En España, la izquierda desarma a los trabajadores

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Textos del mensual Lutte de classe - Julio-Agosto de 2022
Julio-Agosto de 2022

Desde hace dos años, la izquierda llamada radical gobierna en coalición con el Partido socialista. Se anuncian reformas históricas, pero la realidad de la crisis empeora las condiciones de vida de millones de trabajadores. Una situación y una política que favorecen la subida de los reaccionarios, así como lo acaban de evidenciar las elecciones andaluzas del pasado 19 de junio, arrasando la derecha con su mayoría absoluta mientras la extrema derecha de Vox sigue creciendo.

En los años 2010, recomposición de la izquierda

Desde el final del franquismo imperaba el bipartidismo en el país, con el PP que agrupaba a varias tendencias de la derecha y la ultraderecha, y el PSOE que dominaba la izquierda. El PSOE demostró ser un partido de gobierno al servicio de la burguesía, y ésta se lo reconoció acogiendo a muchos de sus ex ministros en los consejos de administración de grandes empresas. Felipe González, presidente socialista entre 1982 y 1996, que luego fue a sentarse en el consejo de administración de Gas Natural Fenosa, sólo es el ejemplo más famoso. A partir de 2008, tras décadas de bipartidismo, la crisis económica y sus consecuencias políticas cambiaron las cosas.

En los años 2010, se produjeron en España varios movimientos sociales importantes, que echaron a la calle a centenas de miles de personas, ya fueran las Mareas en defensa de los servicios públicos – Marea Blanca por la sanidad, Marea Verde por la educación – o las Marchas de la Dignidad con el lema “Pan, trabajo, techo”, que concentraron en Madrid a cientos de miles de personas de todo el Estado. El movimiento que más impacto tuvo fue el 15M, con sus asambleas en las plazas públicas, donde se debatía de todo, de la sociedad podrida, sin salida, que condenaba a la juventud a la precariedad y al paro. Se arremetía en público contra los políticos corruptos, contra los banqueros rapaces que echaban a la calle a familias enteras tras beneficiarse de la burbuja inmobiliaria. Y fue en esas asambleas y manifestaciones donde una generación se politizó.

El partido Podemos nació con el manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político. Sus fundadores eran profesores de universidad que querían ser la voz y la prolongación de todas aquellas luchas. Pablo Iglesias, profesor de ciencias políticas que estuvo un tiempo en las juventudes comunistas (JC), se dio a conocer como tertuliano en medios alternativos, especialmente La Tuerka, donde se enfrentaba con políticos de derechas y de izquierdas. Entonces los trabajadores, los desempleados, las clases populares en general sufrían los ataques brutales de la derecha en el gobierno.

Iglesias y los demás dirigentes de Podemos criticaban la monarquía, el bipartidismo, usaban el lema “PSOE-PP, la misma mierda es”, denunciaban la corrupción. Dijeron que iban a hacer política de otra manera, cambiar la constitución y darle a la ciudadanía un papel central. A la ciudadanía, decían, que no a los trabajadores. Denunciaban a la “casta”, a las “élites”, que no a la burguesía, y con semejante estrategia pretendían “asaltar los cielos”. Al igual que Melenchon en Francia, decían que sí, vale, las luchas importaban, pero lo esencial era que ellos llegasen al poder, puesto que el 15M al fin y al cabo no había traído avances notables.

Desde los inicios de Podemos, hubo corrientes de la extrema izquierda – especialmente Anticapitalistas, los primos españoles del NPA francés – que acompañaron esa organización y asumieron en varios lugares. Al nuevo partido le facilitaron militantes, cuadros, una experiencia organizativa. Así pues, Miguel Urbán y Teresa Rodríguez, dirigentes de Anticapitalistas, se convirtieron en figuras de Podemos y diputados europeos. Se integraron en esa organización reformista, que tiraba a la basura la lucha de clase, haciendo creer que iban a influir en un sentido radical, para que Podemos siga siendo un experimento de organización democrática y desde abajo.

Unidas Podemos en el gobierno

De hecho, sucedió todo lo contrario. Desde 2014 y la creación de Podemos, a lo largo de varias campañas electorales se empeñaron en demostrar que iban a portarse bien y gestionar el sistema, y dieron numerosas señales de lealtad al régimen. Asumieron la “patria” y la Constitución del 78, símbolo de una Transición dirigida por los franquistas. En las generales de 2015, presentaron por Madrid a un general del ejército del aire, ex jefe de estado mayor, hoy día, secretario general de Podemos en Madrid. Ellos mismos se fueron pareciendo cada día más a políticos clásicos, en primer lugar en las ciudades que conquistaron en las municipales de 2014 (Madrid, Barcelona, Valencia, Cádix…) y luego en los pactos entre partidos a la hora de repartirse sillones.

El caso de la casa con piscina de Pablo Iglesias e Irene Montero, su compañera y número dos de Podemos, es aunque ridícula también representativa de su actitud de políticos pequeñoburgueses, que dejan los barrios populares del sur de Madrid para instalarse en la periferia norte, más acomodada y tranquila, donde se puede dar un paseo en el monte y mandar a sus hijos a una buena escuela.

Podemos obtuvo pronto buenos resultados electorales, en particular en las generales de 2015 cuando lo votaron más de cinco millones de personas (el 20,7 %); luego bajó con regularidad, a pesar de que en 2016 formaran junto con Izquierda Unida (agrupamiento alrededor del Partido comunista) una nueva coalición, Unidas Podemos. En 2019, habían bajado a tres millones de votos. A pesar de la bajada, Unidas Podemos logró sillones en el gobierno que formó en enero de 2020 el socialista Pedro Sánchez, que sin ellos no tenía mayoría. Fue cuando lo llamaron “el gobierno más progresista de la historia”.

El gobierno “más progresista de la historia”

Pedro Sánchez, que encabeza este gobierno, ha sido desde hace cuatro años el fiel servidor del Estado burgués. Facilitó miles de millones de euros en ayudas a la patronal. Contra los inmigrantes, hizo lo mismo que sus antecesores: en Ceuta, no dudó en mandar tropas del ejército para rechazarlos, con el fin de proteger “la integridad de Ceuta como parte de nuestra nación española, su seguridad y la tranquilidad de nuestros compatriotas”. Hubo indignación ante fotos vistas en la prensa que mostraban a refugiados con los pies en el agua, bloqueados por soldados antes de poder llegar a la orilla. Cuando empezó la guerra en Ucrania, Sánchez respondió mandando armas, subiendo el gasto militar y los pedidos armamentísticos a los vendedores de cañones. Tampoco derogó la famosa ley mordaza, puesta en marcha por la derecha en 2015 en reacción a las movilizaciones de los años 2010. Esta ley injusta, entre otros elementos, dio más poder a la policía para sancionar a manifestantes y piqueteros. Así pues la falta de respeto, como dicen, a un policía puede conllevar una multa de al menos 600 euros. Como vemos, Sánchez está a la altura, por así decirlo, de sus socios europeos.

Si bien Unidas Podemos fingió distanciarse de algunas decisiones y medidas de los socialistas, en realidad siempre fueron leales. Un ejemplo entre otros: durante las primeras semanas de la guerra en Ucrania, los ministros y diputados de Podemos criticaron en envío de armas y el discurso belicista, pero no tenían ninguna influencia, y lo sabían. Al quedarse en el gobierno a pesar de la discrepancia, desempeñaron su papel de socio minoritario, de ala izquierda un tanto crítica, para conservarle al gobierno de coalición el respaldo de su propia base, en su mayoría contraria a la escalada. El PSOE dispone por supuesto del puesto de presidente del gobierno y de las claves del poder; sin embargo, Unidas Podemos cuenta con cinco ministerios: Trabajo, Igualdad, Derechos sociales, Consumo y Universidades. Yolanda Díaz, ministra de Trabajo que viene del Partido Comunista, es figura central desde que Pablo Iglesias le dejó la vicepresidencia; pues bien, lleva dos años procurando presentar cualquier reformita como una gran victoria para las clases populares. Es verdad que los ministros podemitas han llevado leyes progresistas, especialmente para los derechos de las mujeres, porque ha habido movilizaciones fuertes estos últimos años en contra de la violencia de género. Es el caso del incremento del presupuesto de ayuda a las víctimas de violencia, o más recientemente, la creación de la baja laboral por reglas dolorosas y una ley para hacer más fácil el aborto. Pero tampoco se puede hablar de hitos o avances históricos...

En realidad, en el mejor de los casos, las medidas han ido acompañando el retroceso de nuestro periodo. A principios de este año. Yolanda Díaz se hizo campeona de una nueva ley laboral para limitar los contratos precarios. Esta ley, que anunciaron a lo grande, efectivamente ha conllevado el aumento del número de contratos indefinidos. Ahora bien, son indefinidos un poco especiales, en primer lugar, porque buena parte son a tiempo parcial; y en segundo lugar, hay que recordar que desde las reformas de la derecha el contrato indefinido sólo es un contrato basura más, con el despido fácil y barato. A pesar de las promesas de Unidas Podemos, no han revertido esa reforma.

Pasa lo mismo con todas las leyes “progresistas”: con la agravación de la crisis y la ofensiva de la patronal, no pesan mucho esas medidas. La subida del salario mínimo para alcanzar los mil euros, el pasado mes de enero, ni siquiera compensa la inflación – que en junio ha superado el 10% anual. En cuanto al aborto, en teoría lo hacen más fácil, pero el número de centros de salud se reduce y faltan cada día más sanitarios en el sistema. Igual para las bajas por menstruaciones dolorosas: con un paro en el 14%, la precariedad y la presión de los patrones por no conceder bajas, será necesario mucho más que una ley para ejercer este derecho. Hará falta imponerlo en las fábricas y oficinas, y organizarse para ello. Obviamente, no es el objetivo de Podemos. La realidad es que la mayoría de los trabajadores han visto cómo sus condiciones de vida y laborales han ido empeorando estos últimos años, sin que la izquierda los protegiese de la crisis.

Frente a los precios disparados de la energía, la famosa “excepción ibérica” negociada por Sánchez con la Comisión Europea sobre la fijación de precios sólo ha tenido un pequeño impacto en la factura de la luz para las clases populares. Se ha tenido que esperar semanas para que se implementara; cuando por fin llegó, es verdad que bajó el precio, pero sin volver a sus niveles de antes de la guerra; y dos días después, volvía a subir. Así pues, las familias de clase trabajadora seguirán poniendo la lavadora en plena noche para aprovechar las horas menos caras.
    
La izquierda en contra de los trabajadores

Lo peor que ha hecho Podemos no está en su gestión del sistema capitalista, puesto que éste sólo puede resultar abyecto, destructivo y aplastante para los explotados; sino en haber desarmado políticamente a los trabajadores ante las posibles evoluciones de la crisis económica y sus consecuencias políticas – en particular la subida de la extrema derecha.

La izquierda radical y los ministros comunistas han sembrado confusión en las conciencias frente a la necesidad de luchar para defenderse en la actual situación. En una entrevista en el diario El País, en enero, Yolanda Díaz hasta sorprendió a un periodista que no entendía cómo su reforma laboral podría ser benéfica tanto para los trabajadores como para los patrones. La misma ministra se empeñó en sembrar falsas esperanzas sobre los convenios, la negociación colectiva, el diálogo social entre sindicatos y CEOE, como si de ahí pudiera salir algo bueno para los trabajadores.

Pero cuando los trabajadores han salido a luchar contra los despidos, los cierres y el paro, como pasó en Cádiz en la huelga del metal del pasado otoño, el gobierno de izquierda les mandó la policía con su gas pimienta y su tanqueta. Los ministros de Podemos callaron durante los primeros días de la huelga, y al final derramaron palabras de apoyo en el momento en que los sindicatos empezaban a negociar a espaldas de los trabajadores y les decían que volvieran al trabajo – o sea, cuando los obreros ya habían perdido la fuerza que les daba la huelga.

La crisis política y la extrema derecha

Antes de llegar al gobierno, Pablo Iglesias decía en noviembre de 2019 que se trataría del gobierno del “Sí se puede” y de “la vacuna contra la extrema derecha”. Él mismo aclaró en un momento de sinceridad qué se podía esperar de la primera parte de su fórmula: “Los banqueros y las grandes empresas tienen más poder que yo, y nadie los ha votado”.

En cuanto a la segunda parte, también pasó lo contrario: desde la crisis y sus consecuencias – el movimiento independentista en Cataluña y la subida de Podemos – la rabia que experimenta la pequeña burguesía se traduce políticamente primero en el auge de Vox, el nuevo partido de la extrema derecha, que formaron en 2013 antiguos militantes del PP, nostálgicos abiertos del franquismo, anticomunistas y racistas. Parte de las reacciones de esa pequeña burguesía llena de odio, tal y como el boicoteo de productos catalanes, son ridículos; otros tienen más gravedad. El odio al “rojo”, como en tiempos de Franco, se ha vuelto a desarrollar, especialmente en contra de Podemos y Pablo Iglesias. A éste lo acosaron policías de paisano ante su casa, cuando él y Montero eran ministros. En 2020, se publicó una conversación de WhatsApp entre militares jubilados, donde se lee que haría falta una “purga de rojos” o bien “fusilar a 26 millones de personas”. Igualmente la penetración de ideas fascistas no se ciñe a los ex militares. Durante la huelga del metal de Cádiz, los manifestantes encontraron balas de goma con mensajes tipo “¡Viva Vox!” o “¡Viva España!” e hicieron circular fotos de las mismas en las redes. Algunos recuperan abiertamente la nostalgia del franquismo, como por ejemplo en mayo de este año, cuando un comandante llevó a su batallón a recibir una misa en el Valle de los Caídos.

Frente a la extrema derecha, ¿el electoralismo?

Frente al peligro, que es real, los ministros de Podemos no tienen otra opción que volver a alimentar la máquina electoral, encontrar la nueva combinación de los partidos de izquierda, volver a formar otra vez ese Frente Popular.
Hay un argumento frecuente, y es que la unidad electoral de la izquierda y un buen número de diputados en el parlamento, incluso una victoria en las urnas, serían una garantía contra la subida de la ultraderecha. ¡Como si los grupos fascistoides que crecen en la sombra de Le Pen, aquí en Francia, o los núcleos de ultras de la derecha española que prosperan en el ejército, en la policía o en los tribunales, estuvieran dispuestos a esfumarse al día siguiente de una victoria electoral de la izquierda! Más bien todo lo contrario: una victoria en las urnas de la izquierda, ya se llame o no radical, tiene todas las de provocar la ira de los medios más reaccionarios y llevar a determinados energúmenos a la acción contra los trabajadores migrantes, los militantes LGTB o feministas, y contra las organizaciones obreras.
De hecho, al desarmar políticamente a la clase trabajadora, al darle la falsa esperanza de una salvación en las urnas, los políticos de izquierdas le dejan vía libre a Vox, el único partido entre los que surgieron de la crisis política de los años 2010 que no esté bajando en los sondeos y en las votaciones.
Un ejemplo, que es una advertencia: durante la campaña de las elecciones andaluzas, la candidata de Vox lo tuvo fácil a la hora de denunciar en un debate televisivo a aquella izquierda que manda tanquetas contra los huelguistas, y luego se presentó como la única candidata que defendiera a los trabajadores.
Ya en 2019, se notaba que Vox recogía más sufragios que Podemos al nivel estatal.
En las elecciones autonómicas en Madrid celebradas durante la primavera de 2021, vimos cómo se comporta la izquierda llamada radical, o la verdadera izquierda, frente a la extrema derecha. La candidata en mejor posición era Isabel Díaz Ayuso, figura nacional del PP gracias a su estilo a lo Trump y a sus ideas de extrema derecha. Para afrontarla, salió Iglesias dejando su puesto en el gobierno y lanzándose a la batalla con el eslogan “democracia o fascismo”, al que contestó Ayuso con “comunismo o libertad”. Tras de la derrota de la izquierda en las urnas, Iglesias abandonó el escenario político para volver a su actividad de periodista y tertuliano. Dicho de otra manera, después de llamar a votar contra la amenaza fascista, regresó tranquilamente a su vida de intelectual pequeñoburgués. Si fuera verdad que los fascistas estuvieran a punto de actuar, bien podría ser que Iglesias, así como los socialistas, se convirtiesen en su blanco y su víctima, al mismo tiempo que los militantes revolucionarios y muchos trabajadores que simplemente no marcharían al paso. Los políticos de izquierda tendrían la culpa de haber convertido la lucha contra la extrema derecha en un problema electoral en vez de un problema de lucha de clase.
Frente a la extrema derecha, la izquierda llamada radical sólo propone un cóctel peligrosísimo para la clase obrera: una política que decepciona a los trabajadores y agrava su situación; un desprestigio de las organizaciones sindicales fruto de un diálogo social vacío, el cual produce el desacredita hasta la mera idea de organizaciones de clase; y el refuerzo de los reaccionarios. Por lo tanto, afirmar que cuanto más votos logra la izquierda en las elecciones, más se aleja el peligro de la extrema derecha, es en el mejor de los casos una estupidez, y en el peor de los casos, es una mentira consciente y de muchas consecuencias.
Hoy día, Podemos ha terminado su transformación y se suma a los partidos tradicionales de la burguesía. Esa organización supo utilizar las luchas sociales y el rechazo a la “casta” política, pero nunca quiso apoyarse en el entusiasmo que provocaba, salvo para ganar votos. Por eso se ha convertido en una organización reaccionaria, que obstaculiza la toma de conciencia por parte de las clases populares de qué desafíos les plantea el capitalismo putrefacto.

El papel de los revolucionarios

En este punto, viene parte de los revolucionarios a participar en la estafa al pintar de rojo tal o cual movimiento. En España, es lo que ha hecho el grupo de extrema izquierda Anticapitalistas, con su figura Teresa Rodríguez. Al adaptarse a la línea reformista de Podemos, sus militantes no han empujado al partido hacia la izquierda, más bien todo lo contrario; pero sí han contribuido a llevar a un callejón sin salida a quienes creyeron haber encontrado la continuación política de las luchas de hace diez años. Cuando el año pasado los Anticapitalistas se salieron de Podemos, perdiendo a algunos de sus figuras que estaban allí a gustito, siguieron con su oportunismo apostando por el andalucismo para ganar peso en las elecciones autonómicas. Con lo cual siguieron contribuyendo a la desorientación de las clases populares.

Pues bien, la tarea de los revolucionarios no consiste en preferir tal o cual versión de la unión de las izquierdas, ya sea porque parece más o menos radical en su discurso, más o menos amplia en el espectro de sus organizaciones políticas. Tampoco consiste en tranquilizar a los trabajadores con palabras melosas y vendiéndoles la moto de que se avecinan días felices, puesto que estamos en una situación de crisis profunda del capitalismo y ya ni siquiera tiene sentido el mero concepto de reformismo, porque ya no le quedan migajas con que alimentarse. Por lo tanto, ya sea radical o no, la izquierda acabará oponiéndose a los trabajadores cuando éstos busquen una vía para luchar.

Recordemos que en España, en 1936-1937, el Frente Popular, alianza electoral y de gobierno de la izquierda, no sólo traicionó las reivindicaciones de la clase trabajadora, sino que además se opuso militarmente a ellos cuando quisieron conseguir por la lucha lo que las elecciones no les daban, y cuando el golpe de Estado de Franco los llevó a la acción revolucionaria. Aquella misma izquierda, dirigida por el PCE y con un discurso muchísimo más radical que el de Podemos, protegió el orden y la propiedad, con masacres de obreros en nombre de la unidad, abandonando a la sociedad entera a una dictadura militar feroz.

Hoy en día, cuando la izquierda mueve cielo y tierra por embrollar la conciencia de clase, la tarea de los revolucionarios es al contrario la de mantener viva esa conciencia y desarrollarla entre los nuestros, los trabajadores; hacerlo todo para que se realice en un partido obrero comunista y revolucionario, herramienta para la victoria de la clase obrera, que es la única capaz de derribar el capitalismo.

23 de junio de 2022