Desde el martes 10 de marzo, se aplican medidas de confinamiento en toda Italia. En un desarrollo explosivo, la epidemia ya había infectado al 10 de marzo a más de 10.000 personas y causado 631 muertes.
La lógica de las medidas anunciadas por el Primer Ministro Giuseppe Conte el 9 de marzo es «permanecer en casa», es decir, limitar al máximo los desplazamientos, para intentar frenar la propagación de la epidemia. Para desplazarse, habrá que justificarlo por imperativos profesionales o de salud.
Por consiguiente, buena parte de la actividad social y económica del país está suspendida, al menos hasta el 3 de abril. Todas las escuelas y todos los servicios deportivos y culturales están cerrados. Restricciones a los horarios de apertura de bares y restaurantes, así como supermercados y tiendas, también se aplican. Todos los oficios religiosos se cancelan y los sacramentos se posponen. Incluso el sacrosanto fútbol tuvo que inclinarse y posponer todos los partidos, incluidos los de la serie A, la liga nacional italiano.
Con acentos de unión nacional en tiempo de guerra, el Gobierno hace un llamamiento a la responsabilidad individual para que cada uno aplique las medidas de su decreto, y amenaza con multas y sanciones a quienes las infrinjan sin motivo justificado. De hecho, todo el mundo seguirá desplazándose al trabajo, independientemente de las dificultades que se planteen, por ejemplo, para mantener a los niños cuyas escuelas están cerradas.
Conte afirma que todos los italianos son iguales ante la amenaza del virus y, por lo tanto, deben unirse en un mismo impulso para combatirlo. Pero esta situación de emergencia pone de relieve las desigualdades de la sociedad. Tras el anuncio de las prohibiciones de visita, han estallado motines en varias cárceles, cuyos detenidos denuncian las condiciones de hacinamiento y, por consiguiente, los riesgos de contaminación a los que siguen expuestos. Por su parte, las asociaciones caritativas subrayan que las medidas de higiene elementales para evitar el contagio son difíciles o imposibles de aplicar para los más pobres, comenzando por los sin techo.
En cuanto al sistema sanitario, del que los políticos de todos los bandos alaban la excelencia, amenaza con quebrarse. Después de años de presupuestos de austeridad y de recortes de personal en los hospitales considerados «agujeros financieros», las estructuras hospitalarias de las regiones del norte, como Lombardía, una de las mejor dotadas, pero también una de las más comprometidas con las privatizaciones del sistema de salud está al borde de la asfixia. Y en el sur del país, abandonado por los poderes públicos y menos rico que las regiones del norte actualmente más afectadas por la epidemia, sería aún más difícil para el personal hospitalario hacer frente a una posible propagación del virus. Las medidas del gobierno tienen por objeto impedir la propagación de la epidemia en el Sur, pero podrían llegar demasiado tarde.
Los decretos autorizan la contratación de 20.000 cuidadores adicionales, con contratos de duración determinada, y la superación del número de horas extraordinarias, prometiendo pagarles un 50% más. «Nos alegraremos de que lleguen más brazos, pero también padecemos de una escasez de camas y de material, que denunciamos desde hace años», señalaba una enfermera de un hospital de Emilia-Romaña. Las declaraciones oficiales no dejan nunca de rendir homenaje al espíritu de sacrificio y a la dedicación del personal médico, que debe dedicarse sin reservas. Sin embargo, la falta de material adecuado para el tratamiento de la enfermedad se vuelve ya dramática, sobre todo para la ayuda respiratoria, hasta el punto de que los médicos ya han hablado de tomar decisiones… entre los enfermos que todavía pueden ser atendidos y los más viejos, por ejemplo, sin ninguna esperanza. Así, subrayaba la misma enfermera, «cuando haya que decidir quién podrá beneficiarse de un aparato de asistencia respiratoria y quién no, nosotros tendremos que asumir esas decisiones, ¡no los que nos han explicado durante años que había que resignarse a prescindir de ellas! ». La epidemia de coronavirus pone de manifiesto las deficiencias de un sistema de salud sacrificado desde hace años por imperativos presupuestarios y financieros.
LUTTE OUVRIERE