En Gaza, una masacre apoyada por el imperialismo

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Textos del mensual Lutte de classe - Mayo-Junio de 2024
Mayo-Junio de 2024

El pasado 7 de mayo, el ejército israelí entró al este de la ciudad de Rafah, en el sur de la franja de Gaza, y se apoderó de la parte palestina del paso fronterizo con Egipto, que fue cerrado totalmente. La operación vino anunciada por un bombardeo intensivo de la ciudad, provocando nuevas víctimas de esa guerra que lleva ya siete meses. A principios de mayo, el ministerio de Sanidad de Hamás contabilizaba más de 34.000 muertos y 76.000 heridos, en su mayoría mujeres y niños.

No cabe duda de que el balance real es más elevado aún, porque muchos cuerpos quedan sepultados bajo los escombros o en zonas a las que los médicos no pueden acceder. Así pues, a finales de abril, se encontraron 300 cadáveres en unas fosas comunes dentro del hospital Nasser de Khan Yunis, uno de los mayores centros sanitarios del territorio de Gaza. El estado de los cuerpos deja pensar que a algunas víctimas las torturaron antes de ejecutarlas.

Le territorio de Gaza ha quedado reducido a un campo de ruinas. Más de la mitad de las viviendas ha quedado destruidas. Ya no hay ni un solo hospital funcionando. La mayor parte de los 2,5 millones de habitantes huyeron ante el avance de las tropas israelíes, cuya ofensiva terrestre se inició el 27 de octubre. Más de un millón de palestinos viven ahora en los alrededores de Rafah, en unas condiciones muy precarias, muchos en tiendas de campaña. Tras el frío del invierno, las familias desplazadas tienen que sufrir el calor que empieza a subir, y sin agua corriente las amenazan las enfermedades. Al bloquear voluntariamente el transporte de la ayuda humanitaria, las autoridades israelíes crean deliberadamente una situación de hambruna.

El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, anda repitiendo que su objetivo es aniquilar a Hamás, pero sabe perfectamente que le es imposible a su ejército lograrlo. El verdadero objetivo de la operación militar es aterrorizar a todos los palestinos con el fin de disuadirlos, al menos durante unos años, de luchar contra la opresión que llevan décadas sufriendo.

En Estados Unidos, Biden, en campaña por su reelección, debe tener en cuenta la emoción que provocan dichos acontecimientos en la opinión pública estadounidense, especialmente entre los votantes demócratas, e incluso entre la población judía, tradicionalmente favorable a Israel. Se nota en las movilizaciones en las universidades, que han cobrado más importancia en las últimas semanas, con la instalación de acampadas en los campus.

El dirigente de la primera potencia imperialista también está preocupado por los riesgos de extensión del conflicto a todo Oriente Medio a causa de la actitud extremista de Netanyahu, lo cual ha llevado a Biden a modificar un tanto su discurso acerca de su aliado y pedirle con cada vez más insistencia un alto al fuego.

El 8 de mayo, Biden amenazó con suspender determinadas entregas de armas en caso de una intervención militar masiva en Rafah, pero en ningún momento ha contemplado cuestionar la ayuda de varios miles de millones de dólares anuales de su país a Israel, a los cuales se suman importes adicionales, como los 13.000 millones aprobados por el Congreso a finales de abril. Biden no piensa debilitar a su aliado, un pilar de la defensa del orden imperialista en Oriente Medio.

Cálculos de Netanyahu frente a Irán

A pesar de las presiones puramente verbales de Biden, Netanyahu no ha cambiado su política, todo lo contrario: repite el discurso de la extrema derecha israelí diciendo que seguirá con la guerra “hasta la victoria total” y que nada le impedirá desarrollar una ofensiva sobre Rafah, por mucho que los dirigentes de Washington lo desaprueben.

Lejos de moderar su actitud, Netanyahu viene multiplicando las provocaciones que puedan alimentar una escalada bélica. Tras bombardear el sur de Líbano, apuntando edificios y a combatientes de Hezbolá, y tras numerosos ataques aéreos contra Siria, el ejército israelí destruyó totalmente el consulado iraní en Damasco, en Siria, y mató a once personas entre las cuales dos dirigentes de la Guardia Revolucionaria. Fue un ataque contra Irán, un país cuyos dirigentes habían procurado mantener cierta distancia con el conflicto hasta el momento. Netanyahu buscaba meter a Irán en el conflicto, para obligar a Estados Unidos a reafirmarle su apoyo.

Irán no podía evitar reaccionar al ataque, aunque sólo fuera para mantener su credibilidad para con sus tropas y sus aliados, Hezbolá, Hamás y los Hutíes, sus “proxys” como dicen los medios. Sin embargo, los dirigentes de la República Islámica no querían dejarse llevar a una escalada en la que podrían perderlo todo. Montaron una respuesta limitada, avisando a Washington mediante la embajadora suiza de que no tenían la intención de seguir. Los 300 drones y misiles disparados contra Israel fueron interceptados por el Domo de Hierro, el sistema israelí de protección antimisiles, que fue tanto más eficaz cuanto que se apoyaba en los recursos estadounidenses y no había ninguna sorpresa gracias a la información facilitada por el propio poder iraní.

Netanyahu había alcanzado su objetivo: vimos cómo el bando occidental se movilizaba, condenaba unánimemente a Irán por atacar a Israel, y solemnemente reafirmaba su alianza con el país hebreo. Tras lo cual el Estado israelí, cómo no, tenía que responder, pero se conformó con bombardear un objetivo militar, sin dar al ataque el carácter espectacular que hubiera obligado a que los iraníes entrasen en el conflicto. Al final de la partida de póker, cada bando pudo dar por sentada su victoria. El resultado es que Netanyahu había logrado acallar a los críticos occidentales y hacer olvidar por un momento su acción contra los palestinos.

No es de descartar, por lo demás, que Netanyahu vuelva a incurrir en provocaciones de la misma índole, nada más que para provocar un reflejo de unión nacional en torno a su persona, porque su política recibe cada día más críticas dentro de Israel, y para obligar a los estadounidenses a renovarle su apoyo, haga lo que haga.

Maniobras del imperialismo estadounidense

Si nos fijamos en la actividad y las giras diplomáticas por Oriente Medio del secretario de Estado estadounidense Antony Blinken, los dirigentes de Estados Unidos buscan cómo evitar que el conflicto en Gaza desemboque en una confrontación a escala regional. A finales de abril, Blinken mencionó un mega deal, que consistía en estrechar los lazos con los Estados árabes y especialmente con Arabia Saudí, con el fin de integrarlos en una alianza política y militar contra Irán. Pero eso requiere al menos aparentar que se tiene en cuenta las aspiraciones de los palestinos, por ejemplo, apoyándose en la Autoridad Nacional Palestina y reconociéndole el estatus de un Estado.

Por ahora, el plan se topa con la oposición firme del gobierno israelí. Del lado palestino, las negociaciones que se vienen desarrollando desde hace meses mediante Catar y Egipto demuestran que los dirigentes estadounidenses están dispuestos a integrar a Hamás en la solución política de la posguerra. La organización islamista está dispuesta también a aceptarlo, puesto que su objetivo, como organización nacionalista, al igual que la OLP antes, es lograr un reconocimiento por parte de las grandes potencias de su derecho a disponer de un aparato de Estado y dirigirlo en nombre de su burguesía. Los dirigentes de Hamás sabían que la masacre del pasado 7 de octubre contra la población israelí iba a provocar represalias militares terribles, pero precisamente querían reanimar el conflicto cueste lo que cueste, para imponerse como interlocutores indispensables.

Nadie puede decir en qué quedarán finalmente las maniobras de la diplomacia estadounidense, pero ya se sabe que a los palestinos no les ofrecerá el fin del conflicto, ni de la opresión que sufre, ni siquiera una mejora de sus condiciones de vida.

Todo apunta pues a que el ejército israelí se prepara para mantener una ocupación total o parcial de Gaza. Los bombardeos y los zapadores israelíes han destruido la mayor parte de los edificios en una “zona de seguridad” en la frontera, de un kilómetro de ancho en los límites de la franja. Las destrucciones le restan a la franja una sexta parte de su superficie y buena parte de sus tierras de cultivo. A esto se suma una carretera militarizada, el corredor de Netzarim, que empezaron a disponer a mediados de febrero, y corta la franja de Gaza en dos mitades. Esa carretera sigue el recorrido de una antigua carretera reservada para los colonos judíos hasta la retirada israelí en 2005. Sus siete kilómetros de largo aíslan la ciudad de Gaza, al norte, cuya población de 700.000 habitantes antes de la guerra ha caído en 300.000 hoy en día.

El corredor llega al puerto flotante construido por Estados Unidos en la costa de Gaza, que debe funcionar desde mayo hasta septiembre y servir para transportar la ayuda humanitaria. En realidad, se trata de implementar infraestructuras que el poder israelí pueda utilizar para controlar Gaza e instalar sus fuerzas de represión de manera permanente.

El territorio de Gaza ya era una cárcel al aire libre, y ahora el Estado israelí junto con Estados Unidos se dispone a convertirla en un verdadero campo de concentración, con sus zonas separadas por corredores, alambradas y torres de vigilancia, donde su ejército podrá realizar operaciones militares como y cuando le dé la gana.

En Israel, las protestas y sus límites

La política de Netanyahu recibe cada vez más críticas dentro de Israel. Él presentó la guerra en Gaza como existencial para Israel, definiendo dos objetivos: la aniquilación de Hamás y la liberación de los rehenes. No se ha alcanzado ninguno y cada vez más israelíes ven la guerra como una manera de asegurar ante todo la existencia política de Netanyahu. Éste está imputado desde noviembre de 2019 por corrupción, fraude y favoritismo y podría ser condenado a dieciséis años de cárcel. El juicio, interrumpido muchas veces, se reanudó el pasado 4 de diciembre. Al mantenerse en el poder gracias a que siga la guerra, Netanyahu busca salvarse de un peligro real: uno de sus antecesores, Ehud Olmert, estuvo más de un año entre rejas por hechos similares.

En su huida hacia adelante, Netanyahu se apoya como nunca en la extrema derecha religiosa y nacionalista, que aboga por la creación de un Gran Israel mediante la anexión de Cisjordania y Gaza y la expulsión de todos los palestinos fuera de esos territorios. La extrema derecha cuenta con varios ministros en el gobierno de Netanyahu, y se aprovecha de la guerra para reforzar su presencia y desarrollar la colonización en Cisjordania. Los abusos de los colonos y las operaciones de represión del ejército han causado allí 500 muertos y 5.000 heridos desde el 7 de octubre.

Al mostrarse intransigente y negarse a una segunda tregua con Hamás después de la de noviembre, Netanyahu da garantías a esa extrema derecha, una actitud que provocó una movilización de parte de las familias de los rehenes, quienes exigen al contrario que el gobierno negocie con Hamás la liberación de sus familiares. Desde hace varios meses, algunos de los manifestantes anti-Netanyahu de antes del 7 de octubre han vuelto a la calle. Cada sábado, millares de personas se manifiestan pidiendo elecciones anticipadas (las próximas elecciones deben tener lugar en 2026) con el objetivo de conseguir la salida del gobierno actual.

La figura sobresaliente de la oposición a Netanyahu es el ex general Benny Gantz, de centro derecha. Pide elecciones en septiembre, pero como es miembro del gabinete de guerra formado después del 7 de octubre, se cuida mucho de no parecer muy favorable a las negociaciones, y se ha pronunciado en favor de una ofensiva contra Rafah. Gantz ahora tiene un competidor, otro ex general, Yair Golan, quien ambiciona liderar el Partido Laborista y hasta ha declarado: “debemos cambiar radicalmente la dirección, porque es imposible destruir a Hamás”.

Si bien los políticos procuran sacar provecho del rechazo a Netanyahu, ninguno de ellos es una verdadera alternativa que pueda acabar con el sinfín de guerras. Se oponen al actual primer ministro, pero no cuestionan su política para con los palestinos, ni tampoco la que llevan desarrollando todos los gobiernos del Estado israelí, fundado en 1948 mediante la expoliación de las tierras y bienes de unos 700.000 palestinos, condenándolos al exilio.

No hay solución dentro del imperialismo

Ninguna paz, ninguna seguridad podrán ser garantizadas para la población israelí sin que se produzca una ruptura radical con las políticas de sus dirigentes hasta la fecha. Acabar con la oposición fabricada entre israelíes y palestinos supone necesariamente el reconocimiento de los derechos nacionales de estos últimos. Ningún “arreglo político” bajo el timón de las potencias imperialistas puede asegurar la igualdad de derechos entre los pueblos, ni tampoco su convivencia pacífica en la región. Los imperialistas han montado a nos pueblos contra los otros, y en particular a los judíos contra los árabes. Para mantener su dominación, las potencias imperialistas tienen interés en que el conflicto se prolongue, y por eso lo alimentan con sus maniobras diplomáticas y el apoyo militar a los unos contra los otros.

Destruir el imperialismo es la única vía emancipadora para los pueblos, ya se hable de Oriente Medio o de otras partes del mundo. La única fuerza capaz de hacerlo es el proletariado, si supera las divisiones nacionales y aúna a los oprimidos de la región en una lucha común para acabar con la explotación y el saqueo por parte del imperialismo. Sólo la clase obrera puede abrir una salida para el interminable conflicto palestino israelí, que no es sino un síntoma de la quiebra del capitalismo.

8 de mayo de 2024