido. Entre fascismo y gran capital el vínculo es tan íntimo, que el día en que el gran capital le retira su apoyo es, para el fascismo, el principio del final".

Desgraciadamente, ni Guérin, ni Trotsky, seguramente juzgados demasiado "simplistas", forman parte de las referencias del redactor de Rojo, que prefiere citar "para los que quieren comprender el nazismo", a Ian Ker-shaw. Este universitario, que se dice antifascista, no se coloca en el punto de vista del proletariado. Para dar un ejemplo de su manera de ver las cosas, en la conclusión de su "Qué es el nazismo" al cual Rojo se refiere, con respecto a algunos grupos de rock que se exhiben "revestidos de insignias nazis", o de la venta en la Costa Brava de "camisetas impresas representando Hitler", escribe: "a pesar de lo modesta que pueda ser su contribución, el especialista en nazismo no tiene solamente por tarea sino también como deber luchar contra estos insultos a los valores democráticos y humanistas (...) porque se puede así hacer tomar conciencia de que los valores democráticos y humanistas no se dieron de una vez para siempre a las sociedades industriales modernas, sino que deben defenderse vigorosa y constantemente (...) ".

La desdicha es que entre toda la gente que cantó las alabanzas de Hitler, y no solamente en Alemania, se encontraban numerosos intelectuales que durante mucho tiempo se habían dicho ligados "a los valores democráticos y humanistas" pero que, en el momento en que el problema se planteó en términos de revolución socialista o dictadura fascista, eligieron el campo de los nazis, porque los "valores" del capitalismo contaban más a sus ojos que los de la "democracia" y del humanismo.

Recordar eso, como recordar la responsabilidad del gran capital alemán en la llegada del nazismo, forma también parte, para los que eligieron el campo de la clase obrera, del "deber de memoria".

10 de junio de 2005