Multiplicando barricadas y acciones de choque, los campesinos han forzado el gobierno a actuar.
Gracias a la multiplicación de los bloqueos y las acciones de choque, los agricultores forzaron al gobierno a intervenir.
Éste acabó desbloqueando 400 millones en subvenciones y exenciones diversas, y prometió retirar algunas restricciones ecológicas. Amenaza con imponer sanciones a los fabricantes y minoristas que abusen de su posición dominante, y se opone a la ratificación del próximo acuerdo de libre comercio negociado por la Unión Europea.
Estas promesas permitieron al sindicato mayoritario, la FNSEA, pedir la suspensión de la huelga. Pero aunque se hayan levantado los bloqueos, el ambiente no es de triunfo, pues los agricultores saben que, en el fondo, no se ha resuelto nada.
Saben que aferrarse a los pesticidas no les asegurará el futuro, y se enfrentarán al cambio climático. En cuanto a los 400 millones de euros, si realmente se conceden, acabarán, como siempre, en las arcas de los mayores agricultores. Y si la industria agroalimentaria y los supermercados ceden un poco, sólo durará un tiempo.
La dominación de los grandes sobre los pequeños es uno de los aspectos más indignantes del capitalismo. Y que el gobierno hable de "soberanía" o de "excepcionalismo francés" no significa que la agricultura sea diferente.
Mientras muchos agricultores luchan por ganar un salario mínimo, el sector es muy lucrativo para los accionistas de Lactalis y Bigard. Es un gran negocio para las empresas de semillas y los trusts agroquímicos como Bayer y compañía. Los accionistas de Danone, Unilever y los fabricantes de material agrícola, así como Leclerc, Carrefour y Auchan, prosperan. Sin olvidar a los bancos, que se benefician del endeudamiento forzado de los agricultores.
Los acuerdos de libre comercio son ampliamente denunciados. Pero ¿quién los organiza y quién se beneficia de ellos, sino los importadores de los sectores agroalimentario y de la distribución, y los grandes exportadores franceses, cerealistas, remolacheros o viticultores? Y aunque el gobierno actúe como árbitro, siempre decide a su favor.
No se resolverá ningún problema fundamental para los pequeños agricultores mientras imperen las leyes del mercado, propias de la naturaleza del capitalismo. Y sin embargo, la inmensa mayoría de los agricultores están apegados al orden capitalista.
Los agricultores más grandes sacan provecho de ello. Los capitalistas agrícolas se parecen al presidente de la FNSEA, Arnaud Rousseau, que también es jefe de un grupo que produce las marcas Lesieur y Puget. Son lo bastante grandes como para contribuir a fijar los precios del mercado, exportar sus productos al otro lado del mundo e incluso comprar y explotar tierras en los países más pobres. En materia de subvenciones, son los más beneficiados, y de hecho reciben la mayor parte de las ayudas de la PAC.
En cuanto a los pequeños agricultores, la economía de mercado y la competencia les aplastan, pero sólo ven su futuro en esta economía. Defienden tanto más la propiedad privada y la libre empresa cuanto que temen perder la suya.
Lo mismo ocurre con los numerosos artesanos, comerciantes y trabajadores autónomos que tienen un pie en el mundo del trabajo y otro en el de los empresarios. Están atrapados en mil contradicciones. Denuncian el peso del Estado mientras piden cada vez más ayudas. Defienden el mercado y la libre empresa, pero también quieren ingresos garantizados y mercados regulados.
Por eso, la perspectiva de derribar el capitalismo y acabar con la ley del más fuerte sólo pueden llevarla adelante los explotados que sólo tienen su fuerza de trabajo para vivir, es decir, los trabajadores asalariados. Son los únicos que no tienen ataduras: ni pequeños comercios, ni pequeñas empresas, ni tierras que capitalizar.
Ellos también tienen mucho por lo que luchar, y todo el derecho a hacerlo. Los agricultores pueden decir con orgullo que alimentan al país. Pero sin los obreros que fabrican los tractores y las cosechadoras, los trabajadores de los mataderos, los camioneros y las cajeras, la comida no llegaría a nuestros platos. Los trabajadores de las industrias alimentaria, energética, automovilística, sanitaria etc. también son esenciales para la sociedad.
Pues bien, ¡los trabajadores también debemos aprender a organizarnos y a luchar! No sólo para defender nuestras condiciones de vida, sino también y sobre todo para ofrecer a la sociedad otra perspectiva política: la de una organización planificada y racional de la producción agrícola e industrial para satisfacer las necesidades de todos, porque existen los medios para hacerlo.
Nathalie Arthaud
Editorial de los boletines de empresas del 5 de febrero de 2024